Alfonso González Jerez

Monseñor living la vida loca

Sin duda por influencia del Maligno me estoy divirtiendo mucho con la tormenta de fuego que se ha creado alrededor del obispo de la Diócesis Nivariense, el señor  Bernardo Álvarez, con berridos furibundos y anatemas democráticos que recorren las redes sociales y resuenan en los medios de comunicación. Muchos han pedido que se despida al obispo, otros que se le denuncie por un delito de odio con multa por medio y no faltan tropas a favor de declararlo persona non grata en Canarias si no corrige inmediatamente sus declaraciones. Admito que me lo he pasado pecaminosamente en grande, pero quizás es hora de puntualizar ciertos extremos y recordar algunas obviedades.

El obispo de Tenerife declaró a un programa de la televisión pública canaria que la homosexualidad es un pecado mortal. Según las leyes de su peculiar club eclesiástico sin duda lo es. Son verdaderamente hilarantes los que con ocasión de este escándalo han recordado al papa Francisco y su supuesto respeto por la condición homosexual. Eso es una idiotez. Francisco, como casi cualquier papa, es ante todo un político, y además un político jesuita, doblemente astuto y taimado. Por eso es capaz de afirmar conmovedoramente que él no es quién para juzgar a un homosexual y, al mismo tiempo, mantener intacto todo el andamiaje jurídico, teológico y evangélico que anatemiza al homosexual en la Iglesia Católica Romana. Por su parte, monseñor Álvarez no es un político. Tampoco un brillante estudioso. En realidad se sacó el título de bachiller en Teología en una facultad de tercer orden y años después consiguió entrar en la Universidad Gregoriana de Roma, donde pudo licenciarse, sin demasiadas brillanteces, en Teología Dogmática. No se le conocen escritos doctrinales ni teóricos en general. Sus espacios de especialización profesional –por así decirlo –son lo litúrgico y lo pastoral y dentro de muy conservadora curia española es un decidido tradicionalista que se identifica plenamente con el regreso a los postulados más fieramente ortodoxos – y excluyentes — de Juan Pablo II.  Es, por así decirlo, un obispo pauloviano sin un ápice de tolerancia ni mundología, convencido de que su iglesia sigue siendo el centro y el motor de una comunidad moral que coincide con toda la sociedad isleña: los que se quedan fuera del rebaño de Nuestro Señor Jesucristo no merecen indiferencia, sino una abierta y a veces combativa beligerancia.

Estrictamente solo a los fieles podría molestar que el obispo de Tenerife recordase o insistiese en que los homosexuales son pecadores. Pero la sociedad isleña es todavía ambientalmente católica y entiende que llamar alguien pecador es insultarlo, excluirlo o desmerecerlo. Y no resulta enteramente falso. Acusar a alguien pecador – semisecularizados como estamos – no provoca risas, por desgracia, sino reacciones aireadas. Y ocurrencias tan tontas como exigir que se destituya a Álvarez, algo que solo puede ordenar el papa, o que se le persiga por delitos de odio por afirmar que determinadas prácticas sexuales conducen a una condena eterna y ardiente en un imaginario recinto subterráneo. Es mucho más sencillo que eso: a Bernardo Álvarez no hay que llamarlo para preguntarle nada. Salvo para sus feligreses no es autoridad ni fuente informativa en ninguna materia. Al obispo de Tenerife solo cabe convocarlo – en especial desde los medios de comunicación públicos – si una monja enamorada huye con un trompetista dominicano o se produce un cisma religioso en La Gomera, la Iglesia de los Casimiristas de los Últimos Días. Para todo lo demás carece de interés. Si no se llama a representantes de los protestantes, a imanes chalados ni al delegado canario de la iglesia del Monstruo de Espagueti Volador, ¿por qué molestar a monseñor? Que siga vistiendo y desvistiendo santos en las capillas. Igual de mayor se convierte en diseñador, y decide regresar al mundo y es feliz living la vida loca.       

