Alfonso González Jerez

Nueva politiquería

Desde el Gobierno del PP se impulsan campañas en todos los frentes (económico, fiscal, jurídico) que pretenden, y si se mantienen en el tiempo conseguirán, la cristalización de un modelo social y una placenta ideológica que jamás figuraron en ningún programa electoral. Desde la ultramontana ley del aborto al proyecto legislativo de Seguridad Ciudadana, pasando por la estéril reforma laboral y los cínicos retoques al sistema de imposición fiscal, Mariano Rajoy y sus ministros no paran y la degradación democrática  avanza como una tarde de domingo angustiosamente ineltuctble. Ante esta situación disponemos de un partido socialdemócrata huérfano de sí mismo y unas izquierdas alucinadas con ensueños de procesos constituyentes, nacionalizaciones a batiburrillo, referéndum para la abolición de la monarquía y otros camafeos de retórica adolescente. En todas las encuestas electorales queda demostrado que el suelo de votantes del PP resiste y que el voto de izquierda y centroizquierda no crece apreciablemente, sino que se fragmenta.
Escucho a las izquierdas (a Podemos, a la CUP,  a la IU que Alberto Garzón quiere ahora matrimoniar con quien tenga el progresismo más grande) y me siento trasladado a los pocos segundos a la calle Heraclio Sánchez en los años ochenta. Entre otras cosas porque estas izquierdas – como el propio PSOE – carece de auténtico programa político, está instalada en la fantasía de representar a la mayoría por ser quienes son (y punto) y participan únicamente de una ética de la convicción y jamás de una ética de la responsabilidad. Debatir no es exponer ardientemente lo que uno cree, sino admitir y metabolizar el diálogo con aquellos que no comparten tus creencias. Así que el refugio predilecto consiste en la denuncia y a menudo la denuncia no toma en cuenta la evidencia, los datos, el conocimiento acumulado. Uno de sus objetivos predilectos es consolidar la imagen de un sistema en el que conservadurismo y socialdemocracia son vasos comunicantes y que cualquier reformismo significa hipócrita pecado mortal. Una vez más lo escucho cuando se acusa a los socialdemócratas de votar a Jean-Claude Juncker presidente de la Comisión Europea. Miren, miren, votando a un conservador, los muy fementidos. Se olvida que se pactó que para la designación del sucesor de Joao Durao Barroso se atendería a los resultados electorales y que el 25 de marzó ganó la derecha. Se olvidan que sin pactos continuos entre conservadores, liberales y socialdemócratas – en los que, como en cualquier otra cámara, se negocian partidas, programas y cargos – la Unión Europea no hubiera prosperado política, económica y parlamentariamente. Más aun: sin ese consenso, necesariamente criticable, la Unión Europea no  existiría. Pero lo importante es el titular, la foto y el engaño. No sé a que me suena eso. Ah, sí. No es a política. Es a politiquería.

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La disyuntiva

Ignoraba –como tantas otras cosas – que existiera en Coalición Canaria una corriente interna conocida como Progresistas por Paulino (PPP) que, como cabía esperar, apoya la tercera candidatura presidencial consecutiva de ese izquierdista insobornable que siempre ha sido el presidente Rivero. Progresistas por Paulino es un apósito creado, entre otros hirvientes cerebros coalicioneros, por Fernando Ríos, al que se le suelen achacar labores de comando pirómano por instrucciones de Rivero, acusación injusta, porque a Ríos se le ocurren muchísimas tonterías por su cuenta. En fin, es una vieja estratagema: formalizar una corriente interna desde el poder institucional que no pasa de ser un conjunto dispar de satélites que rulan alrededor de la Presidencia y que quieren seguir haciéndolo indefinidamente. Lo de llamarlo Progresistas por Paulino no deja de constituir un rasgo humorístico, como lo serían Centristas por Mariano, Ciudadanos por Rubalcaba o Liberal-conservadores por Pablo. Sin embargo, para la muy delicada situación de la candidatura presidencial de Rivero no parece ser suficiente. ¿Dónde están los Troskistas por Paulino, los Alicatadores por Rivero o los Embalsamadores por Baute (bueno, hay uno en la televisión autonómica, pero últimamente se pasa el día llorando)? El presidente no parece entender que – entre otras poderosas razones para el descarte — su figura política está carbonizada y que los menceyes coalicioneros saben – y la militancia intuye – que una tercera candidatura desembocaría en una catástrofe electoral.
Por eso Paulino Rivero, el pasado martes, apenas consiguió reunir a  medio centenar de militantes en la presentación de su candidatura en la capital tinerfeña, a la que solo acudió un alcalde, el tacorontero Álvaro Dávila. Los demás se excusaron cortésmente o, incluso, se excusaron de excusarse, comenzando por el secretario general de CC en Tenerife, Fernando Clavijo, cuyo control sobre la organización insular quedó de nuevo evidenciado, mientras en las restantes islas crece el consenso alrededor del alcalde de La Laguna. Sin embargo, Coalición se engaña si cree que bastaría con un nuevo candidato para seguir siendo una opción de gobierno, no se diga encabezar y controlar el próximo Ejecutivo regional. Los mapas electorales están cambiando velozmente por el hartazgo de los ciudadanos y la desafección hacia el establishment tradicional del sistema de partidos. En Canarias también. CC – y aun más que el PP y el PSOE – se enfrenta hoy a la disyuntiva tajante de una renovación profunda o un proceso veloz de consunción política. Los ciudadanos – incluidos los habituales votantes coalicioneros – no quieren alternancia, quieren alternativas. ¿Se puede reinventar un partido en diez meses?

