Alfonso González Jerez

Brangelina atlántica

Brad Pitt lo está pasando peor que Fernando Clavijo y Angelina Jolie no lo pasa mejor que Patricia Hernández. Clavijo, ciertamente, maltrata un poco a sus socios políticos, tildándolos de medianeros y otros epítetos feudovasalláticos, tan coherentes con la imagen de modernidad que le obsesiona, pero es que míster Pitt, según se sabe ahora, le limpia a sus hijos los mocos a cachetadas. Hay que comprenderlos. Clavijo tiene que tratar cotidianamente con más medianeros y chrisgabís que hijos tiene el actor estadounidense.
–¿Qué estás haciendo comiéndote el mantel? – le pregunta Pitt a un chico delgado, negrito y de pelo crespo al que encuentra sentado en su mesa de desayuno y que juraría no haber visto en su vida.
–En mi país nos comemos el mantel al terminar de desayunar. Por si acaso no te ponen nada de almorzar.
–Bueno, pues aquí no se hace eso.
–Estás coartando mi identidad étnica. A mí me aseguraron que esta era una familia basada en los valores de la multiculturalidad y la tolerancia universal y que apostaba por el reciclaje y los principios de la economía del bien común…
–¿Pero de dónde salió este mocoso….?
–¡Mamá! ¡El hombre blanco me está maltratando!
Lo del Fernando Clavijo, ya se ve, es una vida paralela.
–Presidente, que han llamado los de CC de Granadilla, vamos, los nuestros, diciendo que acaban de presentar…a ver… una moción…
–Ejem… ¿Una loción? ¿Varón Dandy?
–Tengo al teléfono a un concejal que quiere hablar contigo.
–¿Un concejal? Pues mira, no tengo tiempo. Si yo tuviera que atender a todos los concejales….
–Pero, ¿qué les digo?
–Que yo no uso lociones. Me pongo una vez al mes una mascarilla de plátano, papaya y verode de la Catedral y como nuevo.
–El concejal dice que estás coartando su identidad granadillera…
No existe prácticamente literatura periodística sobre las relaciones entre Fernando Clavijo y Patricia Hernández. No creo que se entiendan perfectamente ni que confíen sin reservas él uno en el otro. Llegaron demasiado pronto a las máximas responsabilidades de gobierno  — aunque como lo consiguieron creen firmemente en que llegaron puntuales – y lo hicieron en medio de una crisis económica aterradora, con un sistema institucional y normativo en un descrédito acelerado y unos partidos  –los suyos – en un estado de salud manifiestamente mejorable y cuya regeneración resulta casi inverosímil. Son demasiado parecidos para no intentar ser demasiado distintos y viceversa. Mutuamente se tratan como profesionales ya descreídos y que han envejecido más en el último año y medio que en el resto de su vida. Cuando jóvenes sospechaban que el poder era lo único que no quedaba destruido al llegar al poder y lo han comprobado: ese es el éxito en política. Quizás hoy ha quedado superada la crisis de Granadilla – CC ha comunicado al ayuntamiento la expulsión de sus concejales – y aunque el futuro es indescifrable tienen dos ventaja sobre Pitt y Jolie: aquí los paparazzis están en nómina y nuestros héroes  solo se interpretan (mal que bien) a sí mismos.

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La opción de gobernar el Congreso

Respecto mucho a los que defienden que la única salida del atolladero político-electoral que nos amarga y amenaza eternizarse es un gran gobierno de concentración de las tres principales fuerzas políticas del país, a las que suele caracterizarse como constitucionalistas, es decir, Partido Popular, PSOE y Ciudadanos. El apelativo, por supuesto, es algo tramposo. El principal deber de los valedores de la Constitución de 1978 consiste, al mismo tiempo que en reclamar y defender sus principios, en abordar su reforma consensuada, inteligente y parcial y, con franqueza, ni la derecha española parece estar por la labor ni los socialistas ni los seguidores de Albert Rivera han presentado propuestas de cambios constitucionales concretos y pormenorizados. Servidor, en cambio, es partidario de que se permita la investidura de Mariano Rajoy con un tranquilo y sombreado bosque de abstenciones. Después vendria lo interesante.

Los que no son militantes, simpatizantes o votantes del PP se horrorizan ante otros cuatro años de marianidad estanca, porque siguen reteniendo en las neuronas un dato desaparecido en combate: los conservadores han perdido la mayoría absoluta. En un régimen parlamentario es practicable, en cambio, un interesante experimento, que consistiría en que la mayoría del Congreso de los Diputados pudiera rechazar las leyes propuestas por la derecha, sacar adelante un programa mínimo de reformas legales, impulsar comisiones de investigación o imponer al Gobierno una verdadera negociación sobre los presupuestos generales del Estado para 2017.  Por supuesto, la condición imprescindible para que esta iniciativa se materializara es un amplio acuerdo que abarcaría desde los montescos del centro derecha hasta los capuletos de la izquierda verdadera. Algo difícil y arriscado, pero perfectamente factible para una legislatura de un par de años. Me resulta extremadamente dudoso que Rajoy admitiera este entrenamiento. Incluso podría estimular procesos de transformación regenerativa en el tejido político del Partido Popular y, desde luego, engrasar las vías de diálogo para reformas ya ampliamente debatidas y aprobadas para la legislatura siguiente.

