Alfonso González Jerez

El prudente Rajoy

El Gobierno español sigue inflexible para conseguir sus objetivos. Ayer Mariano Rajoy les dio las gracias a los ciudadanos, pero como el presidente sabe que la paciencia del populacho no es infinita, prepara cariñosamente una nueva Ley de Seguridad Ciudadana, que no es otra cosa que la principal agresión que han sufrido las libertades públicas en el país  desde la Santa Transición. El mismo Rajoy ha advertido, como si de un gesto heroico se tratara, que no va a levantar el pie al acelerador de lo que llama reformas, que muy poco o nada tiene que ver con las reformas políticas y legislativas que le urgen al país (desde una regulación eficaz del mercado laboral hasta la remodelación de la estructura institucional y administrativa del Estado pasando por ) sino con un conjunto de medidas con las que se conseguirán dos grupos de objetivos fundamentales: que las clases medias y populares soporten todo el peso del ajuste fiscal y que se abra la vía para los negocios que supone la privatización del cada vez más raquítico y acosado Estado de Bienestar.

Para entrar en lo que se denomina ya “segunda fase de las reformas”,  con medidas como acortar los plazos y las cuantías de las prestaciones en el seguro de desempleo con el que malviven cientos de miles de familias en toda España, Rajoy y su equipo intentarán aguantar hasta las elecciones europeas: les basta con ganar por un par de diputados al PSOE para proclamar a los cuatro vientos de la catástrofe sonriente que los electores han legitimido sus políticas y se resisten en confiar en la alternativa de los socialdemócratas españoles que, como bien ha indicado el politólogo Jorge Galindo, no han optado, en su reciente Conferencia Política, ni por la izquierda ni por la derecha, sino por el pasado, por las fanfarrias, poquedades, eslóganes y artefactos analíticos de su pasado. En el segundo semestre de 2014 comenzará una nuevo capítulo de Jack el Destripador al frente del Consejo de Ministro: nuevos recortes presupuestarios, comienzo de la implantación del flamante modelo educativo del señor Wert, reforma de las prestaciones por desempleo. La calle se va a poner caliente, muy caliente, y por eso Rajoy, que es un concentrado de mediocridad apabullante y se ha apañado un liderazgo basado en la ausencia y la omisión, pero al que le asisten siempre la prudencia y la cautela, prepara una ley destinada a la protección de la élite política y a la criminalización de la protesta y la disidencia.

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Velada

–Aaah…¿Conoció usted a Alfonso Reyes? Disculpe, es que yo lo admiro mucho…
–Sí, como no, no lo traté, yo era entonces una niña, pero le conocí, era bajito, gordito, le gustaba mucho el guacamole y los dulces y siempre tenía líos, no sabía resistirse a la tentación de las jovencitas nunca, como con los dulces, pero su esposa lo perdonaba, él era el gran Alfonso Reyes, claro, y le perdonaba las amantes, pero ella sabía perfectamente lo que ocurría…
–¿Perdón?
–Sí, un gran escritor, bueno, Carlos Fuentes siempre estaba a su lado, si Reyes necesitaba cualquier cosa, un taxi,  una máquina de escribir, una compañía para una conferencia, ahí esta Fuentes no más, en los tiempos en los que le dejaba libres las mujeres y el politiqueo, porque Fuentes fue aficionado a las mujeres y al politiqueo desde jovencito, el cachanchan de mujeres y de izquierdas, Fuentes quería el éxito siempre, el éxito a toda costa, y por eso no pudo resistirse a ser embajador de Luis Echavarría en París, Echever´ría, que simuló ser una renovación y todos sabíamos que era una mentira, un farsante, pero Fuentes de embajador en París, el sueño de su vida, gran escritor también, pero sus últimas novelas me aburren, ay, sus últimas novelas,  me recuerdan la de ese chico, cómo se llama, Fernando del Paso, novelas que no lee nadie, mil páginas llenas de palabras, pero gran escritor, ¿no?, aunque nunca consiguió ese estatus de intocable admirado hasta por los pajaritos del parque, porque, claro, estaba Octavio Paz…
–Octavio Paz era el gran mandarín…
–El mandarín y la mandarina, Octavio Paz quería todos los premios, todos los reconocimientos, todas las medallas y los pergaminos, lo quería todo, sabe, y le voy a contar algo, después del Nobel, no antes, sino después, una pequeña ciudad mexicana creó un premio literario, nada, poquita cosa, pero con ambición nacional, y Octavio, újole, se preocupó por llamar, llamar y volver a llamar, no lo hizo él, claro, sino la gente de su círculo, la de su revista, y tanto insistió que, por supuesto, terminaron dándoselo, un premio de cuatro pesos que no sé si se molestó en recoger, creo que no, pero sin duda un gran escritor, ha significado mucho en la cultura mexicana, pero un gran escritor, sin duda, no había manera de que a nadie se le olvidase, ya lo recordaba él y Televisa por prensa, radio y televisión…
Elena Poniatowska se levantó con grácil lentitud de la mesa, saludó cortésmente a todos y se marchó al hotel. El otro interlocutor se me quedó mirando.
–¿Nos marchamos?
— En un ratito –le dije-. En cuando el camarero retire los cadáveres…

