Alfonso González Jerez

Aceleración

Muy a finales de los años sesenta un grupo de marxistas – latinoamericanos, aunque debidamente sobornizados – acuñó la expresión “aceleración histórica” para aludir a los cambios políticos que se sucedían velozmente en el continente: desde la revolución cubana hasta el inminente triunfo de la Unión Popular chilena en un continente el que hervían conflictos, esperanzas, luchas e indignaciones. Después pasó lo que pasó: la habitual lección de la historia burlándose de la retórica. Pero como metáfora la aceleración histórica quizás no sea un instrumento inútil. Hay años en los que la Historia permanece tumbada en el sofá devorando pipas como si no hubiera mañana y años en los que se pone los tenis y se lanza a correr por las calles para estupefacción, confusión o terror de los viandantes.
El establishment siempre tiende a creer que, en esos casos, lo mejor es volver al sofá y seguir por la televisión la mejoría ineluctable de las cosas. Por el contrario están los que piensan que los que han levantado a la Historia de su postración han sido ellos porque la Historia no es otra cosa que ellos mismos cuando se han decidido pasar a la acción y que el miedo cambie de bando: una de las expresiones de mayor hediondez moral que puedan elegirse, porque no se inspira en un sentido de justicia, sino que supura un resentimiento nauseabundo. Al lado del sofá están aquellos que, en en un plazo de tiempo relampagueante, están metamorfoseando un modelo social –y al cabo político – que solo obedece a la autorreproducción indefinida de las élites de poder aniquilando derechos, promoviendo activamente la desigualdad y la transferencia de rentas, eludiendo cualquier auténtica reforma de modernización del país, incluso desde un punto de vista genuinamente liberal. Los que se consideran la misma Historia en movimiento, en cambio, confunden y esparcen la confusión entre sus píos deseos y los limites de la realidad, lo que no quiere decir que sus deseos sean necesariamente compartibles y la realidad no reclame urgentes reformas en un país cuyo entramado institucional cruje y se gana a pulso diariamente una creciente deslegitimación social. Jamás se ha visto un bloque de poder tan estúpida y sórdidamente egoísta y unas izquierdas tan engatusadas en asaltar un cielo que no existe. En estas circunstancias – en este metafórico acelerón – los que expresan dudas, reservas, matizaciones o críticas son unos aguafiestas y habrá que resignarse –como siempre – a ser coceados con entusiasmo o desprecio  por unos y por otros. Hace tiempo ya dejó escrito Walter Benjamin que el ángel de la Historia avanzaba de espaldas y aterrorizado e impotente por lo que va dejando atrás.

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Postureo antisionista

Gracias al profesor Domingo Garí nos hemos podido enterar de que en La Laguna opera, entre sombras y verodes, un poderoso lobby sionista. Para ser justos el descubrimiento parecen compartirlo un conjunto de organizaciones políticas (entre las que figuran IU y Sí se puede) que han denunciado airadamente la celebración en un conjunto de exposiciones y conferencias que, organizadas por la Embajada de Israel y el Centro Sefarad, se celebran hasta el próximo domingo en la ciudad universitaria. Más concretamente el objeto de la indignación son dos exposiciones al parecer intolerables: una muestra del pintor Joseph Bau, quien escapó milagrosamente de los campos de concentración nazis, y una colección de dibujos y viñetas de humoristas gráficos españoles e israelíes con ocasión de los 25 años de relaciones diplomáticas entre ambos países. Un formidable aparato propagandístico con el que el Estado de Israel intenta, presuntamente, sustituir los chalecos por la kipá en La Laguna y diluir en el vino con vino del Tocuyo los crímenes en la franja de Gaza.
Esta reacción de la izquierda local, ligeramente histérica, se apuntala en un conjunto de buenas, malas y discutibles razones. La principal se basa en considerar Israel un Estado criminal. En otro artículo reciente, Domingo Garí especifica aun más la taxonomía y lo denomina un Estado nazi y aun le alcanza el resuello para calificar como cabrones a los que no compartan su punto de vista. En todo momento (es muy sintomático) los judíos son presentados como un bloque tan homogéneo como criminógeno y los palestinos como víctimas que se limitan a defenderse como pueden. Es mucho más cierto lo segundo que lo primero, pero a demasiados antisionistas suele perturbarles la mirada una neblina antisemita. Las élites políticas y militares de Israel están llevando a su país – al que desde los años cuarenta los árabes sueñan con borrar físicamente del mapa – a un dramático callejón sin salida y han hundido sus manos en sangre de miles de inocentes. Pero Israel es también escritores como Amos Oz y David Grossman, políticas como Shulamit Aloni, fotógrafos como Aïn Deülle Lüski y Miki Kratsman, cineastas como Juliano Mer-Khamis. Israel es también las decenas de miles de activistas de una veintena de organizaciones no gubernamentales que combaten a diario contra la militarización de su sociedad y la nefasta influencia de los ortodoxos ultraderchistas y a favor del diálogo y la paz con los palestinos. No comprenderlo, no interesarse por ello, y meter ritualmente un hocico espumeante en una trinchera ideológica no ayuda ni a los israelíes ni a los palestinos, ni en La Laguna, ni en ningún otro sitio.

