Alfonso González Jerez

La culpa fue del chachachá

Las fuerzas de la derecha caen arrolladas por la Historia – o eso ocurría antes – pero cuando tiemblan y se desmoronan las fuerzas del progreso la culpa es siempre del chachachá. Puede comprobarse en la larga y decadente crisis del PSOE o en la más reciente y localizada de Podemos Canarias, donde los numerosos fulanismos y facciones en juego están dispuestos a arrancarse los ojos. En Tenerife es distinto, porque allí, en realidad, quien se quedó con las bendiciones de los dirigentes nacionales de Podemos fueron los pibes y pibas de Sí se puede, con lo que la cohesión y la coherencia devienen mayores. Sí se puede – fue en realidad una lotería prodigiosa que nadie se esperaba y que les ha servido para encaramarse en las instituciones — funciona como una próspera franquicia de Podemos, ahora con la amistad desinteresada de Izquierda Unida o del sector de IU que no siente la tentación de enterrarlos vivos. En Gran Canaria es distinto. En Gran Canaria Podemos se materializó como un agregado de organizaciones diminutas y agorafóbicas, de venerados figurones de la izquierda local en tránsito de momificación, de activistas del ecologismo y los derechos sociales, de nuevos líderes de los círculos deliberantes y empoderantes, de rutilantes estrellas fugaces y de los cien hijos sindicalistas de Mery Pita, quien recibió la púrpura con el aval de Pablo Iglesias y desde entonces no se la quitado ni para enjabonarse.
–¿Lo güeles, Brito? Es el olor a Pablo. No me la pienso quitar.
–Aaaaagg. Yo soy socialdemócrata. Tú apestas a revolución de octubre, carcamal.
— No pasa nada.
— Claro que pasa. Algo pasa con Mery.
Lo del chachachá es el nombre que recibe en la jerga ontológica de Podemos en particular y la izquierda española en general la nada. Todo un sistema semántico que ya incapaz de describir fehacientemente la realidad y que se reduce a apalabrar una épica de chichinabo. Examinemos, si le parece bien, el texto de un reciente artículo firmado por José de León Hernández (Pepe el Uruguayo) que es un ejemplo perfecto de vacío chachacharesco. Primero esta la descripción de la situación política como un “saqueo institucionalizado” y “unas reglas democráticas secuestradas”. Ah, menos mal que ahí siempre está el pueblo, para luchar tesoneramente contra la maldad, porque ya se sabe que el pueblo unido jamás será vencido. Por supuesto, esto no es una democracia, siquiera enferma, descoyuntada o parasitada, sino un régimen criminal que, extrañamente, permite en tres años a una fuerza política recién nacida cogobernar el Cabildo de Gran Canaria o el ayuntamiento de Las Palmas. Todo iría bien, por supuesto, si se dejase el partido en manos de la gente, gente ingente como Hernández cabe suponer, pero no es así, y si no fuera por Pita y sus secuaces, la organización de Podemos fulgiría como un ejemplo magnífico de fuerza pujante y participativa capaz de transformar la realidad. No es la naturaleza aspiracional y organizativa del proyecto y el descarado proceso de cooptación ejercido en su momento por Pablo Iglesias y sus cuates lo que lleva a Podemos a una crisis asfixiante en Gran Canarias sino, como suele ocurrir, un ser aislado y maligno que no quiere a nadie. En Podemos en Gran Canaria se vive la enésima representación del canibalismo de unas izquierdas autoreferenciales que se matan por un punto y coma en un manifiesto o por dos asesores no compartidos en una administración pública.  Ah, el eterno chachachá de la izquierda. Ese chachachá que lleva a dirigentes y familias, como recordaba Gabinete Caligari, a ser caraduras (una y otra vez) por la más pura casualidad.

