Igual los que se han manifestado – yo no pude, pero no por falta de ganas – el pasado domingo en Europa y América no tienen toda la razón ni se apoyan rectamente en razones siempre intachablemente razonables. Pero básicamente no están equivocados. Qué extraña, nauseabunda y peligrosa regresión política y ética estamos viviendo. Decenas de miles de personas se manifiestan en este país – en Santa Cruz de Tenerife fueron más de 10.000 –, lo hacen una y otra vez, lo hacen con denuedo y progresivo éxito, lo hacen en plena articulación de un movimiento de crítica y protesta de carácter internacional, y lo que reciben, los mensajes que merecen desde las gramáticas del poder, es, en el mejor de los casos, un cariacontecido paternalismo (“perdónanos, Señor, porque no saben lo que hacen”) y en el peor, y más extendido, una descalificación burlesca, despectiva, marginadora, que pretenden reducirlos a una realidad fantasmal. Unos y otros comparten un montón de estupideces encaramadas en una superioridad moral e intelectual puramente ficticia. Contra toda realidad suscriben que los bancos y fondos de inversión no han robado a nadie, que los ciudadanos han vivido como niños mimados por encima de sus posibilidades, que todos somos responsables de esta catástrofe, que los manifestantes solo se representan a sí mismos, mientras que ellos, desde sus escaños, sus columnas de opinión o sus cátedras, al parecer, nos representan a todos. En última instancia los propagandistas del status quo vienen a afirmar que el sistema financiero y económico no ha fallado, porque es aproximadamente infalible: quien lo ha hecho, faltaría más, son los seres humanos. Lo mercados no atacan: los pobres mercados se limitan a defenderse. El capitalismo financiero globalizado, la financiarización de la economía global, representa la única promesa de prosperidad, y es una lástima que la gentecilla esta no lo entienda y se dedique a dar la lata por las calles y plazas, desdichadas reliquias de un concepto participativo de democracia que, por el bien de todos, debe desaparecer para siempre. No es operativo, no es pragmático, no es aceptable en un mundo en el que el dinero y sus mangoneadores saben mejor que nosotros lo que nos conviene.
Las manifestaciones seguirán aumentando y extendiéndose, porque la crisis, es decir, la reconfiguración de un sistema político para su feliz ajuste a las necesidades del capitalismo financiero, apenas está en sus inicios. Los ciudadanos (muchos ciudadanos) no van a renunciar graciosamente a su ciudadanía ni los plutócratas y sus servicios auxiliares a su afán de control. Esto no va a ser ni divertido, ni tranquilo, ni invariablemente simpático. Igual no se mantendrá siempre el respeto. Un viejo proverbio árabe dice: “A los perros muy ricos se les llama señores perros”.