Alfonso González Jerez

Abismo changa

Si me permiten pronunciarme desde el exterior de la pasión, desde fuera del dominical banquete de testosterona, cabe sospechar que lo que hoy se considera como fútbol es un asunto solo lateralmente deportivo. Los que disfrutan del fútbol deportivamente son una minoría ilustrada que, en las conversaciones al respecto, suelen ser brutalmente silenciados, como si fueran críticos literarios en un encuentro con J.K. Rowling, y creo que no terminan en prisión porque los clubes de fútbol no disponen de su propio sistema judicial.  La inmensa mayoría de los aficionados comenzaron a jugar al fútbol entre los siete u ocho años y terminaron de hacerlo entre los doce y catorce. Han visto mucho más fútbol en la tele que el que han practicado en las canchas o en la calle. El fútbol se ha transformado – como tantas otras – en una experiencia vicaria. Millones de personas las viven intensamente participando en una emoción identitaria. Un placer identitario construido segmentariamente. Soy de la Unión Deportiva. Soy de Las Palmas. Soy grancanario. Pero la raíz es futbolística: lo demás son abstracciones más o menos incómodas. A ver cómo puede sentirse uno orgulloso de Lorenzo Olarte o de los dulces de Moya. El fútbol lo entiende cualquiera como demuestra las legiones de entendidos que a los que no participamos en esta patulea nos amargan las mañanas de los lunes con comentarios interminablemente crípticos. Ayer en Tenerife:
–Se fue Ayose.
— Déjalo ir.
–¿Y ahora el 3-3-2?
–Eso está acabado.
–Ayose podía.
–Ayose tal y cual, primo.
Por las declaraciones furiosas, las lágrimas arrasadoras y los gestos compungidos de las últimas horas Las Palmas de Gran Canaria parece a punto de hundirse en el mar, perdida la ciudad como un balón pateado a la estratosfera. Algunos han descubierto que a los estadios –sobre todo si se les abran las puertas con solicitud paternal — asisten innumerables changas y que los changas, por alguna misteriosa razón, gritan, insultan, amenazan y agreden. El presidente del Cabildo de Gran Canaria, José Miguel Bravo de Laguna ha explicado, con la elegante pedagogía que le conceden sus corbatas y blasones, que esto pasa por escuchar los cantos de sirenas con coletas soviéticas que llaman a la subversión y al libertinaje. Otros explican que nada se puede explicar si no se recuerdan los parados, el fracaso escolar y el sistema de dominación del capitalismo globalizado. No sé que es peor: el abismo changa o las hermenéuticas pachangueras de unos y otros.

 

