Servidor sería incapaz de diagnosticar aquí y ahora si existe un empate técnico entre Ángel Víctor Torres y Fernando Clavijo en el caso de celebrarse elecciones autonómicas. Pero, por supuesto, yo no soy Iván Redondo, es decir, no tengo la oportunidad de equivocarme fastuosamente y acumulando fracasos y victorias pírricas llegar a la gloria. Como meatintas ultraperiférico lleno con mis errores mis bolsillos y sigo adelante hasta el próximo bocadillo de choped. Uno sospecha que el tiempo de los diagnósticos más o menos tranquilos, de los diagnósticos reposados y con buena digestión, ha desaparecido. Intuyo que más o menos, dentro de ciertos límites, puede pasar casi cualquier cosa. Pondré un ejemplo. Santa Cruz de Tenerife es un municipio que siempre se había definido por un voto mayoritariamente conservador. Esa supuesta obviedad se fundió en las elecciones de 2019, cuando la victoria de CC fue nítida, pero la izquierda quedó a cuatro puntos porcentuales de la suma de la derecha y el centroderecha. Ahora mismo se rumorea que el exdiputado de Podemos, Alberto Rodríguez, a los mandos de una agrupación de electores y con el apoyo de las diversas fuerzas a la izquierda del PSOE – desde Sí se Puede a Unidas Podemos — podría presentarse al ayuntamiento santacrucero dentro de año y medio. No, no ganaría, pero estoy más o menos convencido de que rentabilizando su marca personal y con una buena campaña electoral – y sabe organizarlas — Rodríguez tendría una oportunidad razonable de hacerse con la Alcaldía, por supuesto, con el respaldo del PSOE. E intentar entender esto con los viejos patrones interpretativos – chantacrú… en carnavaaaaaaaaaaaaaaaaal — resulta imposible y, a veces, realmente patético.
La dirección federal del PSOE gestiona sobre su organización territorial canaria una visión distinta a la de hace ocho o diez años. Cuando el PSOE disponía del fenomenal granero electoral andaluz y aun rentabilizaba satisfactoriamente su situación en Cataluña los diputados que podría conseguir en Canarias – o en La Rioja – eran una preocupación marginal. “Háganlo ustedes lo mejor posible”, me contó una vez Juan Carlos Alemán que le soltó como toda consigna y todo viático José Blanco, por entonces todopoderoso secretario de Organización. Ya no es así. El PSOE debe luchar diputado a diputado para retener y a ser posible incrementar su modesta mayoría en las Cortes y los quince escaños que suman las circunscripciones canarias son muy jugosos y –según piensan en el Gobierno y sus inmediaciones – relativamente baratos en términos presupuestarios. Esa es la clave del reencuentro entre la dirección federal – y el liderazgo de Pedro Sánchez –con las organizaciones territoriales: disputar hasta el último voto en una situación electoral instalada en la anormalidad, en la fragmentación, en lo discontinuo, en lo disruptivo más que en lo acumulativo, en un oportunismo sistemático más que en la coherencia y la continuidad. El PSOE de Ángel Víctor Torres y Nira Fierro – una versión de Fred Astaire y Ginger Rogers bailando sobre huevos – tiene todo el apoyo de los dirigentes nacionales, es decir, todos los múltiples medios que puede ofrecer la dirección federal para los comicios autonómicos y locales de 2023. Si algunos parecen escandalizados en los gastos en prensa y propaganda del Ejecutivo regional – y no solo en la televisión autonómica — lo mejor es que esperen la leche y la miel que van a llover sobre los bienaventurados, especialmente si la recuperación económica sigue languideciendo o se frena en seco.
Esta es la transformación nuclear del escenario político canario tradicional que necesariamente impacta tanto en los socios del PSOE como en los adversarios electorales, especialmente, Coalición Canaria, al que el discurso oficial psocialista intenta deslegitimar como fuerza política desde julio de 2019. Claro que probablemente me equivoque. El error es una de las consecuencias más melancólicas de no ser Iván Redondo.