Alfonso González Jerez

Elsa López

En demasiadas ocasiones, sobre todo en los últimos diez o doce años, lo que se solía discutir no era si alguien no se merecía el Premio Canarias, sino al contrario, si alguien se lo  merecía como el tolete que se merece un cogotazo o un malandrín pisar un charco de pis de gato. Por supuesto que existen peores disciplinas. Por ejemplo, el Premio Canarias de Comunicación, que se inventó para distinguir toda una carrera profesional, un galardón para seniors más o menos respetable, pero que se ha utilizado para todo: un barrido, un fregado, un enjabelgado. Por lo demás, ¿quién respeta esa distinción? Nadie. En el oficio siempre se recuerda el caso –sin duda ignorado en el estrafalario mundo exterior – de un admirado y admirable profesional al que se concedió el Premio Canarias de Comunicación para ser despedido por su empresa el año siguiente. Luego está, por supuesto, que sea el Gobierno quien concede el premio. Los gobiernos entregan premios y medallas para premiarse y enmedallarse a sí mismos. Igual que en el cuento de Cortázar un hombre descubría con horror que le había regalado a un reloj en su cumpleaños y no al contrario, el Gobierno de Canarias, como cualquier gobierno, utiliza sus cachivaches congratulatorios para resaltar su lucidez, su justicia, su profunda y humilde generosidad. Por otra parte, cada modalidad tiene su propio jurado, pero temo con algún fundamento que tales tribunales no son exactamente impermeables a las opiniones gubernamentales. Hay notables que han pertenecido a los jurados de los premios Canarias durante lustros. Tal vez podrían modificarse las bases de manera que fueran las universidades o las academias quienes se pronunciaran sobre las propuestas, pero eso multiplicaría aún más las presiones. Finalmente cualquier premio es un error para el que los da y  el que lo recibe, una traición y en el mejor de los casos una recompensa desmedidamente insuficiente.

Este año el jurado del Premio Canarias de Literatura tuvo la lucidez suficiente para pensar en Elsa López; deberían darse prisa y no despistarse para reconocer la obra de Andrés Sánchez Robayna y Eugenio Padorno, poetas y críticos excepcionales. Elsa López es una de las grandes voces de la poesía canaria contemporánea. Y aunque su producción lírica no se agote en ello es la suya, sobre todo, la mejor poesía amorosa de nuestra más reciente tradición. Poesía amorosa cargada de erotismo inmediato y carnal, una poesía de los cuerpos como el único lugar donde el amor es posible, donde el amor triunfa y es derrotado, donde arden todas las verdades para que queden las cenizas de todas las mentiras, espléndida caída, momentos fulgurantes, reconociendo al amado, reconociéndose a sí misma en la muerte más dulce. “El que se arroja al agua con su cuerpo magnífico/y luego deja gotear el mar por sus caderas y las mías/ como una prueba incontestable de perfección y afecto./ Aquel que me sonríe/ desde la hilera mágica de su terrible boca,/ inocente guerrero,/ putrefacto montón de espléndida hermosura,/el único que sabe cómo he perdido la batalla/ y por eso me observa, todavía,/ con una cierta sombra de dulzura./ El que arrastra mi cuerpo por el campo de batalla/ despedazado el tronco y la plateada cabellera,/ y aún tiene conmigo la deliciosa costumbre/ de besarme los pies,/ ese es el que amo.

 Hace ya muchos años, según recuerdo, conocí a Elsa López, y era una tarde de lluvia anónima y funcionarial, anémica y consentida como suele ser la lluvia en esta terrible Santa Cruz de Tenerife, y caminamos largamente orillando los charcos y hablando de poemas y poetas entre chisme y chiste, inteligente y dulce, sarcástica y amable, maligna y generosa, curiosa e indiferente, indiscreta y reservada, calculadora y espontánea, con una voz musical capaz de recitar todos los versos del mundo con una cierta sombra de dulzura mientras reía con una risa cascabelera y unos ojos melancólicos bajo la posma que parecía convocada por sus pequeñas manos.     

