Que dice el presidente del Gobierno autonómico, Paulino Rivero, que debe reformularse el contratoentre Canarias y el Estado español. Un contrato, tenemos un contrato, y nosotros, y los notarios, sin enterarnos. Quizás cabe advertir que el presidente Rivero habla metafóricamente, que es como suele hablar en su blog, que a ratos parece escrito por Gabriel y Galán y a ratos por el guionista de Spiderman. La almendra del contrato que el jefe del Ejecutivo quiere reformular no es otra que la lealtad institucional al Reino de España: el propio sentido de pertenencia al Estado español. Ese contrato político, ciertamente, existió durante siglos. La oligarquía canaria (primero la élite terrateniente y agroexportadora, luego una burguesía que, con importante lazos con la primera, se dedicó al comercio portuario) mantenía la lealtad a la Corona, o si se prefiere, al Estado, a cambio de un conjunto de libertades exenciones y excepciones comerciales y fiscales (desde la suspensión del monopolio de Sevilla hasta la creación de los puertos francos) en un acuerdo que se entendía como mutuamente beneficioso para ambas partes. Hasta cierto punto, impremeditada y confusamente, Coalición Canaria ha querido actuar, desde mediados de los años noventa, como la sucesora, desde el Archipiélago, de esa venerable praxis política, y como tal registró algunos éxitos en el pasado inmediato. Pero el viejo contrato entre el Estado español y Canarias parece irremediablemente roto. Es ya un artefacto inservible. Y ni Rivero ni CC parece en condiciones de recomponerlo ni, menos aun, agitarlo como espantajo amenazante.
El contrato se empezó a cuartear cuando los fondos europeos empezaron a adquirir mayor volumen y (sobre todo) importancia estratégica que los presupuestos generales del Estado. Como cabe adivinar por el peso económico y político de las islas, el nacionalismo canario necesita imperiosamente el concurso de conservadores y socialistas en Bruselas y Estrasburgo. Todavía peor: Rivero no puede avanzar por la senda del enfrentamiento con el Estado a la grupa de una retórica soberanista. Básicamente porque está solo, como lo estaría Coalición en semejante tesitura. En Cataluña Artur Mas y CiU cuentan con el apoyo de una fracción no desdeñable del empresariado catalán – que no se limita al Círculo Catalán de Negocios – a favor del nuevo pacto fiscal e, incluso, de la apertura formal de un proceso de independencia a lo largo de la próxima década, y lo mismo ocurre en la izquierda catalana, en el mundo sindical y en ámbitos universitarios e intelectuales. Los coalicioneros, con Paulino Rivero al frente, no pueden ni soñar con una situación semejante. Por eso, cuando el presidente afirma que tiene la renovación del contrato entre Canarias y el Estado español sobre la mesa, cabe deducir que se refiere a la mesa de su cocina, entre una ensalada de la huerta y una tacita de agua de toronjil.