Alfonso González Jerez

Sus sucias manos

La institución del Día de las Letras Canarias llegó justo a tiempo para blanquear la desastrosa gestión de la política cultural que han desplegado los gobiernos de Coalición Canaria en los últimos años. Bajo la égida de Inés Rojas se ha llegado a la conclusión, finalmente, de que la mejor política cultural es la que no se realiza. En menos de un lustro se pasó de un intervencionismo de aspiración entre malreauxiana y catalana, cargado de septenios y de estrategias culturales, a un darwinismo feroz de presupuestos ridículos y sálvese quien pueda. En este tránsito el Gobierno autonómico no renunció al humor y ha puesto a disposición de los supervivientes una denominada oficina de apoyo al sector cultural, “una plataforma permanente (sic) de información, apoyo y asesoramiento especializado”, dependiente de la empresa pública Canarias Cultura en Red. En lo esencial esta plataforma se dedica a informar pachorrudamente de que no hay perras y que los interesados pueden dirigirse a otra parte a molestar con sus solicitudes, sus angustias y sus cuitas. Ignoro si la dotación presupuestaria de Canarias Cultura en Red permite repartir clínex entre los solicitantes. Lo que sí hay son tres direcciones generales, las de Cultura, Deportes y Cooperación Cultural y Patrimonio, dotadas de presupuestos ridículos y con una actividad mínima, pero indispensables para cubrir las cuotas internas de CC y recolocar a algún alcalde perniquebrado.
Este artículo, pibes y pibas, debes escribirse todos los años, como quien peregrina ritualmente a ninguna parte; servidor lo hace, cada vez más harto y cansado, desde que Francisco Ramos Camejo ocupaba laViceconsejería de Cultura y Deportes, media eternidad de improvisaciones, derroches, dirigismos y ocasiones perdidas. Así, de éxito en éxito, hemos alcanzado las más altas cumbres de la miseria. No solo se suprimen las aportaciones a las bibliotecas públicas; actualmente, como hace un cuarto de siglo, a los niños y adolescentes isleños apenas se les aproxima a conocer la historia, la literatura o el arte canario, y no existen excusas metropolitanas desde que las competencias en materia de educación y elaboración de currículos están traspasadas a las Comunidades autonómicas. Es repugnante escuchar a los que mandan citar a Agustín Millares y alabar su espíritu crítico y rebelde, pero enseguida recuerdo la fuerza de la auténtica poesía, la inasible belleza de la palabra poética, y me reconforto pensando que ningún rebenque podrá nunca poner sus sucias manos sobre un solo verso de Agustín Millares.

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La pureza imprudente

Los pibes y pibas de Unión, Progreso y Democracia están poniendo en circulación una proyección electoral realizada a finales de 2011. Con los resultados de los comicios de noviembre de ese año, que proporcionaron una amplia mayoría absoluta al PP, los autores han proyectado una hipótesis suprimiendo las circunscripciones electorales y absteniéndose de aplicar la ley D`Hont. Sin coeficiente corrector y con una única circunscripción nacional casi serían veinte las fuerzas políticas con representación en el Congreso de los Diputados, incluyendo partidos y plataformas tan bizarras como PACMA o Escaños en Blanco. Por supuesto el PP se quedaría muy lejos de la mayoría absoluta y el PSOE obtendría incluso ocho escaños menos. Los grandes beneficiados serían Izquierda Unida y (vaya sorpresa) UPyD.
Este curioso experimento ofrece, según la buena gente de UPyD, el cumplimiento estricto de la máxima democrática “un hombre, un voto”. Me parece que se equivocan: el compromiso democrático del derecho al voto no equivale a que el voto obtenga necesariamente representación y, sobre todo, a que tu voto – y el partido o coalición de tu preferencia – participe ineluctablemente en las tareas de gobierno. Pero más allá de esta estruendosa obviedad, un sistema proporcional puro (como es pomposamente denominado) resulta básicamente la placenta de un sistema político inestable y que muy difícilmente puede responder, con capacidad de diagnóstico y resolución ejecutiva, a los graves problemas estructurales de sociedades complejas instaladas en una crisis permanente. El mismo resultado electorales del PP en 2011 fue excepcional. No se  registraba una mayoría absoluta semejante desde los años ochenta. Si se desarrolla el mismo ejercicio hipotético con los resultados de las elecciones de 2008 el número de fuerzas representadas en el Congreso de los Diputados sería aun mayor y las coaliciones de gobierno – con cuatro, cinco o seis partidos discutiendo hasta la última coma de cualquier proyecto legislativo o acción gubernamental — se convertirían en manicomios buhoneros y fugaces. Italia – incluso después de la reforma electoral pactada entre Berlusoni y el centroizquierda – brilla como un ejemplo muy poco ejemplar. La reforma electoral es necesaria – y en Canarias urgente – pero no para sacrificar la gobernabilidad, sino para mejorarla sin merma del pluralismo político.  A los obsesionados por la reforma electoral como pócima para resolver todos los males, desde la érronea creencia que tienen su exclusivo origen en el olipologio partidista que padecemos, habría que recordarles que la calidad de una democracia depende también de otros muchos factores, desde la efectiva separación de los poderes públicos hasta la corrupción, y que el purismo representativo no representa un instrumento precisamente eficaz para salvaguardarla.