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El miedo a arriesgar

El Gobierno autonómico ha decidido devolver casi en su totalidad el impuesto autonómico sobre los combustibles a agricultores y ganaderos. Y hacerlo con carácter retroactivo, desde el pasado día 1. Por supuesto, no se ha limitado a informas sobre la medida, sino que la ha trompeteado durante 24 horas como un logro excepcional de gestión. Incluso Román Rodríguez ha subrayado que tan prodigiosa iniciativa se contrapone a la demagogia populista de aquellos que propugnan bajadas generalizadas de impuestos “que pondrían en peligro el sostenimiento de los servicios públicos”. Rodríguez se refiere, claro está, a enemigos imaginarios, porque yo no escuché a nadie exigir rebajas generalizadas de impuestos en el reciente debate sobre la nacionalidad canaria. Tanto Coalición como el PP  –sobre todo la primera —  propusieron bajadas de tributos muy específicas, limitadas y de carácter temporal. Muchos, muchos aplausos al Gobierno por una decisión que debió tomar hace quince días. Mucha, mucha perplejidad, a constatar de nuevo que no se considera una prioridad el suministro de forrajes porque, según la consejera de Agricultura, Akicia Vanoostende, Canarias dispode de forraje para ganado para “prácticamente un mes”, así que al parecer no ocurre nada. Ya veremos lo que ocurre dentro de cuatro semanas.  Cabe sospechar que la consejera piensa que el conflicto de transporte por carretera en la Península se solucione en los próximos días. A lo que parece demasiado dispuesta es a considerar que los forrajes, como los fertilizantes por ejemplo, culebrean por una escalada de precios muy preocupantes. Los fertilizantes han aumentado su precio alrededor de un 20% desde principios del presente año.

El equipo que dirige Ángel Víctor Torres sigue apostando por la estrategia de los parches en espera a que los tres principales nubarrones de la economía española (y europea) se disipen: el conflicto del transporte, la guerra en Ucrania y su impacto en el precio de los combustibles y las tensiones inflacionistas. No es imposible pero no se antoja a nadie demasiado probable. Sobre todo es evidente que  nos ha sobrevenido un schock energético vinculado con la invasión de Putin, pero no provocada exclusivamente por su villanía. No solo el precio del gas, sino el del petróleo se ha disparado en las últimas semanas. Ningún observador económico más o menos ecuánime apuesta por una bajada rápida en los próximos meses. Contra las incoherencias del Gobierno canario en este asunto, dictadas por el más aúlico de sus sus altos y bajos cargos, el viceconsejero Olivera,  nadie se escandaliza por las rebajas de impuestos en situaciones como las que vivimos. En un reciente artículo, los economistas Luis Puch y Antonia Díaz resumían muy bien las propuestas a corto plazo más solventes –que compartían – para los poderes públicos. “Si el schock energético es  transitorio conviene complementar en el muy corto plazo las ayudas directas que se barajan con rebajas transitorias en la imposición indirecta y con redistribución desde los ganadores hacia los perdedores de esta crisis… Para todo ello es necesario tener presente que cuando la oferta no es competitiva, sino que se compone de pocos operadores, el sistema de asignación debe ser uno que incorpore la negociación”. Esto último, por supuesto, compete a Europa, y se complementa con la reconsideración del carácter estratégico de las grandes empresas energéticas: puede ser necesario, ahora mismo lo es, que regrese el Estado, como apuntado Macron en Francia.

A corto y cortísimo plazo existen por tanto medidas de alivio fiscal que no son estrafalarias y que Canarias puede implementar desde su relativa –pero nada insignificante – autonomía fiscal. Yo no creo que no se haga por ignorancia. No se hace porque –por supuesto – tiene costes, como toda decisión política, y los actuales gobernantes no están dispuestos a correr ningún riesgo a poco más de un año de las elecciones autonómicas y locales.