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El juego prohibido

En un país arrasado, con tasas de desempleo desconocidas en el resto de Europa y una precariedad laboral creciente, 30.000 desahucios de viviendas anuales y una deuda pública del 100% del PIB, en un país con unos servicios públicos sometidos a una degradación aterradora — ¿ha visitado ustedes el caos campamental de las urgencias de la Residencia Universitaria últimamente? – una renta familiar en caída libre, sin circulación del crédito bancario y una investigación científica desertizada, no deja de ser un espectáculo fascinante la exhibición de pútrido cinismo del Partido Popular durante la presente campaña electoral. ¿Cómo puede conciliarse esta situación miserable con los gritos triunfales, el optimismo babeante y afirmaciones tan indescriptiblemente estúpidas como la de la vicepresidenta del Gobierno, según la cual a España es conocida mundialmente como “la Alemania del Sur”? Porque les trae sin cuidado. La campaña electoral es – para el PP como para el resto – un largísimo spot televisivo, no un debate sobre análisis y propuestas políticas. Y como cualquier producto audiovisual tiene sus propias normas y códigos que para nada tienen que considerar la realidad.
La realidad – los ciudadanos – actúa con puntual reciprocidad y se desentiende de las elecciones. Las encuestas prevén una abstención muy cercana al 60%. El partido que gane las elecciones solo podría decir que le ha votado uno de cada siete u ocho ciudadanos. No lo dirá, por supuesto. Los otros ganadores – IU, los independentistas nucleados alrededor de ERC, esa anécdota chusca, Podemos – mencionarán la abstención, pero entre sonrisas de satisfacción. Porque la abstención debe ser responsabilidad de la derecha y los socialdemócratas, no de las izquierdas. La gente no vota porque sabe o intuye lo que hay. En un espléndido artículo publicado ayer en El País, Conde-Ruiz y Rubio-Ramírez argumentan fehacientemente que el Gobierno español será incapaz de cumplir el Programa de Estabilidad para 2014 que ha enviado a Bruselas. “O  se ejecutan nuevos recortes de una magnitud semejante a los del periodo 2011-2013– salarios de los funcionarios, sanidad, educación, servicios sociales – o será imposible cumplir con los objetivos establecidos”. La nueva Comisión se mostrará implacable con España y su presidente no será elegido por los flamantes diputados. El Tratado de Lisboa no dice nada de eso. Lo eligirán los gobiernos. Los ciudadanos votan masivamente cuando las oportunidades de cambio y transformación son reales. Sí, están en juego el proyecto europeo y la propia democracia. Pero la principal regla del juego es que las reglas no pueden cambiar y los croupiers solo reparten cartas entre ellos.