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Infiltrados

Hace algunas semanas pude leer y escuchar un lúcido descubrimiento: los más violentos y vociferantes sujetos que saltaron al campo en el último partido de liga de la UD Las Palmas eran un manual de sociología, aunque con muchas patas y algunos tatuajes. Les comentaré brevemente – quizás sea innecesario – cómo resolver una columna al respecto. Si ocurre algo como lo sucedido en el estadio de la UD Las Palmas hay que ser a la vez valeroso y clarividente y explicar que lo ocurrido es una amarga expresión – sin duda indeseable, puede añadir – del incremento de las desigualdades sociales, del fracaso de nuestro sistema educativo público, de la creciente exclusión de las clases populares y la pauperización de las clases medias y así. Se trata de practicar una discreta victimización de los gamberros – no, no se le ocurra llamarlos gamberros, que son seres humanos como usted o yo y eso puede herir aun más su maltrecha autoestima – y diluir hermenéuticamente cualquier responsabilidad individual. Dicho esto usted puede despedirse de los lectores con un gesto adusto señalando, singular lucidez la suya, que resulta paradójico que la gente clame porque su equipo pierda una oportunidad de ascenso y en cambio – qué tristeza — no proteste mayoritariamente por los recortes en educación, sanidad y políticas asistenciales.
La práctica justiciera y/o comprometida de la sociología recreativa – que puede llevarte a la conclusión de que la Unión Deportiva no ascendió por culpa de Mariano Rajoy, Paulino Rivero o el capitalismo financiero globalizado – no contribuye, en realidad, a aclarar absolutamente nada, salvo los pruritos morales del comentarista. Pero he encontrado otra joya similar. En la manifestación contra las prospecciones de Repsol, el pasado 7 de junio, un grupo de individuos rodearon a una fotoperiodista  y le acusaron de ser una infiltrada a sueldo de las hordas policiales.  De nada valió que la periodista se identificase como tal: fue insultada y zarandeada, le sustrajeron la cámara para reventarla contra el suelo y recibió amenazas. Obviamente se interpuso la correspondiente denuncia contra los matones y la policía los detuvo: se les tomó declaración y salieron a la calle a la espera del juicio. Pues bien, leo ahora un artículo de un sujeto llamado Ramón Afonso que habla de una “detención arbitraria” y de la “tortura de baja intensidad” infringida a los agresores y que consistió en pasar algunas horas en comisaría. La agresión contra la fotógrafa deviene irrelevante porque lo fundamental es que sus responsables tienen un gran corazón y destilan compromiso y solidaridad y cuidadito con tocarles un pelo. Ellos no agredieron y aterrorizaron a un periodista. Ellos luchan – oh, heroísmo escarnecido — por la libertad y la dignidad del pueblo. Y el pueblo son ellos, y los demás, infiltrados.

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Tertulia o muerte: venceremos