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Recuerdo que en 1999, cuando Mohamed VI subió al trono, muchos observadores y analistas presagiaron que se produciría una mayor apertura política y que las reformas del nuevo monarca se encaminarían hacia una aceptable democracia parlamentaria, más o menos homologable y basada en un respeto irrestricto a los derechos humanos. Mohamed VI tomó algunas decisiones iniciales realmente esperanzadoras, entre las cuáles no fue la menor destituir al ministro de Interior y mano derecha de su padre Hassan II, el temible Driss Basri, bien conocido, por cierto, por los saharauis: mató a muchos cientos y torturó a varios miles. Bari era simultáneamente un chacal sanguinario y un referente de la infinita corrupción del reino alauita como cabeza visible del Majzén. Intervenía, bajo la jurisdicción del Rey de los Creyentes, en el reparto de canonjías y mordidas y licencias de importación. Todo el mundo aplaudió a Mohamed VI en el país y en el extranjero. Los años más oscuros tocaban a su fin. A lo largo del lustro posterior una cadena de cambios políticas, jurídicos y normativos parecieron dar la razón a los más optimistas. Aumentó el pluralismo –dentro de ciertos límites –en los medios de comunicación y en la institución universitaria. Pero poco a poco el luminoso esfuerzo reformista fue perdiendo fuelle y terminó por detenerse.

El mismo Mohamed VI, muy activo al principio de su reinado, fue afectando una indiferencia creciente no ya a una agenda reformista muerta, sino al propio gobierno cotidiano. Pasó y sigue pasando largas estancias, a veces de varios meses, en París y en los Alpes suizos; con menos frecuencia, en Londres y Nueva York. En todas esas ciudades dispone de viviendas de esplendor palaciego y de importantes inversiones inmobiliarias. Porque ese es el secreto – si merece tal nombre – del fracaso de las reformas después del fallecimiento de Hassan II. Reformar el país democráticamente, emprender una vía para una política social amplia, eficaz y eficiente, significaría necesariamente el sacrificio del Majzén, esa oligarquía que, a la sombra de Palacio, maneja y amplía fortunas inmensas relacionadas con el turismo, la hostelería, las licencias de importación, las infraestructuras, la compra de material militar, la minería o la producción agrícola. Y la primera fortuna –con intervención directa e indirecta en las empresas públicas marroquíes – es la del rey. Es imposible una plena democratización de Marruecos si la corrupción estructural del reino – que articula y fiscaliza toda la iniciativa económica y empresarial — no es destruida de raíz. Por decirlo con la máxima sencillez: más allá de algunos aspectos valiosos, pero muy insuficientes, el Reino de Marruecos resulta política y socialmente irreformable.

De ahí se deriva, por supuesto, otra obviedad: el gobierno marroquí no está en condiciones ni anhela ni podría permitir en absoluto un Sáhara dotado de un estatuto de autonomía política. Ninguna región marroquí dispone de tal artefacto político. Solo puede pensarse — y necesitaría de una reforma constitucional — en una limitada y siempre suspicaz autonomía administrativa, que probablemente terminaría desapareciendo en muy poco tiempo. La marroquinidad del Sáhara ha sido, precisamente, una de los límites en el espacio público del reino. Ninguno de los grandes partidos políticos de Marruecos (de izquierdas o de derechas, laico o islamista) pone en cuestión que la excolonia española debe integrarse sin más en su territorio. O  más exactamente: todos los partidos políticos, cn o sin representación parlamentaria,  respaldan sin fisuras que el Sáhara es propiedad de Marruecos. Cuando uno escucha a altos cargos de los gobiernos de España y de Canarias las cínicas y repeinadas insensateces de los últimos días no sabe dónde meterse para que lo asfixie la vergüenza ajena.   