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Un murguero triste

Ayer descubrí a un murguero triste. Subía solitariamente por la calle, ya de madrugada, y parecía arrastrar hasta la nariz de payaso por el suelo humedecido por una ligerísima lluvia. Una auténtica novedad, porque los murgueros no suelen mostrarse tristes, sino cabreados.  Ya no recuerdo la última vez que ví a alguno de ellos reírse en el escenario. Los murgueros, desde hace varios lustros, están permanentemente emputados, porque han asumido un papel que nadie jamás les pidió: ser la voz del pueblo. Una tremebunda responsabilidad que no puede asumirse ni ejercerse, obviamente, con una sonrisa en los labios. Desde que se produjo este acontecimiento, es decir, la transformación de las murgas en un hibrido pintarrajeado entre el Orfeón Donostiarra y Maximilien  Robespierre, los murgueros ya no se ríen, sino se encrespan; ya no vacilan, sino denuncian; ya no son agentes libres que terminaban –como todos nosotros –borrachos al amanecer, sino que forman parte normalizada, asimilada, deglutida del carnaval institucional, regado con cientos de miles de euros y cubierto por una maraña selvática de ordenanzas, normas y reglamentos
El murguero triste, acaso melancólico, venía, con toda seguridad, del concurso de murgas. Hasta en su lento y cansino andar se le notaba hondamente decepcionado. Su murga no había ganado y no cabe dudar que se lo merecía. La voz del pueblo, como el pueblo en general, resulta muy sensible al halago, y los premios son, básicamente, distinciones halagadoras. Mientras las murgas se transformaban en agentes reconocidos, premiados y subvencionados de la sociedad civil, los partidos políticos han hecho el camino inverso, murguerizándose hasta extremos, precisamente, payasescos. No hay murgas más cabalmente murgueras que los actuales partidos políticos. Todos son la voz del pueblo. Todos denuncian lo que se ha hecho vergonzosamente mal. Todos disfrutan de una democracia interna tremendamente murguera. Todos desafinan bajo la batuta del payaso jefe y cuando llega la hora del concurso, es decir, de las elecciones, todos han ganado en buena lid, y si refunfuñan es para advertir que las bases del concurso se reducen a un conjunto de trampas para que siempre venzan los mismos y no se pueda escuchar (en efecto) la voz del pueblo.
Me gustaría haber podido explicárselo al murguero triste, solitario y final del otro día. Haberle dicho, con lágrimas en los ojos: “Han estado muy bien. El próximo año estarán en la final y puede que saquen un diputado”. O algo así.

