Alfonso González Jerez

Primarias despatarradas

Las primarias del PSC-PSOE para elegir al candidato presidencial socialista en las elecciones autonómicas del próximo mayo han sido, para empezar, una chambergada indigna. Más que primarias abiertas han sido primarias despatarradas. Los socialistas fueron incapaces de dotarse de un reglamento lo suficientemente claro y conciso para regular la inscripción de los simpatizantes que pretendían votar. Como el portal digital de la organización federal funcionaba a pedales y no se remitieron a las agrupaciones locales los suficientes  papeles con autocopia para formalizar las inscripciones, los partidarios de Patricia Hernández  se dirigieron a la dirección para buscar normas de conducta y se les explicitó que se podía abonar las inscripciones (dos euros por cabeza) con una misma tarjeta de crédito sin ningún límite. Entonces comenzó la carrera. Con una sola tarjeta, en un único movimiento bancario, fueron inscritos 1.000 simpatizantes – una operación de 2.000 euros – en Las Palmas de Gran Canaria. En Adeje, con una cantidad similar, se emplearon un par de tarjetas. La sombra de la manipulación resulta demasiado espesa. ¿Quién abonó esos miles de euros? ¿Disponen los pagadores de certificados de los simpatizantes de haber ingresado en una cuenta bancaria o en las agrupaciones locales la cuota exigida para la inscripción? La dirección federal decidió excluir del censo a todos los casos potencialmente sospechosos pero, sorprendentemente, mantuvo las elecciones, contra el criterio más razonable, que aconsejaba suspender el proceso y desarrollar una investigación interna con las suficientes garantías. ¿El Comité de Derechos y Garantías no abrirá una investigación para depurar responsabilidades? ¿O basta con la discreta amnesia colectiva de ganadores y perdedores para pasar página?
Finalmente resultó ganadora Patricia Hernández. Era la única que contaba con un apoyo explícito de alcaldes y concejales (y no únicamente tinerfeños) y supo jugar exitosamente, por enésima vez, el papel que le ha valido su travesía por el Senado y el Congreso de los Diputados: la máscara jovial y dicharacheramente indignada de una joven socialista que se reclama de izquierdas a través de una retórica más mitinera que política, una piba trufada de normalidad y buen rollo, una esperanza de renovación que no tiene nada que ver con lo anterior, salvo su propia ambición. Hernández, sin embargo, es un producto quintaesenciadamente zapaterista que ha exprimido muy bien en las redes sociales media docena de preguntas a los ministros de Mariano Rajoy, pero a la que jamás se le ha escuchado una palabra que no sea un eslogan sobre la reforma del modelo organizativo del PSC-PSOE, el Régimen Económico y Fiscal o el desempleo estructural del archipiélago.

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Maullidos primarios

Lo que rodea y empapa al proceso de primarias del PSC-PSOE para elegir candidato presidencial a la Comunidad autonómica es la irrealidad. Sí, el proceso es real, y supone un paso indiscutible para mejorar la democracia interna en el PSOE. También son reales la curiosidad de los militantes y los medios de comunicación, los censos, la comisión de Garantías que preside beneméritamente Julio Pérez. Quienes aportan la fantasmagoría que termina relativizando y hasta cuestionando el interés del proceso son, exactamente, los propios candidatos. Una vez que la consejera de Empleo (¡la consejera de Empleo quiso proponerse como candidata a la Presidencia del Gobierno de un país con el 30% de paro!) abandonó sus anhelos (desde entonces los más desalmados la llaman Poquita Luengo) los tres restantes se han entregado a la dulce fantasía de abusar de una inocencia política de la que no pueden disponer. Los tres sueñan Canarias con ronquidos solidarios. Los tres quieren unas Canarias distintas. Los tres están dispuestos a emprender reformar y cambios, presumen de no disfrutar de la tutela del aparato del partido, advierten que no son profesionales de la política, cabalgan sobre unicornios inmaculados hacia un sistema sanitario reuniversalizado, una educación pública con mayores presupuestos, una ecología reverenciada como factor clave de un nuevo modelo de desarrollo, incluso una renta básica que eliminaría las crecientes bolsas de marginación y exclusión social.

Lo que ocurre, dicho brutalmente que, si se excluye a grupies, familiares y mascotas,   no son creíbles.