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El precio del fin

Una de las utilidades  del debate sobre el estado de Canarias es la introducción de noticias y novedades que le otorguen un empaque añadido. El presidente Torres decidió hacerlo anunciando, en su discurso inicial, que hoy jueves su Gobierno decidiría suspender todas las restricciones sanitarias todavía vigentes para frenar la expansión de la covid 19. Entiéndase: todas las restricciones que son competencia autonómica, lo que excluye, por ejemplo, el uso de las mascarillas. El anuncio cogió por sorpresa a todo el mundo. Pocos minutos después un diputado del PP, Miguel Ángel Ponce, emitió un tuit de un casi desesperado sentido común: cualquier desescalada debe obedecer a un plan, que tendría que incluir medir casos y secuencias, garantizar las vacunas para la nuevas varieantes y los nuevos antivirales, financiar públicamente mascarillas para los sintomáticos e invertir (a través, por ejemplo, de un programa de subvenciones a empresas y establecimientos comerciales) en sistemas mecánicos de circulación y purificación del aire en interiores. Por supuesto el presidente no ha preciso nada sobre estos extremos.

La pandemia no ha acabado, pero los gobiernos están dispuestos a declarar su irrelevancia, y lo hacen suprimiendo restricciones y derogando reglamentos. Desde el pasado viernes hasta ayer se han registrado seis muertes en Canarias según datos del Servicio Canario de Salud. Ya no se reportan diagnósticos privados ni asintomáticos o leves. Como ha indicado el propio doctor Ponce, Canarias sigue siendo la comunidad autónoma con mayor tasa de ocupación hospitalaria, casi el doble de la media nacional, y es también el territorio líder en el sublinaje de omicron BA.2, que parece más velozmente transmisible que su antecesora. Ayer, en el transcurso del debate sobre el estado de la nacionalidad, la portavoz socialista, Nayra Alemán, insistió en que la campaña de vacunación en Canarias había sido un éxito excepcional. No es estrictamente cierto. La señora Alemán   insistió en toda su muy elemental exposición en la importancia de contextualizar los datos. Pues bien, entre las comunidades autónomas Canarias presenta una de las tasas más bajas de vacunación. Las comunidades con mayor número de vacunas por cada cien habitantes son Galicia, Asturias, Castilla León y Extremadura. Las cuatro con menos número de vacunas por cien habitantes con Canarias, Ceuta, Baleares y Melilla. La media nacional está en 195,93 vacunas por cien habitantes. Canarias está en 181,25. Son datos del Ministerio de Sanidad correspondientes al pasado 4 de marzo. La campaña de vacunación contra el covid desarrollada por el Servicio Canario de Salud estuvo más que correctamente organizada y no fue mala, pero sí claramente insuficiente, en particular, en el segmento de edad de entre los 30 y los 45 años, lo que explica la alta contagiosidad todavía activa.  Que se esté falseando esta realidad perfectamente constatable con datos oficiales en la mano, que esta estúpida falsificación ensoberbecida se haga en pleno debate parlamentario, resulta muy grave. Esa es la calidad del discurso político que se soporta hoy en Canarias. Tal vez, a estas alturas de la pandemia, no sea sanitariamente muy grave. Políticamente, en cambio, lo es en todo caso.

En casi toda Europa las autoridades públicas quieren dejar la maldita pandemia atrás. Temen justificadamente el hartazgo de la población. Y con una economía fragilizada por la guerra en Ucrania, la subida de los precios de los combustibles, la inflación y los riesgos desabastecimiento entienden que cualquier restricción al dinamismo económico significa un lastre inadmisible. Para un país turístico como Canarias, todavía más. Pero va a costar una cuota temporal de vidas y el riesgo de no activar a tiempo el control de una reactivación de la pandemia no es insignificante. Y se debería respetar a los ciudadanos lo suficiente como para explicarlo claramente y sin ambigüedades.    