El consagrado por la Constitución de 1978  no es un régimen presidencial, aunque lo haya parecido a lo largo de décadas de un bipartidismo imperfecto, sino un régimen parlamentario. Envueltos en las sudadas banderas del todo o nada, del poder y la gloria o la oposición obtusa y sesteante, las organizaciones políticas, atravesadas por estratagemas cortoplacistas y crasos intereses personales, no se deciden a hacer lo que debe hacerse: pactar. Y si no es posible pactar para gobernar, se puede pactar para legislar y atormentar suave o brutalmente, según lo exijan las circunstancias, a un gobierno en minoría que no sabe pactar ni consigo mismo, y si no, fíjense en esa víctima estremecedora, José Manuel Soria.

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Monótonamente chungo

A servidor le provoca un profundo sentimiento de zozobra y retortijón contemplar como la vicepresidenta y consejera de Empleo y Políticas Sociales del Gobierno de Canarias, Patricia Hernández, anuncia como nuevos programas estrella de su departamento  artilugios administrativos que consisten básicamente (y de nuevo) en estimular la contratación laboral a través de subvenciones a las empresas. Más treinta años lleva Canarias – como España – tirando de subvenciones y descuentos fiscales a los empresarios que contraten trabajadores en determinadas condiciones y los indescriptibles resultados están a la vista. En nuestras ínsulas baratarias se cumplen ya ocho años ininterrumpidos con un desempleo superior al 20% de la población activa (actualmente supera el 27%) y casi un lustro con un paro superior al 50% entre los menores de 25 años. La señora Hernández, como cualquier político canario que se precie, ha mostrado su indignación por el estrangulamiento financiero del PIEC por el Gobierno de Mariano Rajoy, otra noble causa. Lo cierto es que soy incapaz de calcular el coste presupuestario del Plan Integral de Empleo de Canarias desde los dorados años noventa hasta la Crisis del Fin del Mundo, pero suman, sin ninguna duda, varios cientos de millones de euros. Riegue usted a empresarios, sindicatos y agencias de colocación con un chorro de docenas y docenas de millones de euros durante una década prodigiosa para alcanzar una de las tasas de desempleo más altas (y cronificadas) de la Unión Europea. Y luego aparezca con un apaño similar, nutrido por la misma y fracasada filosofía subvencionera, pero limitada ahora a unos humildes trece millones de euracos. Y sonría en la foto, por favor. Con modestia. Como si supieras que, simplemente, estás haciendo lo que debes hacer.
No, no se hace lo que debe hacerse. No se reforma realmente la legislación laboral para implantar un contrato único y acabar con la dualidad brutal del mercado. No se articula y desarrolla una red pública o con capital mixto de guarderías que permitan que las madres jóvenes puedan trabajar. No se negocian esquemas de flexibilidad laboral ni se corrige el disparatado horario de trabajo en España. No se ha planteado una auténtica reforma de la FP ni se le ha dotado de los medios económicos y técnicos imprescindibles desde tiempos inmemoriales. Ni siquiera se han podido consensuar las políticas de empleo y las políticas sociales entre las distintas administraciones para maximizar los recursos disponibles y transformar en acciones y programas realmente transversales las políticas públicas. El problema del desempleo crónico en Canarias es estructural y no se corregirá, siquiera ligeramente, con trece millones de euros en subvenciones. Es que ni siquiera es chachi, como diría la señora consejera. Al contrario: es bastante chungo, colega.

