Alfonso González Jerez

Ahogados como perros

Un momento, un momento. Allá enfrente, a unos cuarenta o cincuentra metros, varias docenas de personas se agitan en el mar, algunos manoteando desesperadamente, otros agarrados a un pedazo deshilachado de salvavidas, gente exhausta, que intenta aproximarse a la costa porque se están ahogando, pero lo que hace un destacamento de la Guardia Civil es disparar pelotas de goma y cartuchos de fogueo para trazar sobre las olas una línea que dibujara, a base de salpicaduras, la frontera española. La Benemérira practicando poesía visual. Así que estas personas están ahí, agonizando de miedo, ahogándose, implorando socorro, y la Guardia Civil lo que hace es disparar pelotitas de goma, con mucho cuidado, por supuesto, para no causarles daño a los inmigrantes antes de que murieran ahogados como perros.
Ahogados como perros.
El director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, se ha indignado mucho y ha anunciado que denunciará cara al sol y con la camisa nueva a quien quiera que intente mancillar el honor del instituto armado. Apúnteme usted si quiere en su larga lista, Fernández de Mesa, porque el simple informe de los hechos ofrecido por el ministro del Interior – contradiciendo sus propias mentiras — es el retrato estremecedor de una miserable villanía. Hace horas debió dimitir el señor Fernández de Mesa, acompañando a ese santo varón, el ministro del Interior, cuyas advocaciones a Santa Teresa son cada vez más obvias: por la coherencia de su discurso  cada vez está más claro que  se refiere al ron y no a la escritora. El primer paso sería que ambos abandonaran sus cargos, pero después deberían ser procesados judicialmente. El ministro y su director general sí han traspasado una frontera: la que separa el cumplimiento de la legislación vigente de una canallada que exige ahora no únicamente la impunidad, sino el aplauso, con una retórica chulesca y parapeteada en los heroicos sobacos del Duque de Ahumada. Catorce cadáveres se han recogido (hasta ahora) junto al espigón de Ceuta.
Ahogados como perros.
Ahí plantados en acto de servicio por Dios y por España, disparando sus fusiles sin ánimo de ofender, herir o molestar, porque eran descargas meramente informativas, una pequeña y ruidosa lección de geografía al amanecer, mientras los alumnos se hundían en el mar para no ver nunca más la luz del sol. Todos sabemos (y ellos también) el nombre que merecen los hombres que, impávidos, dejan morir a otros hombres mientras gritan auxilio, imploran piedad,  suplican compasión. Al final todo se queda en silencio y solo se escucha el implacable rumor del mar grisáceo. Misión cumplida.

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Vía crucis

Estoy esperando emocionadamente cuál será el próximo paso del vía crucis paulino. Porque de eso se trata. De acompañarlo (obligatoriamente) por el áspero camino a su no-reelección mientras sangra brillantes ocurrencias y patrióticas babiecadas. Durante algunos días ya no se habla de desempleados, de enfermos crónicos que no tienen donde caerse muertos, de servicios hospitalarios colapsados y de establecimientos comerciales clausurados, de las becas universitarias que no se abonan y del REF que guarda en una gaveta el Doctor No. Esperemos el nuevo bandazo que nos mecerá en un deleitoso vaivén. Veamos. Primero fue la estratagema del enfrentamiento con Madrid, oh Madrid, babilonia cruel, frívola y metropolitana. Después se visita a Rajoy y, sobre todo, a Su Majestad el Rey de las Muletas, para alertarle, sin ninguna maldad, sobre los brotes independentistas que pueden aparecer allá abajo, uno de los informes más desopilantes que cabe imaginar de un nacionalista a un monarca constitucional. Y ahora la pretensión de convocar un referéndum que debe autorizar el Estado y que por supuesto no hará, a fin de indignarse mucho luego, agriar el gesto, volver a cantar la dolorida serenata de la desafección. Y todo esto, por supuesto, sin mediar consulta formal con los órganos de dirección de su propio partido, que el presidente Rivero sabe muy bien lo que se hace y ese confuso rebaño de conspiradores aficionados no está en condiciones de comprenderlo. Es difícil imaginar, en cualquier otra organización política, que un presidente del Gobierno tome una decisión de semejante calibre – y cuyos efectos en la relación entre la Comunidad autonómica y el Gobierno central resultan difícilmente pronosticables – sin que medie un debate, sereno y riguroso, en los órganos competentes del mismo. Pero aquí ocurre en vivo y en directo y los dirigentes de Coalición Canaria no tienen absolutamente nada que decir, nada que decidir. Rivero los trata, precisamente, como tratará las autoridades del Estado español a su solicitud. El presidente del Gobierno regional quiere consultar a los canarios sobre las prospecciones de Repsol, pero elude despectivamente consultar y debatir sobre su iniciativa con su propio partido.
Yo aguardo cualquier cosa. Ni siquiera descarto que Paulino Rivero se plante en El Escorial a pedirle audiencia a Felipe II. “Señor, ¿sabe usted que en Canarias hay un loco que promueve un referéndum?”. Y el Rey, pasmado.

