Alfonso González Jerez

La izquierda viejoven

El estado actual de la izquierda recental en Tenerife es de cierta perplejidad. Después de la victoria en el municipio de Santa Cruz de la opción de Podemos que rechazaba frontalmente  cualquier acuerdo con Sí se Puede – a la par que denunciaban con furia digna de mejor causa oscuras maniobras orquestales por las que Fernando Sabeté y los suyos pretendían malévolamente absorber en la capital a la organización fundada por Pablo Iglesias  — cualquier proceso de unificación político-electoral parece haberse detenido. Desde Sí se Puede, no obstante, se continúa insistiendo en la retórica de la unidad. Porque básicamente resulta, en efecto, de un artefacto retórico. Es preocupante leer las proclamas y documentos que circulan por las cuatro esquinas de este pequeño guirigay. Si se hace abstracción de siglas y nombres, podrían perfectamente haber sido escritos (o garrapateados) hace treinta años. Su visión de la política y las organizaciones políticas, de la sociedad y de los procesos de transformación social, implícita o explícitamente expresados, son casi un calco de cualquier documento al uso en la desafortunada izquierda de los años setenta, sin excluir esa fraseología semimesiánica y catequística con anhelos oraculares. ¿Qué sentido tienen expresiones como “unidad popular” o “sujeto histórico de cambio” en la Canarias del siglo XXI? ¿Realmente creen que nada ha cambiado desde hace décadas y que, por tanto, valen los mismos análisis, los mismos diagnósticos, los mismos presupuestos vagamente teóricos eructados una y otra vez por la indigestión de una realidad que se niega con la misma reiteración, qué torpe la puñetera realidad, a comer de su mano?

En medio de esta promisoria confusión ha estallado como una pequeña bomba (si lo prefieren, como un gran petardo) la decisión de Santiago Pérez, un referente histórico de la socialdemocracia isleña, de incorporarse a las candidaturas de Nueva Canarias, liderada por el expresidente del Gobierno Román Rodríguez. Son difíciles de entender las razones que han llevado a Pérez a aceptar la invitación de NC, empeñada en la construcción de una organización propia, a base de retales deslustrados y melancólicos zurcidos,  en la isla de Tenerife. En el ámbito político Santiago Pérez es un ejemplo difícilmente mejorable de que una notable inteligencia y una sólida formación no representan ninguna garantía para no enamorarse del error con desmedida pasión.  No obstante, el error de Santiago Pérez –si lo hay — es suyo y solo suyo y una manifestación de su libertad.  Lo más llamativo este fichaje, por el momento, consiste en las reacciones de Sí se Puede y compañía. Insultos, descalficaciones, pueriles pero groseras alusiones a la cartera hacia un político que si algo ha demostrado durante treinta años es una honradez  intachable. El inequívoco aroma inquisitorial de fulminante excomunión y desdén demonizador que desprenden los que enarbolan la enseña de la “nueva política” y se comportan – y no solo en sus discursos, documentos y eslóganes – como la vieja, anquilosada, prejuiciosa y petulante izquierda de toda la vida.

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Pa lucir en el ojal

“No hay en la dignidad ruido ni desgarramiento, sino humildad y pudor”, escribió Cándido, uno de las más espléndidas prosas del periodismo español, en el último libro que le permitió la muerte.  Una reflexión extraña en una coyuntura en la que la dignidad se ha convertido en un conjunto de coros y danzas, en un entusiástico ejercicio pauloviano: me dan un palo y segrego dignidad.  Sin embargo, de las furibundas declaraciones de Juan Manuel García Ramos, presidente del PNC, sobre Coalición Canaria, cabe deducir que entiende que su minúsculo partido no ha sido herido en su dignidad, sino en su honor. Tampoco se me antoja muy extraño porque, como explica el propio Cándido, “la dignidad nace de la autocontemplación, el honor de la contemplación de los demás”.

Después de la demorada dimisión como senador de Miguel Zerolo, la dirección de CC debía elegir a su sustituto entre sus parlamentarios para los diez meses que restan antes de la disolución de las Cortes y las elecciones generales, y se optó por la designación de la diputada María del Mar Julios. García Ramos he elegido este momento para declararse calderonianamente ofendido. El filólogo esperaba que fuera elegido un diputado tinerfeño, lo que le hubiera llevado automáticamente a un escaño en el Parlamento de Canarias. He aquí la furia jupiterina de quien, en las últimas semanas, ha condenado una y otra vez la “deriva insularista” de CC, pero que se infarta cuando sus compañeros proponen y aprueban que la senadora sea una diputada de otra isla.  García Ramos no ha podido reprimir su amarga decepción por lo que considera reiterados incumplimientos de Coalición Canaria que, asegura, le prometió, entre otras bagatelas, que el venerable José Miguel González dejaría su escaño para que el profesor pudiera incorporarse y proyectar su verbo florido y encalado en las paredes de la cámara regional. Lo más cómico del asunto es que tal compromiso no figura en ningún documento: fue un acuerdo, una conversación, una suposición mantenida entre Paulino Rivero y el propio García Ramos. Ha sido el presidente del Gobierno y de CC quien no ha cumplido en los últimos tres años y medio con la hipotética obligación contraída con el PNC, pero curiosamente García Ramos y sus adláteres votaron a favor de Paulino Rivero, y no de Fernando Clavijo, en el Consejo Político Nacional de Coalición Canaria del pasado septiembre. Un aval concienzudo y entusiasta a un Rivero al que solo interesó incorporar a un capitidisminuido PNC a los órganos de dirección de CC para utilizarlos – con su conocimiento y anuencia – como valet de chambre y garantía de respaldo irrestricto.