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Un país inviable

La Fundación de Cajas de Ahorro (Funcas) asegura en un informe que Canarias ha perdido el 6% de su PIB – unos 2.500 millones de euros aproximadamente – a causa de la parálisis económica, el cierre de empresas y la destrucción de empleo durante la depresión que enseñó el hocico a finales del 2007 y estalló con todo su feroz esplendor al año siguiente. Algunos economistas isleños elevan el porcentaje cerca de un punto más. Según Funcas se ha destruido un 16% de los puestos de trabajo existente a principios de 2008, lo que sumado a los nuevos demandantes de empleo explica ese escalofriante 33% de paro que se registra en el Archipiélago. En ninguna otra comunidad autonómica la recesión ha incidido tan brutalmente en el descenso de las rentas de trabajo, en el gasto familiar y en el crecimiento de la desigualdad social. Y esta macabra circunstancia solo se explica – aunque los expertos de Funcas lo obvian parcialmente– es el modelo de crecimiento económico, en las carencias en capital humano y en la muy limitada apertura comercial al exterior. Dentro de diez o quince años la generación del baby boom (aquellos nacidos en la década de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado) estarán jubilados o a punto de jubilarse. Seremos entonces un país decididamente envejecido y los problemas para financiar las pensiones y la atención médica y hospitalaria de los ancianos se acrecentarán todavía más.
Lo que dibujan los datos del informa de Funcas es, exactamente, la misma situación objetiva que revelan todos los análisis y prospectivas mínimamente solventes que pueden consultarse: Canarias está a punto de transformarse en un país (región, comunidad autónoma, nación o nacionalidad: táchese lo que no proceda)  económica y socialmente inviable. A Canarias le urge reinventarse en lo político, lo institucional y lo económico si no quiere verse reducida a un rincón atlántico deficientemente subsidiado, con su cohesión territorial arruinada, una democracia esclerótica sepultada bajo sus propios escombros y unos índices de exclusión social incompatibles no solo con un lugar desarrollado, sino con un espacio humano con capacidad de desarrollo. Esa es la atroz perspectiva de lo que nos aguarda mientras las cochambrosas élites extractivas de las islas perpetran referéndums de chirigota o lo siguen confiando todo en la construcción de hoteles para cebar el cuerno de la abundancia.

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Europa, Soria y los lemmings

El pasado domingo, y en un marco incomparable, es decir, en el seno de la Confederación Canaria de Empresarios, el ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, confirmó que el Gobierno central llevaría en breve al Tribunal Constitucional la ley de reforma y renovación turística de Canarias. Según Soria se habría intentado superar las diferencias de criterio existentes entre unos y otras en la Comisión Bilateral Canarias-Estado, pero fue imposible llegar a un acuerdo satisfactorio. Sinceramente el Gobierno de Mariano Rajoy tiene un buen montón de argumentos técnico-jurídicos para conseguir la derogación de la normativa legal aprobada por el Parlamento de Canarias, y no únicamente por el diligente talento remendón de muchos de los magistrados del Tribunal Constitucional, que lucen en sus glúteos gaviotas tatuadas, sino por la legislación europea aprobada en los últimos años. Es un buen ejemplo para apreciar la importancia de votar en las elecciones al Parlamento de la UE que, en este país, siguen siendo, para los grandes partidos tradicionales y los nuevos experimentos organizativos, una ocasión para rascar legitimidad, erosionar al Gobierno o impulsar un flamante proyecto político. En los últimos quince años tratados y directivas coinciden, demasiado a menudo, en un único objetivo: limitar, desarmar, eliminar la intervención pública en la dinámica económica local y regional. El  Tratado de Lisboa consagra la pía desregularización de servicios y las bienaventuranzas de la libre competencia. Vaya usted a saber sin en otros espacios nacionales ese capitalismo idílico, higiénicamente competitivo y equitativamente desregulado existe; en España, y obviamente en Canarias, no.

Seis años de dura y martirizante crisis no han servido, francamente, para gran cosa. Lo fundamental es que se puedan construir hoteles de cuatro estrellas. Y de tres. Y pensiones dotadas con jofaina y bacinilla si fuera menester. Construyamos y el desempleo se volatizará ante nuestros ojos como un fantasma indeseable. En Tenerife y Fuerteventura, entre principios de los noventa y comienzos del nuevo siglo, se construyeron una veintena de hoteles de cinco estrellas o gran lujo. Ambas islas registran, desde hace años, los mayores índices de desempleo en el Archipiélago, y en ninguna de ellas, como en el resto de Canarias, el paro ha descendido del 9,5% en los últimos treinta años. Pero resulta irrelevante. Reemprenderemos la carrera como lemmings furiosos arrastrando carretillas de cemento y bloques hasta caer por el próximo acantiladoy ver todas las estrellas juntas.

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