Sus pregonados sueños — en días en lo que se exige es una atenta vigilia — devienen eslóganes escarchados por la caspa de una ilusión finiquitada. El PSC-PSOE cogobierna esta comunidad autonómica desde hace casi tres años y medio. En Tenerife también cogobiernan en el Cabildo Insular y en los ayuntamientos de Santa Cruz y La Laguna, entre otros, y resulta insólito que los candidatos ignoren tan pachorrudamente esta obviedad. Los tres son cargos públicos y están integrados en ese siempre tan sospechoso aparato de dirección: Patricia Hernández es secretaria general de la agrupación de Santa Cruz, Carolina Darias, vocal de la ejecutiva federal del PSOE, Gustavo Matos, secretario de Política Municipal de la comisión ejecutiva del PSC. Todos juegan al juego pueril de suprimir sus condicionantes y sus responsabilidades en el actual status quo del partido. Lo primero que reclaman los votantes y exvotantes del PSOE es una explicación sobre lo que le ha ocurrido al partido en los últimos tres años y medio, precisamente, cuando Rodríguez Zapatero volatizó el compromiso con sus votantes. Qué hacen en el Gobierno de Canarias y en otras administraciones. Y por qué no van a seguir haciendo lo mismo. Las invocaciones al cambio ya no convencen y se quedan en maullidos grandilocuentes cuando otras izquierdas han aparecido ya en el horizonte político y electoral y están dotadas con esa gracia ambigüa, atractiva y peligrosa que es la inocencia.

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Los saltos del pato cojo

Caben dos posibilidades: o Paulino Rivero ha diseñado una estrategia política personal pre/post electoral o, bueno, necesitaría un abogado al lado para decirlo. Un presidente de Gobierno que se sabe ya excluido de la contienda electoral no queda liberado de obligaciones precisamente. Debe responsabilizarse de la dirección y coordinación de su gabinete hasta el último minuto de su mandato, rematar objetivos próximos, priorizar los asuntos de su programa político susceptibles de materialización (legislación, programas, acciones concretas) y, con la mejor o la peor de sus sonrisas, ponerse a disposición de su partido y del candidato que haya sido designado, lo que no tiene nada que ver – en Canarias parece obligado enfatizar las obviedades – con renunciar a sus prerrogativas ejecutivas. Lo que conduce a la situación actual es que Rivero siempre ha considerado como una de sus prerrogativas pronunciarse y tomar decisiones sin preguntarle a Coalición Canaria ni la hora. Y ha podido hacerlo porque al frente de CC han actuado distintos y apacibles sordomudos como presidentes de escayola y el leal José Miguel Barragán siempre como secretario de Organización y, finalmente, secretario general. Rivero, por lo tanto, sigue adelante como si no hubiera un pasado mañana, hasta el punto de que, en ocasiones, parece que haya inaugurado un tercer mandato el pasado mes de septiembre, cuando el Consejo Político Nacional de los coalicioneros eligió a Fernando Clavijo como candidato presidencial.
Ahora se ha descolgado con un artículo (de inmediato reproducido en todos los periódicos isleños) en el que inaugura asimismo su carrera como pensador doctrinal. Empapado en las aguas de Fernando Ríos el presidente reclama ahora una “soberanía compartida” que parece inspirarse teóricamente en los cafelitos que se ha tomado con Íñigo Urkullo. La diferencia, claro está, es que si el señor Urkullo se lanzase mottu propio a reflexionar por su cuenta sobre el horizonte competencial de la Comunidad vasca sería llamado inmediatamente al orden por el Euzkadi Buro Batzar, la comisión ejecutiva del PNV que, por supuesto, no preside él. La dirección de CC no ha debatido en ningún momento estos extremos ni se conoce posición alguna al respecto de los dirigentes y organizaciones insulares de Coalición. No es que el artículo de Rivero diga gran cosa. Bajo el campanudo eufemismo – constitucionalmente muy discutible – de soberanía compartida subyace la habitual reclamación de un nuevo atracón competencial. Lo insólito es contemplar a un presidente al que le resta poco más de medio año de mandato aferrado a la batuta política por encima de un partido que guarda silencio, esperando con los ojos semicerrados su próxima ocurrencia. El próximo saltito del pato cojo.

