Me someto mansamente a una tertulia. Mientras escucho no puedo dejar de pensar que alguien inventó las tertulias (imagino un laboratorio social, escondido en un sótano pestilente y dirigido por los iluminati, los Testigos de Jehová o las Brigadas Rojas) para dinamitar el prestigio de los medios audiovisuales. Las tertulias no sirven para nada. En el mejor de los casos suponen un espectáculo verbal de opiniones supuestamente contrapuestas, pero realmente muy similares, y a menudo calcadas de otras tertulias: un palimpsesto sonoro que se escribe una y otra vez en las ondas. Una voz en esta tertulia, en la que me he incrustado todavía medio dormido perorata, como es habitual en los últimos tiempos, sobre la imperiosa necesidad de sacrificios. Tenemos un gran sistema sanitario, apunta la voz con una espléndida serenidad, pero es muy caro, evidentemente, por lo que deben asumirse sacrificios para mantenerlo. La voz está henchida de satisfacción: ha expectorado su trivial canto a la responsabilidad y lo ha sostenido con cuatro cifras elegidas casi al azar.
No me parece azaroso que, en un momento de su intervención, el tertuliano se haya declarado católico. En principio se antoja un poco extraño: es harto difícil descubrir las intrincadas relaciones entre la teología y la prima de riesgo, entre el mensaje evangélico de ese gran personaje envidia del Grupo Marvel, Jesucristo, y los fondos de inversiones. Pero la relación existe. Buena parte del relato oficial sobre la recesión económica y sus aterradores efectos está construida sobre una narratología cristianoide. Hemos de purgar nuestros pecados, y sobre todo el principal, gastar lo que no se tenía, aficionarnos a la buena vida, olvidar el espíritu de lucha y sacrificio y modestia que templa económica y moralmente las sociedades. Hemos de realizar un sincero acto de contrición y abandonar el piso por impago de hipoteca para subirnos a la cruz. Hemos de aprender a no pecar más, y si la visa nos lleva al pecado, nada mejor que arrancarla y tirarla al fuego. Hemos de asumir que en el altar del sacrificio comienza toda esperanza.
En este arrabal europeo nunca se gastó en los servicios públicos sanitarios, educativos y asistenciales “más de lo que se tenía”. En 2002, con un país creciendo encima de la burbuja de la construcción y el crédito financiero desatado, la Oficina Estadística de la Comisión Europea, en un informe sobre protección social en los países de la UE, señaló que el gasto social público en España fue del 20% del PIB, el más bajo de la eurozona junto con Irlanda. En ese momento España era también el país con gasto social per cápita más bajo de la Unión Europea (3.244 euros por los 5.660 de media de la UE). No solo es una mentecatez, sino una indecencia pedir sacrificios a una sociedad con un tercio de su población activa desempleada, con un salario medio que no alcanza los 1.000 euros mensuales, con una expectativa de ascenso social tapiada con cemento armado. ¿Sacrificios a los parados, a los ancianos con pensiones misérrimas, a los desahuciados de sus viviendas, a los excluidos de un tratamiento oncológico? No es de extrañar que el mismo Tertuliano llamase idiota a Aristóteles por su afán por reexaminarlo todo. Sus sucesores en radios y televisiones prosiguen su actitud y su odio a la lucidez, al debate real, al pudoroso amor a la verdad.