Alfonso González Jerez

La malandanza

Durante unos minutos pensé en una ordalía de llamadas telefónicas  para descubrir las palpitantes entrañas de la crisis política de La Palma, pero es que me pasa como a los palmeros. Me aburre mucho. Quizás la expresión crisis sea incompatible con (digamos) la palmeridad. Desde un punto de vista etimológico crisis es, en primer término, separación, distinción, discernimiento, y con sinceridad, es muy difícil distinguir por sus comportamientos a los cargos públicos coalicioneros, socialistas y conservadores. Entre otras acepciones, crisis significa, también, elección, y los dirigentes políticos de los tres partidos mayoritarios no se han caracterizado, precisamente, por establecer un diagnóstico y tomar las decisiones pertinentes. Políticamente, en la isla los diagnósticos sueles ser posteriores a los funerales. La última decisión que se tomó en La Palma fue la elección de la polca de don Domingo Santos Rodríguez para acompañar a la Danza de los Enanos en las fiestas lustrales. Y ocurrió en 1925.
Una demografía relativamente baja, la generosa subvención europea a la producción platanera y las inversiones en obra pública han permitido a La Palma, durante varias décadas, vivir pachorrudamente sin que el futuro, ese molesto moscardón, perturbe la dulce y provechosa modorra de su élite política y económica. Desde hace tiempo todo ha cambiado, y el cambio es, por supuesto, un factor sorprendente primero y después francamente irritante. La isla envejece, las subvenciones plataneras adelgazan y la trasferencias de recursos públicos se agotan en una crisis prolongada y estructural frente a la que no se practica otra estrategia que la resignación, otra táctica que el avestrucismo. Es disparatado y ahora, en lo más crudo de la recesión, las elecciones locales de 2011, y el pacto entre CC y PSOE en la Comunidad autonómica, han quebrado mayorías históricas y reducido a Coalición Canaria – que durante muchos años fue API – a contemplar cómo pierde las dos capitales de la isla y a resignarse a pactar con su detestado adversario histórico, el PSOE, en el Cabildo. Los coalicioneros palmeros han perdido toda iniciativa política y muchos de sus dirigentes creen estar encerrados en un cepo donde morirán de irrelevancia en un par de años. Son las debilidades, miedos y contradicciones de CC las que ceban la expulsión de los consejeros socialistas del gobierno insular. Pero todo esto no es política. La política casi está por estrenar en La Palma. Todo esto es politiquería y se derrama sobre la isla en la peor coyuntura,  en la más desabrida malandanza. Siempre la malandanza. Todo lo acaba la malandanza.

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Sin alternativa

Pues sí. Una nueva encuesta certifica que si celebraran hoy elecciones generales el PP las ganaría, aunque en ningún caso con más de 140 diputados. El PSOE aumenta ligeramente intención de voto, pero ni siquiera alcanza todavía los resultados que obtuvo en noviembre de 2011. La subida de IU se ralentiza bastante y UPyD se estanca. Lo más interesante es que, según los dos últimos sondeos, y en lo que respecta a voto decidido, los dos partidos mayoritarios superan de nuevo el 50% de los sufragios que se emitirían.  La cantinela del fin del bipartidismo no parece secundada por la evolución última de los estudios demoscópicos. Entre la ciudadanía progresista la sensación más extendida es la de perplejidad. Servidor mismo ha deseado una convocatoria de elecciones generales solo para ver la cara que se les quedaría a Izquierda Unida o a los seguidores de Rosa Díez. No creo que sea tan difícil entenderlo.
La mayoría del desgaste del PP (lo ha demostrado analíticamente José Fernández-Albertos) no procede del escándalo del caso Bárcenas, sino de la situación económica y social y de la gestión que de la catástrofe cotidiana realiza el Gobierno de Mariano Rajoy. Para las expectativas electorales del Partido Popular, las trapisondas fiscales del señor Bárcenas, y los sólidos indicios de una financiación ilegal sistematizada del partido que gestionó durante veinte años, empeoran la situación, pero no la finiquitan. Y no lo hacen, simplemente, porque varios millones de votantes consideran que no hay alternativa. El comportamiento del PSOE durante su último año en el poder dilapidó su crédito como fuerza socialdemócrata capaz de enfrentarse a una crisis financiera y económica estructural — la nos está desollando para salvaguardar bancos y recuperar beneficios — ofreciendo un modelo de gestión sustancialmente distinto. Y los dirigentes del PSOE (ese decrépito rubalcanismo que parece que vive con un alquiler de renta limitada en Ferraz) se han mostrado incapaces de reaccionar e incluso se han permitido el lujo de vacilarse de la militancia y las resoluciones congresuales. IU ha llegado al límite de su crecimiento a través de pactos con fuerzas nacionalistas y sigue jugando a reformista de día y revolucionaria de noche o viceversa. Y, en segundo término, está Bruselas, y la pringosa convicción de que Bruselas es quien manda políticamente y que lo correcto es solo lo posible y lo posible es lo inevitable. No. Esta crisis demanda otras izquierdas y exige otras estrategias y otras unidades, si no se quiere asistir, con los dientes apretados, a una transformación política que nos lleve a una democracia autoritaria y a la reducción del Estado a perro guardián y cínico del capital