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La salida canaria de la crisis

El coronavirus mata al turismo en Canarias: “Nos han cancelado el 100% de  las reservas. Todos al paro” - NIUS

Espero que el presidente Ángel Víctor Torres se haya recuperado del covid. De lo que muy  evidentemente no se recuperará nunca es del crepitante optimismo dadaísta que es marca de fábrica del líder aruquense. En realidad no cabe reprocharle eso: un presidente es siempre un optimista ocupacional. Como decía el personaje de Meryl Strepp en Don’t Look Up, “no vas a anunciar a la gente que va a morir, con toda seguridad, por la caída de un meteorito”. Torres cree –aquí todo el mundo puede creer lo que quiera –que a finales de año Canarias habrá recuperado el 90% de su cuota turística.  Esta es la cuarta fecha que el presidente ofrece para tranquilizar al respetable. Supongo que algún día acabará acertando. Como argumento nigromántico, Torres recordó que en 2021 se cerró con un porcentaje de desempleados inferior al de antes de la pandemia. Esa cifra – alrededor de un 19% de la población activa – se obtiene haciendo alguna que otra trampa estadística como, por ejemplo, registrar como empleados a los acogidos a los ERTE, pero el aumento de puestos de trabajo y de afiliados a la Seguridad Social es incontestable y está asociado a la débil y muy incompleta reactivación turística y al comercio. Sería interesante conocer detalles –cuesta un poco encontrarnos – sobre las características de las contrataciones. Por lo que he podido comprobar son en su inmensa mayoría contratos temporales, muchos a media jornada, en los que se cobra el salario mínimo o la cuota parte correspondiente. Lo de casi siempre. Trabajos que, en definitiva, fortalecen al precariado en todos los tramos de edad. Porque Canarias jamás ha tenido proletariado pero desde finales de los años setenta cuenta con un creciente precariado que, en realidad, ha devenido la clase social predominante en el país. En los últimos cuarenta años ya son tres las generaciones de isleños que han vivido encadenando trabajos basurientos, pero se sobrevive y no entra en crisis  la estabilidad social gracias a una sanidad y una educación pública, a algunos servicios sociales y a la red de apoyo de la familia.  Con la excepción de las élites políticas y económicas, el funcionariado y algunos sectores profesionales la mayoría de los canarios viven entre el desempleo y la precariedad. Y lo seguirán haciendo.

Tal vez el rasgo más definitorio de la gestión de la crisis covid en Canarias es la clara renuncia de Torres y sus compañeros a dos condiciones parcialmente conectadas: la cooperación y complicidad entre el Gobierno y la oposición y el diseño de una alternativa de tratamiento de la crisis fuertemente autónoma, propia, centrada en las características de la catástrofe económica en el archipiélago. Los socialistas canarios han diagnosticado la crisis como una oportunidad excepcional no para transformar Canarias – eso es un desideratum que solo sirve de estímulo a la moral y a la propaganda– sino para recuperar un papel política y electoralmente hegemónico en las islas. Es el diagnóstico sanchista aplicado a nuestras ínsulas baratarias: solo el Gobierno dispone de recursos en esta espantosa situación; aprovechémoslo y que quede claro quien concede el mínimo vital, mantiene los ERTE, aumenta y distribuye las subvenciones, elige compañeros de baile en proyectos de capital público-privados, financia propuestas de inversión, firma cheques para abaratar el alquiler. Lo segundo es más penoso aun. El 30 mayo de 2020 se firmó pomposamente el Plan Reactiva Canarias apoyado por todas las fuerzas parlamentarias, salvo el PP, y por las organizaciones empresariales y sindicales. Un año y medio después es un documento prácticamente amortizado cuyo papel como directriz básica del proceso de recuperación económica ha desaparecido. Jamás se han reunido sus firmantes para evaluar su desarrollo y  fiscalizar sus resultados. El Gobierno canario discreta gestiona o adjudica las perras que vienen de Madrid y Bruselas sin atender a su propios criterios estratégicos y programáticos definidos en el Plan Reactiva Canarias. Se ha optado por una gestión sucursalista de la crisis. Desde luego que es más descansado. Pero el menos eficaz y eficiente para las reformas que necesita el país.

