SILA

Este año, en el Salón Internacional del Libro Africano, el  SILA, te podrías encontrar con Boubacar Boris Diop, uno de los intelectuales africanos de mayor prestigio internacional, con Juan Goytisolo, que acudió sin cobrar un céntimo aguijoneado por la curiosidad ante una convocatoria tan estimulante y atractiva creada y organizada en Tenerife, con el togolés Sami Tchak, un novelista excepcional traducido desde su magistral francés a varios idiomas, incluido el español, con Hamidou Kane, un clásico vivo de las letras senegalesas, con escritoras como la mozambiqueña Paulina Chiziane, la angoleña Aida Gomes o la beninesa Beatrice Lalinon, con editores llegados de tres continentes, con poetas y cuentacuentos y periodistas que hablaron de la edición de la poesía y de la poesía de la edición, de tradiciones y modernidades, de guerras y esperanzas, de lenguas y lenguaraces, de traducciones y traiciones, de las dictaduras criminales que asolan el continente y de la belleza indestructible de la palabra. Lo que difícilmente se podría encontrar, siempre con las excepciones de rigor, es con un escritor canario, un editor canario, un profesor universitario canario. Ninguno. Deben estar muy ocupados los escritores canarios, los editores canarios, los profesores universitarios canarios. Encerrados en su pomposa insignificancia, escribiendo algún articulito legañoso en una revista de colegachos, emborronando una inminente novela inmortal con su prosa habitualmente tartamuda, preparando alguna conferencia en el Ateneo que escucharán los atentos cadáveres de todas las frioleras tardes, presentando los ripios de un compañero que no se lava los pies ni los endecasílabos hace lustros, corrigiendo exámenes entre bostezos agónicos, repasando las pruebas de la vigésima novela policiaca que se publicará en Canarias en el último año, puro cliché aperejilado antes de terminar el primer capítulo y que evidencia el inmejorable estado de salud de la narrativa isleña del siglo XXI. Los escritores, editores y profesores universitarios canarios están muy ocupados, no lo duden, y han debido prescindir de cualquier curiosidad intelectual y vital, ese vestigio del pasado, para poder culminar sus vastas aspiraciones, antes descritas, con prontitud, decoro y eficacia. Por eso no les interesa nada, absolutamente nada, salvo ellos mismos, microscópicos universos autorreferenciales que escriben, editan y dictan clases con la pasión y la inteligencia con la que las vacas acaban sus digestiones. En cambio, jamás tanta gente asistió a las sesiones del SILA. Nunca antes se discutió con más razón, pasión y participación de los profesionales y del público. Ellos se lo pierden. Como ocurre siempre. Que (las musas) les den lo que merecen.

 

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?

Deja un comentario