Alfonso González Jerez

Democracia y Estado de Derecho

Uno de los hábitos recientes de la izquierda hispánica (y canaria) es escandalizarse porque a los catalanes no les dejan celebrar su anhelado referéndum sobre la independencia. Es sorprendente que miles de personas adultas que se consideran progresistas sucumban a la épica de las banderas y a la fantasía de la aurora promisoria de una república que tendría como referentes políticos a Artur Mas y Oriol Junqueras. El origen de la indignación hunde su raíz en la convicción de que nada puede ser más democrático que el pueblo catalán decida su propio destino. Por tanto cuestionar el derecho a un referéndum es, directa y explícitamente, un atentado antidemocrático, un escupitajo a la voluntad popular, un ejercicio cínicamente autoritario. Un escándalo inconcebible –según he leído en alguna parte –en un país civilizado.
Sin embargo, en los países civilizados en los que rigen constituciones democráticas, precisamente, las consultas secesionistas, las urnas exigidas para votar una independencia política destinada a la creación de un nuevo Estado no son procesos sencillos, coyunturales o dotados con garantías legales y normativas definidas solamente por una u otra parte. La deleitosa obsesión de ciertos sectores de la izquierda que traducen la negativa de las Cortes españolas en conceder a la Generalitat la competencia de convocar una consulta en un síntoma más de una pseudodemocracia ruin y miserable resulta un ejercicio fascinante pero pueril. Adornarlos con mentiras e inexactitudes extraídas con forceps de experiencias como las de Québec o Escocia no les concede mayor respetabilidad política o intelectual.
La cerril e irresponsable actitud del PP y las actitudes sin freno y marcha atrás del Gobierno catalán y su base parlamentaria parecen encantadas en mantener, atascar y exasperar un conflicto de legitimidades. Ciertamente es difícil exagerar la estúpida responsabilidad de la derecha política española en la desafección catalana hacia el Estado y el crecimiento de la demanda independentista. Pero ningún gobierno español concebible estaría dispuesto a conceder a un gobierno autonómico el derecho de independizar su territorio unilateralmente y en las condiciones y plazos que le plazca. Tampoco en Canadá, tampoco en Escocia. Aquí lo que falta, precisamente, es política. La negociación de una reforma constitucional y, posteriormente en su caso, la convocatoria de un referéndum cuyo contenido sea pactado ineludiblemente entre ambos gobiernos y que, desde luego, exija una supermayoría – algún politólogo ha propuesto con tino un voto a favor de la independencia superior al 60% en las tres provincias catalanas – para tomar una decisión de semejante envergadura y de una trascendencia no plenamente mensurable. Exigir democracia no debería ser incompatible con conocer y reconocer el funcionamiento de un Estado de derecho.

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Ese fémur es nuestro

Los brasileños quieren quedarse con el Padre Anchieta.  El domingo pasado tuvieron el descaro de celebrar en Sao Paulo una homilía por la canonización del jesuita a la que – asombrosamente –no invitaron al Gobierno autónomo, ni a los cabildos, ni al ayuntamiento de La Laguna, ni siquiera al cónsul español. Canallescamente ni siquiera se mencionó en la homilía que Anchieta fue tinerfeño. Es indignante. A ningún canario, en fin, se le permitió ser porteador del venerado fémur del flamante santo, que fue trasladado en procesión  hasta la catedral de Sao Paolo protegido por una delicada urna de cristal. El anhelado hueso yendo y viniendo y los canarios que residen en la ciudad brasileña contemplándolo con una expresión amarga, desolada. Si Anchieta era tinerfeño, el fémur también es de Tenerife, un fémur que en su día se apoyó en un pié que a su vez sintió entrañablemente el suelo nivariense. Ese hueso amarillento es nuestro porque la necrofilia bien entendida empieza por uno mismo. Pero no hubo manera. Hasta un cárdenal presente omitió cualquier referencia a la Isla.
El Gobierno autonómico guarda un ominoso silencio mientras Brasil celebra a José de Anchieta como su tercer santo. Para los brasileños celebrar santos es como meter goles. Supongo que están ahora mismo ocupados en otros menesteres entre la vida y la muerte, pero confío en que el Ejecutivo regional y su presidente reaccionen. Que menos que una entrada en el blog personal de Paulino Rivero convenientemente proyectada por los informativos de la televisión autonómica. “Brasil es un país amigo pero hace mucho más calor que en Canarias y no pueden competir con nuestros carnavales. ¿Tienen carnaval de día? ¿Celebran concursos de drag queen? ¿Han visto a Soria disfrazado? Confiamos en mantener los tradicionales lazos de amistad con Brasil, pero que no nos empujen porque sabremos reaccionar defendiendo nuestros santos, nuestros fémures y nuestra competitividad en materia religiosa”.
Espero que esto no quede ahí. Las palabras son hermosas, pero se las lleva el viento, incluso cuando se convierten en trending topic. De la misma manera que Rivero se ha comprometido a crear 50 puestos de trabajo diario en las islas contra los tenebrosos entusiastas del pesimismo, el presidente podría marcarse como objetivo un santo semestral para los próximos cinco años. Un decidido estímulo al turismo religioso y a la rehabilitación de cuevas, chozas y ermitas. Ahí tiene a mano (como siempre) a Fernando Ríos Rull y su prodigiosa multiplicación de licencias radiofónicas, Fernando Ríos Rull, al que los panes siempre se les vuelven hostias…

