Alfonso González Jerez

Las cuentas de la lechera prestamista

El presidente Paulino Rivero ha insistido de nuevo, en su visita litúrgica a la World Travel Market, que las empresas hoteleras de Canarias recibirá de manera inminente unos 1.000 millones de euros (mil millones de euros nada menos) en créditos de las principales entidades bancarias españolas. Hace ya cerca de dos meses que Rivero se hizo una postinuda foto en un carísimo hotel madrileño con grandes directivos de la banca española y representantes de los empresarios turísticos de (en) las islas y todavía los unicornios dorados no se pasean por hoteles y apartamentos. Ciertamente se han firmado acuerdos – el principal, con el Banco de Santander – para la concesión de créditos. Pero el Banco de Santander –como cualquier otro banco – no suelta la pasta, sobre todo en estos tiempos, sin tener bien atado un retorno sustancioso. ¿Qué ha ocurrido? Simplemente se ha firmado un contrato subsidiario.
El pasado mes de julio el Banco Europeo de Inversiones concedió al Gobierno regional un crédito de 100 millones de euros: ese es, realmente, la plataforma financiera que sustenta las ilusiones de Rivero. La Consejería de Economía y Hacienda canaliza e instrumentaliza este préstamo a través de convenios con los bancos. El Gobierno se convierte, así, al menos parcialmente, en el garante de toda esta ingeniería financiera. Cada banco se comprometerá a aportar el doble de lo asignado por el BEI a cada proyecto – que no son necesariamente proyectos de rehabilitación o reforma de planta alojativa: un detalle menor del que no ha informado nadie desde el Ejecutivo –y de ahí, en un cálculo aproximado, don Paulino discurre que los 100 millones del Banco Europeo de Inversiones pueden transformarse en 1.000 millones de euros en su totalidad. Obviamente el Gobierno deberá pagar el crédito en tiempo y forma de la entidad europea y los endeudados grandes hoteles de cuatro y cinco estrellas deberán apechugar con el suyo (el máximo permitido, en el caso del acuerdo suscrito con el Santander, era de 12,5 millones de euros por proyecto).  Al menos el Gobierno debería aclarar estas tres cosas: a) Se trata de créditos que pagará parcialmente el contribuyente canario: desde un punto de vista financiero nuestro bolsillo garantiza estos préstamos; b) Los créditos no están ni estarán definitivamente dirigidos al sector turístico; c) Esto no es, ni de lejos, una normalización del crédito a familias y pymes, sino una operación excepcional y no repetible que además, muy probablemente, no convenza a muchos empresarios y autónomos en dificultades.

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Rodeado

En la carnicería discutía un pequeño grupo de personas. Como en la cola me precedían dos o tres damas nonangenarias, que tardarían varios minutos en encontrar en sus monederos los céntimos para pagar la cuenta, me interesé por el improvisado debate.

–Es que este chico dijo en la televisión que Zapatero era el único responsable de la crisis económica — explicó un empleado de banca señalando a un pibe discretamente.

–Lo dije – el chico lucía una mirada  tiernamente desafiante – y lo repito donde haga falta.

— Chás viría –agregó un individuo en chandal y con un anillo colgando con coquetería de las fosas nasales — y yo lo apoyé que te cagas con datos verdaderos y ta y cual…

— Tiene valor, joven. ¿Y dónde dijo eso? – preguntó un jubilado que arrastraba  un carrito tan oxidado como él mismo.

–En la tertulia de los martes –contestó el chico, tímidamente orgulloso.

–Claro –carraspeó el viejo –. Yo voy a la de los miércoles, y los martes siempre salgo a pasear por la avenida Anaga con varios amigos. No pude verle.

Observé al pibe y al anciano. Pero no, no estaban vacilando. Hablaban, incluso, con cierta complicidad de compañeros de fatigas, con una muy tenue, pero perceptible, admiración mutua.