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La marmota bonita

Lees la noticia y parece que está muy bien. Paulino Rivero asiste a la inauguración de un vivero de empresas en Santa Cruz de La Palma – una iniciativa impulsada por la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de la provincia – y anuncia por enésima vez que en 2014 se producirá un “crecimiento significativo” de la economía canaria. Como el crecimiento siempre es significativo – a veces es significativamente insignificante, otras insignificantemente significativo – el presidente puede estar tranquilo y seguir dedicándose a las inauguraciones, las visitas, los discursos y los desayunos, almuerzos y cenas con los sesenta miembros del consejo político nacional de Coalición Canaria. Pero no se trata de eso. En realidad se trata de un dibujo en la arena que desaparecerá en cuanto comience a soplar el viento.
El vivero de empresas en la capital palmera, dedicado a ofrecer espacios y servicios mínimos a emprendedores, es una excelente idea en sí misma. Hasta hace un par de años, La Palma, con un 4,1% de la población del Archipiélago, solo concentraba el 1,6% de las empresas de la región, es decir, por cada cien habitantes están abiertas tres empresas, mientras que la media de las islas son ocho empresas por cada cien habitantes. Lo problemático comienza cuando los emprendedores tengan que emprender algo. La misma entidad que patrocina la iniciativa – la Cámara de Comercio – se encuentra al borde de la ruina. El responsable no es su actual presidente, ni menos aun el anterior, Ignacio González Martín, sino la crisis económica, el hundimiento empresarial y la nueva normativa legal, que limitó la obligación de la cuota cameral a empresas que facturen más de diez millones de euros anualmente. Lo que al parecer no terminan de entender los poderes públicos es que no basta con bendecir las nuevas instalaciones y aportar cuatro euros para que en un vivero de emprendedores puedan germinar proyectos empresariales viables. Esta generosidad es similar a regar un desierto con un vaso de agua. No lo serán mientras no exista una inteligencia cooperativa que libere a La Palma de su condición de isla altamente subvencionada y desde el Cabildo Insular alguien se atreva a sustituir el mecánico reparto de subvenciones y ayudas por el estímulo y la coordinación de una sociedad civil inmovilista que sigue dormitando, en buena parte, a la sombra de una platanera. Porque La Palma continúa instalada, entre vivos y viveros, no en el día, sino en el siglo de la marmota.

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Añoche soñé que volvia a hacer periodismo en Manderley

El Parlamento de Canarias, más exactamente, su presidente y su mesa, han declarado personas non gratas a los periodistas parlamentarios, y lo han hecho con el silencio cómplice (o la pachorra indiferente) de los distintos portavoces y grupos políticos. Ni la Presidencia ni la Mesa, por supuesto, han emitido ninguna declaración institucional específica en este sentido, aunque observando el bochornoso transcurso de los acontecimientos de los últimos años, sus esfuerzos por entorpecer una y otra vez el trabajo de los profesionales de la información,  su cada vez más abierto desprecio hacia los periodistas, cabe colegir que quizás no fuera por falta de ganas. Los responsables del gobierno parlamentario comparten implícitamente el juicio de Bismark sobre los periodistas: son individuos que, sin excepciones, se han equivocado de vocación. Que se busquen otra y dejen de inmiscuirse en las digestiones plenarias de sus señorías y de reflejar críticamente sus brillantes diálogos de besugos.