 

 

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Cállate un rato largo

El obispo de Tenerife afirma que algunos menores incitan al abuso sexual |  Sociedad | EL PAÍS

“Y así llegamos a León X, el papa que desencadenó la Reforma protestante. Todavía un año después de que Lutero clavara sus noventa y cinco tesis en el pórtico de la iglesia del castillo de Wittenberg, ese papa frívolo y pederasta que cabalgaba de lado como mujer a causa de una úlcera anal ganada en batallas amorosas no se daba por enterado de que le venía encima un tsunami. Y el 9 de noviembre de 1518 emitía su despreocupada bula Cum postquam  que empieza afirmando: Nos el Romano Pontífice, sucesor de Pedro el llavero y Vicario de Jesucristo en la tierra, por el poder de las llaves con que le corresponde abrir el reino de los cielos, puede por causa razonable conceder a los mismos fieles de Cristo que ora se hallen en esta vida ora en el purgatorio, indulgencias de la sobreabundancia de los méritos de Cristo y de los santos, y por tanto que todos, lo mismo vivos que difuntos, que verdaderamente se hubieran ganado todas estas indulgencias, se vean libres de tanta pena temporal debida conforme a la divina justicia por sus pecados actuales, cuanta equivale a la indulgencia contenida y ganada”. (Fernando Vallejo, La puta de Babilonia).

“El último papa con un hijo que puede documentarse medianamente es León XIII, cuyo apostolado se extendió durante más de treinta años hasta 1901. Gioacchino Vicenzo Pecci, alias León XIII, engendró un hijo en Bélgica cuando era nuncio de la Santa Madre Iglesia en Bruselas. El niño desapareció convenientemente: o fue dado en adopción o, más probablemente, falleció al poco tiempo en el hospicio”. (Pepe Rodríguez, Las grandes mentiras de la Iglesia Católica).

“El origen y la fundación de la Iglesia Católica en el territorio fue típicamente armenio. Gregorio, el apóstol de Armenia, recorre violentamente el país, rodeado de tropas, y destruye los templos y va cristianizando a la población a sangre y fuego. Era una cosa nunca vista en el mundo helénico. Después de ser asesinado, los armenios pasaron a cuchillo a todo el ejército persa. No dejaron hombre, mujer o niño con vida, Toda la región apestaba por el hedor de los cadáveres…Así quedó vengado San Gregorio”. (G.Klinge)

“He leído lo que llaman los cristianos su Testamento y es una completa basura. No están interesados en el debate ni en la reflexión, sino en imponer a los demás su propio credo y en decirnos lo que agrada o desagrada a su Jesús…Son generalmente estúpidos y aunque haya gente honesta entre ellos,  a veces me parecen peligrosos, como un rebaño de cabras bajo el sol del verano…” (Celso, Discurso verdadero contra los cristianos”, siglo II DC)

“En esta obra he podido documentar, como el lector verá más adelante, 12 papas casados, 7 papas fetichistas, 22 papas homosexuales, 10 papas incestuosos, 17 papas pederastas, 10 papas proxenetas, 20 papas sadomasoquistas, 9 papas violadores, 6 papas hijos de cura, 4 papas hijos de papas y 4 papas padres de papa…” (Eric Fratino, Los papas y el sexo).

“Está claro, según las pruebas arqueológicas, que la gran mansión de las laderas de la acrópolis se confiscó poco después de que los filósofos se marcharan. Está claro también que se entregó a un nuevo propietario cristiano. Quienquiera que fuera ese cristiano, no tenía un particular interés en el arte antiguo, La hermosa piscina se convirtió en un baptisterio. Las imágenes finamente torneadas de Zeus, Apolo y Pan se hicieron pedazos. Las demás estatuas se arrojaron a un pozo. La hermosa estatua de Atenea no solo fue decapitada, sino, como humillación final, se le colocó boca abajo en un rincón del patio y se le utilizó como escalón. La diosa de la sabiduría fue aplastada por generaciones de pies cristianos” (Catherie Nixey, La edad de la tiniebla).