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

El éxito presente y el futuro problemático de Podemos

En mi colegio electoral, abierto en pleno centro de Santa Cruz de Tenerife, una zona de apabullante mayoría de familias de clases medias, Podemos fue la segunda fuerza más votada. Estuve un buen rato ahí y no detecté cerca de las urnas a ninguna turba de facinerosos con la hoz y el martillo entre los dientes. En Canarias Podemos consiguió el cuarto puesto en las elecciones al Parlamento Europeo, el pasado 25 de marzo, con 62.371 votos y un 10,99% del total de votos emitidos, aunque es interesante señalar que  casi 40.000 de esos sufragios los recogió en la provincia de Las Palmas, y la mitad de los mismos, en la capital grancanaria. Fueron unos resultados espléndidos, pero en la estupefacción que han generado se han colado lecturas ligeramente distorsionadas. La versión local de esa categoría maldita (el bipartidismo) es, en la jerga habitual de la izquierda isleña, el tripartito, es decir, PP, Coalición Canaria y el PSC-PSOE. Como cabía esperar la trompetería desplegada por la pronunciado desgaste del PP y el PSOE a nivel nacional, que no consiguieron sumar el 50% de los votos, calló en el Archipiélago, donde los tres partidos mayoritarios sufrieron un evidente desgaste, pero sumaron casi 340.000 papeletas, es decir, el 57,79% de los sufragios.  Más significativo aun es la evidencia que las opciones de izquierda no han crecido globalmente en España: solo se ha fragmentado. Y, por supuesto, la escandalosa abstención, que superó el 62% (la más alta del Estado español) no mereció más que un comentario residual. La abstención siempre pasa a ser un asunto menor cuando uno cosecha buenos resultados en las urnas.
Lo más sorprendente es que Podemos – que terminó ganando cinco eurodiputados – no era, en las vísperas del 25 de marzo, absolutamente nada. Espero que no se tome esta consideración como una grosería derogatoria. Simplemente se intenta señalar que Podemos carecía prácticamente de estructura organizativa ni implantación territorial. Sus mismos artífices han admitido que se inscribieron como partido político “por imperativo legal”, es decir, para cumplimentar un trámite normativo que les posibilitase participar en las elecciones. En Tenerife el Círculo Podemos no comenzó tímidamente su actividad hasta el mes de febrero en una cafetería lagunera en la que apenas se solía reunir una quincena de ciudadanos. En estas condiciones es lícito afirmar que Podemos se presentó a los comicios europeos porque eran los únicos a los que, dada su irrelevancia organizativa, podían presentarse razonablemente.
Los proyectos políticos rara vez nacen espontáneamente como champiñones bajo la lluvia de primavera. La épica de una marea de la Historia que irrumpe desde el seno embravecido del pueblo para inundar y destruir los palacios del poder quema las neuronas, pero no calienta ni madura proyectos políticos. Podemos es un inmejorable ejemplo de una iniciativa que toma una reducidísima minoría – en este caso un grupo de profesores de Ciencias Políticas y ciudadanos de intensa militancia en organizaciones de izquierda  y movimientos sociales–  y  cuyo conocimientos empíricos les indica un nicho electoral potencialmente importante.  En su génesis estaban plataformas como Jóvenes Sin Futuro y partidos como Izquierda Anticapitalista cuya dirección articuló discretamente (y a espalda de sus bases) la gestión organizativa de la candidatura. En el núcleo duro figuran,  entre otros, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Miguel Urbán e Iñigo Errejón. Es un proyecto creado verticalmente de arriba abajo aunque refrendado con el apoyo (y la adhesión) de grupos y grupúsculos de entidades y ciudadanos, multiplicados desde la noche del 25 de marzo. Sus dos mayores bazas eran – en gran medida siguen siendo – la popularidad de Pablo Iglesias como figura destacada en tertulias televisivas y un uso dinámico e inteligente de las redes sociales.  Y el nicho de votos en las castigadas clases medias y trabajadoras empobrecidas – cuando no excluidas socialmente – por la recesión económica que ya no confían en el carácter reformista del PSOE, Izquierda Unida se les antoja un partido clásico o consideran, simplemente, que en el vigente sistema político e institucional su situación no puede mejorar, si no ocurre lo contrario.
Confieso mi ignorancia – ampliamente compartida por lo visto – sobre los autores últimos de su programa electoral, que incluye propuestas como jubilación a los sesenta años, nacionalización de grandes empresas y auditoría de la deuda externa entre otros unicornios inofensivos o peligrosos. En esta lista maravillosa de regalos a nosotros mismos  subyace un relato de sencillez catecuménica: unas élites políticas, financieras y empresariales nos han robado lo que es nuestro, lo que nos corresponde, lo que nos merecemos, y no podemos permitirlo. En algunos aspectos (los menos) la música programática suena como un aggiornamiento de la socialdemocracia clásica; en otros (los más) es evidente un heavy metal antiestablishment. Pero su mensaje político-electoral insiste más en lo segundo que en lo primero. Haciendo gala de una brillantez táctica innegable sus dirigentes (y señaladamente Pablo Iglesia) han desideologizado su mensaje básico. Pese a su constatable compromiso profesional e intelectual con opciones de izquierda y revolucionarias dentro y fuera de España Iglesias y sus compañeros de viaje han deseinfectado su lenguaje de retóricas y tics doctrinales para abrir la base electoral de su opción con un éxito bastante rotundo: la mayor parte del voto a Podemos procede del PSOE y de IU, a los que sumaron abstencionistas habituales. No se habla de derechas o izquierdas: el nuevo eje explicativo es el ejemplificado con la expresión “los de arriba y los de abajo”.  La importación de una expresión, la casta, procedente de Italia y popularizada ahí por Beppo Grillo al frente del movimiento Cinco Estrellas, ha gozado de singular fortuna. La casta resulta una expresión vacía de un contenido conceptual preciso, pero con un impacto emocional innegable y lo suficientemente polisémica (o ambigüa) para que todo el mundo vea en ella lo que prefiera. Y esa ambigüedad, en realidad, deviene imprescindible para la expansión de Podemos como oferta política en el mercado electoral español. Lo explicaba muy bien Iglesias cuando, en una reunión política, un joven le pedía que en sus intervenciones televisivas se refiriese sin ambages al capitalismo como un sistema de dominación política y económica de carácter criminal. “Si yo digo eso en la tele”, le replicó pacientemente el profesor de Ciencias Políticas, “el espectador me consideraría un friki…Hay que adaptar el lenguaje para que la gente lo entienda…” Algunos podrán considerar que lo que expone Iglesias es un ejercicio de pedagogía política, pero creo más acertado caracterizarlo como un astuto mecanismo de marketing político y, sobre todo, electoral.
El reto que espera a Podemos en los próximos meses es formidable porque el funcionamiento de un partido asambleario resulta terriblemente complicado, inestable y costoso en término de construcción de acuerdos y mayorías. La experiencia acumulada demuestra que el asamblearismo es un espacio propicio para las escisiones, las rupturas, el descontrol, el aplastamiento de las minorías o la cooptación de voluntades. Iglesias y sus adláteres han ganado el primer asalto: los círculos (o asambleas) les han concedido la potestad de diseñar su modelo organizativo y su congreso fundacional. Lo han podido hacer por dos razones: porque los dirigentes están mejor organizados que las bases y porque están bendecidos por el éxito electoral. Esto último, y su papel de partido nuevo e inocente que no se ha manchado las manos explica, asimismo, que para sus votantes (y no solo) cualquier crítica a Podemos se disuelva en una sonrisa irónica, en una absolución cómplice. La base socioelectoral de Podemos – ha ganado el pasado marzo en distritos de clase trabajadora y media baja y la mayoría de sus votantes tiene menos de cuarenta años – es firme y su recién adquirida fuerza le facilita una política de alianzas electorales amplia y variada: ya no están condenados a cortejar a IU. En 2015 podrían presentarse en Tenerife en listas conjuntas con Sí se puede o en Gran Canaria en solitario. Claro que entonces no bastará con tertulias televisivas, condenas a la casta o promesas justicieras de una renta básica. La contradicción entre un discurso edulcorado y de pulidas aristas “que cualquier persona decente puede compartir” (el doctor Errejón dixit) y las propuestas concretas que dibujan un modelo social que poca o ninguna relación guarda con las socialdemocracias más avanzadas de Europa resultará cada vez más evidente. Y deberán descender a la política cotidiana, municipal y espesa, donde los ángeles y demonios son indiscernibles y demasiado a menudo intercambiables.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

