Alfonso González Jerez

La Santísima Trinidad Argumental

El presidente Paulino Rivero insiste en que todavía es posible crear, antes de que se abran las urnas, 40.000 puestos de trabajo en Canarias. ¿O son ochenta mil? No lo recuerdo. Quizás el presidente sepa que se han creado ya 40.000 puestos de trabajo y, por pura modestia, no nos lo ha contado, y apenas quedan otros cuarenta mil por crear, vamos a ello, qué importa una raya más para un tigre. Tal vez el presidente mismo esté confundido.
–Oye, Marimar, ¿cuántos puestos de trabajo vamos a crear?
— Yo calculo que unos 42.125’5 hasta el 21 de mayo a las dos de la tarde.
— ¿Y ese 0,5?
–Ese es un gomero que será contratado en la NASA justo el día 21, pero que dimitirá al día siguiente para ser asesor parlamentario de Nacho González. No hay color.
— Ah.
No recuerdo, en ninguna coyuntura crítica anterior, un Gobierno capaz de anunciar una y otra vez la creación de decenas de miles de puestos de trabajo mientras la Encuesta de Población Activa, testarudamente, los desmiente todos los días, sin el respeto debido a la autoridad. Supongo que es perfectamente inútil llamar la atención gubernamental sobre el humilde concepto encerrado en la expresión “empleo neto”: la diferencia entre la creación de puestos de trabajo y la destrucción de los mismos. En Canarias se han producido contrataciones laborales, incluso en los peores momentos de esta endiablada crisis, pero, con la salvedad parcial del último trimestre del pasado año, no se ha producido empleo neto, por la obvia razón de que se ha destruido más empleos de los que se han creado. Ocurre algo similar a los asombrosos voladores lanzados al cielo con el desvío de turistas de Egipto o Túnez hacia Canarias: o la normalización política se impone en dichos destinos (y se acabó el maná) o se prolongan las convulsiones en el África Mediterránea y los precios de los combustibles continúan su alza imparable, con un impacto aterrador sobre cualquier perspectiva de recuperación económica. Y la Santísima Trinidad de los despropósitos del discurso gubernamental se completa con ese reproche, cargado de desdén demagógico, hacia los empresarios que no contratan. Esos empresarios que no consiguen un euro en créditos bancarios, ni que las administraciones públicas le paguen en tiempo y forma, ni logran vender un producto o un servicio con un 30% de paro y un consumo familiar hundido, y aun así, no contratan a nadie. Antipatriotas.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General 1 comentario

Miopía

Lo más llamativo de la intervención de Santiago Pérez en el acto de presentación de Socialistas por Tenerife ha sido esa frase realmente sorprendente dirigida a Ignacio Viciana y sus conmilitones: “Ustedes son la legitimidad democrática del socialismo en Tenerife”. Pasmoso. Porque Santiago Pérez se refiere, evidentemente, a los votos de los militantes del PSC-PSOE por los que José Manuel Corrales e Ignacio Viciana fueron elegidos, en su día, secretarios generales de la agrupación local de Santa Cruz de Tenerife y la organización insular respectivamente. Toda vez que ambos han abandonado el PSOE y han puesto en marcha un nuevo partido político, ¿de qué legitimidad esta hablando Santiago Pérez? ¿De la legitimidad democrática en un partido al que ya no pertenecen y repudian mañana, tarde y noche, mimetizando caricaturescamente el lenguaje de lo que llaman la izquierda antisistema? ¿O defiende el profesor Pérez, en una original interpretación politológica, que la supuesta legitimidad que se alcanza en un partido puede arrastrarse a otro de nueva creación, como un canguro arrastra la cola? En todo caso la aseveración del exdiputado socialista era coherente con la atmósfera ligeramente delirante de la presentación de Socialistas por Tenerife. No creo que Santiago Pérez se sume a esta aventura. En primer lugar porque no cabe dudar de las razones que él mismo ofreció a la parroquia vicianista. Y, sobre todo, porque su inteligencia política le debe dejar bien claro el cortísimo recorrido que tendrá esta experiencia, como la inmensa mayoría de las que se improvisan después de agudos conflictos internos en las organizaciones políticas.
Todavía no está claro que se articule la cacareada coalición electoral que lleve a una confluencia entre Nueva Canarias, Los Verdes, el PIL, IU y la plataforma de los desafectos al PSOE en Tenerife. Una entente manicomial que ni siquiera se justifica – como hace ladinamente Román Rodríguez – con el argumento de un régimen electoral que, en efecto, es democrática y cívicamente inaceptable. Simplemente porque en esas operaciones las sumas hipotéticas se suelen transformar en restas fácticas; en este caso, con un solo beneficiario: NC. Que la izquierda – cierta izquierda – crea que frangollando coaliciones cuatro meses antes de la cita electoral para sumar poquedades es una victoria, un instrumento válido, una estrategia prometedora y coherente, sólo demuestra su extrema debilidad, su cortoplacismo miope, su voluntad dimisionaria.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General 9 comentarios