 

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El Nobel a Bob Dylan

Creo que se ha galardonado con el Nobel de Literatura a peores poetas y escritores que Bob Dylan. Calculando generosamente, la mitad de los premiados por la Academia Sueca son actualmente ilegibles, y uno sospecha que las canciones de Dylan – como los maravillosos poemas de un compatriota suyo, Robert Frost – serán escuchadas y leídas por muchas generaciones futuras. La lista de los premiados es bastante decepcionante, pobretona y descompensada. Tres países nórdicos, por ejemplo, acaparan una docena de escritores distinguidos por la millonada del fabricante de dinamita. En una ocasión (1917) los académicos tuvieron el cuajo de premiar simultáneamente a dos escritores daneses que hoy tienen poquísimos lectores en su propio país. En estos fastos figura uno de los peores dramaturgos españoles de todos los tiempos, tres filósofos que jamás practicaron la literatura seriamente, uno de los cuales, Rudolf Eucken, era un tarado irremediable;  un exprimer ministro británico al que le dieron el premio por sus discursos durante la II Guerra Mundial en un acto de caridad a un caballero arruinado; otro dramaturgo español perfectamente prescindible, aunque más astuto y a ratos soportable que su predecesor;  una adusta autora de best sellers sobre campesinos chinos de grandes secretos y  prostitutas chinas de pies diminutos; una poeta chilena esencialmente cursi; un serbocroata enigmático del cual no queda rastro, como si hubiera sido secuestrado por alienígenas en su calidad de insuperable curiosidad zoológica; un australiano asmático en la tráquea y en la prosa; o una austriaca limpia y anodina como un banco recién pintado. Sí, ciertamente se ha reconocido a algunas figuras decisivas en la literatura contemporánea, en la modernidad literaria del siglo XX, pero la mayoría no fueron escayolados por el jurado sueco. Ni James Joyce, ni Marcel Proust, ni Franz Kafka, ni Jorge Luis Borges aparecieron nunca por ahí y maldita falta les hizo a ellos o a nosotros, sus agradecidos y felices lectores.
Recuerdo que una vez premiaron a un amigo en un certamen que no era precisamente prestigioso ni acumulaba una nómina prodigiosa de ganadores, pero que estaba muy bien retribuido. Felicité calurosamente a mi compadre que luego nos invitó a una indescriptible fiesta capaz de reventar cualquier sistema fisiológico. Más o menos es la misma situación. Bob, viejo amigo de toda la vida con el que nunca hablaré, coge las perras y que te lleve el viento con todas sus preguntas y respuestas, que como fiestas nos quedan ya para siempre tus canciones.

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12+1 de octubre

Hace ya bastantes años Xavier Rubert de Ventós, en su libro El laberinto de la Hispanidad, señalaba que quizás cinco siglos fueran suficientes para acabar con los mitos y mitologemas positivos y negativos engendrados por lo ocurrido en 1492: la leyenda negra del descubrimiento y colonización de América como un acto caracterizado exclusivamente por su brutalidad infame en la explotación y exterminio de los pueblos indígenas del continente, y la visión idealizada de una gesta admirable por parte de conquistadores heroicos, la abnegación de los misioneros, la expansión de valores morales claramente superiores y de aspiración universal.  Pues bien: medio milenio parece que todavía no es bastante. Quizás porque muchos continúen identificando la fiesta del 12 de octubre con la dictadura franquista – es prodigioso que esta gente sigan hablando del franquismo como una acogotante realidad política e ideológica cuarenta años después de la muerte del Franquísimo – o porque la primera celebración oficial del acontecimiento,  se celebró en 1892 dirigido por Cánovas del Castillo y con Rubén Darío de invitado excepcional , acabó contaminando todos los discursos y actos de un ridículo paternalismo colonial al que solo quedaban Cuba y Filipinas para seguir soñando a España como una potencia internacional.
Mucho más viejuno y legañoso que festejar la comunidad hispanoamericana – una comunión de historia, idioma y corrientes y tradiciones artísticas que se entrecruzan y fecundan en todas direcciones – es la comodidad vulgar y tontorrona de estas nuevas izquierdas y estos viejos independentistas para inventarse enemigos y objetos de burla y desprecio a la medida de sus ignorancias, sus apetencias o su aprovechamiento publicitario (*) Dudo mucho que un individuo como Pablo Iglesias  –que conoce bastante bien muchas realidades latinoamericanas – ignore que deslegitimar la celebración del 12 de octubre por las masacres entre los pueblo indígenas resulta de una puerilidad realmente idiota y sin duda idiotizando. Porque ya nadie celebra un acto de conquista, un modelo de explotación colonial o la destrucción de culturas locales, sino que se intenta recordar un encuentro que, despoblado de descubrimientos y genocidios,  “nos ayude a pasar a comprendernos, unos a otros, como artífices del último y dramático reconocimiento entre culturas que acabó de cerrar nuestro mundo” como expone brillantemente Xavier Rubert de Ventós en su admirable obra. Comprender. Esa gran asignatura políticamente tan devaluada. Tal vez habrá que esperar otros cinco siglos más.