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Oigo, Ucrania, tu aflicción

El secretario general del PSOE canario, Ángel Víctor Torres, citó extensamente en el Congreso del PSOE de Tenerife la guerra en Ucrania, pero, como era de esperar, no dijo absolutamente nada sobre lo ocurrido con el Sáhara, a poco más de cien kilómetros de nuestras ínsulas baratarias. Ni una palabra a propósito del cambio de política sobre el territorio de la excolonia española que Pedro Sánchez ha decidido a espaldas de las Cortes y de – al menos en parte – de su propio Gobierno. Es bastante loco, sinceramente. El pasado sábado, en Presidencia, los panzudos nigromantes del aparato de comunicación decidieron que lo mejor era que Torres hiciera una declaración sobre el asunto y así aliviar la presión mediática. El presidente se descolgó con unas declaraciones surrealistas en las que aseveraba una cosa y la contraria. Algún medio amigo decidía enloquecer más las cosas y elegir una de las naderías presidenciales, a saber, que cualquier acuerdo entre Marruecos y el Sáhara (sic) debería ser admitido por Naciones Unidas.  El discurso político ha llegado a tal grado de insignificancia que ya es indiferente a una mínima coherencia interna, al respeto más elemental del principio de realidad. Farfullar cualquier pegajosa tontería en un tono campanudo no es ofrecer explicaciones a los ciudadanos ni posicionarse políticamente desde la responsabilidad.  Pórtense como personas adultas. Esto ya da un fisco de vergüenza. 

Todo el supuesto mensaje presidencial es un soberano disparate. No se trata de ningún acuerdo, porque no existen contrapartidas, sino de la adhesión españolas a las tesis sostenidas por Rabat desde hace un cuarto de siglo. Para Marruecos el Frente Polisario es una organización terrorista. No se ha producido ninguna negociación con nadie. Simplemente el presidente Sánchez ha reconocido al rey de Marruecos que España reconoce y apoya que el Sáhara pase a ser una región de Marruecos bajo una limitada autonomía administrativa que, muy probablemente, quedará reducida a una carcasa simbólica. Y quien ha publicado dicha carta es el gobierno marroquí. El ministro de Asuntos Exteriores español se vió obligado a improvisar una rueda de prensa para enmascarar la pequeña tropelía de Rabat y empezar a difundir el nuevo argumentario. Que Torres, precisamente, haya indicado que el ministro de Exteriores le llamó telefónicamente, muy pocas horas antes de su comparecencia, para transmitirle la  buena nueva,  es casi cómico. ¿Qué le transmitió a usted el ministro, señor presidente? ¿Lo que pensaba comentar en la rueda de prensa? ¿Los términos de la nota informativa del Ministerio de Asuntos Exteriores? ¿Las razones profundas para ese fenomenal, arriesgado y sumamente criticable cambio en la política española en el Magreb y sus posibles consecuencias diplomáticas y económicas en los próximos meses y años? ¿Le pasó un informe técnico algún subsecretario? Pero, de verdad, en un asunto crucial para Canarias – por no hablar de las miles y miles de familias saharauis — ¿cree que basta con esa nimiedad, que ya acabaron las preguntas, que ya está todo atado y bien atado? Es asombroso. Asombroso. No sé lo que nos ocurre. No sé lo que está ocurriendo en mi país. No sé cómo podemos permitirnos el lujo de la inanidad, la superficialidad, el remoloneo, la supina hipocresía, que si quiere bolsa, estúpido periodista preguntón, mándate a mudar, y que triste es lo de Ucrania, vamos a ayudar a Ucrania, estamos con Ucrania, estaremos con Ucrania, digamos lo que sea  sobre Ucrania, todos somos ucranianos y ucranianas. Ah, y para quien no lo sepa, los socialistas nunca tomamos decisiones por motivos electorales. ¿Portentoso, no? Pues es así. Somos el único partido del mundo (y de Ucrania) que jamás tomamos decisiones por asquerosos motivos electorales. ¿Nos oyen los ucranianos ahora mismo? Oigo, Ucrania, tu aflicción. Y así venceremos, compañeros. Venceremos porque estamos con los oprimidos, con los necesitados, con los que sufren en la cola del desempleo y en la  consulta del odontólogo. Lo llevamos en nuestro genoma. Qué le vamos a hacer.

Por lo demás, y en lo que se refiere al PSOE tinerfeño, todo bien. Pedro Martín ha salido reelegido secretario fantasmal, es decir, secretaria general,  e incluso le han aceptado a Manuel Martínez como secretario de Organización, señal inequívoca de la generosidad de los compromisarios, incluidos los compañeros de La Laguna. De la generosidad o de la indiferencia, que todo puede ser.

  

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