Alfonso González Jerez

Lo que hacemos y deshacemos

La celebración del Día de Canarias, por supuesto, se ha alimentado de exaltaciones identitarias. Canarias es salitre, volcán y lava. Canarias es gofio o papas con mojo, mijo, un cielo azul que brilla con siete estrellas verdes, un pueblo noble y humillado durante siglos, el agua por el barranco y mi amor en el telar, una nación a punto de levantarse, un combate cultural que se ganará algún día, nuestro verdadero hogar, la madre amantísima cuyo código ancestral nos descifrará como pueblo, una juventud dorada por el sol y la virtud, un hermoso aunque marchito solar víctima de sórdidas ambiciones ajenas, una fonética sacrosanta para un dialecto impar, una historia secuestrada, una aspiración moral. Es muy difícil sustraerse a los encantos de la identidad. La identidad es la explicación para todo y todas las cosas – en la economía, en la enseñanza, en la historiografía, en nuestros hábitos defecatorios –encuentra invariablemente una explicación en nuestro (real o imaginario) acervo identitario.

Es mucho más cómodo definirnos que explicarnos. Los debates saben más y mejor si nos centramos en discutir lo que somos (o cómo somos, en la mejor tradición taxonómica, determinista, curita y autocomplaciente de Manuel Alemán). En cambio debatir sobre lo que hacemos (nuestras acciones e inacciones) es un fisco más desagradable. Y controversial. Y no ofrece satisfacciones inmediatas ni imágenes confortadoras ni ese coquetón y pequeñito narcicismo colectivo al que se reducen casi siempre los debates sobre la atormentada o tormentosa identidad canaria. Tal vez necesitemos otro día para que después de la exaltación o de la indigestión yoística. Porque esto –Canarias – no va bien. Ni por asomo.

No, no se preocupen los que suelen hacerlo. No es una catalinaria contra el Gobierno presidido por el señor Torres. El Gobierno actual, simplemente, no ha tomado una sola decisión estratégica sobre la base de un modelo de desarrollo coherente y un conjunto ambicioso de reformas que urgen al país y que permanecen en barbecho. Todas. Los problemas estructurales de Canarias hunden sus raíces en un pasado de décadas y son el resultado de la pachorra, el oportunismo y la ceguera de nuestras élites políticas, económicas y académicas. Y de un perverso y degradante proceso de selección de élites, precisamente, en cada uno de esos ámbitos. Si quieren indicios de esta degradación recuerden, simplemente, que nuestro primer consejero de Economía fue Rafael Molina Petit, licenciado en Economía, master en dirección de empresas y técnico comercial del Estado, y la actual es una licenciada en Historia que apenas maneja las cuatro reglas y tiene como mérito principal –como es habitual desde hace mucho tiempo – el apoyo de sus padrinos en la selecta oligarquía de su partido.

Canarias está mal porque su PIB per cápita en 2018  fue de 20.4093 euros mientras que en 2007 fue de 21.050. Saliendo apenas de la crisis covid todavía no hemos recuperado los niveles de hace nada menos quince años. Quince años. En el último cuarto de siglo el PIB más alto se registró en 2019, con 47.483 millones de euros, pero eso apenas supone un 10% más que los 41. 425 euros de 2008. Más aún: la productividad de la economía no ha dejado de descender desde principios de siglo – no conseguimos producir más rápidamente y mejor, tanto desde el punto de vista global como por hora trabajada — y a partir de la crisis de 2008 está cayendo casi en picado. La desigualdad social ha crecido, incluyendo los últimos tres años, y es prodigioso que en más de treinta años la tasa de desempleo más baja haya sido del 10% (2007). No se ha corregido la divergencia con la media española y europea: la brecha sigue aumentando. Un país con esos datos debería hacérselo mirar y atreverse a desarrollar un diagnóstico realista y unas reformas pragmáticas y decididas. Si seguimos así viviremos bastante peor en el futuro inmediato, no podrá articularse un modelo de país democrático, cohesionado y próspero y nuestra irrelevancia será creciente frente a Madrid y Bruselas. El amor huirá del telar a toda prisa. No vamos a tener ni agua por el barranco. Ni barranco probablemente. 