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Decálogo de la cancamusa digital

1. Lo importante es crear redes. Ese es el mantra universal de la cancamusa dospuntocerista y oligofrénica.

2.  La creatividad original es pecado digital cancamuso. La clave está en la expresión poner en valor. El cancamusero digital vive básicamente de la rapiña, un mamoneo incesante y descarado, enmascarado como diálogo con la comunidad internaútica, que se extiende desde las nociones más elementales hasta el hurto más grotesco de algo que se descarga gratuitamente de algún sitio. El negocio digital cancamusero siempre se basa en algo que ya existe y es gratis. En Canarias hay ayuntamientos, sociedades públicas y hasta algún cabildo que han comprado a precio de oro una web al que el cansamusero digital ha arrancado de algún ciberrincón, le ha cambiado los logos y a cobrar. Pero el cansamusero digital nunca roba. Pone en valor algo previamente currado por otro incorporándolo a un proyecto de gran visibilidad.

3. El verdadero modelo de negocio (cancamusero, cuatro becarios hambrientos, una oficina destartalada, un plagio infecto, pueril e incesante) debe permanecer oculto en todo momento. Todas las preguntas al respecto deben ser contestadas en cancamuso mandarín.

4. Todo enunciado cancamusero (sea en el discurso industrial, sea en el discurso de los expertos en social media) debe incorporan conceptos como sinergia, trending topic, innovación, redes o comunidad.

5. Deben utilizarse compulsivamente anglicismos. Cuantos más mejor.

6.  Se debe adular tan ferozmente al cliente que hasta el dependiente de Pretty Woman parezca un dechado de sinceridad y respeto a sí mismo.

7.  En este sentido, el cancamusero digital debe presentar cualquier desgracia (crisis económica, pandemia, terremoto, erupción volcánica, accidente, cáncer pancreático) como una excepcional oportunidad.

8. La muy evidente ignorancia del cancamusero digital – la incapacidad para escribir correctamente, por ejemplo – se debe justificar siempre como una imprescindible ruptura con lo analógico.

9. Los escépticos que critican el cancamuseísmo digital son anacrónicos y patéticos enemigos del desarrollo tecnológico, el progreso social y la felicidad humana.

10. La cancamusa digital es el futuro. Imagínense a Lázaro de Tormes dotado con un ordenador y conexión a internet. Aquí y ahora no puede fallar.