Quizás Juan Manuel García Ramos teme que el fin del paulinato supondrá la irrelevancia definitiva e irrecuperable del PNC, pero se confunde, como siempre le ocurre cuando no se trata de novelas latinoamericanas. Hace ya muchos años él mismo redujo a ese partido, sin miramientos ni pudor, a una flor ajada para lucirla en el ojal. Y en el curriculum de premios, honores y distinciones.

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Colapso sanitario

Ciertamente un repunte de gripe y los efectos de la calima han colapsado los servicios de urgencia de los hospitales públicos –particularmente en Tenerife – durante varias horas, pero la situación de sobrecarga estructural, la presión de una demanda asistencial incesante, no es nueva precisamente, y si uno repasa las estadísticas, la saturación de los centros viene incrementándose desde el año 2010.  Hace algunos meses estuvo a punto de estallar una rebelión de los gerentes de los hospitales públicos de la Comunidad autonómica, que incluso se plantearon presentar unánimemente su dimisión, y que fue abortada in extremis por los responsables políticos del Servicio Canario de Salud.  Los gerentes entendían que la situación de sus centros era financieramente insostenible y que la testaruda (o estúpida) fiscalización de los servicios de intervención resultaba incompatible con los principios gerenciales de un hospital público, incluida una inevitable (aunque racional) flexibilización en el gasto en atención a circunstancias impredecibles.

Los problemas derivados de la presión asistencial en centros hospitalarios desbordados guarda relación directa, obviamente, con los recortes en los presupuestos sanitarios. Los presupuestos de la sanidad pública canaria se incrementaron un 1,65% en 2014 respecto al año anterior, pero es que entre 2010 y 2013 la poda sumó más de un 14%, con una media anual en dicho trienio de cerca del 15% en el capítulo de Atención Primaria. Era y es imposible recortar un euro más sin verse abocados a situaciones todavía más graves, como las registradas en Madrid y Valencia, con cierres definitivos de servicios y despidos directos en el personal sanitario. Pero la asfixia financiera no es la única razón de la crisis de un sistema sanitario que se tambalea. La Comunidad autonómica destina más de 2.600 millones de euros a los servicios sanitarios públicos, es decir, un 42,6% de su presupuesto.

Habría que aclarar que defender estentóreamente el gasto público no equivale sin más a defender el Estado de Bienestar ni resulta particularmente eficaz para conseguirlo.  Un país puede gestionar un gasto público elevado y disponer de unos servicios sociales más bien deplorables, es decir, redistribuir comparativamente poco y mal. Esto último ocurre con el modesto (y durante el último lustro erosionado) Estado de Bienestar en España y, desde luego, en Canarias. La estructura política y técnica del Servicio Canario de Salud  –así como el mismo modelo de gestión en hospitales y en atención primaria – se mantiene básicamente igual que en el año 2008 como si la realidad no fuera con ellos. La financiación territorial del Estado no se ha adaptado a un escenario económico y presupuestario recesivo, lo que ha contribuido a aumentar la insuficiencia financiera y una desigualdad relativa entre comunidades autonómicas.  Meter tijeras es sencillo;  introducir programas de racionalización del gasto sometidos a una evaluación sistemática exige, en cambio, un mayor esfuerzo organizativo basado en la corresponsabilidad de gestores, personal sanitario y pacientes. Pero sobre todo conviene no olvidar que población del Archipiélago ha crecido en más de 400.000 personas en los últimos quince años y el porcentaje de ciudadanos de más de 60 años casi se ha triplicado en los últimos veinte. El mayor problema del sistema sanitario canario no deriva de la limitación de recursos financieros, con toda la gravedad generada por unos recortes torpes y brutales, sino de su mismo modelo organizativo y de gestión en el seno de una sociedad afectada por un rápido crecimiento demográfico y un envejecimiento pronunciado de su población.

Es la misma supervivencia del sistema sanitario público la que está en riesgo y esta quiebra anunciada no se detendría aunque se regresara a los niveles de gasto público anteriores a 2008.

