Cuando se habla de un sillón chesterfield se debe aludir inevitablemente a su rígida comodidad, a sus paneles con capas de relleno de alta calidad envueltos en crin de caballo, al espléndido cuero gratamente frío y a los pies redondos hechos de madera de caoba. De la misma manera, para referirse a Antonio Martinón, exdirigente socialista y catedrático de Matemáticas de la Universidad de La Laguna, se debe subrayar invariablemente su insaciable honestidad política y personal. La honestidad puede también ser un apetito y Martinón lo demostró a lo largo de treinta años de servicio público ocupando numerosos e importantes cargos. Una anécdota (quizás apócrifa) lo ilustra perfectamente. El profesor Martinón ocupaba una alta responsabilidad política y a su despacho acudió un viejo amigo – y compañero del partido – que le solicitó un favor para uno de sus hijos. Para concedérselo Martinón no necesitaba en absoluto conculcar, directa o indirectamente, ninguna ley ni reglamento, pero puso a su amigo en la puerta de la calle en menos de un minuto. Esta acendrada actitud, entre la virtud insondable y la manía circunspecta quizás explique que, en efecto, Antonio Martinón haya desempeñado múltiples responsabilidades públicas, pero nunca tuviera propiamente una carrera política.
Después de ganar la primera vuelta de las elecciones a rector de la Universidad lagunera, el profesor Antonio Martinón probablemente obtendrá la mayoría necesaria en los próximos días. Con toda seguridad encabezará una gestión activa, pulcra y honesta de la administración universitaria. Desgraciadamente eso no basta. Ni el rector más honorable, puntilloso y batallador será capaz de reflotar financiera, académica y científicamente la Universidad de La Laguna, y lo mismo ocurre con el resto de los centros universitarios españoles. El viejo modelo universitario español está quebrado: conservadores y socialistas han jugueteado con su cadáver durante el último cuarto de siglo y la puntilla necrofágica ha sido la implantación del plan Bolonia (a la española, por supuesto) que en combinación con la asfixia presupuestaria bajo el pretexto de la crisis económica ha acentuado todos los males del gatuperio universitario sin mejorar un ápice sus expectativas de crecimiento y calidad en la docencia y la investigación. Probablemente seguir eligiendo rectores sea una mala e inercial idea. La reforma de las universidades, para empezar a ser una vía verosímil, debería empezar por el compromiso de la propia comunidad universitaria, y casi dos tercios de los alumnos ni se han preocupado en votar en estas últimas elecciones. El chesterfield es realmente elegante y cómodo. El profesor Martinón es apabullantemente honesto. Eso es todo.