Chapuceros, pero irresponsables

La anunciada reforma del sistema fiscal español ha sido mínima y en realidad lo que se producirá entre 2015 y 2016 es un conjunto de rebajas impositivas que afectan principalmente al IRPF y al impuesto de sociedades. Llamar esto reforma es como calificar de nueva repostería a una pastelería que venda más baratas las tartas de toda la vida. En este caso las tartas serán más baratas para la clase media y media baja y para los ricos, a los que también les gusta lo dulce, malditos populistas. Apenas se han rozado los aspectos que convierten estructuralmente al sistema fiscal español en uno de los más deficientes de Europa y gracias al cual se recauda menos y peor, por ejemplo, que en Italia. Sobre el papel el sistema fiscal en España es muy progresivo, pero una pródiga selva de deducciones, reducciones y créditos fiscales, inteligentemente aprovechado, puede conseguir y consigue que las grandes sociedades empresariales – las que pertenecen al IBEX 35 – consigan pagar poco más de un tercio del 30% del tipo nominal que les correspondería.
El Gobierno evalúa en unos 5.000 millones de euros los que dejará de recaudar en 2015 y 2016 con las nuevas medidas fiscales de Cristóbal Montoro y compañía. Lo que persigue, obviamente, es el favor de los electores – y particularmente de sus votantes y simpatizantes – en los próximos comicios autonómicos, locales y generales. Un ciudadano que gane 20.000 euros anuales pasará de tributar el 30% a tributar el 25%. Quizás disponga de unos 120 euros más mensuales y se acuerde agradecidamente de Mariano Rajoy. Las rebajas fiscales – junto a la firma de decenas de miles de contratos basura – sería el aldabonazo del fin de la crisis y los sacrificios en el relato mítico de un Gobierno que ha salvado a España – donde de nuevo comienza a amanecer – de la catástrofe. Una perfecta falsedad que, al mismo tiempo, abre una intrincada incógnita. Han aumentado las sospechas sobre cierta contabilidad creativa – a través del aplazamiento de ciertos pagos – que permitió al Ejecutivo cerrar con un 6,6% el déficit sobre el PIB el pasado año. Pero es que los compromisos con Bruselas establecen que a finales de 2015 dicho déficit debe reducirse al 4,2% y en 2016 al 4,8%. Casi tres puntos porcentuales. Unos 30.000 millones de euros hasta 2017 que serán 60.000 cuando se consiga ese objetivo final del 2,8%. Y solo puede conseguirse aumentando la recaudación o procediendo a nuevos (y feroces) recortes de gasto público.
El Gobierno es un artesano de la chapucería electoralista pero, sobre todo, hace gala de un cinismo gozosamente irresponsable.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

