Leo la enésima admonición dirigida a los periodistas, en esta ocasión con metáfora incluida y expuesta por Reyhan Harmanci, directora de First Look Media: «Además de observar los incendios y de informar sobre ellos, los periodistas deberán ayudar a apagarlos… No basta con ser testigos». No sé si llamarlo un viejo debate o una sobada martingala. La profesión vive desde hace una década una masacre laboral feroz y las condiciones salariales han empeorado sustancialmente, pero, muchacho, no te limites a informar sobre el incendio, apágalo con secos golpes de ese bocadillo de choped que constituye tu almuerzo. Te quedarás sin bocata pero, como decía Kipling, serán un hombre – o una mujer – hijo mío. Desde que existe periodismo se ha querido convertir a los periodistas en otra cosa, y en la teorización de ese intento no han faltado periodistas tampoco. Ya saben, entintados héroes que luchan contra el poder, novios de la muerte de élites y oligarquías, solapados lectores que citan a George Orwell – quizás el mejor de toda nuestra impresentable tribu – para decir periodismo es publicar lo que alguien no quieres que publiques. Es lo malo de leer los libros y los artículos como leyendas impresas en bolsitas de azúcar para el café: que no los has leído. Porque ese alguien no es necesariamente un banquero, un ministro o un presidente. Ese alguien – recórranse, y no solo, sus artículos en The Observer en los años cuarenta – podía y solía ser la oposición parlamentaria, los sindicatos de izquierda o los dirigentes y estrategas soviéticos en Inglaterra, en la España incendiada por la Guerra Civil o en el resto de Europa. Que yo sepa Orwell nunca fue procesado judicialmente por ninguna de los análisis políticos que vertía en la BBC o en la prensa escrita. No le hizo falta para transformarse en una referencia de calidad profesional y probidad ética que sigue iluminando el oficio en este siglo de grandes esperanzas colapsadas y ominosos terrores crepusculares.
El periodismo es contar lo que ocurre con la máxima precisión y respeto a los hechos. Periodismo es la búsqueda de la objetividad militante– no de la imparcialidad insostenible – a partir de la magnífica definición de Arcadi Espada: ser objetivo es narrar los hechos con independencia de las convicciones. Es un trabajo interesante, aunque a veces fatigoso, y en el que un día descubre que ningún texto, absolutamente ninguno, deviene la verdad. Ocurre esa tarde empapada en café y rincones oscuros en la que reparas, finalmente, en que el periodismo significa un fracaso cotidiano en el que se trata –como siempre – de fracasar un poco mejor cada vez. Y respecto a la responsabilidad, nuestro menester es una intersección curiosa y atrabiliaria entre lo profesional y lo ciudadano. Como mejor contribuye un periodista a apagar un incendio es contando que se ha producido un incendio, con laconismo y precisión, inequívoca y velozmente. Al periodista hay que exigirle que se queme las pestañas, no que se carbonice en el monte. La noticia es al mismo tiempo información y compromiso, pero no con la libertad del periodista, sino con la de libertad de todos.
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