Alfonso González Jerez

Un formidable y mísero caos

El comité de expertos encargado por el propio Gobierno autonómico de estudiar la reforma de la administración pública y proponer medidas al respecto ha descrito, en uno de sus informes, la aterradora situación de los servicios sociales en esta Comunidad. Es realmente curioso. Los trabajos de este equipo, coordinado por José Luis Rivero Ceballos, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de La Laguna, son muy escasamente conocidos, pese a llevar más de año y medio de actividad. Sin embargo, esta despiadada evaluación de los servicios sociales de la Comunidad autonómica ha llegado a los medios de comunicación. Tal vez el comité se haya hartado ligeramente de la indiferencia del señor Rivero y su entorno. El informe no tiene desperdicio y supone la constatación de uno de los fracasos políticos y sociales más clamorosos de los últimos treinta años, lo suficientemente grave para cuestionar razonadamente la razón de ser de las instituciones autonómicas.
El documento incluso pone en duda la existencia de un sistema de servicios sociales en Canarias. Desde un punto de vista organizativo y operativo tal sistema no deja de constituir una entelequia más o menos pinturera. Los comisionados son incapaces de detectar coordinación administrativa, objetivos concretos, mensurables y debidamente fiscalizados ni una definición suficiente del marco competencial y de gestión de las administraciones implicadas, Ejecutivo regional, cabildos insulares y ayuntamientos. La excusa de la prolongada crisis económica y los feroces recortes presupuestarios no sirve para ocultar la desvergonzada exhibición de ineptitud, negligencia e ineficacia de la burocracia autonómica, sus cuadros técnicos y, al fin y a la postre, sus responsables políticos, que han sesteado ininterrumpidamente mientras se hundía un suflé impresentable. Por no existir no existe siquiera, debidamente definida, una cartera de servicios sociales en Canarias, mientras ayuntamientos, cabildos y la Consejería de turno, en una rebatiña mentecata, superponían en unos casos, duplicaban en otros y cortocircuteaban en varias ocasiones programas, acciones y subvenciones. El desastre económico y la sangría presupuestaria, simplemente, han dejado más en evidencia aún este formidable y mísero caos que alimenta la hipótesis de que en Canarias el escuálido Estado de Bienestar tiene unos efectos redistributivos aun inferiores a la mediocre media española. Me preguntarán ustedes por Inés Rojas y sus cuates, pero les ruego que no lo hagan, porque tendría que gastarme lo que no tengo contratando un abogado.

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Datos para un optimismo abismal

No comprendo bien la razón que lleva a muchos periodistas isleños a afirmar que el desempleo ha bajado en Canarias en 9.300 personas. En absoluto es así. Según la EPA en el primer trimestre del año se destruyeron en esta comunidad autonómica 1.500 puestos de trabajo y solo la disminución de la población activa – es decir, de aquellos en edad de currar que han abandonado la búsqueda de empleo o han emigrado —  que se cifra en 10.400 hastiados explica el dato falsamente positivo. Que en un país desarrollado “caiga” el desempleo por un acentuada disminución de la población activa suele ser una pésima, cuando no pavorosa señal.
De modo que en España –incluida Canarias –se sigue destruyendo empleo en términos anuales: casi 80.000. Se han perdido prácticamente todos los modestísimos avances de los últimos trimestres. Son más de 3.650.000 los desempleados de larga duración, aquellos que llevan más de un año buscando trabajo y ya suman casi dos millones los hogares en los que todos sus miembros están registrados en el paro. La precarización del empleo es abrumadora – se ha roto cinco veces más contratos a tiempo completo que a tiempo parcial – y donde más puestos de trabajo se destruyen es, precisamente, en la industria y el sector servicios, donde supuestamente debería tirar más la milagrosa demanda exterior, pero las prodigiosas exportaciones del pasado año se han desinflado sin que nadie les volviera a prestar atención. Curiosa manera de liderar la bajada de desempleo en Europa, según ha repetido en las últimas semanas la ministra Fátima Báñez, que duerme una ininterrumpida siesta desde la aprobación de su mefítica e ineficaz reforma laboral. Políticas activas de empleo, cero.
Ayer le preguntaron a Mariano Rajoy en los pasillos del Congreso de los Diputados acerca de estas maravillas y respondió: “Estoy muy contento…Vamos bien…Y en el futuro iremos mejor”. Un admirable cuajo el del señor presidente si se recuerda que durante su mandato han aumentado en más de millón y medio los parados. Este pachorrudo registrador de la propiedad cree que recortando gasto donde no debe y aumentándolo donde no tiene pues se pasa el rato hasta que escampe. Por enésima vez: no va a escampar. Y lo que está en juego no es solo el pan y la dignidad de millones de personas sino la viabilidad económica de un país con una cohesión social malherida y un fragilizado sistema democrático que se acerca a una crisis de legitimación.