Esta semana la humillación hacia los periodistas parlamentarios llegó a un límite insólito. Por primera vez en treinta años se les prohibió entrar en el Parlamento para realizar su trabajo. Con la crisis política originada por la moción de censura en el Cabildo de La Palma como punto único del orden del día, coalicioneros y socialistas habían convocado la mesa del seguimiento del pacto que sostiene al Gobierno de Paulino Rivero. Los representantes de Coalición Canaria y el PSC-PSOE decidieron reunirse en la Cámara por la tarde y ahí se presentaron los periodistas. La mecánica, en estas ocasiones, es muy sencilla. Los periodistas no entran en el Parlamento a huronear entre las cortinas o a buscar revistas porno  bajo los escaños vacíos. Esperan pacientemente a que termine la reunión (lo que puede durar quince minutos o tres horas) y recogen declaraciones de los negociadores. En esta ocasión no fue así. Un ujier les cerró el paso y el agente de la Policía canaria les invitó a salir a la calle. Ante las asombradas protestas el ujier aseguró que un diputado – se ha mencionado el nombre de su señoría Manuel Fajardo, portavoz del grupo parlamentario socialista, quien posteriormente negó que ordenara nada – había prohibido la entrada. Los periodistas debieron esperar en la vía pública. Esa misma noche el PSC-PSOE emitió varios tweets al respeto,  exculpando una y otra vez a Fajardo, que incluso se expresaba “dolido” porque alguien lo creyese capaz de fastidiar a los periodistas, a los que con un recochineo ejemplar mandaba un saludo cariñoso.  Por su parte, el diputado Asier Antona, presidente del grupo parlamentario del PP y su secretario general, aseguraba, en la misma red social, que pediría explicaciones al respecto.

Lo malo es que ni Fajardo, ni Antona, ni ningún diputado, en realidad, pueden ignorar verosímilmente el estúpido acoso que están sufriendo los periodistas que cubren el Parlamento de Canarias en los últimos años: los que coinciden con la presidencia de Antonio Castro Cordobez. Desde impedir a los periodistas (incluidos los gráficos) su estancia en los pasillos hasta prohibir tajantemente que los redactores que obtengan imágenes fotográficas, desde acotar la tribuna de prensa con un ridículo cordón – con lo que pocos pueden asistir a los debates en el mismo salón de plenos – hasta ralentizar hasta la desesperación cualquier información que se solicite, por parte de la prensa, a la Mesa de la Cámara, pasando por apagar – sí, apagar – las luces para que los informadores, simplemente, no puedan trabajar. La meta última deseada por el presidente y la Mesa del Parlamento – no puede extraerse otra conclusión – lleva a que los periodistas queden estabulados, como silenciosos corderos, en la sala de prensa y sigan el desarrollo de los plenos por el circuito cerrado de televisión. Se admite algún balido de espanto si toma la palabra su señoría Manuel Fernández.

Estas intolerables e intolerantes medidas coercitivas no figuran en ningún reglamento ni protocolo pergeñado por Castro Cordobez y sus compañeros de la Mesa ni mucho menos han sido negociadas con los periodistas. Han sido impuestas desde la arbitrariedad más despendolada, aunque nunca con un mal gesto por parte del presidente, al que le gusta actuar desde un paternalismo estratosférico que se sorprende sinceramente ante las quejas por su grosera prepotencia. Por supuesto que una de las claves de esta situación es la personalidad de Antonio Castro y el sello lacrado que (digámoslo así) ha impuesto al gobierno parlamentario. Castro Cordobez es particularmente celoso del protocolo, la jerarquía y la hipotética grandeur de su cargo.  Más que un diputado (y un político muy activo) del siglo XXI su figura, su estructura mental y su estilo se corresponde al de un senador de la Restauración canovista. Y desde ese punto de vista los periodistas tienen su lugar, por supuesto: una esquina dotada de un televisor para reproducir estenográficamente lo que mascullan, gritan o tartamudean los representantes parlamentarios. Que nadie ose pertubar el sagrado orden de la sede de la soberanía popular. De esta manera, Antonio Castro gobierna la Cámara como el ama de llaves de Rebeca gobernaba la mansión, su mansión, con sus pruritos inescrutables y cambiantes, sus miradas polisémicas y sus ternos oscuros. Y los periodistas deben saber que ni se puede corretear por las escaleras ni visitar las habitaciones cerradas a cal y canto en Mardeley.