(*) Un ejemplo acabado — aunque en absoluto original — de estupidez energuménica es esa reciente afirmación del coordinador de Izquierda Unida Canaria, Ramón Trujillo, para el cual los conquistadores españoles «fueron los nazis del siglo XVI», una aseveración que demuestra que conoce tan poco la historia dl siglo XVI como la del siglo XX.

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Donaldismo puro

Donald Trump no debe preocuparse por diseñar ninguna estrategia en la batalla electoral hacia la Casa Blanca. Debe contentar a su hinchada y punto. Como su hinchada está compuesta por white trash, por clases medias arruinadas, por los exterminados por hipotecas delirantes, por subempleados que cobran por horas y fanáticos religiosos, gana siempre al insultar, al agredir, al despreciar groseramente c cualquier político, cualquier partido, cualquier programa y medida. Un millonario falsamente antiestablishment que quiere y consigue canalizar la indignación y el resentimiento contra las élites políticas del país. Pero esto es una interpretación. Trump no necesita ninguna. Trump no necesita argumentos ni datos. Trump usa el lenguaje ignorándolo. La realidad es insignificante. Incluso la realidad verbal. Trump miente con desparpajo y ridiculizando al que no lo hace. Sí, soy un cerdo, pero un cerdo como ustedes, yo soy su cerdo, queridos compatriotas indignados.  Para esto no es menester delicadezas. Repite, simplemente, lo que quieras decir, y niega si es imprescindible lo que has dicho. Este podría ser el ejemplo de una conversación con una donaldista:
— Todos ustedes, los que quieren que Trump se estrelle en el curso de esta campaña, son unos hijos de puta.
–¿Cómo díce? Nos está llamando hijos de puta?
— ¿Yo? Para nada.
— Pero si lo ha hecho. Hace medio minuto. Hijos de puta.
–No, yo no he dicho eso. He dicho que parece que usted esté ansioso porque se lo llamen para continuar con su exhibición de víctima desdichada…
— ¿Víctima desgraciada? Le voy a…
— Y además violento. ¿Se dan cuenta por qué debemos armar más y mejor a nuestra policía?
Trump es el adelantado, por supuesto, pero toda la praxis política y lectoral en los últimos treinta años lo han venido preparando en unas democracias parlamentarias cada vez más exhaustas. Cuando José Manuel Soria brinda explicaciones que no son explicaciones sobre su implicación en los papeles de Panamá, cuando no se puede entender el frondoso galimatías de prohombres y promujeres de CC para explicar la moción de censura en Granadilla  de Abona, cuando los opinólogos señalan que Mariano Rajoy se cree y no se cree a la vez sus propias necedades tartamudeantes se hace obvio que la doctrina Trump – despreciar la lengua como paso previo para despreciar a los ciudadanos con su pleno consentimiento – ha llegado para quedarse. Para quedarse como una bomba lapa incrustrada en el mismo corazón del idioma a fin de aniquilarlo y la verdad y la mentira sean intercambiables. ¿Qué algo no viene a cuento? Mejor, mucho mejor. Ayer estaba Noemí Santana estrangulando la lengua española desde su escaño e intentando, con poco éxito, alcanzar algún orden sintáctico comprensible. Encontró la doctrina Trum y procuró ligar a Clavijo y su gobierno con el caso Las Teresitas. Por supuesto el presidente se tomó la molestia de señalar que ni él ni su equipo tenían nada que ver con eso. Pura irrelevancia. Santana, embarcada en un monólogo al que los argumentos del otro se la pelan,  se arremangó como cristo antes de subir a la Cruz y le espetó sin más: “¿Usted vino aquí a hacer política o a hacer negocios?”.
Donaldismo puro.

