Alfonso González Jerez

De lo necesario hoy

No sé lo que es Canarias, pero no ignoro que las controversias identitarias suelen conducir a una melancolía embrutecedora. A propósito de la festividad oficial de la Comunidad autonómica he encontrado dos tesis, por llamarlas de alguna manera: las que señalan que no hay nada que celebrar, salvo la propia indignación, y las que, astutamente, proponen aprovechar la jornada para contraponer al discurso oficial una reivindicación crítica y alternativa. Es bastante aburrido. En ambos casos, curiosamente, no se deja de rendir pleitesía al calendario político-administrativo. No se me alcanza por qué debe uno indignarse hoy más que el próximo jueves, y proponer una alternativa crítica al discurso oficial – si es que tal discurso oficial no es otra cosa que un conjunto de sintagmas osificados y eslóganes publicitarios – es cosa que, supuestamente, debería practicarse a diario.
Dudo mucho que esto que nos ocupa o desocupa sea o deba ser una nación. Un viejo filósofo nos advertía que todas las naciones se ríen las unas de las otras y que a ninguna le faltan razones para hacerlo. No se equivocaba. No necesitamos nación, banderas, himnos, días conmemorativos, mártires, estatuas ecuestres ni sellos de correos. Es urgente que conozcamos mejor nuestra historia, pero no para convencernos de que tenemos razón  — la historia, una retratista despiadada, suele descubrir cosas desagradables de los individuos y los colectivos – sino para curarnos de nuestras propias estupideces y mezquindades e intentar no repetir viejos, persistentes, sacralizados errores y fingimientos. La historia debería servirnos, en fin, para cuestionarnos cruelmente, no para conseguir un argumento favorecedor de nuestros prejuicios, anhelos o fantasías. Y con unos límites. Un país que se pasa la vida intentando saber quién es devine un lugar inhabitable, una dicharachera tribu de charlatanes, una colección de pretextos hastiantes, una retórica fantasmagórica que se persigue inacabablemente por los pasillos de sus malolientes obsesiones. No necesitamos una nación ni una sempiterna apelación furiosa o entristecida de la identidad, sino la reivindicación y construcción de una comunidad democrática de ciudadanos libres e iguales que comparten principios de participación política, convivencia y justicia: exactamente lo que hoy se está intentando demoler. Yo estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por mi país, salvo convertirme en un patriota.

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Beatles

El ayuntamiento del Puerto de la Cruz ha tenido una felicísima idea para recuperar el pulso turístico de antaño: proponer a Paul Mc Cartney el título de hijo adoptivo de la ciudad. No voy a cometer la grosería de recordarle al lector que los Beatles, hace medio siglo justamente, pasaron unos días en el Puerto de la Cruz. Gracias al maniático desvelo de historiadores, cronistas y articulistas locales este provinciano notición es periódicamente recordado a todos como una sorpresa perpetuamente reverdecida. Llevamos cincuenta años recordando que los Beatles se pasaron varios días resacados en el Puerto de la Cruz y escudriñeando los escasos documentos gráficos que atestiguan tal prodigio, fotografías en las que la expresión de los músicos es la que corresponde a las horas posteriores a una ingesta de whisky, farlopa y tripis caducados. Concretamente el rostro aniñado de McCartney es el de un joven que ignora beatíficamente– y le importa un pito –si se encuentra en esos instantes en Martiánez, Xanadú, Chiguergue o  Stratford-upon-Avon. En sentido estricto los Beatles no pernoctaron en el Puerto: faltaba el ya quisquilloso John Lennon. Una primera propuesta, para enriquecer la sagaz iniciativa del ayuntamiento que preside (como casi siempre) Marcos Brito es simultanear el nombramiento de McCartney como hijo adoptivo con el de petulante John Lennon como persona non grata: dos impactos publicitarios al precio de uno.
Estos reconocimientos deberían constituir el primer paso para avanzar hacia el objetivo final: transformar el Puerto de la Cruz es un parque temático de los años sesenta. En realidad el trabajo ya está casi hecho: no hay que sustituir ni las horribles tiendas de recuerdos, ni los restaurantes desaliñados, ni el muelle diminuto, ni la asfixia urbanística, ni la inepcia política y administrativa, ni la música que se escucha en los establecimientos comerciales, ni siquiera al alcalde. Algunas pesquisas parecen, ciertamente imprescindibles: localizar los restos petrificados del bacon que devoró Ringo o recuperar a cualquier precio el retrete que utilizó McCartney como tesoros del futuro Museo Beatles en la ubicación del actual Parque San Francisco. Cada noche, en el Lago Martiánez, Marcos Brito y Sandra Rodríguez interpretarían Imagine, siempre antes de la cena de gala, para que los turistas no se queden con el estómago vacío. El futuro es esplendoroso. El futuro consiste en un millón de turistas que llegan cada mañana en un submarino amarillo.