–Nosotros también hemos discutido el legado de Zapatero – soltó de repente una dama en los límites mismos de la obesidad mórbida –. Pero solo unos minutos. El ambiente se crispa enseguida y lo que hay que transmitir a los ciudadanos por televisión es cordura, análisis sosegado,  tranquilidad…

–Yo la ví, yo la ví, fue superchachi  — interrumpió una adolescente con trenza y pantalones cortos –. ¿La tertulia de los jueves, no? Estuvo usted muy bien, francamente bien, dando caña, eh, dando caña…

–¿Tú no vas los jueves al mediodía? – preguntó la gorda con una sonrisa…

–No, no – el carnicero acercó al anciano los 200 gramos de jamón que había pedido –. Ella coincide conmigo en la tertulia de los lunes, y la verdad es que me gusta su perspectiva de las cosas, enriquece el debate, le da ritmo y continuidad…

–Gracias, compañero…Es un honor coincidir contigo…

— Nada de eso. El honor es mío.

–La pluralidad es imprescindible.

–Y la crítica contra el poder. El poder. El podeeeeeerrrr.

–¿Y usted? – me dijo el carnicero.

Todos me miraron en un silencio aterrador. Noté el sudor frío en la frente. Reuní fuerzas y musité con voz temblorosa:

–Yo quería unas pechugas empanadas…

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Parricidio frustrado

Cuando Gombrowicz, después de treinta años de exilio, abandonó Argentina para regresar a Europa, un pequeño grupo de admiradores –todos los lectores que tenía en Buenos Aires – lo acompañaron hasta el puerto. En el último momento, cuando el barco ya se alejaba, Gombrowicz se asomó por la borda y les gritó a pleno pulmón: “¡Muchachos, maten a Borges!”. No era un mal consejo. Todos los hijos deben matar simbólicamente a su padre si quieren sobrevivirlo y, en último extremo, si quieren quererlo y aprender de él. Cuando eso no ocurre las consecuencias para padres, hijos y espíritus santos suelen ser desastrosas. José Luis Perestelo no se resolvió nunca a asesinar a Antonio Castro Cordobez, como no lo ha hecho Juan Ramón Hernández. Durante lustros Antonio Castro aplicó siempre la misma taimada metodología: uno y otro se echaban a pelear por la primogenitura, y cuando todo parecía saltar por los aires, el fundador de API aparecía sobre una nube, como un arcángel san Miguel con aire acondicionado incorporado a la espada, les afeaba la conducta e imponía el orden jerárquico y la frágil concordia. Ambos agachaban la cabeza hasta la próxima ocasión. Pero Perestelo ya está harto de bajar la cabeza.  Lo que no supo hacer en el interior de CC lo hará ahora desde fuera desdiciendo treinta años de militancia política. Y su objetivo será tirar desde el viaducto de Los Tilos esa matrioska que representa a Guadalupe González Taño, pero que en su interior acoge a Juan Ramón Hernández, que a su vez contiene a Antonio Castro Cordobez.
El tránsito de Perestelo a Nueva Canarias, al que seguirán un buen puñado de cargos y excargos públicos procedentes de Ican y la fanfarria de Impa, no tiene, por supuesto, ninguna justificación político-ideológica. Perestelo no ha sido jamás un nacionalista de izquierdas. Tampoco un gestor precisamente excepcional, sino un político de aguzada inteligencia y de una simpatía popular a prueba de rones y madrugadas. Su pase a Nueva Canarias es, para los coalicioneros, una noticia bastante más escalofriante que un entendimiento ocasional entre el PSOE y el PP en el Cabildo de La Palma. Un Perestelo candidato al Parlamento y a la corporación insular bajo las siglas de Nueva Canarias contribuiría decididamente a reducir los diputados de CC e incluso a perder su carácter de primera fuerza política en la isla en 2015.  Y todo por no haber matado a tiempo al padre. A un padre que, por supuesto, sigue convencido de su generosa, inocente, merecida eternidad.

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Canarias: oportunidades y riesgos de una transformación