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Toros ultraperiféricos

Cada vez que se recuerda el escasísimo arraigo histórico de la fiesta de los toros en Canarias siempre recuerda alguien –un aficionado, por supuesto –  los impresionantes llenos de las tres plazas y media abiertas en las islas, la visita de grandes figuras de la tauromaquia, el sacrificio trasatlántico de los heroicos empresarios ganaderos o hasta la trayectoria de una docena de matadores de toros y novillos nacidos en estos peñascos. Incluso se registra el caso de un gomero vestido de luces, mucho antes, por supuesto, de la llegada de Casimiro Curbelo y de las orquestas pachangueras, capaces de destruir cualquier vocación artística independiente.  Lo cierto es que aquí –como en cualquier parte –puede encontrarse antecedentes para todo: personajes involucrados en golpes de Estado, espadones, asesinos múltiples, un novelista excepcional, un químico con el Premio Príncipe de Asturias, un Charlot carnavalero o (no sé si las he citado ya) decenas, quizás centenares de orquestas de pachanga. No se me antoja un argumento muy sólido citar algún que otro matador de toros atribulado por los morlacos y la magua para avalar una hipotética tradición taurina en Canarias.
Los dirigentes del PP, que deben disponer de mucho tiempo libre pero que sobre todo practican una devoción irrestricta a los argumentarios que se expiden desde la calle Génova, se han manifestado a favor de la derogación de la normativa que prohíbe la fiesta de los toros en esta Comunidad autonómica. Parecen expresar una posición de principios. Se trata de la fiesta nacional. Pero lo de la fiesta nacional  se inventó, en fin, en el siglo XIX, cuando primero los liberales y luego los conservadores realizaron un meritorio esfuerzo por la nacionalización unificadora de símbolos y festividades propia de un Estado moderno. Al PP canario ni siquiera se le ha ocurrido, siguiendo la actual moda parlamentaria, presentar una moción para que, una vez legalizadas de nuevo las corridas,  los restos del animal sean diligentemente recogidos y distribuidos entre las ONG. Lo cierto es que la fiesta taurina languidece en todas partes y si alguien quiere disfrutar de sus dulzuras quizás lo más pertinente es que pague semejante lujo y se desplace por sus propios medios a la Península. Aquí no existe interés público ni condiciones económicas y comerciales para su explotación. Particularmente me desagradan mucho las corridas de toros. Y no por una especial lástima hacia los animalitos, sino por la estúpida, inocente crueldad de sus matadores. O como mejor dijo el maestro Sánchez Ferlosio: “Mi ferviente deseo de que los toros desaparezcan de una vez no es por compasión de los animales, sino por vergüenza de los hombres”.

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José de Anchieta

El Papa Francisco ha firmado un pergamino entre los mármoles del Vaticano y José de Anchieta – el canario que se convirtió en brasileño – ya ha alcanzado la categoría jerárquica de santo de la Iglesia Católica Romana. Supongo que los católicos isleños están de enhorabuena, pero a uno lo que le gustaría, sin duda ilusamente, es que este ascenso burocrático-celestial sirviera para que la obra literaria y filológica de Anchieta fuera más y mejor conocida y apreciada por los canarios, un asunto complicado, porque después de ejercer durante treinta años las competencias en materia de educación, no está entre los logros más brillantes de la Comunidad autónoma que los alumnos de primaria y secundaria conozcan medianamente su historia, su medio natural o su acervo literario y artístico. Después de tantos años el canario sigue siendo un pueblo que se ignora y que ignora que se ignora.
La crítica literaria y filológica ha sabido enfrentarse al legado de Anchieta, desde los fervorosos trabajos pioneros de José Maria Fornell hasta la magnífica monografía de González Luis y Hernández González. Pero incluso para el reducido público lector del Archipiélago José de Anchieta continúa siendo un ilustre desconocido ese escritor itinerante (además de sacerdote) que se expresó en latín, español, portugués y guaraní. Una vida arriesgada, valiente y aventurera, plagada de trabajos, enfermedades y sinsabores no impidió a Anchieta, tal vez le sirvió de arduo acicate, para desplegar una curiosidad vivaz y un talento literario tan pródigo en la creación poética y teatral como en la investigación lingüística. Anchieta fue de los primeros españoles (y europeos) en escribir sobre el Nuevo Mundo y si inevitablemente lo hizo desde la mirada de un religioso de su época también dejó patente su capacidad para describir un nuevo universo sin anteojeras, con una prosa cuya sencillez se transforma en un dechado de suprema elegancia. Su extraordinaria sensibilidad hacia los pueblos indígenas y hacia un idioma cuya gramática se empecinó amorosamente en conservar no es una lección de bienintencionada tolerancia, sino un testimonio aun palpitante de quien comprendió que lo propiamente humano no estriba en las diferencias, sino en las semejanzas entre los hijos de la tierra, de todas las tierras, y en el prodigio de las lenguas que cuentan y  cantan todas las historias,  que son una misma, hermosa y torturada historia.

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