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Patria

La patria no es el mundo, la patria no es Europa, la patria aun no es esto o quizás no lo sea jamás, estés bajo el sol o a la sombra, porque el almendro se secó cuando muy cerca inauguraron un complejo turístico perfectamente respetuoso con el medio ambiente, o quizás nunca sea otra cosa que un amuleto de recuerdos reunidos por una cuerda cada vez más tensa y más gastada, la primera vez que se divisa el Teide en el horizonte del mar mientras el barco se acerca a este exilio con las mejores temperaturas del mundo, esta cárcel luminosa bendecida por los alisios que se cuelan entre los barrotes, y el asombro de las olas cuando te seguían de niño en la playa para retirarse y volver de nuevo, como ocurrió después mientras las mirabas muertas de risa creyéndote eterno, el mar amigo y enemigo, el mar próximo pero inconquistable, el mar que sobrevive en los charcos y que lleva impreso en su destierro el ser la pura soledad de nadie, el resumen de todas nuestras soledades — las islas son una forma de estar solos —  y esa manera de reírse de uno mismo para subterráneamente reírse de los demás, al revés de lo que ocurre con la gente honrada y las comunidades más o menos sanas, y lo bien que sabe atardecer aquí el día después de practicar en Oriente y en África el sol sabe ponerse como en ningún sitio, los primeros y últimos besos, un timple que ya es del Colorao o de José Antonio Ramos para siempre, Santa Cruz intentando salir desesperadamente de sí misma por las laderas de Anaga, Luis Feria suicidándose tragando bandejas y bandejas de dulces, las noches de los años ochenta en el kiosko La Paz ay, qué patsa, la madrugada en que la vida dejó de ser una esperanza ilimitada, la lluvia mezquina y ruin de los inviernos paralíticos, las pieles oscuras y doradas, el sabor explosivo de peces y lapas, no, yo creo evidente que no sé lo que es la patria.

Pero quizás sepa lo que no es la patria. La patria no es un paraíso que necesita cancerberos, la patria no es un acento poco o mucho neutral, no es una región ultraperiférica, no es un régimen económico y fiscal y ni siquiera un estatuto de autonomía. La patria no es un destino, ni una inspiración, ni una teolología, ni una forma de ser feliz con legítimos propietarios, ni un altar para sacrificar diferencias, ni un estilo de redención, ni una orden que  hay que cumplir pese a quien pese, ni un código sentimental ni unas tablas de la ley que alguien bienaventurado bajará de las montañas sagradas, ni una colección de momias, ni una romería ni unos carnavales, ni siquiera un sueño o una pesadilla, un camino o un acertijo, una verdad a medias o una mentira para sobrevivir. La patria no es eso, o quizás lo sea, pero yo no puedo defenderlo, argumentarlo, priorizarlo en una vida individual o colectiva, tomarlo como un juramento o un destino. La patria no puede ser una abstracción que se lanza a la cabeza o al corazón del otro como un dardo lleno de venenoso amor o de venganza infecta.

En cambio, como aquel otro poeta nacido al otro lado del mar yo, que no amo a mi patria, creo que mataría, creo incluso que ya he matado y me han matado más de una vez, creo que daría la vida y la sigo dando, por una docena de lugares de estas islas, por algunas personas que me han convertido en una persona, por puertos, por bosques, por playas de arena y de callao, por una ciudad deshecha y sin entrañas, por algunos poetas, algún músico, cuatro  cinco pintores, o por José Murphy, muerto de asco por pura decencia y por decoro agusanado en un pueblo mejicano sin un átomo de piedad o de agradecimiento de sus compatriotas, por algunos barrancos que van a dar a la mar, por el mismo mar de todos los veranos, por tu rostro en la batalla, por un cielo azul perfecto que nos resucita a diario, por el viento salobre o montuno que ahora entra en esta habitación y tira, merecidamente, algunas hojas llenas de garabatos al suelo.

Canarias,  cuanto amor para algo que me gusta tan poco.

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Todos son Willy García

He estado a punto de dedicar el artículo a la condena judicial de  Guillermo García, quien fuera director general de la RTVC durante el mandato presidencial de Paulino Rivero (2007-2015). El pobre debe estar destrozado: cuatro años de inhabilitación para cargo público. Pero he decidido aparcar el asunto por dos razones. La primera, porque no conozco a García. Contra lo que ocurre con gente que ahora abomina de su figura legendaria yo solo me tropecé  dos veces en mi vida con el exdirector general. En la primera ocasión en las puertas de Radio Club, que siempre he atravesado, por cierto, sin saber para qué. De repente apareció García, bajando las escaleras con un taconeo similar al de Lola Flores, y le saludé con una mínima cortesía. Se quedó paralizado y mirándome fijamente. Le ofrecí de nuevo los buenos días. Siguió inmóvil observándome con ojos  brillantes. Parecía catatónico. De repente inspiró profundamente, se estremeció y salió por patas. En la segunda ocasión, años más tarde, ya no estaba en el poder, y vestía de blanco inmaculado, como convocando a Ochún contra la magistratura de sus pesadillas, y me soltó una perorata inconexa de diez minutos de la que no recuerdo ni una palabra. Sospecho que siempre me consideró un imbécil.