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Starmus arruinados

El Festival Starmus dejó en su primera edición en Tenerife un pufo que superó los 125.000 euros y todavía no se conocen los datos de las restantes. A los gilipollas que pedimos cierta prudencia ante la capacidad –o el oportunismo — empresarial de un astrofísico armenio cuyas dotes para la gestión comercial eran tan desconocidas en Everán como en Chiguergue se nos ha quedado, precisamente, cara de gilipollas. A los gestores del Cabildo, que acogieron entusiásticamente este proyecto, obviamente no, aunque según confesión propia han metido en este guiso entre sapiencial y publicístico más de 800.000 euros en los últimos años. No hay que preocuparse, nos explican solícitos, porque esa pasta debe considerarse una inversión que ha tenido un retorno, pásmense ustedes, ignaros contribuyentes, de más de 400 millones de euros, casi el 80%  de los presupuestos generales del Cabildo tinerfeño para el presente año. Para llegar a esta prodigiosa cifra, al parecer, los técnicos de la corporación insular han calculado los gastos publicitarios necesarios para que Tenerife obtuviera la publicidad que gracias al Starmus ha conseguido, unos cálculos que, por supuesto, jamás verán la luz, y que en el futuro serán tan inaccesibles como el Santo Grial, básicamente porque parten de una base muy poco aritmética, que consiste en considerar que somos militantemente imbéciles.
El Festival Starmus quiso ser desde el primer momento una convocatoria de referencia porque en Canarias en general y en Tenerife en particular, lo que no es referencial no es nada. De esta manera se trabaja denodadamente para convertirnos en referencia para el exterior, porque referencias, entre nosotros mismos, tenemos pocas, y eso quizás explique, entre otras razones, los resultados electorales y otras muchas cosas más. Y ser una referencia mundial aconseja, por supuesto, a empezar con mucho lucimiento y trompetería, invitando a Stephen Hawking, a Neils Amstrong y a Brian May, entre otras estrellas con o sin Premio Nobel, pidiendo perras al Gobierno autónomo, al Cabildo de La Palma y al ITER, y presumiendo de musculatura científica mientras nuestros pocos investigadores se alimentan básicamente de becas mezquinas y mortadela ahumada. Bueno, es desagradable reconocerlo, pero uno no se convierte en referente mundial de nada en tres cochinos años. El Festival Starmus continuará en Noruega o se le olvidará a Garik Israelian en el bolsillo trasero de los vaqueros, pero lo que habrá desaparecido, precisamente, es cualquier referencia a Tenerife. Construir un proyecto con inteligencia y paciencia que vaya ganando simpatías y apoyos en la sociedad civil tinerfeña, que tienda relaciones más realistas con la actividad científica local y la divulgación en nuestros centros educativos es más lento y menos postinudo. Todas esas fotos con Hawking, discretos codazos y sonrisas mecánicas, amarilleando en las gavetas de nuestros próceres, y que un día sus deudos descubrirán atónitos en un armario apolillado. “Pero si es Stephen Hawking…¿Qué hace con este señor al lado?…”

 

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