Las fuerzas de la derecha caen arrolladas por la Historia – o eso ocurría antes – pero cuando tiemblan y se desmoronan las fuerzas del progreso la culpa es siempre del chachachá. Puede comprobarse en la larga y decadente crisis del PSOE o en la más reciente y localizada de Podemos Canarias, donde los numerosos fulanismos y facciones en juego están dispuestos a arrancarse los ojos. En Tenerife es distinto, porque allí, en realidad, quien se quedó con las bendiciones de los dirigentes nacionales de Podemos fueron los pibes y pibas de Sí se puede, con lo que la cohesión y la coherencia devienen mayores. Sí se puede – fue en realidad una lotería prodigiosa que nadie se esperaba y que les ha servido para encaramarse en las instituciones — funciona como una próspera franquicia de Podemos, ahora con la amistad desinteresada de Izquierda Unida o del sector de IU que no siente la tentación de enterrarlos vivos. En Gran Canaria es distinto. En Gran Canaria Podemos se materializó como un agregado de organizaciones diminutas y agorafóbicas, de venerados figurones de la izquierda local en tránsito de momificación, de activistas del ecologismo y los derechos sociales, de nuevos líderes de los círculos deliberantes y empoderantes, de rutilantes estrellas fugaces y de los cien hijos sindicalistas de Mery Pita, quien recibió la púrpura con el aval de Pablo Iglesias y desde entonces no se la quitado ni para enjabonarse.
–¿Lo güeles, Brito? Es el olor a Pablo. No me la pienso quitar.
–Aaaaagg. Yo soy socialdemócrata. Tú apestas a revolución de octubre, carcamal.
— No pasa nada.
— Claro que pasa. Algo pasa con Mery.
Lo del chachachá es el nombre que recibe en la jerga ontológica de Podemos en particular y la izquierda española en general la nada. Todo un sistema semántico que ya incapaz de describir fehacientemente la realidad y que se reduce a apalabrar una épica de chichinabo. Examinemos, si le parece bien, el texto de un reciente artículo firmado por José de León Hernández (Pepe el Uruguayo) que es un ejemplo perfecto de vacío chachacharesco. Primero esta la descripción de la situación política como un “saqueo institucionalizado” y “unas reglas democráticas secuestradas”. Ah, menos mal que ahí siempre está el pueblo, para luchar tesoneramente contra la maldad, porque ya se sabe que el pueblo unido jamás será vencido. Por supuesto, esto no es una democracia, siquiera enferma, descoyuntada o parasitada, sino un régimen criminal que, extrañamente, permite en tres años a una fuerza política recién nacida cogobernar el Cabildo de Gran Canaria o el ayuntamiento de Las Palmas. Todo iría bien, por supuesto, si se dejase el partido en manos de la gente, gente ingente como Hernández cabe suponer, pero no es así, y si no fuera por Pita y sus secuaces, la organización de Podemos fulgiría como un ejemplo magnífico de fuerza pujante y participativa capaz de transformar la realidad. No es la naturaleza aspiracional y organizativa del proyecto y el descarado proceso de cooptación ejercido en su momento por Pablo Iglesias y sus cuates lo que lleva a Podemos a una crisis asfixiante en Gran Canarias sino, como suele ocurrir, un ser aislado y maligno que no quiere a nadie. En Podemos en Gran Canaria se vive la enésima representación del canibalismo de unas izquierdas autoreferenciales que se matan por un punto y coma en un manifiesto o por dos asesores no compartidos en una administración pública. Ah, el eterno chachachá de la izquierda. Ese chachachá que lleva a dirigentes y familias, como recordaba Gabinete Caligari, a ser caraduras (una y otra vez) por la más pura casualidad.