Alfonso González Jerez

Una RIC para la claqué empresarial

La Reserva para Inversiones en Canarias (RIC), regulada en la ley del Régimen Económico Fiscal de Canarias de 1994, no supuso una novedad inmaculada. Tiene como antecedente del Fondo de Previsión para Inversiones, recogida en el REF aprobado en las postrimerías del franquismo, y aunque su regulación jurídica resulta evidentemente distinta, también era en sustancia un incentivo fiscal (una reducción de la base imponible) dirigido a la autofinanciación y a la inversión empresarial. Ya saben ustedes: gracias a la RIC se podía eludir el Impuesto de Sociedades hasta el límite del 90% del beneficio obtenido después de impuestos no distribuido.  No es disparatado suponer que durante su vigencia el total de fondos de la Reserva de Inversiones se eleve al 20% del actual PIB de la Comunidad autonómica. Y al mismo tiempo ya es hora de reconocer que la RIC – al igual que el FPI en sus años – se ha mostrado inútil para aumentar la inversión empresarial productiva en las islas, crear empleo y diversificar la economía. La RIC se ha sepultado en ladrillos, en naves industriales y, en un porcentaje muy inferior, en deuda pública. Hasta cierto punto se ha convertido en un incentivo perverso dentro de un modelo de crecimiento económico intensivo y estanco, un mecanismo que ha servido para reproducir lo peor y no para buscar espacios de cambio y transformación económica. Las empresas que se han acogido a la RIC aumentaron su desapalancamiento, su capacidad de financiación propia, pero no invirtieron productivamente, y la Reserva de Inversiones no llevó a la dinamización del tejido productivo, sino al estímulo de una figura –muy conocida en estos andurriales archipielágicos – del empresario rentista.
Años llevan ya las principales fuerzas políticas canarias debatiendo sobre si la RIC, en el nuevo REF que debe ser convalidado por las Cortes y aprobado por Bruselas, debería poder invertirse en el extranjero y, particularmente, en África. Ahora es el PP quien asume este disparate, porque una RIC que permita invertir en el extranjero será otra cosa, pero no el dispositivo fiscal del REF de 1994. Que una región inmersa en una crisis económica y social como Canarias se plantee, para materializar la RIC, la inversión empresarial africana deja muy claras las prioridades del PP y su absoluto desprecio por el martirio colectivo y cotidiano de cientos de miles de canarios. Quieren contentar a su claqué empresarial y ampliar el recurso al ladrillo, la construcción y la especulación inmobiliaria fuera de nuestras fronteras.  Quieren, nada menos, normalizar jurídicamente la evasión de capital fiscalmente exonerado al extranjero.

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Un consejo fraternal

Reconozco estar un poco asustado. He escuchado y leído en los últimos días proclamar, desde Las Palmas de Gran Canaria, que el Carnaval de la capital “es el segundo mejor del mundo”, después de los brasileños. También contemplé con espanto numerosos tuits entusiastas sobre la Gala de Elección de la Reina, un espectáculo grandioso e inolvidable, e incluso pude oír a varias personajes elogiando el afilado  ingenio de las murgas grancanarias. Creo que mi alarma justifica lo suficiente un consejo fraternal a mis amigos de Las Palmas: tengan mucho cuidado con el carnaval. Están ustedes a punto de transformar un estupendo pretexto para bailar, emborracharse, bacilar, mear en cualquier esquina y, eventualmente, pillar cacho, con una seña de identidad. Y la principal característica de una seña de identidad colectiva es su carácter tóxico, baboso, idiotizador. El Carnaval, por su puesto, es una institución ritual y simbólica, pero en cuanto se transmuta en una realidad administrativa entra en la senda de su desnaturalización babieca y cejijunta. Y todavía peor, créanme ustedes, cuando un ataque de imbecilidad colectiva siembra en los cráneos las carnestolendas como abono para una variante del patriotismo y crecen y se enraciman los superlativos y en un momento dado, un momento en el que nadie pensó seriamente (¿quién iba a pesar seriamente en eso disfrazado de oso panda y con media botella de pampero en las venas?) se despliega como una bandera. Una bandera de telas subvencionadas por los ayuntamientos y que huele a vomitona agria y pis de amanecida, pero que se enarbola con sacrosanto furor terruñero.
No, ningún carnaval de Canarias es el segundo, el tercero o el undécimo del mundo. Eso de irse de fiesta para alcanzar un record universal es un autorretrato espeluznante que fusiona nuestro escaso sentido del humor con la miseria de nuestras aspiraciones. Las galas son espectáculos de aficionados con chirrían en las pantallas televisivas, las murgas grupos de payasos enfadados tan graciosos habitualmente como un cólico nefrítico, las comparsas charcuterías semovientes y multicolores. Al menos en Las Palmas no existen, que yo sepa, las aterradoras rondallas, una suerte de antologías zarzueleras dignas del hilo musical de un tanatorio. Aprovechen su penúltima oportunidad. Todavía están a tiempo. Cojan el disfraz, bajen a la calle, bailen, beban, rían a carcajadas y olvídense de cualquier otra cosa.