Algo más que un desajuste

De repente se descubre que los señores que gobiernan en el norte de África, a orillas del Mediterráneo, son unos dictadores terribles. Lo descubren los gobiernos europeos, lo descubre la prensa, lo descubren las embajadas, lo descubren los ciudadanos y, para mayor pasmo, los ciudadanos universitarios y todo. Recuerdo que en la Universidad, a finales de los años ochenta, un grupo de amigos y compañeros entusiastas me endilgaron, velis nolis, un voluminoso ejemplar del Libro Verde de Muamar El Gadaffi. Había que leerlo. En tres partes como tres dátiles resecos exponía y desarrollaba un nuevo modelo de socialismo adaptado a otras condiciones, pero con los mismos objetivos: la paz, la justicia, la igualdad entre los hombres, la verdadera independencia nacional. Por entonces yo admitía esos penosos encargos para compensar mi inveterada falta de entusiasmo revolucionario. Me encerré con ese pestiño toda una tarde. Era basura, por supuesto. Una basura muy poco estimulante desde cualquier punto de vista. Y era, sobre todo, un libro torpemente escrito pero con una fulminante voluntad, evidente desde la primera línea, de convertirse en un libro sagrado que solo habría que repetir y cumplir (y hacer cumplir) por los siglos venideros. Muamar Gadafi, el Gadafi de los años setenta y ochenta, quería ser un cruce entre Nasser, un personaje de Disney con crédito ilimitado en El Kilo y Fidel Castro. No es de extrañar que las únicas muestras de apoyo internacional que ha recibido el líder libio en los últimos días provengan del Gobierno de La Habana que, tanto en Libia como en Cuba, defiende una revolución ya agotada, y sobre todo agotadora, o una revolución que jamás lo fue.
Este súbito descubrimiento tiene otro lado. La ira de los justos. Una ira curiosamente removida por los medios de comunicación. Hace poco más de tres años Gadaffi visitó España, fue recibido por el Jefe del Estado y mantuvo una reunión con el presidente del Gobierno, el socialdemócrata José Luis Rodríguez Zapatero. Fue una reunión singularmente provechosa para la industria armamentística española. Un año más tarde, en 2008, se formalizó la venta de material militar por varias decenas de millones de euros. Hace justamente un año, en la primavera de 2010, el Gobierno español vendió componentes de aeronaves a Libia por valor de tres millones y medio de euros. Una parte no desdeñable de las granadas, bombas, lanzamisiles y ametralladoras que está utilizando el Ejército libio todavía leal al coronel Gadafi contra los insurgentes y la población civil en general son de fabricación española.
Hace un cuarto de siglo se pensaba (mis amigos universitarios desde luego lo suscribían) que la principal amenaza para el régimen de Gadafi era el terrible imperialismo norteamericano. ¿No había bombardeado Reagan Trípoli? Que mala bestia, el Reagan. Pero Gadafi reaccionó astuta y satisfactoriamente. De tirano repulsivo, disfrazado de vocalista de Locomía, que financiaba movimientos terroristas en tres continentes se transformó en un socio leal, aunque indumentariamente estrafalario. Reconoció parte de sus pecados filoterroristas y admitió el pago de indemnizaciones a las víctimas y deudos del atentado de Lockerbie. Se mostró a favor de la invasión de Irak. Firmó contratos con gobiernos y empresas multinacionales para la explotación de los yacimientos de gas y petróleo en suelo libio. Compró armamento occidental a mansalva. Y así consiguió que la ONU levantara el embargo en 2003, que la Unión Europea retirara cualquier cláusula penalizadota en las relaciones contractuales con el Gobierno de Trípoli en 2004, que Estados Unidos retirara a Libia de la lista de “Estados terroristas” en 2006. Abrazos con Chirac y Sarkozy, achuchones con Berlusconi y José María Aznar, intercambio de besos con Toni Blair y compañía. En el exterior, por tanto, todo estaba atado y bien atado. Es una pena que la gente, la multitud, el pueblo, terminen por joderlo todo, harta de no disponer de viviendas dignas, de alimentarse con comistrajos, de un sempiterno ordeno y mando, de la asfixia de un modelo de clientelismo corrupto maquillado con consignas revolucionarias. El éxito de las revueltas de Egipto – que han conseguido destronar a Mubarak, pero que no terminan de perfilar un nuevo orden democrático — ha estimulado a los más escépticos, los más desencantados, los más cansados. Gadafi arenga ahora a sus tropas y mercenarios por la televisión, mientras va perdiendo el control político y militar del país, y como a todos los dictadores, egomaníacos y narcisistas, se ha dado cuenta no que no merece la confianza de su pueblo, sino que su pueblo no se lo merece a él. Ni a él ni a su encantadora prole.