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Privilegio

Las probabilidades de nacer y estar vivo son muy pequeñas.  Extraordinarias. Somos singularidades vertiginosamente proyectadas por una interminable cadena de acontecimientos casuales y decisivos. Ya cuando un espermatozoide concreto penetró un óvulo concreto “las posibilidades en contra de que nos convirtiéramos en una persona pasaron de una cifra astronómica a una cifra contable”, como dice Richard Dawkins. Si en la niñez a su tatarabuelo un enfermo de gripe le hubiera tosido encima usted, casi seguramente, no estaría leyendo esta columna o haciendo otro cosa de mayor provecho. No estar vivo es, en resumen, muchísimo más probable que estarlo. Estar vivo es un prodigio casi indescriptible en términos estadísticos. Mucho más difícil que conseguir el billete privado del euromillón. Deberíamos estar agradecidos, deberíamos, como Walt Whitman, proclamar un agradecimiento cósmico por el inconmensurable regalo de la vida, que incluye el dolor, que incluye el miedo, que incluye la soledad, la decepción y la muerte.
Atravesamos un páramo donde solo crecen ortigas carnívoras y llueve un chaparrón de mierda que parece no terminar jamás. Millones de personas se quedan sin empleo y miles de estudiantes deben abandonar las universidades, los servicios públicos están siendo presupuestariamente estrangulados, el sistema político democrático ha sido prostituido, la corrupción anega las instituciones, descubrimos ahora desfalcos y venalidades sostenidas con canallesco cinismo, los derechos sociales que han costado duras batallas políticas, sindicales, intelectuales, son destruidos ante nuestras propias narices envueltos en una retórica miserable. Mala pinta tiene todo, e indignarse demuestra cierta salud de espíritu. Pero no se puede estar indignado todo el tiempo, a riesgo de caer en el infarto o la gastritis. Puede que nosotros hayamos tenido mala suerte, pero se trata de un espejismo traidor: a todos los hombres y mujeres les han tocado malos tiempos en los que vivir. Y al fin y al cabo nos ha correspondido una tarea formidable: impedir que el proyecto de una sociedad democrática dotada de derechos, respetuosa con la libertad y la autonomía moral de los ciudadanos y que tenga como objetivos aumentar la igualdad de oportunidades y la dignidad de todos los seres humanos sea borrada, pervertida, masacrada, carnavalizada en unos pocos años, en unas pocas décadas, en un suspiro histórico. La reinvención de la política, la defensa de los principios democráticos, la custodia de derechos sociales, la reforma en profundidad de una organización institucional que grantice la convicencia, la libertad, la tolerancia y el bienestar. De acuerdo: es una responsabilidad terrible, agobiante, hercúlea. Es una putada, pero, en cierto modo, es un privilegio concedido por la puñetera Historia Un privilegio lleno de decepciones, fracasos, duelos y quebrantos. Como la vida.