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Trompetazo electoral

El poder aísla de la realidad, dicen los bienpensantes, cuando lo que suele ocurrir es que la falsea. Y cuanto más poder se acumula más fácil es falsearla impunemente. El discurso de Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados no era un diagnóstico sobre la situación política, económica y social de España, sino el trompetazo triunfalista de la campaña electoral: dentro de un par de meses, las europeas, en poco más de un año, las municipales y autonómicas, sin descartar la hipótesis – ya lo dirán las encuestas y la coyuntura económica de la primavera de 2015– de simultanearlas con las generales. El país estará hecho un asco, pero la derecha española vive sus días de gloria: la recesión, en efecto, les ha permitido desarrollar su agenda política e ideológica, sin implementar además una sola reforma estructural seria – en las administraciones públicas, en el mercado laboral, en educación, en el sistema fiscal – que pusiera en peligro el status quo institucional. Si hasta se han inventado competencias a las diputaciones provinciales a fin de tener un pretexto para no cerrarlas. Con cerca de seis millones de parados, un crecimiento de la desigualdad galopante, los servicios sociales y asistenciales desbordados, un déficit público con cifras de dos dígitos desde hace cinco años, una deuda pública monstruosa que se aproxima al 100% del PIB, una incapacidad manifiesta para controlar el gasto – y de la que resulta principal responsable la Administración central del Estado — el ahorro familiar a niveles mínimos y una sequía crediticia interminable cabe cualquier cosa, menos ese grotesco espectáculo de un presidente hinchando pecho patrióticamente y proclamando que lo peor ha quedado atrás.
Mariano Rajoy ha escenificado un deleznable ejercicio de irresponsabilidad política. Su anzuelo para los titulares – todo presidente, en estas ocasiones, se guarda uno – ha consistido en esa tarifa plana  de cien euros mensuales para las empresas que contraten trabajadores indefinidos: la enésima bonificación de esta estirpe que tan excelentes resultados ha proporcionado desde los años ochenta. Pero no nos quejemos. Si a este ensoberbecido botarate parece que le resbala todo es porque todo, en efecto, le resbala, incluido tener en la cárcel al tesorero de su partido durante lustros y los cientos de procesados e imputados en los juzgados que adornan la ejecutoria del Partido Popular. Y la responsabilidad es solo nuestra. Y muy particularmente de los socialdemócratas, los sindicatos y los partidos de izquierda en este país. Porque hoy, aunque gravemente herido, el PP volvería a ganar las elecciones. Básicamente por incomparecencia política, organizativa y programática de los demás.