Pero sobre todo, y eso es más grave, yo no es que no conociera a García, sino que era ajeno a su ámbito, y ese ámbito, glamuroso como una vomitada después de una fiesta en el Casino de los Caballeros, era casi todo el mundo, toda esa dulce pijería que llegó al periodismo tinerfeño en los años noventa  –con algún injerto más añoso – y que siempre creyó que los periódicos, las emisoras y las televisiones eran excusas para prosperar y hacer pasta, una pasta cocinada invariablemente en los hornos del poder político y empresarial. Pero sobre todo político. Eran gente muy lista que ha sobrevivido estupendamente bien incluso después de la desaparición de sus padrinos y compinches. Alguno se hizo con un periódico y todo. A mí me entusiasma  el caso de otro, que trabajó como meatintas de Miguel Zerolo, Adán Martín y Paulino Rivero, y hoy fulge como todo un progresista que, por supuesto, no tiene nada que ver con la gentuza coalicionera. Y el que se ha convertido en locutor de radio? ¿Y el atorrante pedantesco que parasita un programa populachero en la misma cadena?  Toda esta magnífica tropa formó parte de la corte de García, como en cierta forma también lo hicieron aquellos a los que el director siempre hiperactivo les arrebató algún contratito, siguiendo las instrucciones de Paulino Rivero, por lo que le juraron un odio jupiterino.

Y esa es precisamente la clave de todo el asunto. Willy García no fue el instrumento tenebroso de un mago aprendiz de brujo que quería eternizarse en el poder, un mediocre entronizado al que solo el poder podía eternizar. Willy García –su estilo de corrupción o su eficiente zafiedad– fue estrictamente una necesidad, una consecuencia inevitable, el precipitado de una química de la desvergüenza, las ambiciones y la estupidez de cientos de personas  — políticos, periodistas, productores, figurantes – que actuaban bajo el principio (in)moral de que todos y cada uno de ellos tenían derecho de meter el cazo hasta donde les alcanzara el brazo. Los que ganaron y los que perdieron, los que lo consiguieron y los que lo intentaron, los que hicieron carrera y los que perdieron algún pequeño chollos, todos ellos, sin excepción que valga la pena, podrían y tal vez deberían vestirse de blanco inmaculado, ponerse fijador en el pelo, comprarse zapatos caros y ahorcarse con una corbata telegénica y recorrer las calles de Tenerife para proclamar una verdad modesta pero evidente: “Todos somos Willy García”.

Pero no vale la pena escribir de esto.

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35 años para hacerse adultos

He leído en Twitter a varios jovenzuelos – una incluso directora general y todo – que recuerdan que el voto de los canarios en el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, allá por 1986, fue mayoritariamente negativo. En realidad habría que matizar tal afirmación. En las islas poco más de la mitad de los votos emitidos (50,2%) fueron negativos y alrededor de un 43% afirmativos. Pero la abstención se acercó mucho al 45%, por lo que en realidad solo aproximadamente un 25% de los ciudadanos canarios inscritos en el censo electoral votó contra la OTAN. Tanto la elevada abstención como el número real de isleños que rechazaron que España se mantuviera en la alianza armada son síntomas de un anhelo antimilitarista precisamente arrollador. Esa insistencia en que el pueblo canario, rompiendo el protagonismo de la gran mayoría de las comunidades autónomas, expresó en esa jornada gloriosa su antimilitarismo y su deseo de que nuestro país se convirtiera en una “plataforma de paz” no es más que una difusa leyenda ochentera.

Otra cosa es que los que participábamos en las marchas a Los Rodeos a mediados de los años ochenta creyéramos realmente que servíamos como punta de lanza (con perdón) de una comunidad intensa y resueltamente pacifista. Pues no. Más que pacifista o atlantista la mayoría social canaria era entonces algo peor: era, en buena parte, indiferente. Ese referéndum que ganó el Gobierno por un margen bastante razonable (y una abstención muy alta) era básicamente tramposo. Los ancianos como servidor recordarán que según el propio texto sometido a votación condicionaba la continuidad en la OTAN al cumplimiento de tres puntos: no incorporación a la estructura militar integrada, prohibición de instalar o introducir armas nucleares en territorio español y reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España. Solo la tercera se ha respetado parcialmente. A todos los gobiernos posteriores a 1986 se les olvidó esta triple condición. A todos sin excepción.