“Que bonito y emocionante es esto”, me dice un buen amigo por Internet. Se me antoja que, en realidad, nos hemos convertido en espectadores perfectamente idiotizados, y que vemos la Historia desplegarse en nuestros televisores y ordenadores como si fuera un capítulo de House. No es ni bonito ni exactamente emocionante. Porque nosotros—nuestro consumo, la marcha de nuestra economía cojitranca, nuestro estilo de vida – estamos metidos hasta las orejas en los agitados pantanos de las revueltas norteafricanas. El barril de petróleo se ha disparado a más de 120 dólares, y ese precio, si se prolonga mucho tiempo, afectará severamente a la economía española, y a la economía canaria. Los que lanzan voladores por el desvío de turistas europeos hacia Canarias por la inestabilidad de los destinos norteafricanos están olvidando, al parecer, este pequeño detalle, que nos saldrá carísimo en términos de consolidación de la salida a la crisis económica que se padece desde hace tres años interminables. Tal y como señala el catedrático Mariano Marzo, los cinco países en los que la deuda externa ha crecido más en el último lustro (España, Grecia, Irlanda, España, Portugal e Italia) son los más dependientes del petróleo. El Gobierno español ha informado de que cada 10% del aumento del precio del crudo nos sale por unos 6.000 millones de euros: el equivalente a todo el presupuesto estatal dedicado a investigación y desarrollo o diez veces más que la deuda pública que necesita emitir el Gobierno de Canarias durante 2011 para que no colapsen la administración autonómica ni los servicios públicos de educación y sanidad.
Nuestro desarrollo económico y social ha sido un vector subdesarrollante para muchos países africanos, asiáticos y latinoamericanos. Imaginar que basta y sobra, con toda la complejidad debida, con sustituir a las bestezuelas todavía en el poder en el Norte de África y el Magreb por democracias parlamentarias, y aquí paz y en el cielo petróleo, es una ingenuidad pasmosa abocada a un fracaso sacudido por inestabilidades cíclicas. La verdadera democratización de estas sociedades pasa necesariamente por el control y fiscalización de sus recursos naturales. Y en realidad exige una reforma en profundidad del orden político y económico internacional que, según nos ha enseñado la recensión financiera que explotó en 2008, parece ajeno a la capacidad e influencia de los gobiernos europeos. Sólo hay que detectar la pusilanimidad, la estupidez, la división y el abotargamiento de la UE en la crisis norteafricana. Esto es un poquito más complicado, tal y como expresa Amin Maalouf en su último libro, El desajuste del mundo: “Porque no se trata únicamente de organizar una nueva forma de funcionamiento económico y financiero, un nuevo sistema de relaciones internacionales, ni únicamente de corregir unos cuantos desajustes manifiestos. Se trata también de idear sin demora, y aposentar en las mentes, una visión diferente por completo de la política, la economía, el trabajo, el consumo, la ciencia. La tecnología, el progreso, la identidad, la cultura, la religión, la Historia; una visión adulta por fin de lo que somos, de lo que son los demás y del destino del planeta que compartimos. En pocas palabras, tenemos que “inventar” una concepción del mundo que no sea sólo la traducción moderna de nuestros prejuicios ancestrales y que nos permita conjurar el retroceso que se anuncia”.
Acabo de ver por la tele otra manifestación en Trípoli, reprimida salvajemente. Lo sepan o no, no solo se están manifestando por sí mismos, sino por todos y cada uno de nosotros.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?