El economista y asesor empresarial José Carlos Francisco acaba de publicar su cuarto libro, Canarias. La transformación, que no es un título precisamente memorable, pero tampoco abundan los títulos memorables en la historia de la literatura económica. A decir verdad, en sentido estricto, tampoco es un libro de economía, sino un  interesante y estimulante ensayo, en mayor medida incluso que sus libros anteriores, La cuenta atrás (1998), Canarias, moratoria y REF (2003) y La reforma necesaria: Canarias ante la crisis de nuestras vidas (2010). Lo es por varios motivos, desde los circunstanciales (Francisco, que ha ocupado varios cargos públicos, es desde 2011 presidente de la CEOE de la provincia tinerfeña) hasta los más preocupantemente obvios (la crisis económica no solo no se ha superado, sino que se ha profundizado y tiene visos de agravarse aun más). No es habitual este ejercicio de reflexión abierta en los espacios públicos. Contamos con una respetable tropa de catedráticos, titulares y profesores asociados que imparten disciplinas económicas en la Universidad, pero al margen de algún artículo puntual o una comunicación esporádica en congresos o anuarios, no suelen tener a bien poner a disposición pública su saber (supuestamente crítico) fuera de los recintos académicos. Lo mismo ocurre con colegios profesionales, organizaciones sindicales, partidos políticos, centros culturales. En Canarias el debate público es raquítico, si no miserable, y pretende grotescamente ser sustituido por una cacofonía de descalificaciones, burlas, excomuniones, tópicos mugrientos y argumentos ad hominem.  Es un síntoma patológico más de nuestra inmadurez como sociedad moderna.: la incapacidad para debatir. En este sentido, que José Carlos Francisco se decida a opinar abiertamente sobre el presente –y las hipotéticas apuestas de futuro – de la economía canaria es un ejercicio intelectual que alivia el páramo de análisis y propuestas en un país donde cabe razonablemente dudar que exista eso que se llama opinión pública.
El autor ha tenido cierta fortuna inicial al ser malinterpretado. Todo el mundo se ha quedado con su referencia a los casinos y a la industria del ocio como elemento reactivador del sector turístico: transformar Canarias en Las Vegas de Europa. Ni de lejos esta propuesta constituyen el núcleo central de La transformación, pero los medios de comunicación lo han convertido en el principal reclamo del libro. “Las Vegas y Macao se han convertido en el patio de recreo de América y Asia, pero Europa no tiene el suyo, y podría ser Canarias”.  No se trata de imaginar una ruleta y medio centenar de guiris jugando mientras beben champán, según el autor, sino de seguir, precisamente, las fórmulas norteamericanas y asiáticas: grandes resort, con abracadabrantes casinos y espectáculos y zonas comerciales asociadas. Si se decide por esta vía, sería indispensable desarrollar varias modificaciones legales, desde cambiar la ley del juego hasta disminuir el IGIC incrementado. Francisco incluso cuantifica varios impactos y calcula que los turistas anuales se incrementarían en más de medio millón — unos 113.000 alojados en los flamantes resort-casinos — con un incremento de la recaudación tributaria anual de más de cien millones de euros, la creación de 20.000 empleos indirectos y, lo que más sorprende a uno, un incremento del PIB anual de más del 2%.
Sin duda a la oferta turística canaria le vendría muy bien ampliar su tradicional oferta de sol y playa con casinos y, sobre todo, grandes espectáculos. Digo que sobre todo porque en Las Vegas hace ya muchos años que el grueso de los ingresos no se obtienen a través del juego, sino, precisamente, de la entrada en grandes espectáculos con estrellas y conjuntos conocidos internacionalmente. Sería necesario la construcción de unos treinta resort en el Archipiélago para conseguir el nivel de ocupación que apunta Francisco: un esfuerzo inversor no precisamente desdeñable. Los que somos escépticos ante esta oportunidad de crecimiento no estamos motivados exclusivamente por razones morales. Las Vegas tiene un enorme mercado casi cautivo por sus peculiaridades legales: los Estados Unidos. Macao tiene unos costes salariales – y en general costes fijos –muchos más bajos que Canarias, como ocurre casi toda la industria hotelera asiática. Pero es que, además, la industria del juego tiene pocas externalidades positivas o ninguna. Como explica el profesor Jesús Fernández Villaverde “los casinos y la industria de ocio más en general no suelen crear ninguna de estas externalidades positivas (…) Son industrias intensivas en mano de obra (en su mayor parte poco cualificada), con un reducido componente tecnológico y sin ningún vínculo específico hacia otros sectores. La evidencia empírica en Estados Unidos, donde en la última década se han abierto muchos casinos y otras grandes actividades de ocio como estadios deportivos es que, en efecto, estas externalidades positivas no aparecen por ninguna parte“. En cambio, Fernández Villaverde, señala hipotéticas  externalidades negativas: los grandes casinos suelen estar asociados a problemas de criminalidad organizada, violencia mafiosa, prostitución y corrupción política, a menudo inextricablemente unidas.
Macao es un buen (o mal) ejemplo. En el año 2011 los casinos-resort de la antigua colonia portuguesa generaron una facturación de 27.000 millones de euros. Pero a principios de 2012 la crisis –que también afecta a las potencias asiáticas, sin excluir China – empezó a golpear duramente. Las recaudaciones bajaron de forma alarmante, así como las tasas de ocupación hotelera. El ambiente –digamos—se encabronó. El año pasado se produjeron varios asesinatos en hoteles de lujo y el propietario de uno de los casinos más prestigiosos fue brutalmente agredido a martillazos. A principios de agosto la policía interrogó a más de 1.300 personas, de las cuales fueron detenidas y procesadas unas 150 bajo acusaciones como blanqueo de dinero, juego ilegal y prostitución.  Respecto a Las Vegas, quizás sea conveniente recordar que Nevada se encuentra, entre los estados de la Unión, en los primeros puestos de un triple ranking: desempleo, ejecuciones hipotecarias y criminalidad.
Pero La Transformación no ofrece, únicamente, los casinos y espectáculos en grandes hoteles de lujo como panacea para salir de una crisis económica y social de carácter estructural. En realidad es una llamada de alerta sobre un país (Canarias) que amenaza con convertirse en inviable si no se toman medias políticas, es decir, colectivas, en un plazo de tiempo angustiosamente corto. La próxima semana se analizarán y discutirán aquí.