Un periodo de más de treinta años, y la propia evolución de la situación geopolítica en el último cuarto de siglo no han servido para desasnar a ciertas izquierdas que siguen observando a la Organización del Tratado del Atlántico Norte como una aterradora amenaza para Canarias,  cantinela que repiten cada vez que se desarrollan maniobras militares conjuntas en las proximidades del archipiélago. La celebración de la Cumbre de la OTAN los próximos 29 y 30 de junio en Madrid ha aumentado las pataletas y necedades rituales. Lo gracioso es que los gerifaltes de la OTAN se han mostrado hasta ahora bastante renuentes – las razones y sinrazones son complejas aunque relacionadas con la lentitud parsimoniosa en redefinir conceptos estratégicos y modelos de seguridad cooperativa  — a fortalecer el llamado Flanco Sur de la Alianza, que se extiende hasta el Golfo de Guinea e Irán. Y existen amenazas reales y amenazas potenciales crecientes. Amenazas ligadas a actividades de Rusa y de China que sustituyen a las antiguas líneas de influencia británicas y sobre todo francesas en el África Occidental. Amenazas de grupos armados en Estados fallidos o a punto de naufragar. Amenazas terroristas y crecimiento de las mafias migratorias que trafican con sueños, desesperación y carne humana. Los que quieran entender todos estos cambios y procesos en marcha pueden encontrarlos cada día en los diarios y en la prensa especializada. Está muy bien escuchar a Nicolás Castellano o a José Naranjo, pero también conviene leer atentamente a otro canario, Jesús Perez Triana, especialista en seguridad y geoestrategia, que mantiene abierto un blog de interés excepcional, Flanco Sur, sobre seguridad y defensa en el Magreb y África Occidental. Es hora de hacerse adultos. La paz ni es un estado mental ni está en Bolivia, sino un bien que puede y debe defenderse en las sociedades (muy imperfectamente) democráticas.

 

 

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Las manos que mueven la cuna

Va a ser difícil parar la voraz agresión que para el puertito de Adeje y zonas aledañas supondrá el proyecto de inversores belgas que pretende erigir villas residenciales, un hotel de lujo, piscinas naturales, restaurantes macrobióticos, clubes exclusivos donde te sirven las bebidas con cubitos de hielo tallados con tu nombre y apellidos, babilónicas zonas verdes y un spa como fuente de eterna juventud. Han bautizado este paraíso para ricos y ricachos como Cuna del Alma porque la cursilería y la guarrería siempre están abrazadas. Lo cierto es que todo esto empezó a moverse hace siete u ocho años bajo la complaciente y muy activa tutela del ayuntamiento de Adeje y hace pocas semanas fue presentado en una ceremonia muy chill out, con la patriarcal presencia de José Miguel Rodríguez Fraga, quien con su habitual humildad se negó a poner la primera piedra, traspasando el honor a Berta Pérez, vicepresidenta del Cabildo de Tenerife, política sobrevenida que no se entera absolutamente de nada: ni falta que le hace. Seguro que todo el proceso está basado en expedientes impolutos y en informes técnicos irreprochables, y si existe algún reproche ya se encargará de subsanarlo una legión de abogados de mil euros la hora por corbata a plena satisfacción de las partes.

Esto va a costar mucho pararlo porque Rodríguez Fraga es una pieza singularmente relevante en el ecosistema del PSOE canario, más allá de su actual condición (casi simbólica) de presidente del partido.  En los últimos cuarenta años los alcaldes socialistas, en España y en Canarias, han participado activamente en la feroz explotación turística de las costas, frangollando un urbanismo tramposo, dislocador, gentrificador e invivible, un urbanismo cuatrero y al dictado, consagrando el cemento, los campos de golf y las piscinas como signos de prosperidad, y en no pocos casos, protagonizando o tolerando una corrupción galopante. Que el PSOE ahora proclame un corazón verde que te quiero verde, como si no tuviera responsabilidades directas en la turistificación destructiva de las costas canarias es de un cinismo apabullante. Rodríguez Fraga es la mano que mueve la cuna y va a emplearse a fondo para que no sea interrumpida una inversión de 350 millones de euros sobre 437.000 metros cuadrados. Moverá sus influencias en la dirección del PSOE canario, en la dirección nacional del PSOE, en el propio Gobierno autónomo y en el grupo parlamentario. Y pedirá apoyo de organizaciones empresariales y del comercio local. Por el momento nadie ha escuchado una palabra crítica o simplemente interesada del presidente Ángel Víctor Torres. Evitará pronunciarse todo el tiempo que pueda. Hasta que se le ocurra algo. O no.

Esto va a costar mucho pararlo porque los promotores e inversores de esa dulce salvajada no están dispuestos a perder unas plusvalías previsiblemente fabulosas. Disponen de suficientes recursos y de unas administraciones públicas muy colaboradoras y de dinero contante y sonante para sumarse a los esfuerzos propagandísticos (ya en marcha) del ayuntamiento adejero.

Esto va a costar mucho pararlo porque incluye intereses de gente de tronío. Para empezar los de una decena de arquitectos con sede en Tenerife, algunos muy conocidos, pero también porque entre los socios minoritarios del proyecto figura el grupo Compañía de las Islas Occidentales, compañía de capital canario controlada por la familia Zamorano, una organización solvente y exitosa que goza, igualmente, de excelentes relaciones en todas las esferas políticas, empresariales y administrativas de la isla de Tenerife.

Esto –no sé si lo he dicho antes — va a costar mucho pararlo.

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