Calla un rato largo, Bernardo. Un rato bien, bien largo.

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Las perritas son suyas

No está bien visto preguntar. Preguntar se ha convertido en una actividad sospechosa. Quien pregunta es que tiene dudas y el que tiene dudas es un facha o un rojo, un desquiciado o un lerdo. Preguntar era anteriormente un síntoma de inteligencia o, como mínimo, de punzante curiosidad. Ahora es una ordinariez y se suele entender como un ataque indebido. Así que preguntar al Gobierno de Canarias –por ejemplo – qué tal va lo de la modernización de las islas seguro que es mal recibido. Luego está la referencia automática al covid. Qué bien estaríamos ahora sin covid, suele insinuarse desde el Gobierno canario. Pedro Sánchez, no obstante, no piensa lo mismo. El presidente afirmó hace unos días que la pandemia incluso había contribuido a acelerar la transformación progresista del país. Es una lástima que más de 100.000 muertos no puedan consolarse con haber servido de munición agónica para el despertar de la patria en el siglo XXI.

Las peores preguntas son las que se dirigen, como es obvio, a los silencios sobre la transformación de la economía española y el aumento de la cohesión social que habrían de potenciar los fondos europeos extraordinarios. En agosto pasado llegaron a España los primeros 19.000 millones de euros, el 27% del total de transferencias que recibirá el país, de los que hasta principios de año se habían ejecutado menos de la décima parte. A las comunidades autónomas se les ha entregado más de 7.250 millones para conseguir los objetivos del Plan de Recuperación, Transformación y Resilencia, entre otros, desarrollar la normativa de residuos, corregir tendidos eléctricos, renovar edificios, mejorar los servicios de saneamiento y depuración de aguas, impulsar la movilidad eléctrica, modernizar (sic) la Formación Profesional, reforzar la economía de los cuidados, reducir la brecha digital y mejorar los equipos de alta tecnología sanitaria. El impacto de este pastón en Canarias es hoy por hoy casi inapreciable. Un ejemplo: el Gobierno central aprobó en octubre una consignación de 52,8 millones de euros que se deben invertir en programas para la rehabilitación de viviendas  y edificios públicos y la construcción de viviendas energéticamente eficientes, así como a la rehabilitación residencial en entornos urbanos. Cabe imaginar que los programas ejecutivos aún se están diseñando; mientras tanto las cifras del mamá comunitario llenan los titulares con un triunfalismo ligeramente repugnante. Porque el ciudadano de Las Palmas de Gran Canaria – por poner otro ejemplo– lo que se encuentra en una ciudad patas arriba desde hace años con obras que se eternizan, una desidia convertida en artesanía municipal y pintoresquismos como el socavón en la Avenida Marítima que se rodea con unas mallas y que salga el sol (y el viandante) por donde pueda.  El desempleo supera el 22% de la población activa y la vivienda y los alquileres no han dejado de incrementarse en el municipio en los últimos años. ¿Cuándo se invertirán esos 52,8 millones?   ¿Con qué prioridades y en qué distritos y cómo se conectarán esos proyectos con la planificación de las obras prevista en la capital? Silencio. Una silencio triunfalista, autosatisfecho, impresentable.

Desde un primer momento los fondos del Mecanismo de Recuperación de la UE se entendieron, desde el Gobierno central, como una herramienta política y propagandística, de igual manera que la pandemia se ha tratado como un ejercicio de comunicación.  Nada de un gran acuerdo nacional en las Cortes. Después de un año ni siquiera se ha tramitado como proyecto de ley el decreto ley por el que fue aprobada la regulación de la gestión de los fondos europeos. Todos los grupos parlamentarios (incluidos PP y Vox) votaron a favor del decreto con la condición de que de inmediato se debatiera y aprobara como proyecto legislativo para introducir enmiendas. Pero PSOE y UP han incumplido este compromiso y de facto han bloqueado el debate  desde su mayoría en la Mesa del Congreso de los Diputados: no tolerarán ni cogobernanza real con las autonomías ni entidades técnicas de fiscalización y seguimiento de inversiones y gastos. Las perras son suyas. Aunque las administraciones  públicas revienten de empacho.