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El adagio chapucero

El Consejo Consultivo de Canarias, en un informe remitido al Gobierno regional el pasado marzo, despieza y tritura con el asco de un carnicero vegetariano una de las chapuzas más groseras y descaradas en la crónica autonómica, el denominado hilarantemente proyecto de Ley de Armonización y Simplificación en materia  de protección del territorio y los recursos naturales. El Consejo Económico y Social ya se había pronunciado anteriormente en términos semejantes. Incluso para un lego en materia de Derecho el texto del proyecto legislativo es obscenamente estúpido, aunque, por supuesto, encierra una astucia intencional: la derogación de facto de las directrices de ordenación territorial y la privatización irrestricta del planeamiento urbanístico. Lo asombroso es que para conseguir tal finalidad el texto gubernamental, que parece redactado por un oligofrénico empapado en coñac, se dedica a multiplicar normativas reguladoras e incluso crea un nuevo organismo administrativo, una Oficina de Consulta Administrativa que, tal y como indica con ironía el Consejo Consultivo, “significa todo lo contrario a un proceso de simplificación administrativa”.
Hasta cinco causas de inconstitucionalidad registran los consejeros en un proyecto de ley “que no deroga normativas anteriores”, crea nuevas contradicciones conceptuales y procedimentales y no se preocupa por deshacer flagrantes antinomias pese a la inseguridad jurídica que tan verbosa negligencia acarrea. Son prodigiosas las alegaciones del Ejecutivo a alguna de las críticas. ¿Qué el proyecto de ley no deroga normativa anterior ni resuelve el infecto manglar de contradicciones e incoherencias acumuladas por los legisladores en los últimos quince años? Pues “basta aquí remitirse al adagio de que la ley posterior deroga a la anterior”.  El adagio, dice el artistazo. El informe del Consejo Consultivo, como se sabe, es preceptivo, pero no vinculante, y dada la sordera demostrada por el Gobierno autonómico, y en particular por su presidente, en los últimos años, resulta previsible que se lo fumen y que antes de terminar la legislatura este monstruoso engendro jurídico – una síntesis difícilmente superable de privatización de la planificación urbanística y cosmético ordenancismo normativo y reglamentario: lo peor de cada casa – se convierta en ley.
Una negligencia torticera. Una ineptitud no solo política, sino también técnica, a prueba de consejos consultivos o audiencias de cuentas, indiferente a cualquier observación desde la sociedad civil. Esta conjunción de torpezas, ensoberbecimiento, autismo administrativo y subordinación mostrenca al sector más voraz de las élites empresariales es  (también) un ejemplo de pésima gobernanza que socava la legitimidad democrática y desprestigia a las administraciones públicas.

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Crueldad y delirio

Muchos se asombran por la cantidad de gente que han descubierto en twitter deseando, anhelando, festejando, proponiendo que se asesine. Yo no. Estoy convencido de que en esta misma isla donde resido – en la que los asesinatos son muy infrecuentes – viven varios cientos de personas, calculando por lo bajo, a los que les gustaría ver tiroteados a políticos, empresarios, sindicalistas, jefes, albañiles, fontaneros, inmigrantes, cuñados. Muchos comparan los tuits de los apologistas del asesinato con los desahogos en la barra de un bar. Se equivocan. Ahí seguirían, el la barra del bareto cubierta de cagaditas de moscas, sentenciando a muerte al objeto de su ira, si solo se tratara de eso. El usuario de twitter es perfectamente consciente del uso de la tecnología. Afirma su barbaridad para que se difunda y disfruta de la percepción de singularidad – y de la intensificación fugaz de su identidad a través de la escritura y de un mensaje suyo y solo suyo. El usuario de twitter sabe (¿podría ser de otra manera?) que no está hablando (escribiendo) solo, sino para otros. La pulsión que comparten estos supuestos heraldos del odio es la pasión por la crueldad. La abismal voluptuosidad de la crueldad que necesariamente debe compartirse para alcanzar su más regocijante expresión.  Ser cruel presupone la ausencia de matices, dudas o ambigüedades. Ser cruel es sentirse vivo.
Esta obviedad – que puede detectarse en las óperas, en las tragedias clásicas, en las corridas de toros, en las telenovelas o en los partidos de fútbol – suele ser obviada con tanto éxito que ahora nos hiela el aliento encontrar el deseo del exterminio al prójimo en los tuits de miles de personas. Lo que debe hacerse es aplicar el código penal vigente y punto, no crear brigadas policiales a las que el amanecer encuentre fiscalizando el timeline de los tuiteros. Y aplicarlo en todos los casos denunciables, no a los que afectan a uno u otro partido político. Porque resulta incomprensible que se actué con una vertiginosa celeridad en el caso de un tuitero casi adolescente mientras en Tenerife, por ejemplo, un chulesco mamarracho se dedique a amenazar de muerte y a vejar a quien se le antoje desde una emisora ilegal llamada Mi Tierra Televisión. Hace poco explicó con todo lujo de detalles como le pegaría tres tiros en la boca al alcalde de Marinaleda, pero antes ha excretado sus basura sobre políticos y ciudadanos de Puerto de la Cruz. Lleva años ejerciendo el matonismo más nauseabundo impunemente. Y no usa twitter.

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