Alfonso González Jerez

José Miguel Bravo de Laguna: «Lo que le ocurre a Asier Antona es que se ha dejado la barba demasiado pronto»

El presidente del Cabildo de Gran Canaria, José Miguel Bravo de Laguna, nos recibe en su despacho, en el que ha sustituido su mesa por un modesto spa de metacrilato. El señor Bravo de Laguna lleva un gorro de ducha con los colores azul y amarillo y a su alrededor flotan sobre el agua varios juguetes, entre ellos un patito Lucas, con el que charla animadamente. Nada más entrar, y como un auténtico liberal, nos invita a participar en el spa, “pero deje los pantalones bien doblados en esa silla, si es tan amable, que a mí el desorden me pone nervioso”.
–¿Qué tal? ¿Está cómodo o no? – nos pregunta alborozado el presidente.
— Rasguña un poco. ¿A qué viene esto del spa?
–Es para visibilizar metafóricamente una reclamación bien fundada: Gran Canaria debe tener su propia política turística. El spa este lo hemos hecho en dos horas aquí mismo, en el Cabildo, con el asesoramiento de un ferretero amigo de don Fernando Fraile. Mire, esa insistencia en hoteles de cinco estrellas no tiene ningún sentido. Un hotel de cuatro estrellas puede presentar una oferta capaz de satisfacer al cliente más exigente. ¿Quiere un spa? Pues en un par de horas lo tiene.
–¿No le parecen curiosa las críticas de la patronal grancanaria? Podrían haber optado por construir hoteles de cuatro y cinco estrellas en los años noventa, pero no lo hicieron…
–Yo soy un defensor del libre mercado y ni entonces se les debía obligarles a hacerlo ni ahora se les debe prohibir, hombre, que tenemos un 33% de desempleo…Haga el favor de poner más espumita…Así…
–Es curioso. El nivel de desempleo en Tenerife es muy similar, con sus hoteles de cinco estrellas y todo…
–Pues que construyan más hoteles de cinco estrellas en Tenerife…A mí no importa, eh…
–Lo que le pregunto es que si prolongar como panacea el binomio construcción-turismo es la única fórmula para la recuperación económica.
— Es usted un utopista y yo soy un hombre práctico. Más me vale si quiero ser reelegido.
–El secretario general del PP, Asier Antona, le ha criticado por utilizar el pleitismo como argumento político…
–No, no, para nada, Antona lo que ha hecho es criticar el pleitismo y yo comparto esa crítica. Lo que pasa con todos estos jóvenes como Asier Antona y Carlos Alonso es que se han dejado la barba demasiado pronto. No tienen diez minutos para reflexionar todos los días frente al espejo del baño. El bigote, en cambio, es una señal de madurez.
— ¿Quiere decir que usted no es pleitista porque lleva bigote?
— Más o menos.
–¿Se presentará usted a la reelección en las elecciones de 2015?
–Bueno, todavía falta mucho tiempo.
–Mucho no. Estamos en 2014.
–No me diga. En 2014 ya. Como dijo Ortega y Gasset, uno pierde el sentido del tiempo metido en el agua….
–¿Dónde dijo eso Ortega y Gasset?
–Bueno, si no fue Ortega fue Jacques Cousteau.  Pero no quiero evitar su pregunta. Mi reelección depende de dos factores. Primero, mi partido. Me refiero a que mi partido me apoye y Soria no esté en contra o quizás sea al revés.
— ¿Y el segundo?
— ¿Mencioné un segundo?
— Sí.
— Pues no sé. Ah, espere  — el presidente se acerca el pato Lucas al oído y le comenta algo en voz muy baja  –. La segunda es que no puedo separarme de mi patito. Es como de la familia.
–¿En ningún momento, durante estos casi tres años, ha lamentado usted llegar a la Presidencia del Cabildo gracias al apoyo de dos tránsfugas?
–Hombre, gracias precisamente a ese apoyo, me puedo arrepentir. Quiero decir que no solo como presidente sino como cristiano y hombre de fé agradezco la actitud de Juan Domínguez y Antonio Hernández Lobo. Me han fortalecido no solo política, sino espiritualmente. ¿Y cómo vas a desconfiar, no se diga ya sentir asco, por personas que te mejoran como persona?
–Pero son tránsfugas.
–Esa es una situación coyuntural. Si un hombre se resfría, ¿le va a usted llamar mocoso toda la vida? Como diría Shakespeare, si pinchas a Juan Domínguez, ¿acaso no sangra? Si le haces cosquillas, ¿acaso no se ríe? Si le das la Vicepresidencia, ¿acaso no te vota?
—Muchas gracias, presidente.
–Encantado. Tendrá que disculparme, pero recibo ahora a Manrique de Lara…Antes de marcharse, ¿me pasa esa escobilla? Es que se cabrea si no le froto la espalda…