Pero, ¿y la actitud del resto de la Mesa del Parlamento? ¿Y los presidentes y portavoces de los grupos?  Ni saben ni contestan, pero en ningún caso parecen excesivamente molestos por la situación. Las obsesiones persecutorias de Castro Cordobez no les perjudican en la coyuntura de mayor mediocridad política, intelectual y oratoria que se ha vivido en la Cámara. Los parlamentos de los años ochenta eran el senado de la República romana comparados con el hedor de la actual miseria que impregna el edificio de la calle Teobaldo Power. El desprecio cómplice hacia la prensa es una manifestación más de la partidización y burocratización de la praxis parlamentaria. Un parlamento al que algún diputado, en un pasado no demasiado lejano, me definió como “una cosa nuestra, de los partidos”. Una cámara entendida como cosa nostra, efectivamente. ¿Cómo conceder credibilidad a propósitos de transparencia y regeneración democrática cuando se obstaculiza a los periodistas informar en el propio parlamento?  ¿La desafección a la democracia representativa se corrige desinfectando de actividad periodística el recinto parlamentario para reducir al mínimo los molestos testigos presenciales? Cada día, en el mismo Parlamento de Canarias, se le está poniendo una zancadilla al derecho a la información y la propia legitimación política del sistema parlamentario.

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Calderonianamente changas

Viene hasta las ínsulas baratarias Antonio Brufau, el presidente de Repsol, como un butanero cargando con su corbata de gucci para repartir bellas esperanzas en cada casa, y la respuesta del presidente del Gobierno regional, Paulino Rivero, consiste en proclamar que los canarios no se venden por un plato de lentejas. Bueno, el problema más acuciante para la mayoría de los isleños no consiste en vender lentejas, sino en comprarlas. En todo caso la calderoniana declaración de Rivero no parece muy apropiada para un presidente del Gobierno. Los presidentes del Gobierno suelen disponer de voceros para largar metáforas populistas, bíblicas o simplemente zoquetas. Los presidentes del Gobierno no van por ahí como personajes de Echegaray (nota para los asesores y meatintas presidenciales: no se trata de un ex ministro socialista, sino de un autor dramático tan ilegible como cualquier blog de medianías) con el rostro crispado, el ceño torvo, la espada enhiesta y el verbo encendido. Es una pesadez insistir en las actitudes que debe o no debe mostrar un presidente del Gobierno – según las normas más elementales de la inteligencia política y el buen juicio institucional — pero llevamos seis años y pico así, y ya ven: no hay manera. Brufau no se mostró particularmente brillante en la defensa del proyecto de su empresa en aguas canarias, pero la reacción política del Gobierno y destacados dirigentes de CC ha resultado lamentable. Los gobiernos están obligados a desarrollar argumentos y no a lanzar admoniciones ni a comportarse como el inmortal Chanquete, refugiándose en su barcaza y cantando no nos moverán.
–¡El petróleo no lo quie-ro/pues lo rechaza Ri-ve-ro!
–¡Nada de petróleo y fuel/pedalea con Berriel!
–¡El petróleo no es azul/nos lo dijo Ríos Rull!
–¡El petróleo es lo pior/ ya lo sabe el gran Melchior!
Uno sospecha que así no se doblega a una multinacional petrolera ni se consigue provocar un fatal ataque neurológico a José Manuel Soria. Vistos los reiterados fracasos administrativos y judiciales del Gobierno autonómico quizás sea la hora del repulsivo realismo: de sentarse a negociar abierta y exigentemente contrapartidas económicas, garantías de seguridad y compromisos laborales con Repsol. No porque sea una estupenda noticia la explotación petrolera en las proximidades de Fuerteventura y Lanzarote, sino porque es inevitable.

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