(El gráfico, basado en los datos de la EPE, es obra de Jorge Galindo, de politikon.es)

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La chapuza enigmática

Hoy se reúnen de nuevo Mariano Rajoy y Paulino Rivero. De nuevo las imágenes en la entrada central del Palacio de La Moncloa: las sonrisas, el apretón de manos, las dos figuras, el alto y el bajito, los Tip y Coll sin puñetera gracia de nuestro aciago destino, perdiéndose en la entrada para bracear hasta el saloncito de los sillones blancos. En la agenda de la entrevista figuran varios asuntos. Apostaría casi cualquier cosa a que los mediotínticos servicios presidenciales destacarán alguna declaración a posteriori de Rivero sobre las malditas prospecciones petrolíferas o ese enésimo y exhausto cacareo a propósito de la inquebrantable decisión de Canarias de no ser menos que el País Vasco o Cataluña.  En cambio dudo mucho que el jefe del Ejecutivo canario se descuelgue con alguna novedad sobre la reforma del REF que es más importante y trascendente – o debería serlo –para el futuro económico y social del Archipiélago que los sondeos de Repsol o incluso el nuevo modelo de financiación autonómica. Entre otras cosas porque el plazo para presentarlo y lucharlo en Bruselas se acorta día a día.
Es relativamente sencillo calificar lo hecho hasta el momento en materia propositiva sobre el REF. Basta con subrayar que se trata de una chapuza más o menos enigmática que ha estado huérfana de un verdadero debate político, empresarial y sindical. El curioso puede constatar fácilmente las interminables horas de titulares, discursos y declaraciones que ha volcado Rivero sobre los prospecciones petrolíferas y las que se ha dignado a dedicarle al REF –para aquilatar aun más las prioridades presidenciales puede consultarse, igualmente, el tiempo dedicado a un asunto y otro en la televisión autonómica. Este notable desequilibrio, por supuesto, deriva de cierta dificultad: para redefinir el nuevo REF resultaría imprescindible pensar Canarias – y debatir mucho y bien – con el objetivo de encontrar un nuevo horizonte para la economía regional una vez que ha desaparecido para siempre el espídico motor de la construcción y el negocio inmobiliario. Y eso deviene muy complejo y significa liderar, consensuar, estudiar, coordinar esfuerzos y aptitudes: un conjunto de aspiraciones y capacidades indetectables en la Presidencia del Gobierno de Canarias.  Si se sucumbe a la estúpida tentación de pretender colar un REF como paliativo contra la crisis y no se trabaja para articular un instrumento válido para una nueva estrategia económica el futuro será negro. Más negro que un derrame de petróleo.