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Mariscada

La ministra Fátima Báñez suspendió una mariscada en un restaurante postinudo de Las Palmas antes de llegar a la isla . Es una señal de debilidad. Con poner a una docena de antidisturbios en la puerta no hubiera pasado nada. Como si no hubiera cosas que celebrar por todo lo alto. Por ejemplo, que en Canarias han aumentado en 10.000 los afiliados a la Seguridad Social según fuentes del propio Ministerio de Trabajo. Obviamente estos 10.000 nuevos afiliados lo son por obra y gracia del Gobierno de Mariano Rajoy, mientras los 280.000 desempleados que padece el Archipiélago solo tienen un nombre escrito en la frente con amarga ceniza, que es el de Paulino Rivero y su camarilla de nacionalistas, socialistas, masones y demás ralea. O si se prefiere, cuando el desempleo aumenta, la responsabilidad es del Gobierno autonómico, y cuando disminuye, del Gobierno central, como señalan repetidamente espíritu ecuánimes y constructivos como  Asier Antona o María Australia Navarro, cuyos empleos, precisamente, consisten en considerar como memos recalcitrantes a los ciudadanos que representan.
Es Rajoy quien está rescatando del gulap de CC y PSOE a los parados isleños gracias a reventarlos a impuestos, a precarizar las condiciones laborales, a los contratos basurientos, a estrangular tributariamente a las pequeñas empresas y a los autónomos, a suspender de facto la inversión pública en las islas y, cuando resulta imprescindible un apoyo suplementario, a subir los costes de la energía o cortar abruptamente las subvenciones a las renovables, cortesías todas de José Manuel Soria, para servir a Dios, a Rajoy y a Brufau, aunque no necesariamente por ese orden. Quien quiera verlo que se acerque a las oficinas del Servicio Canario de Empleo, donde los más valientes se aproximan, venciendo todo tipo de coacciones y amenazas del Ejecutivo regional, para conseguir un puesto de trabajo. Cuando por fin acaba la cola y se sienta frente al ordenador del funcionario, el desempleado no deja de lanzar miradas nerviosas a la puerta, porque espera que en cualquier momento aparezca Rivero o – lo que es peor – Francisca Luengo y lo saque de nuevo a la fría intemperie – este Gobierno de perdedores incluso ha empeorado el clima de nuestro jardín de bellezas sin par – cogido por las orejas. De manera que la próxima vez, señora ministra, no se corte, prescinda de su humildad natural y encargue la mariscada. Hasta las langostas y los centollos sabrán – como los parados con la reforma laboral — que es por su bien.

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Fetasa vive

 En una entrevista en sus últimos años, en los que vivió y durmió en la calle, Antonio Bermejo, el fetasiano menor lo dijo confusa, pero acertadamente: “Si Isaac hubiera tenido la gracia del lenguaje…hubiera sido un gran escritor”. La gracia del lenguaje. Bermejo tenía razón y, al mismo tiempo, estaba confundido. A Isaac de Vega no le interesaba crear un lenguaje hermoso, sino desnudo. Era más demencialmente modesto: no quería construir un estilo, sino un universo. Y lo consiguió. Ahora ha muerto, a los 94 años, después de sobrevivir a todos sus compañeros, culminada hace tiempo toda su obra, dueño y señor de todas sus palabras. Pero Fetasa vive.
El fetasianismo – esa broma trascendental – es al mismo tiempo una experiencia, una vía de exploración de la realidad y una ética literaria. Cuando su novela central fue redescubierta, en los años setenta, todos sus entusiastas hermeneutas coincidieron en la excepcionalidad de un texto absolutamente ajeno a lo que se estilaba en la literatura española contemporánea, y lo dejaron ahí, como el resto de la obra de Isaac de Vega, colgando asombrosamente de sí mismo: ya eran otras las inspiraciones, sanciones y estímulos de las nuevas generaciones isleñas de escritores y escribidores. Lo señalaron, admirativamente, como una bomba de relojería que había estallado sin víctimas, sin reparar que entre las víctimas estaban ellos mismos. La conclusión – o el punto de partida – de Fetasa, su ontología cabalmente delirante, es que este asunto invivible, la propia vida, no podía ser comprendido y expresado de otra forma que arrojándose al vacío porque todos los suelos – las convicciones políticas e ideológicas, las convenciones narrativas, los prejuicios o antojos estéticos o religiosos – no eran sino trampas por sobre las que andar grotescamente de puntillas. “Nunca empiezas el camino”, escribió el maestro, “sino que te encuentras de nuevo andando”. El rostro de lo más profundo asciende vertiginosamente de un barranco en Ijuana y en un instante que dura nada la conciencia, un animal atroz y acorralado,   entiende, vive y muere en la unidad imposible de todas las cosas. Por supuesto que un escritor así será siempre un solitario exiliado y hará de su exilio una humilde ética de la resistencia y de su soledad un atento ejercicio de solidaridad con todas las almas. Bermejo se equivocaba, como todos nosotros, porque Isaac de Vega fue y será un gran escritor: una vez leído y releído nada vuelve a ser como antes y su universo, la más rica e intensa alegoría isleña, solo puede ser compartido, nunca vulnerado por cualquier titubeante explicación.