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Ruina y silencio

El próximo día 31 la dirección de Podemos ha convocado una manifestación que no tiene otro objeto que sí misma. Una exhibición de fuerza para demostrar su capacidad de movilización y anunciar la buena nueva del comienzo del fin del régimen. Entiendan ustedes régimen (como la expresión casta) según prefieran. Como ha apuntado algún agudo analista, Podemos no vende un partido, ni siquiera se compromete con un programa concreto y específico, sino que ofrece un relato, según las más novedosas técnicas del marketing político, y para que todo el mundo lo comprenda y comparta y jalee, se trata de un relato de naturaleza básicamente alegórica y de una simplicidad a menudo catecuménica. Estoy convencido de que tendrán éxito.
Se me antoja improbable que se avizore al final de ningún régimen, aunque las elecciones autonómicas y locales – seguidas al cabo de apenas medio año por las generales – agudizarán la crisis política e institucional en España y en Canarias. Lo que se avecina, según todos los estudios demoscópicos, es una crisis de gobernabilidad fruto de una fragmentación de los mapas electorales a todos los niveles, no la III República ni la socialdemocracia sueca ni la lectura obligatoria de Thomas Piketty en los parvularios. Obviamente Pablo Iglesias y sus compañeros no lo ignoran y es predecible que gestionen la inestabilidad política a favor de sus propios intereses inmediatos, no que la eviten. Si el PSOE opta por incorporarse a un Gobierno con el PP, está muerto; si los socialistas apoyan a un Gobierno presidido por Iglesias, está acabado. Podemos ha crecido movilizando a abstencionistas y devorando la base del PSOE – cada vez más erosionada desde mediados de los años noventa — en las clases medias urbanas. El tripartito que se dibuja en lontananza será un instrumento para acabar de desollar el rabo de los socialistas y quedarse con los restos – aun golosos – de lo que fue su patrimonio político-electoral. Para Podemos, por tanto, las próximas elecciones son muy relevantes, pero no sustanciarán su objetivo último, que es, como ocurre con cualquier otra fuerza organizada, la llegada al poder. Cuando se les pregunta a los podemistas más serios y mejor informados sobre su programa político responden con una contestación sincera, pero muy preocupante: depende de la relación de fuerzas. El programa, por lo tanto, es una suerte de work in progress, una operación en curso permanentemente renovable, y no un compromiso nítido, coherente y cerrado. Como suele ocurrir con los partidos revolucionarios.
En Canarias, por supuesto, se desconoce totalmente cuál es el diagnóstico político y económico del país que maneja Podemos y el programa de gobierno que considera imprescindible aplicar en los próximos años en una situación de crisis global enquistada en un sufrimiento social espeluznante. Y así estamos: entre un sistema político que amenaza ruina y una alternativa que, envuelta en un estruendoso silencioso, se alimenta taimadamente de los mismos escombros y tienda a transformar la indignación en un chucho amaestrado.

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Dimitir un poquito

“El Gobierno”, salmodió Martín Marrero, portavoz desde el Paleolítico Superior, “mantiene su confianza en don Fernando Ríos Rull como comisionado para el Desarrollo del Autogobierno y Reformas Institucionales”. Pues no. No es el Gobierno quien mantiene una confianzuda confianza en el señor Ríos Rull, sino su presidente, porque, según el Estatuto de Autonomía, es él quien separa, nombra y puede destituir a los cargos del Ejecutivo. Pero qué más da. Se ha perdido hasta el último ápice de vergüenza política y decoro institucional. Por otro lado, ¿cómo no mantener la confianza en un sujeto que en los últimos tres años ha impulsado tan brillantemente el autogobierno y ha sabido implementar las reformas institucionales que disfruta actualmente la comunidad autonómica? Para resumir la situación, en fin, tenemos un comisionado que abandona su partido político entre fabulosas descalificaciones a su estrategia y a su candidato presidencial, y anuncia, en su vertiginoso minuto de gloria, que fundará otra opción política nacionalista que competirá en el mercado electoral con la organización que ahora pone a parir, y cuyo presidente – que al mismo tiempo es jefe del Ejecutivo –confirma en el cargo. Para seguir en el despacho le ha bastado con dimitir un poquito. Más allá de las cuitas y agarradas internas de los coalicioneros este deleznable espectáculo es un síntoma de la degradación política que padece este país.
El mensaje de Paulino Rivero a Clavijo y a la organización tinerfeña de CC deviene inequívoco y abre la veda a otros dimisionarios que no dimitirán ni por casualidad. No creo que el Gobierno regional llegue a convertirse en un equipo de dimisionarios que no dimiten ni chorreándolos con agua hirviendo, pero a buen seguro brotarán otros (y otras) egregios caraduras y desilusionados sobrevenidos. Los suficientes para aparentar, al menos, una división en el seno de CC. Utilizar el Gobierno como ariete para erosionar al partido es una técnica relativamente novedosa y una de las últimas opciones que le restan a Paulino Rivero para seguir jugando al delirante juego de sucederse a sí mismo, para proseguir en el empecinamiento cesarista de no admitir las decisiones de su propio partido. Es difícil aventurar lo que ocurrirá con CC en las próximas elecciones autonómicas, a la que se enfrenta después de muchos años de gestión de la comunidad autonómica, una marca política con evidentes señales de desgaste y un candidato presidencial asaltado por rocambolescos problemas judiciales. Pero lo que está claro es el destino que le espera a cualquier chozo montando precipitadamente por una atrabilaria mesnada de oportunistas y paniagüados inescrupulosos: la nada.

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