Muchos simpatizantes de Podemos se escandalizan por las críticas que empiezan a arreciar sobre el proyecto político –todavía germinal – que consiguió cinco diputados en las elecciones europeas; arremetidas que se centran, básicamente, en estimular el descrédito de Pablo Iglesias. Sinceramente no sé que se esperaban y dudo mucho que al núcleo fundacional de Podemos le haya sorprendido. Más allá de los deleites conspiranoicos, cuando uno se lanza al espacio público para exponer ideas y programas se expone a la crítica, a la descalificación y hasta al matonismo. Lo dicho hasta ahora sobre Iglesias palidece frente a lo que en su día les tocó aguantar a Julio Anguita o a Felipe González, por mencionar a dos enemigos íntimos. El profesor Iglesias – al que cada vez con más frecuencia le segundan o sustituyen Juan Carlos Monedero o Iñigo Errejón, para eludir su sobreexposición mediática – sigue consumiendo muchas horas en televisión. Su cuota de pantalla no guarda ninguna relación directa con su relevancia político-electoral. Por mucho que les pasme a sus más recalcitrantes seguidores, Pablo Iglesias y compañía no ocupan diariamente espacio televisivo por el interés que concita sus análisis o sus propuestas entre las productoras, sino porque generan audiencia. El share es la única ideología que les alegra el corazón, es decir, la cartera. En términos estrictamente publicitarios Pablo Iglesias es la Belén Esteban de La Sexta. Un poco de bronca, de ataques despepitados, de infundios y de críticas no les viene mal del todo al equipo directivo (con perdón) de Podemos para mantenerse en las pantallas.
Se equivocan estúpidamente los que lanzan libelos sobre Iglesias, como la información pretendidamente escandalosa con la que El Mundo abrió ayer su portada. Así no se le restará un solo voto. Los que coinciden más ajustadamente con los pujos ideológicos de Iglesias le aplaudirán con las orejas; los que no, la mayoría de sus votantes, les trae sin cuidado porque el anhelo de cambio y esperanza alimenta una disonancia cognitiva amplia y generosa.  Los libelistas, lanzados a una contrapropaganda pueril, siguen creyendo que Iglesias es un pelafustán populista y no un individuo inteligente y culto, bregado en cientos de asambleas y singularmente ducho en técnicas de propaganda política. Basta con que diga irónicamente: “Sí, yo, como antes el 15-M, y antes Rodríguez Zapatero, yo soy ETA” para transformar el estoque en cenizas. Quedan, por supuesto, sus simpatías pringosas – y para nada irrelevantes – con la izquierda abertzale, la más oligofrénica, cerril y doctrinaria de toda España. Pero el propio simplismo escandaloso del titular le excusa y libra de cualquier explicación. Una batalla más ganada y hasta la próxima. Tertulia o muerte: venceremos.

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Huída desde Miami

Paulino Rivero ha hablado desde Estados Unidos. Desde los Estados Unidos – donde el presidente se ha trasladado para demostrar, por enésima vez, la patética ausencia de una estrategia de promoción económica de Canarias por el Ejecutivo sobre el que reina –solo se pueden articular cuchufletas trascendentales. Rivero ha aprovechado la ocasión para anunciar que, con autorización o no del Gobierno central procederá a convocar un referéndum sobre las prospecciones petrolíferas en aguas cercanas a Lanzarote y Fuerteventura.  Unas horas antes su vicepresidente, José Miguel Pérez, había pedido, justo con la indignación imprescindible, que no se compare la demanda de esta consulta por el Gobierno autónomo con la de Cataluña “porque lo que queremos votar está dentro de los límites legales de nuestras competencias”. Claro que sí. Pero el problema no está en lo que se quiere votar, sino en que para que dicho referéndum cumpla con la legalidad debe contar con la autorización expresa del Gobierno español. Si no es así, simplemente, no se puede convocar.
Rivero mantendrá este envite todo el tiempo posible. Sabe que el enfrentamiento con el Gobierno de Mariano Rajoy – y en particular con el ministro de Industria y Energía, José Manuel Soria – a causa de los sondeos de Repsol es la única acción política que cuenta con el apoyo de amplios sectores de la población canaria. Le permite adquirir una dimensión política diferenciada y al mismo tiempo le exime de cualquier responsabilidad, como la que tiene, inevitablemente, en el estratosférico desempleo, la pauperización creciente o el colapso de los sistemas sanitarios y asistenciales. Pero convocar un referéndum ilegal  tiene sus consecuencias. No consecuencias políticas que hoy estallan y pasado mañana se olvidan, sino consecuencias en los tribunales,  sin que quepa excluir las de carácter penal, y al ser el Gobierno autonómico un órgano de responsabilidad colegiada, ninguno de sus consejeros debería olvidarlo. Una medida tan extrema – y disparatada – como la del presidente Rivero, ¿no merece siquiera ser debatida en el comité ejecutivo de CC? ¿Cuántas veces discutió  CiU en sus órganos de dirección la convocatoria de un referéndum sobre ese remilgado derecho de decidir? Y si el candidato presidencial de CC para las elecciones de 2015 no es Rivero, ¿qué ocurrirá con toda esta espumeante fanfarria? De verdad, ¿cuánto tiempo aguantarán los dirigentes coalicioneros – y soportarán los hastiados ciudadanos – está huída hacia delante que hiede a obcecado oportunismo personal?

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