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Patrimonialización

Francisco Pérez de Cobos se define como un “modesto profesor universitario”. Y es casi verdad. Su currículo académico es muy respetable, pero nada deslumbrante. La evolución del Tribunal Constitucional de España se puede medir por la distancia que media entre Manuel García Pelayo o Francisco Tomás y Valiente –sus primeros presidentes – y el doctor Pérez de Cobos, exdecano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Baleares. En los años ochenta hubiera resultado impensable que García Pelayo o Tomás y Valiente militaran en un partido político. Tan impensable que fue después cuando los miembros del Constitucional decidieron que podían militar en un partido político, aunque imponiéndose, con inigualable lucidez, el prudentísimo límite de establecer como incompatible la pertenencia al tribunal con el desempeño de un cargo directivo en una organización política. Esta decisión de los magistrados que deben velar por el orden constitucional era y es  mayoritariamente desconocida entre los ciudadanos, sin excluir políticos, juristas y periodistas. Los jueces y magistrados no pueden militar en un partido, pero el Tribunal Constitucional no está integrado en el Poder Judicial. En rigor sus miembros no deben formar parte – muchos no son ni han sido jueces – de la carrera judicial.
Antes de colgar – metafóricamente – al señor Pérez de Cobos por sus pecadores tobillos, por lo tanto, resulta más pertinente reparar en los errores de diseño de la institución que preside desde hace menos de mes y medio. Es notablemente distinto que un miembro del Tribunal Constitucional tenga instalada, en el alma o en las vísceras, una identidad ideológica más o menos intensa, a que dicho caballero milite activamente en un partido político. Y esta distinción debería quedar perfectamente salvaguardada en la ley orgánica que regula el funcionamiento del TC. Del mismo modo la atención crítica debería centrarse en los senadores que, en apenas media hora, concedieron su placet a la entrada en el Constitucional al doctor Pérez de Cobos. Ni una sola pregunta de mediana enjundia le dirigieron sus señorías al aspirante propuesto por el PP. Todos fueron felicitaciones, parabienes y reconocimientos. Por supuesto, y quizás por modestia, tal vez por un olvidadizo descuido, Pérez de Cobos no musitó una palabra sobre su militancia política.
¿Y si el doctor Pérez de Cobos hubiera quemado su carnet del PP el pasado 10 de junio las sospechas sobre su parcialidad serían menores? Me temo que no. Esas sospechas están alimentadas por un procedimiento de selección para una institución clave del Estado de derecho que es deudor de un concepto patrimonial la res pública. El doctor Pérez de Cobos en absoluto está obligado a dimitir. Pero supone un sórdido estropicio de la democracia constitucional el que, tan modestamente, haya llegado a ese Empíreo.

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Consejos para dirigentes y cargos del PP

1. Por supuesto, lo primero es escuchar a Madrid. No espere a los argumentarios de los servicios de prensa del partido y escuche con atención las comparecencias de María Dolores de Cospedal, Carlos Floriano y González Pons y repita exactamente lo que digan, imite su código gestual, cópieles las chaquetas, emule su indignación, sus desdenes, su ironía. La regla principal del pelota, sea ministro o concejal, consiste en solo salirse del guión de la Corte para agrandar los adjetivos y alcanzar hipérboles como un alpinista culmina el Himalaya, con heroísmo y gallardía. José Manuel Soria, por ejemplo, lo hace muy bien: “El presidente Rajoy no solo no ha sido afectado por este asunto, sino que ha salido fortalecido”. No importa que esta aseveración sea disparatada  — un presidente al que toda la oposición le pide la dimisión y que tiene a su extesorero acusándole de corrupto en la Audiencia Nacional no parece que se encuentre en un momento de gloria – porque, precisamente, se trata de saltar sobre la cenagosa realidad con cualquier pértiga que se encuentre a mano, cuanto más larga, mejor. Otro buen ejemplo de derrape demencial, que atenta certeramente contra esa odiosa realidad que hay que ignorar militantemente, es el proporcionado por el senador Antonio Alarcó: “Aconsejo hacer como yo, que leo dos periódicos extranjeros a diario, para comprobar que lo de Bárcenas no ha tenido ninguna trascendencia fuera de España”. Lo dijo el pasado lunes, día en el que el Financial Times  (ese periodicucho provinciano) publicaba: “Mes a mes, semana a semana, el escándalo está dañando a Rajoy, ralentizando sus esfuerzos de reforma, dañando la democracia española y corroyendo la imagen internacional de España”.  Si alguien te dice algo puedes contestar que tú la prensa extranjera que lees es la armenia, la coreana y la uzbega y después corres a operar una peritonitis.

2. Hay que estar preparado para lo peor. Por ejemplo: que Rajoy haya sido tan idiota como para firmar un recibí siendo ministro. Dado su cociente intelectual – y su pachorra desvergonzada– no es descartable del todo. Pues bien: lo hizo porque no sabía lo que firmaba. Creía que era un autógrafo para felicitar a los hijos de Ana Mato por su primera comunión, por ejemplo. Ponte siempre en lo peor y el partido no te decepcionará.

3. El papel de víctima es la mejor de las opciones. El PP es víctima inocente de su propia putrefacción. Una especie de puta de corazón de oro a la que Luis Bárcenas chuleaba sin que se diera cuenta. ¿Puede una prostituta ser chuleada sin darse cuenta?, le pueden preguntar. Y usted, indignado como un yayoflauta: “Por supuesto, si solo pensaba por y para España al abrirse de piernas, sí”.

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