Cuando en el pasado mes de julio Casimiro Curbelo dimitó como senador, explicó que abandonabala CámaraAltapara demostrar su inocencia y la de su hijo “sin ningún tipo de privilegio como aforado, como un ciudadano más”. O el señor Curbelo confía en que las denuncias que ha interpuesto contra la policía nacional terminarán en un proceso judicial con sentencia firme antes del próximo 20 de noviembre o simplemente cedió en su momento bajo las presiones de autoridades federales del PSOE con la convicción táctica de que, en pocos meses, recuperaría el acta sin mayores problemas, y sus palabras, henchidas de dignidad ciceroniana, fueron una burla a los ciudadanos. Yo me inclino, sin duda malévolamente, por la segunda opción.
El error de Curbelo – quizás siga considerándolo una minucia episódica y subsanable: no lo es – consistió en colocarse bajo los focos políticos y mediáticos, en una noche madrileña etílica y ensoberbecida, mientras se acentuaba el intercambio de obuses verbales entre el PSOE y el Partido Popular a pocos días de la dimisión de Francisco Camps. EnLa Gomeraestaba a salvo.La Gomeraqueda lejos, muy lejos, pero transformarse de repente, por su propia torpeza, en carne de titulares escabrosos, en una coyuntura en la que los propios políticos asumen, más o menos hipócritamente, que los políticos siempre están a punto de ser vituperables, cuando no merecen ser ahorcados, le ha resultado fatal. Entre las brumas alcohólicas el esperpento del senador quedó grabado en los espejos del callejón del Gato. Son espejos que deforman las imágenes, sin duda, pero lo hacen para decir mejor la verdad.
Es significativo que el único gesto de airada autonomía de la actual dirección del PSC frente a Ferraz se centre en la defensa a ultranza de la candidatura de Casimiro Curbelo al Senado. Para Curbelo el escaño en el Senado es fundamental. Por las ventajas del aforamiento y porque en los pasillos del Senado urde y zurce relaciones con ministros y secretarios de Estado que se traducen en financiación de proyectos, programas y subvenciones. Si la nueva dirección del PSOE – la que se nucleará alrededor de Alfredo Pérez Rubalcaba – lo considera como un apestado político, bien podría Casimiro Curbelo arrancar la caña y vender el curbelismo – un populismo clientelar como base de un apabullante mecanismo de control político y electoral — bajo siglas propias. Y su efecto en la organización del PSC en todo el Archipiélago sería de muy difícil gestión para José Miguel Pérez.