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Una mujer incómoda

Una ironía de pésimo gusto casi hace coincidir la admisión a trámite de proyecto de ley sobre el aborto presentado por Alberto Ruiz- Galladón en las Cortes con el aniversario del nacimiento de Calra Campoamor, una figura relativamente olvidada de la política en la II República y referente inexcusable en la lucha por la igualdad de derechos entre los sexos en España. Si Campoamor no ha recibido sino muy tardíamente reconocimiento y homenaje es porque se trata de una figura incómoda. Su lúcida energía, su feroz independencia, su incapacidad para gestionar la estupidez ajena no le han sido del todo perdonadas. Por arriesgados que sean estos ejercicios de la imaginación, no me cabe duda sobre cuál hubiera sido su postura en el debate político de anteayer en el Congreso de los Diputados, donde durante unos pocos años brilló desde un escaño: en contra de una mamarrachesca normativa legal que entiende a la mujer como sometida a una minusvalía volitiva desde un ideología patriarcal y prohibicionista.
Ruiz-Gallardón tuvo el descaro de recordar, precisamente, el debate sobre el derecho al voto de la mujer en las Cortes de 1931, y mintió alevosamente al afirmar que la izquierda socialista votó en contra, cuando lo cierto es que la mayoría de los votos positivos (83 de 121) procedían del PSOE, aunque un sector de los socialistas – los prietistas – votaron en contra. Derivar de esto una acusación al supuesto conservadurismo de la izquierda española, mientras se pretende aprobar un proyecto legislativo que significa un retroceso de treinta años en la autonomía ciudadana de las mujeres es de un cinismo repugnante por parte del señor ministro y del PP, un partido que, por cierto, hace pocos años se abstuvo a la hora de honrar a Campoamor con un busto en los pasillos de la Cámara Baja.
Campoamor seguirá siendo incómoda mucho tiempo. A una parte de la izquierda (comunistas y anarquistas) les dejó en evidencia en las Cortes Constituyentes de 1931 y en el exilio publicó un libro indispensable, La revolución española vista por una republicana, donde denunció serena y límpidamente, desde sus convicciones democráticas, laicas y reformistas, la alegre carnicería en ambos bandos. No solo entre los sublevados, sino también entre los que despreciaban la democracia representativa, tan lenta, tan poco satisfactoria, tan no nos representan, y se lanzaron a un sangriento festín revolucionario con los espléndidos resultados conocidos.

