Un hombre pasea en Los Cristianos con una cabeza en la mano. La cabeza de una mujer que acaba de asesinar y decapitar en una tienda. Nos enteramos ahora, leyendo o escuchando el relato periodístico de los hechos, porque si los viandantes hubieran identificado la cabeza no se le habrían acercado para intentar, y al cabo conseguir, reducirle en la calle. Para zafarse de quienes lo acosaban el asesino dejó la cabeza sobre el pavimento, y solo después de paralizarlo, el despojo de la asesinada cobró plena visibilidad. Sí, era una cabeza. Y de inmediato otro dato decisivo: el asesino era un búlgaro. Al cabo de un par de horas ya hervían los debates de los todólogos en las radios y crepitaban las redes sociales. La cabeza y el búlgaro se conformaron de inmediato como los datos fundamentales de debates, declaraciones y susurros alterados. La cabeza es lo que concede al relato todo su irresistible horror y sus potentes virtudes narratológicas. Y la condición legal de búlgaro resulta, por supuesto, la resolución de la ecuación incomprensible que impone el horror. Ah, búlgaro. Por supuesto.
En el Sur de Tenerife se han cometido, en la última década, asesinatos espeluznantes. Recuerdo uno casi al azar: una pareja de nacionalidad británica que apareció calcinada dentro de su vehículo en un cantizal de las medianías. Se murmuró acerca de un ajuste de cuentas en el seno de una organización mafiosa, pero después de algunas semanas la noticia entró suavemente en el limbo de la insignificancia. En realidad, entre finales de los años noventa y principios de siglo comenzó a tomar cuerpo en diversos medios de comunicación la convicción, sustentada en numerosos indicios, de actividades propias del crimen organizado en el Sur de Tenerife: lavado de dinero, prostitución, extorsión, tráfico de drogas. Asuntos que desaparecieron de la agenda informativa sin apenas dejar rastros inerciales. Ni siquiera viejas obviedades, como la contradicción entre una isla colmada de millares los farloperos y la rotunda negativa oficial a admitir siquiera una logística industrial para introducir y distribuir la cocaína, aviva ya nuestro interés. Como en tantos otros aspectos, por las calles de la delincuencia y crimen organizado Tenerife camina sin cabeza. La cabeza va y viene delicadamente en manos desconocidas. Y el búlgaro, claro, no solo se explica a sí mismo, sino que explica toda la secuencia: la muerte, la decapitación, el paseo sonámbulo con las manos ensangrentadas bajo el sol. Que alguien suba a la Wikipedia esa vieja tradición cultural búlgara de decapitar a extraños en las tiendas de productos chinos.Ya.
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