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Llamaradas

Los incendios forestales causan pavor, desolación y pesadumbre en cualquier sitio, pero estos sentimientos son particularmente intensos en estas ínsulas. Quizás porque esta todavía era una sociedad mayoritariamente rural hace apenas medio siglo y persisten aun fuertes lazos simbólicos con el campo y la naturaleza; tal vez porque, intuitivamente, los isleños temen por los pocos ecosistemas relativamente incontaminados que nos quedan. El hecho es que los incendios forestales, en Canarias, siempre se evalúan y viven como catástrofes indescriptibles, un furioso armageddon de fuego en el que se entremezclan lágrimas de impotencia y una rabiosa pulsión irrefrenable por buscar ya no responsables, sino culpables. Alrededor de las llamas los canarios  practican una catarsis tribal de dientes apretados y ojos aguachentos que suele durar todo lo que se extienden las transmisiones en directo de la tele autonómica.
El último incendio importante, el que ha afectado a las cumbres de Gran Canaria, ha supuesto de nuevo la repetición de todo el ritual. Por supuesto que un incendio – sobre todo si es extenso en superficie, alcanza barrancos poco accesibles y se prolonga varios días – produce daños económicos perfectamente evaluables para la comunidad, afecta a economías familiares y, menos habitualmente, puede costar vidas. Pero no se trata únicamente de eso, sino del histerismo que se genera, del patriotismo tuitero que reproduce, de la histérica atención mediática a la que sirve de pretexto, de las acusaciones multidireccionales que incendian el espacio público. Alguien tendría que decir que la inmensa mayoría de los incendios forestales que se producen en Canarias suponen, sin duda, un perjuicio material incontestable, pérdidas económicas, angustia vecinal, pero que los montes se recuperan en un proceso natural que dura varios años y al que conviene, sin duda, prestar todo el cuidado científico, técnico y normativo disponible.
En cambio, el incendio social que consume a Canarias, esa tasa de desempleo superior al 35% de la población activa, que alcanza el 55% entre los menores de 26 años, no es recuperable, como muy probablemente no lo son los servicios y programas sociales y asistenciales que se han sido estrangulados o extinguidos a golpe del Boletín Oficial del Estado. Para nuestra vida cotidiana y la de nuestros hijos y nietos, para el proyecto de una sociedad democrática, en fin, el desempleo estructural, la destrucción del Estado de Bienestar y el aumento de la pobreza y la exclusión social son una amenaza mucho más aterradora y fulminante que cualquier incendio. Pero los ciudadanos no reaccionan. Siguen embelesados por la belleza hipnótica de las llamas que no le alcanzarán mientras le carbonizan el presente y sepultan las cenizas de su futuro.

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