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Vale todo

Reconozco que no me ha indignado la farsa del programa televisivo Salvados sobre el intento de golpe del 23 de febrero de 1981 y quizás no me ha indignado porque tampoco me sorprende mucho. Desde el punto de vista del espectador lo ofrecido anteayer por Jordi Évole y su equipo, en fin, no deja de ser una estafa. Salvados es un programa semanal de televisión y, como todos los programas, tiene un compromiso con sus seguidores. En su caso, para decirlo brevemente, abordar a través de un relato crítico asuntos graves de trascendencia social y política. Ese pacto implícito entre el programa y sus televidentes quedó hecho añicos el domingo pasado cuando Évole se decidió por ofrecer un falso documental, surtido de hipótesis generalmente delirantes, sobre el 23-F, a modo de bufonada sonriente y gamberroide. En términos de audiencia ha triunfado arrasadoramente.  Pero se suponía que, precisamente, el combate del periodismo crítico de Salvados consistía en sobrevivir comercialmente sobre el compromiso con la investigación de lo que ocurre desde ese relato progresista. En las redes sociales se pudieron registrar perfectamente los vaivenes de sus espectadores, que tienen en su indignación su certificado de lucidez política y moral. Primero, la credulidad enfurecida. A continuación – y sin olvidar a centenares de besugos que se apresuraron a borrar sus tuits – la estupefacción más o menos incómoda. Y finalmente la explosión de júbilo donde, de nuevo, croaban los más listos: es un gran experimento televisivo que pone en cuestión nuestras convicciones, suposiciones, anhelos, sospechas, barruntos, decepciones. Évole ya no era un presentador de televisión con estilo propio o un astuto entrevistador, sino un sociólogo en ciernes practicando una operación meaperiodística. Recordé a la señora Mercedes Milá, que en su día calificó inmortalmente a Gran Hermano como un “apasionante experimento sociológico”.
Tonterías. Évole y su equipo solo buscaban audiencia. Y la han ganado. Pues estupendo.
En televisión vale todo. Es un significante que devora cualquier significado. Por eso debe actuar así Willy García, el director de la Televisión Canaria, cuando se dirige a los diputados del Parlamento y lanza veladas amenazas a Águeda Montelongo. Es una costumbre de la casa. Un rasgo del medio. Una manera de estar (y mear) en un mundo que solo existe para ser televisado, es decir, convertido en espectáculo.

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Notas sobre la situación política en Venezuela

1. La legítima protesta estudiantil es reprimida por el Gobierno y manipulada por un sector de la oposición. ¿Qué ocurrió en la plaza de Venezuela el 12 de febrero? En primer lugar un éxito sin precedente de la convocatoria de los colectivos estudiantiles. La espita del descontento no se ha abierto por el desabastecimiento crónico o la inflación desbocada.  El detonante ha sido la inseguridad pública y la criminalidad desatada en Caracas y en otras grandes ciudades del país: entre 60.000 muertes (según las autoridades) y 90.000 (según fuentes extraoficiales) en la última década, sin contar con robos, asaltos, secuestros y agresiones callejeras. La multitudinaria manifestación dejó al Gobierno estupefacto. Y no solo por las decenas de miles de manifestantes, sino por la expresión terminante de sus propuestas. Simplemente, Maduro debería dimitir y largarse. He leído que resulta muy sospechoso que los estudiantes de la plaza de Venezuela (como los que les precedieron en las marchas de Mérida o Táchira) no reivindicasen solicitudes económicas o sociales concretas, sino que exigieran el fin del chavismo. Es una crítica trufada de cinismo. La violencia verbal que ha empleado el Gobierno y los dirigentes del PSUV en los últimos años, no se diga en los últimos meses, después de la muerte del presidente Hugo Chávez, ha sido extraordinaria. Han calificado a la oposición de antipatriotas, espías, agentes de la CIA, criminales, golpistas, miserables, canallas, gusanos, terroristas, una y otra vez, pero, al parecer, pedir explícitamente la dimisión de Nicolás Maduro es una grosería intolerable. La concentración de la plaza de Venezuela ya había acabado, estaba prácticamente disuelta, cuando comenzaron a actuar grupúsculos que parecían bien coordinados y entre los que abundaban encapuchados dotados de armas de fuego, que levantaron barricadas y comenzaron a disparar, consiguiendo incluso quemar furgonetas de la policía política, el Sebin. Pronto estalló una balasera infernal en la que decenas de personas resultaron heridas y se produjeron tres muertos: un joven chavista y dos jóvenes opositores. Resulta perfectamente verosímil que en esta ocasión, como en otras, el sector más derechista de la oposición al chavismo haya infiltrado a agentes provocadores. Porque si el chavismo está acorralado por el estrepitoso fracaso de su gestión económica, pretextando una guerra económica para enmascarar el resultado inevitable de su asombrosa estupidez gestora, su obcecación ideológica y su imperioso deseo de supervivencia, la unidad de la oposición, la Mesa de la Unidad Democrática, ha empezado a desquebrajarse, y lo ha hecho por la facción más conservadora, más furibundamente anticomunista, que considera a Henrique Capriles un blando, cuando no un traidor, al reconocer la estrecha pero incontestable victoria de Maduro en las elecciones presidenciales del pasado año, y apostar por la vía institucional y electoral. Esa facción derechista, en cambio, sueña con una vía insurreccional disparatada y abocada a un sangriento fracaso.  Tampoco cabe descartar –más bien lo contrario — que el Gobierno haga lo propio e infiltre en las manifestaciones a sus propios provocadores.   Quizás la destitución del director del Sebin,  el general Manuel Bernal, por instrucción de Maduro, no solo tenga que ver con el incumplimiento de la orden de acuartelar a los funcionarios de la  policía política el pasado día 12.  Tal vez los agentes del Sebin hicieron algo más  que desobedecer una directiva presidencial. En Venezuela existen y actúan impunemente bandas paramilitares — generalmente motoristas — cuya principal misión es amedrentar, amenazar y, cada vez con mayor frecuencia, agredir impunemente a los que se atreven a mostrar su disidencia en las calles y plazas del país.