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El espejismo

Es un poco hilarante. Lo que la mayoría de la izquierda isleña encuentra mal de la propuesta de referéndum del presidente del Gobierno autonómico, Paulino Rivero, es que no se aplique a otras cosas. A las cosas que pluguiera a cada uno. Un referéndum sobre el puerto industrial de Granadilla. Un referéndum sobre la reforma electoral. Un referéndum sobre el Régimen Económico y Fiscal. Prodigioso descubrimiento: el referéndum como chute vitamínico al deteriorado sistema democrático. El referéndum como alfa y omega de una verdadera democracia participativa. Y solo cabe sospechar de aquellos que no admitan el referéndum como un método ya no intachable, sino inmejorable para la toma de decisiones políticas democráticas. A la izquierda que padecemos – la que abomina del régimen electoral, pero se relame pensando en los diputados,  senadores y concejales que les prometen las encuestas – al parecer le traer sin cuidado que esta sea una operación política del presidente Rivero legalmente inviable y de la que solo puede extraerse un rédito propagandístico muy particular, tan particular como el patio de su casa. Compañeros, explotemos las contradicciones del sistema, como rezaban las viejas jergas – indistinguibles de las nuevas– hace cincuenta años. A ver, sinceramente, ¿a quién no le apetece un referéndum?
Pues verán, un referéndum no tiene por qué ser el mejor mecanismo de toma de decisiones. Raramente lo es. Los muy civilizados suizos acaban de manifestarse impresentablemente en una consulta para limitar con severidad xenofóbica la entrada de emigrantes en la Confederación Helvética. En estas ínsulas Paulino Rivero barrería en un hipotético referéndum con semejante contenido consultivo. Como técnica de participación política los referéndums tienen ventajas, pero también costes: ofrecen soluciones dicotómicas para problemas complejos, limitan la autonomía de los representantes públicos y restan incentivos al debate, la transacción y el acuerdo, sin contar con sus problemas operativos. Supongamos que pudiera hacerse una consulta jurídicamente vinculante sobre las malhadadas prospecciones de Repsol: Lanzarote y Fuerteventura votan mayoritariamente en contra, pero gana en el conjunto regional el voto a favor por un estrecho margen. No. Este  conato inviable de referéndum es un interesado espejismo. Sobran razones, recursos y estratagemas para oponerse – con perfecta legitimidad democrática – a una amenaza ecológica y medioambiental de primer orden.

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Un referéndum a la medida

Del fondo de su chistera – o de su cachorro – el presidente Paulino Rivero ha extraído su penúltimo conejo: un referéndum para consultar a los ciudadanos canarios si aprueban o rechazan las prospecciones de Repsol frente a las costas de Fuerteventura y Lanzarote. Todavía no he leído ninguna reacción del PP – si bien cualquier reacción del PP es previsible – pero para mi estupefacción he detectado diversos riquirracas desde el PSC-PSOE, sin contar con los desfallecimientos de gozo de los paulinistas más despepitados del entorno presidencial. En realidad poco o nada tiene que ver esta iniciativa con la defensa medioambiental de Lanzarote o Fuerteventura, porque solo forma parte de la particular estrategia de Rivero para culminar el más obsesivo de sus afanes: su proclamación como candidato presidencial de CC para las elecciones autonómicas del año 2015.
Rivero sabe que, con el estatuto de autonomía en la mano, no puede convocar un referéndum, es decir, una consulta jurídicamente vinculante, aunque la mayoría absoluta del Parlamento canario apoye su celebración. No es el Gobierno de Rajoy quien debería autorizarlo, sino nada menos que las Cortes. Exactamente igual que en el caso de la reivindicación de la Generalitat catalana. Rivero juega, por lo tanto, a ser un poco de Mas para no ser menos. De la misma experiencia acumulada en la sociedad civil de Cataluña en los últimos años podría tomar ejemplo para organizar una consulta simbólica, una encuesta de valor político, ya que no jurídico. El Gobierno autonómico podría, por ejemplo, adherirse a una consulta organizada por ONG, o asociaciones ecologistas, o entidades vecinales, que evidenciaran el rechazo mayoritario a las ambiciones de Repsol en aguas isleñas. Si Paulino Rivero opta por el referéndum es, precisamente, sabiendo que se le impida realizarlo, pero no ignorando la cosecha de nuevos réditos de imagen pública y protagonismo mediático. Allí está, de nuevo, el David digno e impoluto contra el Goliat voraz y oleaginoso. He aquí un nuevo espacio de enfrentamiento con el Estado — ¿que se hizo de esa diligente advertencia al Rey y a la patria sobre los brotes soberanistas? — por una buena causa que nadie juiciosamente podrá discutir porque, como repite don Artur,  ningún canalla se opone a que se consulte a un pueblo. Y más (Mas) aun: ¿quién le puede negar su voto en el Consejo Político Nacional a aquel que abandera la voluntad de sus conciudadanos y está dispuesto a fundirse con el derecho a decidir que nada de prospecciones?

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