Ezequiel

Ezequiel no escribía las columnas en la redacción ni les concedía la gracia de una muerte rápida. Ezequiel – el Ezequiel Pérez Plasencia con el que trabajé, en los distantes tiempos de La Gaceta de Canarias – traía las columnas escritas desde casa y las retocaba ahí, en la redacción, en las breves treguas que le concedía la corrección de los textos de los periodistas, bajo la doble sujeción de la gramática y el libro de estilo de El País. Recuerdo a un animal voluminoso y peludo – ensuciaba con sus pezuñas la sección deportiva — gritándole a Ezequiel por qué le había corregido el titular de una entrevista por lo demás ilegible. Ezequiel, bajito y asténico, se acercó rápidamente, con paso casi militar, cagándose interiormente en su madre, y le explicó tartamudeando al becerro: “Así no puedes titular. Gramaticalmente no tiene sentido y el Libro de Estilo del País no lo permite”. “¡Esto no es El País!”, aulló la bestia, tirando papeles por el suelo. Ezequiel no era muy afortunado en las réplicas, pero musitó de inmediato sin tartamudear. “Claro que no. Por eso trabajas tú aquí”.
Ezequiel traía una pieza de madera ya burilada de casa y la torneaba hermosamente, a veces durante varios días, mientras despiojaba textos ajenos. Cuando ya estaba lista (treinta, treinta y cinco líneas) esperaba a que nos marcháramos todos, a que la edición del día siguiente estuviera cerrada, para escrutar el artículo por última vez, y entonces, con el último suspiro, lo colocaba en la maqueta correspondiente de la próxima edición y salía a la calle, a esa calle que amaba y detestaba al mismo tiempo, porque simultáneamente le reconciliaba con la vida y le avisaba que la vida no tenía remedio. En sus artículos cada una de las palabras sostiene a las restantes y en esa tensión, que siempre parece proceder de una asfixia íntima, brota una precisión extraordinaria e intransferible, una retórica soberanamente dueña de sí misma. Ezequiel, con quien siempre tuve una relación ligeramente problemática, se irritaba sobremanera cuando le elogiaba un artículo, que era casi siempre.
–Pero si tú no eres comunista.
–Ah, perdona, no… ¿Y qué? Está magníficamente escrito…
–Pero yo lo que digo es que el problema no se llama Fidel…
–Igual Fidel no es todo el problema, pero desde luego no es parte de la solución… Que estamos en 1994, Ezequiel… Treinta y cinco años ya…
–Yo defiendo la Revolución cubana…
–Yo defiendo tu prosa.
–Lo haces contra mis opiniones, cabrón retorcido…
— Lo que me falta es que me llames pequeñoburgués…
–Eres un pequeño burgués.
–El otro día se lo dijeron a Savater y respondió que era verdad, pero que estaba ahorrando…
— Está bueno Savater…
El Ezequiel de los últimos años no se había rendido, pero se había dulcificado. Comenzaba a adquirir una difícil sabiduría, todavía inicialmente redentora. Pienso con amargura en los artículos y cuentos que ya no escribirá, en la obra, demasiado incompleta, de quien no fue el mejor escritor canario de su generación, pero sí el escritor isleño que mejor escribía: con más inteligencia, con más intensidad, con más arrebatada y disciplinada honestidad, con más porfiado amor.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General 1 comentario