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Somos tan buenos

La sentimentalización de la política –de prácticamente todo lo que ocurre en el espacio público — es uno de los principales síntomas de nuestro fracaso social, de nuestra estupidez consuetudinaria e irrecuperable.  Aqí todo es puro sentimiento y cualquier cosa termina siendo una murga, una romería o un emocionado recuerdo a la madre: los tres formatos expresivos básicos del canario, a la que cabe añadir parcialmente el fútbol, siempre que el equipo no pierda, por supuesto. Uno debe emocionarse con todo, pero tomar precauciones para no detenerse a pensar jamás. Carece de sentido pensar con una media anual de 22 grados centígrados. Y como ocurre habitualmente con los adolescentes, con lo que hay que emocionarse, sobre todo, es con las propias emociones. Para el canario no hay cosa más emocionante que estar emocionado. El motivo es casi irrelevante. Lo importante es la emoción, porque de la emoción –siempre fugaz e intrascendente — se extraer un corolario moral inmediato: si estás emocionado eres buena gente. Gritar, llorar, reírse o indignarse solo se hace en comandita y mientras no intente promover ningún cambio real. El canario se siente confortado por la emoción ajena, con la que se funde con venturoso fervor, y desconfía profundamente de quien no comparte sus pringosas bascas sentimentales. No hay como emocionarse para constatar que somos buenos. Buena gente. Buenas personas. Personas admirables en su sencillez bajo la que late un corazón de oro. Transpiramos una inefable nobleza, incluso más allá de los 22 grados centígrados. Si no existe por estos andurriales una sociedad civil vertebrada y autónoma no es porque el canario sea individualista – el isleño detesta el individualismo y sus exigencias intelectuales y sentimentales—sino porque le basta solazarse en el espectáculo de la emoción multitudinaria encajonada en el calendario laboral, en sus rutinas mentales, en su chato universo simbólico en el que la lástima sustituye a la solidaridad, la lánguida esperanza al proyecto, las ocurrencias a las ideas, el espectáculo a la crítica, las tribus vocingleras a la organización de la inteligencia. Se trate de un incendio forestal, de un accidente carnavalero o de un acto de solidaridad televisada lo importante, sin duda, es emocionarse hasta el frenesí y huir de esa realidad asquerosa que nos devuelve nuestro propio y verdadero rostro como un horripilante espejo.

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Entrevista a don José María Aznar

El ex-presidente don José María Aznar nos recibe en su gimnasio privado, en su domicilio madrileño, precisamente en el momento de terminar las 5.000 flexiones diarioas con las que esculpe el paquete de músculos abdominales que es la envidia de sus compañeros de News Corporation y, simultánea y paradójicamente, de la izquierda española. Al menos esa es la convicción íntima del presidente de honor del PP.