De la urna a la pedrada

La estupefacción de los más conspicuos dirigentes políticos y los tertulianos todólogos en la noche de las elecciones europeas fue un espectáculo inolvidable. Por supuesto que no se descompusieron. Son profesionales más o menos solventes y lo último en descomponerse, precisamente, serán ellos. Tanto el abrupto descenso de los votos de los dos partidos mayoritarios como –sobre todo – la irrupción de Podemos con cinco eurodiputados los dejaron tartamudeando. En vísperas de los comicios, sin embargo, las principales empresas demoscópicas, en sus informes al PP y al PSOE, les concedían entre dos y tres escaños. Podemos es un fenómeno político germinal pero muy atractivo y lo más sorprendente de su victoria es la relativa uniformidad de su apoyo electoral en todo el Estado español. Ha crecido básicamente gracias a votos emigrados del PSOE e Izquierda Unida, pero según el análisis del CIS un 9% de sus votantes había apostado anteriormente por el Partido Popular. Varios cientos de miles de ciudadanos de clase media y media alta le concedieron su confianza a lo que no era por entonces más que una magnífica campaña de marketing alrededor de la labia telegénica de Pablo Iglesias, experto en Gramsci que ha descubierto que la nueva hegemonía se puede construir sibilinamente desde las tertulias de La Sexta.
Este aviso de creciente deslegitimación del sistema político e institucional ha llegado por vía electoral y ha abierto una crisis agónica en el interior PSOE, pero el Gobierno de Mariano Rajoy, el PP y las élites financieras y empresariales del país no han pestañeado. En Canarias tampoco. Es un mal asunto. Porque muy probablemente la próxima advertencia no silbará desde las urnas, sino desde la calle. En estas islas los desempleados de larga duración –aquellos que llevan en el paro más de dos años — ya  rondan los 165.000. En informe presentado por Cáritas recientemente es aterrador: en el año asistieron con alimentos y apoyo sanitario continuo y directo a casi 22.000 personas, aunque la ayuda puntual de la organización llegó a 55.000 canarios. La desnutrición entre niños y ancianos se está convirtiendo en hambre, el cansancio en desesperación, la humillación cotidiana en ira. No es solo una fractura social, como comentó José María Rivero, al borde del precipio de un 30% de isleños abismados en la pobreza y sin la más remota esperanza de liberarse de la misma. Es un síntoma lacerante del fracaso de un país que comienza a no ser viable política y socialmente. Si creen que la gente – decenas y decenas de miles de personas – están dispuestas a transformarse en zombis silenciosamente y para siempre no se sorprendan al recibir el primer mordisco.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?

Por un republicanismo convincente

Cuando me espetan reivindicaciones republicanas me sublevo un tanto. No es a mí, ni a los republicanos que vivimos en este país, a los que hay que convencer, sino a la mayoría que no lo son. Y pedagogía republicana se escucha o lee muy poca. Ahora y durante los últimos cuarenta años. Una señal inequívoca de la debilidad del neorrepublicanismo español consiste, precisamente, en que se manifiesta como una identidad ideológica, no como un programa (o parte de un programa) político. Para proponer la república uno se tropieza con evidencias incómodas, aunque sorteables, entre las que la principal es que el reinado de Juan Carlos I ha sido, globalmente, el periodo de mayor estabilidad democrática y descentralización política de la historia de este país, enfermizamente acostumbrado a fracasar entre guerras civiles. Es un tanto irritante. Pero también es cierto que el modelo político-institucional establecido por la Constitución de 1978 demanda reformas perentorias, agusanado por una praxis prostibularia, y en este sórdido contexto resulta perfectamente razonable  reclamar un cambio en el modelo de Estado.
Sin embargo, se me antoja muy discutible que  la mejor fórmula para hacerlo sea agitar la bandera de la II República y pedir que se encarcele a la Familia Real. No promueve la causa republicana repetir sandeces como esa de que “no queremos ser súbditos, sino ciudadanos” ni descubrir ahora escandalizadamente, con apenas medio siglo de retraso, que el monarca que abdicó ayer desayunaba con Franco. Los españoles no son jurídica ni políticamente súbditos de Borbón alguno y su auténtica carta de ciudadanía reside, precisamente, en la Constitución actualmente en vigor, y más concretamente, en sus dos primeros títulos. La soberanía reside en el pueblo, del que emanan los poderes del Estado, y este principio no creo que sería perfectible en ninguna futura Constitución, lleve barba o coleta. La impostada nostalgia por la II República forma parte de esa irreprimible tendencia de las izquierdas de mitologizar sus peores derrotas y –sobre todo — olvidar su responsabilidad en las mismas. Merece respeto como causa perdida, no como ejemplo a seguir. La república en España solo tendrá una oportunidad de éxito cuando sea una aspiración ampliamente mayoritaria, es decir, ni real ni potencialmente conflictiva para una sociedad abierta y plural. Votar a opciones republicanas, fomentar los valores cívicos del republicanismo, solicitar un referéndum pero no para perderlo — como ocurriría ahora mismo — y respetar y aprovechar entretanto el orden constitucional son opciones más oportunas y menos oportunistas.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?