 

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Majadería carnavalera

Muchos carnavaleros están cabreados. Cuando hablo de carnavaleros me refiero sobre todo a los agentes más activos de la fiestas, cuyos colectivos vertebran las carnestolendas, pero también a aquellos para los que son una patria y una memoria colectiva de apretones, vomitonas, purpurina y ligues. Suspenderles el carnaval es como faltarles el respeto. Es  cuestionar su estilo de vida, sus gustos y sus fobias, su formato preferido para cultivar la amistad y los rencuentros. Repiten una y otra vez que el Gobierno autónomo fue “flexible” durante las Navidades y reclaman la misma comprensión y tolerancia para sus anhelos de empedusarse entre tibios charcos de orina y kioscos con cerveza para multimillonarios. Enamoradito estoy de tí, de tí, de tí. Luego están esos pozos de lucidez que te descubren que el carnaval es una industria – en fin – de la que vive muchísima gente. No, eso es inexacto, y forma parte de la pequeña mitología del jolgorio que necesita imperiosamente de dinero público para subsistir. El carnarval es una actividad de la que viven unas cuantos cientos de personas en esta ciudad, que en muchos casos tienen en las fiestas un ingreso económico complementario relevante, pero no el central. ¿Cómo va a vivir una modesto espacio económico de una actividad que solo se prolonga un mes y medio cada año? Menos tonterías.

Ayer fallecieron 14 personas a causa del covid en Canarias. La ocupación de UCI por contagiados no desciende  y los ingresados en plantas hospitalarias son cerca de 550. Y se pretende en esas circunstancias propiciar un debate sobre la oportunidad de celebrar los carnavales. En un país mediamente razonable, con una élite política, y en particular un Gobierno autónomo, más responsable y menos acomodaticio, desde hace tres o cuatro semanas se sabría que los carnavales quedarían suspendidos sine día. La Consejería de Sanidad ha jugado a apurar los límites y lo sigue haciendo, fiándose de que estamos a punto de llegar el pico de la sexta ola y que las infecciones  comenzarán a descender rápidamente. No es una apuesta sanitaria, sino política y económica. A esta actitud los carnavaleros deberían oponer otra y no esperar que los ayuntamientos digan o callen esto o aquello, y mucho menos admitir propuestas como celebrar los concursos (murgas, rondallas, comparsas) a puerta cerrada o con un aforo mínimo y con los jurados reunidos electrónicamente para emitir su tradicional error.  La de los concursos desiertos es una ocurrencia grotesca que no salva nada de las fiestas, sino que, por el contrario, las desvirtúa sin remedio.

Ya se intentó el año pasado algún formato para un carnaval callejero limitado,  pero es imposible esa cuadratura del círculo, porque el carnaval se basa, como el judo, en un continuo contacto personal. Incluso extremadamente personal. No son posibles los remedos del carnaval precisamente por eso. Para calmar los ánimos lo mejor es consensuar una fecha concreta que transforme –excepcionalmente — las fiestas de invierno en las fiestas de verano, siempre y cuando no llegue una nueva cepa que nos transforme a todos en caníbales, salamandras o casimirocurbelos. De todas formas, ¿no es asombrosa la capacidad martirológica del personal y la insistencia en las mismas majaderías que probablemente no serían superadas en un siglo de pandemia ininterrumpida? ¿En serio, navidades y carnavales otra vez? ¿Y los miles  de ancianos y de ciudadanos con psicopatologías que están sufriendo esta situación desde hace ya cerca de dos años? ¿Dónde pueden acudir en ayuda especializada? Viejos, inmunodepresivos, esquizoides o paranoicos que viven solos o acompañados y que han visto sus salud mental desgastada durante semanas y meses y están cada vez más perdidos mientras crece la aterradora oscuridad a su alrededor. Nadie parece indignarse. A nadie le inquieta especialmente. Enamoradito estoy de tí, de tí, de tí. 

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