No, no he firmado ningún manifiesto ni protesta a favor de Julian Assange, pero estoy dispuesto a hacerlo. Su detención apesta y tiene todo el aspecto de una sañuda iniquidad. Tampoco escribiré que la información bruta cedida por Wikileaks a cinco grandes periódicos – una pregunta inicial nada inocente: ¿por qué los cruzados contra el establishment mundial no la colgaron, al menos simultáneamente, en la red de forma inmediata en beneficio de la globosfera? – sea totalmente insignificante, porque entre el cúmulo de relatos y chismes quedan dibujadas, sin duda, zonas habitualmente ocultas del cinismo diplomático y la sordidez política. Hablo de información bruta, y no de periodismo, porque el periodismo se ocupa (se debe ocupar) tanto de la información como de su contexto, tanto de sus elementos informativos como de la articulación de un relato donde alcancen su verdadera, imbricada y concreta importancia. Pero, sinceramente, me resisto a ver en el señor Assange al Voltaire de la red, ni siquiera observo en él nada que se le parezca lejanamente a Ben Bradlee. He leído en alguna parte que Wikileaks dispone de un fondo de 300 millones de dólares, y aunque en su mayoría proceden de aportaciones anónimas, se conocen algunos de sus patrocinadores, entre los que figuran, nada menos, la siempre ecuánime agencia de noticias estadounidense Associated Press (la AP de toda la vida) y el multimillonario de buen corazón George Soros. Las teorías conspiranoicas y multidireccionales son una supina expresión de estupidez; reclamar un espíritu crítico, en cambio, me parece una medida elemental de salud pública. Mitificar automáticamente a Wikileaks y canonizar digitalmente a Assange no creo que contribuya demasiado a este último objetivo.
En la formidable batalla entre los que anhelan el control de la red de redes – los Gobiernos, las grandes corporaciones empresariales, los servicios de inteligencia – y aquellos que están dispuestos a resistir para mantenerla como un espacio neutral de participación libre muchos dudan de la estrategia de Wikileaks y del personalismo egomaníaco de su fundador o la critican abiertamente. En esta última filtración masiva han criticado con dureza lo que se les antoja un retroceso peligroso: la recentralización de la información y el entreguismo a grandes medios de comunicación que seleccionan, depuran o jerarquizan a su antojo la información proporcionada. Wikileaks es un capítulo más de esta batalla, donde uno sabe de qué lado está, pero sin admitir que el roce haga siempre el cariño.
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