Ultima imagen

Última imagen del antepenúltimo pleno de la legislatura. El presidente Paulino Rivero departe brevemente, en el salón de plenos, con Manuel Marcos y Francisco Hernández Spínola. Rivero muestra una actitud relajada y toca brevemente el brazo de Manuel Marcos, y los dos socialistas le sonríen al presidente. Ah, el síndrome de los maltratados. En cuanto les haces un cariñito se derriten. El PSC pudo aprobar un número no desdeñable de propuestas de resolución y otras bisuterías parlamentarias gracias a la abstención o el apoyo de Coalición Canaria, cuyo grupo parlamentario, asombrosamente, renunció a presentar ninguna, bajo el argumento de que quedan tres meses para la convocatoria de las elecciones autonómicas. De admitirse este razonamiento, deberían marcharse a su casa y no regresar más, pero quedan comisiones y un par de plenos y algunas dietas que pillar y algunas fotos en las que sonreír.
Me pregunto si a esto se le puede seguir llamando parlamentarismo. Tengo mis dudas, y si no me expreso más enérgicamente, no es por miedo a los adjetivos, sino al código penal. Si en este momento, en esta coyuntura crítica para el presente de Canarias y su desarrollo futuro, el sistema política canario y los tres grandes partidos del Archipiélago no dan la talla, ¿cuándo la darán? ¿Cuántos desempleados son necesarios, cuando empresas hundidas y autónomos hambreando, cuantos centros escolares bajo mínimos operativos, cuantos servicios médicos desbordados, cuantos juzgados amazacotados de peticionarios y legajos polvorientos, cuántos miles pibes tirados en la calle sin horizonte ni futuro, cuantos drogodependientes sin tratamiento, tutela médica ni metadona, cuantos ancianos inválidos, física o mentalmente, orinándose encima, preguntando por su nombre, encadenados a una cama? ¿Cuánta destrucción de futuro por no enfrentarse al presente? ¿Qué es necesario para renunciar al triunfalismo, para evitar los trucos de prestidigitación estadística, para no arrugar olímpicamente el entrecejo ante las quejas o denuncias ciudadanas, sean biólogos, sindicalistas, ecologistas, profesores universitarios o escritores, cuánto tiempo más para renunciar a la más vomitiva y estúpida politiquería, para plantear una alternativa política e intelectualmente solvente y no un discursete ratonil que cualquier adolescente desarma en quince líneas en el Facebook?
En Grecia, con un nivel de desempleo muy similar al de Canarias, ya no se estilan las manifestaciones. Ahora lo que están haciendo los ciudadanos es no pagar. Y esta negativa a apoquinar está cruzando las redes sociales y se ha convertido en un movimiento que empieza a aterrorizar al Gobierno de Atenas. Los griegos no están pagando los transportes públicos, no están pagando los impuestos urbanos, no están pagando las multas de tráfico. Es una forma de desobediencia civil que se extiende por todo el país bajo un lema elemental: “I Won’t Pay”. No causa disturbios, no destruye mobiliario público, no puede ser disuelto por la policía. No digo que sea un ejemplo. Pero tampoco digo lo contrario.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?