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Una cacicada dentro de otra

La única manera de enaltecer a un mentiroso es acumular más mentiras. Es lo que está ocurriendo con un mentiroso culposo e impresentable, José Manuel Soria, exministro de Industria, Turismo y Energía, al que el Gobierno español está a punto de  proponer como uno de los director ejecutivo del Banco Mundial. Tanto el presidente en funciones, Mariano Rajoy, como la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, han presentado este tránsito casi como una oposición administrativa de José Manuel Soria, que se habría presentado como candidato al cargo en su condición de técnico comercial del Estado. Es absolutamente falso este miserable galimatías que Rajoy y Cospedal intentan hacer pasar por una explicación razonable. Soria no se ha presentado sensu estricto a ningún concurso de méritos. El político y empresario grancanario no ocupa su plaza de alto funcionario desde 1995: más de veinte años en los que se ha dedicado a la política en una trayectoria jalonada de escándalos, denuncias, procesos, titulares purulentos, enfrentamientos furibundos, arrogancia cesárea y nombramientos grotescos.  Ciertamente en este proceso de selección “desde tiempo inmemorial” (como ha escrito un eminente apologeta de Soria) son bienquistos los economistas y técnicos comerciales del Estado, pero lo comprobable es que la condición de ex ministro es el criterio de valoración más preponderante. Y el señor Soria dimitió no porque se le haya demostrado un delito concreto, en efecto, sino por mentir una y otra vez a los ciudadanos por las razones de su aparición en los llamados papeles de Panamá.  Desde hace más o menos un año circulaba por los medios políticos y periodísticos que Soria quería abandonar Madrid y desarrollar su carrera en el extranjero. Varios medios de comunicación señalaron, incluso, a los Estados Unidos como próxima residencia profesional del expresidente del PP de Canarias. Esta operación llevaba tiempo negociándose y ultimándose como salida de lujo para Soria, y si se concreta ahora es porque se agotan los tiempos para que el Gobierno español presente a su candidato a director ejecutivo – que comparte con Venezuela y Colombia, por cierto – que debe ser nombrado oficialmente el próximo otoño.
Esta bicoca es, por tanto, una cacicada dentro de otra. Una vieja cacicada, que se hace pasar como método de valoración neutral, y que privilegia a uno u otro cuerpo funcionarial para que sea más fácil repartirse el pastel. Luis de Guindos, firme apoyo de Soria en el gabinete de Rajoy, es asimismo técnico comercial del Estado, como lo es su sobrina Beatriz de Guindos, en la actualidad directora adjunta en el Banco Mundial.Un procedimiento de selección que lleva desarrollándose muchos lustros  y en la que la discreccionalidad que practica el Gobierno resulta legalmente muy cuestionable. Y un candidato que ha dimitido desacreditado por sus incesantes mentiras y al que la prensa internacional comenzaba a poner a parir.  Soria nunca se ha ido. Lo han echado. Demasiada mierda lastrando  las alas del Icaro provinciano.

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Gobierno y gobernanza

Este verano que comienza lentamente a despedirse he estado muy ocupado en volver a aprender a respirar,  a tomar resuello sin razones demasiado poderosas para hacerlo, y no pude escuchar el solemne anuncio de Fernando Clavijo de inminentes cambios en el Gobierno autonómico. Por el momento no se ha producido ningún cambio. En realidad se trata de una hipótesis bastante inverosímil por una única y suficiente razón: Fernando Clavijo –como cualquiera de sus predecesores al frente del Ejecutivo – no es el arquitecto de su Gobierno. Como mucho, estrictamente, es un  casero obligadamente bondadoso que permite que se acumulen los alquileres y vigila con parsimoniosa desconfianza las entradas y salidas de los despachos.  Por eso los presidentes coalicioneros se han limitado invariablemente a destituir a consejeros y otros altos cargos del Partido Popular o a emprender cambios en el organigrama general y felizmente consultados con los menceyes insulares. Los presidentes coalicioneros – exagerando apenas un poco – no nombran a nadie, salvo a la exigua cuota que corresponde a su isla: su  staff en Presidencia, la dirección de alguno de los departamentos horizontales, un puñado de directores generales y varios asimilados y para de contar.
El hecho de que el presidente no designe realmente a su equipo gubernamental es uno de los rasgos más grotescos – y ya insostenibles – de la praxis de Coalición Canaria en el último cuarto de siglo. Una praxis tan invariable y testaruda que todos nos hemos acostumbrado a semejante disparate, es decir, a que cada organización insular de CC decida quien va a representarle en el Gobierno autonómico y repartir buena parte de la pedrea de cargos en su área de influencia. Por ese camino, por ejemplo, una señora como Soledad Monzón puede terminar como consejera de Educación sin atesorar ninguna experiencia, cualificación profesional o interés político o personal en tan enorme y delicada responsabilidad.  Lo cierto es que si a alguno de los que ya peinamos canas nos hubieran asegurado en los años noventa que la señora Monzón, alegre compañera de la pequeña corte del siempre anocturnado Julio Bonis, llegaría a encargarse de la gestión sistema de enseñanza pública en Canarias, nos hubiéramos carcajeado y pedido otro whisky. Qué tiempos aquellos en los que lo más terrible y estúpido todavía se nos antojaba inimaginable.
Un Gobierno que no es elegido por su presidente, sino en el mejor de los casos consultado con el jefe del Ejecutivo, atenta contra cualquier principio de buena gobernanza, democrática y operativamente. Una de las reflexiones que los coalicioneros deberían plantearse en su congreso, si es que el congreso se celebra algún día, es buscar un mecanismo sustitutivo de esta viciosa y enviciada metodología para construir un Gobierno que, con semejante formato, se asemeja demasiado a un botín y trasluce una intolerable concepción patrimonial de las administraciones públicas El problema no es que Clavijo no pueda cambiar libremente de gobierno. El problema – como ocurre en el último cuatro de siglo – es que le gustaría cambiar su gobierno porque no lo hizo él.

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