 

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Economía sumergida

Lanzarse indignadamente a pleno pulmón en las profundidades de la economía sumergida puede terminar en infarto cerebral. La publicación de un interesante informe de Gestha (colectivo de inspectores de Hacienda) correspondiente al año 2012, y que señalaba que la economía sumergida en Canarias rozaba el 28% del PIB, es decir, movía unos 11.200 millones de euros, ha causado las habituales reacciones de estupefacción y escándalo (en España se sitúa en un porcentaje inferior, aunque no demasiado, el 24,6% del PIB nacional). Es evidente que hago funcional mal –si no pésimamente – en los mecanismos fiscales del país, cuyo Gobierno, en una situación como la actual, no ha actuado para reforzar medios técnicos y plantillas en la Agencia Tributaria, dedicándose, por el contrario, a desplegar vendettas contra funcionarios demasiado impertinentes, cuando no rojos y masones,  y a recolocar a su fiel infantería en el escalafón administrativo. Lo malo es que el justificado escándalo de estas cifras suele alimentar directamente convicciones y posturas milagreras, para las cuales bastaría con reflotar legalmente toda esta pastizara y desaparecería en un instante el déficit estructural del Estado, se podrían mantener los servicios sociales y asistenciales del Estado de Bienestar, e incluso potenciarlos, las pensiones podrían aumentar por encimar de la inflación y la pesadilla de los recortes llegaría a su fin.
No es así. La lucha contra el fraude fiscal debería transformarse en una prioridad política, pero sin desconocer que sus resultados no eliminarán la imperiosa necesidad de reducir racionalmente el gasto público. La legalización de la economía sumergida no permitiría eliminar casa automáticamente — aunque cierta izquierda se embelece con esta fantasía — la crisis fiscal del Estado por tres razones básicas. Primero, muchas de las actividades opacas fiscalmente dejarían de desarrollarse si se sometieran al control tributario correspondiente; solo son rentables para sus auspiciantes, precisamente, por operar fuera del sistema. Muchas otras tributarían minúsculamente. Segundo, el mismo afloramiento de la economía sumergida implica gastos: un nuevo afiliado a la Seguridad Socia, por ejemplo, los supone. Tercero, Canarias, territorio fragmentado con una economía devastada por la desaparición de la construcción y un paupérrimo consumo interno, no presenta una estructura productiva como Gran Bretaña, Francia o Dinamarca: la persecución del fraude fiscal es más compleja y ardua y, en última instancia, no es el éxito tributario lo que supone una economía sana y pujante, sino más bien lo contrario.

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El sepulturero de la rosa

Las opiniones de Casimiro Curbelo sobre la democracia directa o el sector del ocio nocturno en las grandes capitales europeas son probablemente prescindibles; en cambio, su análisis sobre la situación del PSC-PSOE no suelen carecer de interés, y no solo del suyo. Curbelo ha bruñido una conclusión a partir de lo ocurrido en la organización socialista en los últimos años, una conclusión de un realismo obsceno: “El PSC está consiguiendo no poder gobernar en el futuro”. No se me ocurre mejor resumen aunque habría que contextualizarlo: conservar la cuota de poder en el actual Gobierno autonómico está llevando a los socialistas ha dinamitar su propio partido. Apenas unas horas después de que la dirección federal ordenara la suspensión de toda actividad orgánica (sobre la inorgánica, todavía no se ha pronunciado, lo que excluye a Manuel Marcos) del PSOE de La Palma, un juzgado encuentra que la expulsión de Anselmo Pestana y sus compañeros en el Cabildo no se ajusta a la legalidad ni a las propia normativa interna del PSC, por lo que considera que deben considerarse militantes socialistas de plena derecho, individualmente y como grupo en la corporación insular.
Disolver de facto el PSOE palmero resulta una medida suicida para la organización en toda Canarias a año y medio de las elecciones autonómicas y locales. En el peor de los casos Pestana y los demás estigmatizados están dispuestos a montar un nuevo partido y competir electoralmente. La situación en La Palma se suma a los ruinosos desgarros en Tenerife: entre el otoño de 2010 y la primavera de 2011 el PSC perdió casi un tercio de sus militantes tras el portazo definitivo de Santiago Pérez y a continuación han saltado varios pactos municipales – el de mayor relevancia política ha sido el de Tacoronte – con la apertura de más expedientes de expulsión como único modus operandi de la cada vez más encastillada dirección regional. No es cierto que esta espada flamígera demuestre la fortaleza y brío de la autoridad del secretario general, José Miguel Pérez, el vicepresidente del Gobierno autonómico más silencioso de los últimos treinta años. Más bien lo contrario: es un síntoma de la debilidad extrema de su liderazgo, de su patológica incapacidad para el diálogo y el consenso, de su renuncia pancista a encabezar e impulsar la imprescindible reforma de una organización moribunda, inane y oligarquizada hasta los huesos. Pérez es el sepulturero del PSC-PSOE. Pero solo de ocho a cinco. A las seis ya está en la cama, en camisón y con el orinal al lado, leyendo a Gibbon.

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