2. No es tolerable ni verosímil la simetría valorativa. Por ejemplo, y solo es un ejemplo, en la desinformación propagada desde ambos bandos. Al parecer es imprescindible insistir en una obviedad: el Gobierno de Nicolás Maduro tiene a su disposición todos los resortes del poder (ejecutivo, legislativo, judicial, militar, policial) mientras la oposición en general, y los colectivos estudiantiles en particular, deben acudir a sus propios y rudimentarios medios. Es innegable que desde Venezuela se han difundido, por opositores al Gobierno chavista, información tergiversada, infundios ridículos y fotografías estúpidamente manipuladas. Pero por encima de este material fraudulento y deleznable está un Gobierno con amplísimas facultades que ha intentado, con todos los medios políticos y técnicos a su alcance, suprimir la libertad informativa sobre las protestas callejeras dentro y fuera del país. En realidad el régimen chavista ha llevado a cabo un progresivo estrangulamiento jurídico y económico de los medios de comunicación convencionales en Venezuela, que tiene uno de sus últimos capítulos en la agonía de los periódicos nacionales. Como el Gobierno ha establecido un control cambiario absoluto es el Gobierno quien autoriza la compra de dólares, y los periódicos necesitan  papel que solo puede comprarse en el exterior.

3. Ni hay peligro de golpe de Estado ni el Gobierno está dispuesto a abandonar o consensuar nada que cuestione la perpetuidad del régimen. Solo la ingenuidad política puede hacer creer a los estudiantes venezolanos contrarios al régimen chavista que manifestándose a diario caerá el Gobierno, no se diga el sistema político en su conjunto. De la misma manera, solo una fantasía ideológica –cebada por una propaganda a ratos hilarante — puede sostener que lo que está en marcha en Venezuela es un golpe de Estado contra un Ejecutivo que tiene en sus manos a las fuerzas armadas, los cuerpos policiales, las finanza petroleras y casi todas las administraciones públicas.  Nicolás  Maduro no es Salvador Allende.  El chavismo ha arruinado a Venezuela y ha montado un régimen basado en la estatalización de la economía y en un gigantesco sistema clientelar gracias al control de la renta petrolera. La corrupción ha alcanzado niveles inimaginables incluso en la época de Carlos Andrés Pérez y toda la estrategia de desarrollo del socialismo del siglo XXI ha fracasado palmariamente: el país es más dependiente del exterior y del petróleo y el gas que en toda su historia. Pero el chavismo todavía dispone de un muy amplio –aunque mengüante — apoyo popular. Son todos aquellos millones de venezolanos que ni viven sustancialmente peor que en 1999 — salvo por la delincuencia callejera —  ni escrutan en la oposición política un programa ni un proyecto alternativo nacional verosímil. “Sí, puede que Maduro sea un huevón, y el otro día escapé de vaina de unos malandros ahí mismo, en la esquina, pero, si vienen otros, seguro que me van a quitar todas las ayudicas, hermano”.

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