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Abajo el ukelele

Cuentan los periodistas más veteranos que, en sus tiempos, era impensable desconocer el nombre del capitán general de Canarias mientras hoy casi nadie, en una de nuestras destartaladas redacciones, recuerda el nombre del jefe militar de la región. Cuando yo era infeliz y documentado, en cambio, muchos escribidores conocían el nombre y a veces incluso los dudosos milagros de los viceconsejeros y directores generales de Cultura. Durante unos años las secciones de Cultura de los periódicos locales tomaron fuelle y comenzó a tratarse en las mismas en relato y el diagnóstico de las políticas culturales de las administraciones públicas y germinaron suplementos que, a menudo, merecían la lectura (pienso, únicamente en Tenerife, en los admirables desvelos de Daniel Duque o Eduardo García Rojas). Todo eso (casi) se ha acabado. La información cultural que suelen ofrecer hoy los diarios se sustenta en la gacetilla escuálida, la nota de prensa emputecida, las entrevistas letárgicas y los titulares insignificantes. Así que no les extrañe que incluso a periodistas que suelen practicar (entre otras muchas charcuterías) la información cultural no sepan que el actual director general de Cultura del Gobierno autonómico se llama Xerach Gutiérrez Ortega.
Esta debilidad periodística, esta exhausta indiferencia por la catastrófica política cultural que desarrolla el Gobierno canario en un cementerio de ideas y propuestas  lo analiza el señor Xerach Gutiérrez como una prueba de madurez profesional. Lo pueden leer ustedes en una entrevista dadaísta que le hacen al director general en la web creativacanaria.com: una de las mayores explosiones de necedades, inconsecuencias y dislates en boca de un responsable político que he leído en muchos años. Gutiérrez guarda en su cráneo más perlas que Pitita Ridruejo en el armario y muestra la misma tendencia a levitar: “los empresarios de la cultura no se sienten empresarios”, “llegamos a tener más compañías teatrales que en Madrid”, “cuanto más culto es un pueblo mejores son sus decisiones”, “ahora valoramos mucho los programas que yo llamo vacas lecheras”,  “hay personas cuya profesión es ser pobres”,  “los presupuestos los hace la gente de Hacienda, que no saben que es cultura ni nada”…Yo me quedó, sin embargo, con el proyecto que Xerach Gutiérrez, sefún su propia confesión,  pondría en marcha si dispusiera de generosos recursos financieros: “un programa de internacionalización del timple”. Porque, en efecto, es triste, muy triste que la gente en Oregón, en Madrid o en Estambul sigan inclinándose, desdichadas víctimas de la ignorancia, por el ukelele.

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La industria de la indignación

El (todavía) juez Elpidio Silva visitará próximamente Tenerife para impartir – al parecer —una conferencia. Se cuenta que la organización que lo invitó como fulgurante estrella de unas jornadas de estudios jurídicos se quedó algo pasmada cuando el señor Silva reclamó como condiciones dos billetes en primera clase para él y su esposa y un estipendio de 3.000 euros. Costó bastante que rebajara su merecida soldada. El magistrado ha hecho un hueco en su agenda, es decir, en el delicado proceso judicial que lo tiene como acusado por prevaricación y en su estrambótica campaña electoral en pos de un heroico escaño en Estrasburgo. Para la muy indignada masa de los críticos del pútrido sistema político que nos asola, Elpidio Silva es un paladín y quien no comparta tan particular aserto, simplemente, demuestra su calidad de hediondo desecho moral. Silva está siendo inmolado. Silva es una víctima propiciatoria del oprobioso régimen. Silva está en el banquillo porque osó enchironar a Miguel Blesa – durante unos días – y eso no se le perdona.
La indignación está muy bien siempre que no pretenda usurpar el lugar de la lucidez y, no se diga, del conocimiento empírico de las cosas. Si Elpidio Silva está sentado en el banquillo de los acusados y puede acabar expulsado de la carrera judicial no es por haber encarcelado a Blesa, sino por haberlo hecho conculcando las normas procesales más elementales en una instrucción asombrosamente aberrante. Solo una estupidez granítica es incapaz de reparar en el enorme favor que el magistrado Silva prestó a un sujeto tan (digamos) evidentemente clasificable como Miguel Blesa. Gracias a una instrucción de chichinabo – ante cuyas flagrantes irregularidades  el Ministerio Fiscal ni puede ni debe mirar hacia otro lado – Blesa consigue desempeñar el papel de víctima porque, desde un punto de vista jurídicamente obvio, se han conculcado sus derechos. Para conseguir su objetivo y ver condenado a Elpidio Silva al expresidente de CajaMadrid no le haría falta contratar a Garrigues Walter: ganaría tranquilamente con un abogado de oficio que no hubiera sido sometido recientemente a una trepanación.
Elpidio Silva ha prestado un pésimo servicio a los preferentistas de Bankia. Verlos jaleándole en las puertas del Tribunal Superior de Justicia de Madrid no resulta reconfortante, sino más bien deprimente. Transmutar a un magistrado que ha realizado pésimamente su trabajo en un prodigio de valentía, honradez y civismo acrisolado forma parte de la confusión ceremonial de una izquierda fieramente decidida a no entender nada, en el seno de la cual brotan en esta primavera farsante, cual champiñones redentores, aquellos que como el propio Silva han encontrado en la indignación de los ciudadanos una prometedora industria.

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