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Los inmortales

En las direcciones de las fuerzas que integran CC los liderazgos no se miden por años, ni siquiera por lustros, sino por eras geológicas. Obsérvese lo ocurrido en Tenerife, donde la elección como candidato presidencial de Fernando Clavijo revistió los ropajes de un cataclismo insólito mientras el presidente del Gobierno autonómico se dedicaba a dos cosas durante meses: a evitar pronunciarse si se postulaba o no y a convencer con toda la capacidad de seducción que atesora el BOC que si no era él, era el diluvio (como es obvio, el que ha empezado a diluviar ha sido él mismo y no dejará de hacerlo hasta su último día de mandato). En La Palma Antonio Castro actúa como un iguanodonte en su mundo perdido y basta con que mueva suavemente la cola para que Juan Ramón Hernández (muy a gusto) y Guadalupe González Taño (no tanto) se apresuren a cumplir sus deseos. No es imprescindible un doctorado en politología para adivinar lo que ocurre con las organizaciones políticas que soportan liderazgos prolongados durante generaciones: oligarquización, cooptación, pérdida de conexión con la realidad social, incapacidad de adaptación, fosilización de las estrategias, los mensajes y los programas.  Ocurre en La Palma, desde luego, pero también en Fuerteventura, donde la tectónica de placas entre los dirigentes históricos – y actuales – de AM amenaza con originar un terremoto autodestructivo.
Bajo la ficción reglamentaria de un partido asambleario, AM es controlada directa o indirectamente por una élite reducida de cargos públicos que ha podido mantener en equilibrio las distintas ambiciones personales, parroquias clientelares y estrategias de poder. El máximo cargo orgánico – el de coordinador general – se ha reservado para militantes sin responsabilidades públicas relevantes porque, en realidad, ha operado casi siempre como un canal de comunicación y mediación entre las personalidades y facciones del tablero del poder. Actualmente Juan José Herrera Velásquez es el coordinador general de Asamblea Majorera. Hace un cuarto de siglo era ya presidente del Cabildo de Fuerteventura. Yo sospecho que Herrera Velázquez llegó a la isla en el equipaje de Gadifer de La Salle, aunque sea difícil averiguar si en el baúl de los trofeos de caza  o en el de la ropa interior. El hecho es que ha cometido una torpeza inaudita: abrir las puertas del partido a Sergio Lloret, cabecilla de un organización microbiana, Asambleas Municipales de Fuerteventura, que en los últimos años se ha dedicado a la descalificación feroz del presidente del Cabildo, Mario Cabrera, y de todo lo que oliese vagamente a AM. Cabrera se ha enfurecido pero en la cólera encuentra la satisfacción de un envite a vida y muerte contra Herrera Velázquez. Utilizará ese fichaje estúpido para intentar destruirle como Herrera intenta, a través de ese estúpido fichaje, desinflar sus ambiciones. Y esto ocurre a ocho meses de las elecciones. Y ocurre, sobre todo, cuando una clase política dirigente se cree inmortal, y entre los inmortales saben, como cualquier Christopher Lambert, que solo puede quedar uno.

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Una fábula

Los relatos no hablan de sí mismos; hablan, sobre  todo, de sus lectores. Las preferencias literarias nos definen y hoy el género más en boga es la fábula, es decir, una historia colonizada por una moraleja.  Hace poco construimos entre todos en esta isla – bueno, para ser justos, unos más que otros – la fábula de un matrimonio de ancianos de Tacoronte a los que la cruel maquinaria judicial, impulsada por un vecino estereotipadamente egoísta, conseguía arrebatarle su vivienda y dejarlos en la calle. Una obra de autor colectivo en el cual se incluían muchos vecinos, organizaciones como Stop Desahucios o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y, por supuesto, los medios de comunicación, alertas por una historia de tan concentrado y desgarrador interés humano. Fue terrible: la policía, aparato represor al servicio del Estado, llegando al amanecer al pueblo, los fotógrafos haciéndose un gimoteante selfie para demostrar que estaban ahí y no les dejaban acercarse a la vivienda, los ancianos llorando con sus humildes enseres en la calle, el alcalde callejeando con el rostro desencajado por los alrededores, las maldiciones agoreras contra el denunciante, el triunfo de la maldad abrumando todos los espíritus.
Muy mal. Quiero decir, muy bien. Ya me entienden.
Unos días después los medios, sin despeinarse, visitan a los encantadores ancianos en su nueva vivienda. ¿Un inmueble de titularidad municipal acaso cedido por el ayuntamiento de Tacoronte? No, no. El maltratado matrimonio es propietario de otra vivienda, situada en la misma calle que la anterior. A muy pocos metros de distancia. Es una casita de 75 metros cuadrados construidos sobre una parcela de 278 metros cuadrados. La finca es mayor que la anterior, aunque la vivienda sea más pequeña. En media hora habían hecho la mudanza. Después el matrimonio de jubilados disfrutó de unos días de asueto en un hotel del Puerto de la Cruz. Instalados en su nueva residencia la simpatía por su causa (sic) ha llevado a una empresa a instalarle gratuitamente una esplendorosa cocina completa. La casita la heredaron en su día de un vecino (llamado, según explican, Leovigildo, del que, como los reyes godos, jamás mencionan el apellido, qué importancia tiene el apellido en un episodio tan hermoso) al que ambos cuidaron durante sus últimos años de enfermedad. Por desgracia la amenaza no les abandona: tienen recurrido en el juzgado el pago del impuesto de transmisión patrimonial. A ver si hay suerte.
Los medios de comunicación renuncian a revisar lo contado en los últimos meses desde la luz que arrojan estas nuevas, digamos, circunstancias. La PAH no dice ahora ni pío. No se va a reventar ahora esta fábula magistral que ilustra tan espléndidamente tanta basura idiosincrásica: nuestra pasión por el chisme apesadumbrado, nuestra profesionalidad, ese acendrado sentido de la justicia al que ninguna inteligencia puede sobornar, la orgullosa incapacidad para entender y gestionar, sin baboserías ni maniqueísmos, lo que nos rodea.  No olviden la moraleja: somos idiotas.

 

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