–No lo toleran. No soportan que un líder de la derecha española tenga unos abdominales de acero. Yo modernicé a la derecha en España. Antes estábamos contra el aborto, rechazábamos la separación de la Iglesia y el Estado y cargábamos con barrigas grasientas. Ahora, en cambio, no tenemos barriga.
–Su entrevista en Antena 3 ha supuesto un pequeño terremoto político en el seno del PP…
–Perdone usted, pero no puedo estar de acuerdo…
— ¿No?
— No. ¿Cómo que pequeño? Pretendí simplemente, frente a un grupo de periodistas prestigiosos y plurales, exponer mis ideas sobre la actual situación política y económica de mi patria…
–Es que, precisamente, algunas de sus afirmaciones no son muy comprensibles…
–No se preocupe. Le entiendo. La izquierda suele verse incapacitada para la comprensión por la carga ideológica que le caracteriza…
–¿Y la derecha?
–La derecha ve las cosas tal como son. Esto es una pesa. Yo soy un personaje histórico. Usted no tiene puñetera idea de nada.
–Es que, si usted me permite, resulta curiosos sus reproches implícitos a Mariano Rajoy, porque…
–Si son implícitos es porque me ata la responsabilidad institucional de mi condición de expresidente. Una lástima que no puede hablar de esa nenaza como se merece.
–Pero, disculpe, fue usted quien lo designó como su sucesor al frente del PP y, por tanto, como candidato presidencial. Por tanto tiene usted una responsabilidad directa en…
— Yo no reniego jamás de mis responsabilidades, téngalo por seguro. Jamás. Ni con mi partido, ni con mi país, ni con mi conciencia, ni con la conciencia de mis abdominales. Se empeña en hablar usted de Rajoy. Hablemos. Yo no quería designar a Rajoy. Lo hice porque no tuve otro remedio.
— Caramba. ¿Y por qué no tuvo otro remedio?
— Porque mi hijo mayor no había terminado sus estudios. Llega a tener su licenciatura en Derecho y sus oposiciones hechas y estaríamos hablando ahora mismo de otra España.
— Estooo…Pero podía haber designado a Rato…
— Sabía más de economía que yo y ligaba mucho…
— O a Acebes…
— Si a mí me llaman soso no se imagina usted cómo es Acebes. Le pones un yogur delante y se caduca instantáneamente.
— O a Mayor Oreja…
— No está mal, pero a veces me parecía demasiado de derechas…No, lo menos malo era Mariano. ¿Usted ha visto Yo Claudio? A mi fue una serie que me impactó mucho. Mariano era perfecto en ese papel. Pero se ha olvidado de todo. Se ha olvidado a dónde va, pero sobre todo de dónde viene…
— Después está su crítica a la situación económica…
— La culpa es de Rodríguez Zapatero…
— ¿Pero usted ve grandes diferencias entre la estrategia de su política económica y la de los gobiernos de Rodríguez Zapatero?
— Esa pregunta es torticera. Esa pregunta es un poco ETA.
–Hombre, que no…
–¿Le recuerdo lo que era España en 1996? Un país desvastado, arruinado, pisoteado, ninguneado, quebrado, a punto de disolverse por los nacionalismos insolidarios…
–Pues usted pactó con el PNV y con Coalición Canaria en su primera legislatura…
–¿Y eso qué tiene que ver? El objetivo era conseguir mayoría absoluta en la segunda ocasión y lo conseguimos. Y bajando los impuestos…
–Rodríguez Zapatero también los bajó.
–Razón de más para votar al PP. Quédate con el original y no apuestes por la copia.
— Ha dicho usted que el PSOE está a punto de desaparecer…
— Así es. Se está convirtiendo en un montón de pequeños partidos nacionalistas, lo cual es un problema muy grave…
— ¿Por el riesgo para la cohesión política del país?
— Y porque sin socialistas a ver a quién le echamos la culpa. Yo tuve a Felipe González. Mariano a Rodríguez Zapatero. Pero, ¿y mañana? ¿Quién será el responsable de la quiebra y la ruina de España mañana? ¿Es consciente usted de la dimensión de los problemas a los que debemos de enfrentarnos? Hace faltan nuevos objetivos, un nuevo proyecto, un horizonte histórico…
— Ya. ¿Y por qué cree usted que, ante los errores e inercias de Rajoy, su partido, el PP, no dice nada? ¿Por qué tiene que decirlo usted?
–El PP es un partido muy disciplinado y a veces se interpreta la disciplina con la aquiescencia…
— Lo disciplinó usted. Lo estructuró usted. ¿No cree que pagarles sobresueldos a dirigentes orgánicos del partido es un método para fortalecer precisamente esa gallarda disciplina de la que habla?
— Definitivamente es usted un filoetarra, pero le responderé: no. Es natural que la izquierda se escandalice por esas cosas. No las comprende. Sigue instalada en un modelo de partido del siglo XIX. El centralismo democrático, la militancia y todo eso. Huele a viejo. A naftalina. A impotencia y, si me lo permite, a resentimiento, a un profundo resentimiento. Ahora tendrá que disculparme. Tengo que dar una conferencia sobre El futuro de la democracia y la gestión  de Miguel Blesa: interacción y propuestas.
— Suena bien.
— No puede usted entrar. Son 200 euros, IVA aparte.

 

 

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Torpedo

El Cabildo de Tenerife carga con una deuda que supera muy probablemente los 477 millones de euros, es decir, la corporación insular adeuda un volumen similar al de su presupuesto anual. Según los datos del Ministerio de Hacienda, es la segunda entidad local supramunicipal más endeudada de España, después de la Diputación Foral de Vizcaya. Hace unos días una sentencia del Tribunal Supremo estableció que el Cabildo tinerfeño estaba obligado a devolver créditos solicitados durante el año 2010. En el origen de este pronunciamiento judicial está un decreto del Ministerio de Economía de 2011 –todavía gobernaba Rodríguez Zapatero – que, en pleno del pánico por una situación económica agónica, instaba al Cabildo a cancelar los créditos solicitados y le transmitía tajantemente que no podía solicitar otros nuevos. Finalmente el Supremo ha concedido la razón al Ministerio, observando en su sentencia varias causas de nulidad, entre otras, la utilización de los créditos solicitados para abonar la devolución de deuda comprometida en años anteriores. La corporación tendría que apoquinar este año más de 137 millones de euros de créditos suscritos en 2010. Su última trinchera es el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, ante el que interpuso un recurso contra el decreto ministerial, aunque es al menos jurídicamente discutible que el Cabildo no deba ejecutar inmediatamente la devolución de los créditos, tal y como ha señalado Santiago Pérez.
Este asunto no es precisamente menor (supone el riesgo casi inevitable de un impacto brutal en los recursos públicos de Tenerife) pero extrañamente no ha sido objeto siquiera de un pleno extraordinario en el Cabildo Insular ni parece preocupar a los lánguidos agentes de la tibetana sociedad civil isleña. Nada, como si se tratase de un incidente meteorológico que se superará gracias al fondo de armario de gabardinas del consejero Víctor Pérez Borrego. Y ocurre tal pachorruda enormidad sin que el Cabildo, después de un lustro de crisis económica, haya avanzado un ápice en una reforma técnica, organizativa y administrativa para disminuir los costes estructurales y los lastres financieros de una corporación que mantiene vivas y zarzaleando un montón de empresas públicas (16 entre las participadas íntegra o mayoritariamente) y concediendo subvenciones a granel.

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