Alfonso González Jerez

La estupidez moral

1. Ni la democracia representativa ni el pensamiento de izquierdas viven su mejor momento, pero debe decirse que el buenismo progresista, como forma de estupidez moral, goza de una espléndida salud. Se demostró de nuevo a propósito de los atentados del pasado viernes en París. Ya saben: esto es culpa de Occidente. Ah, si los gobiernos de Europa y Estados Unidos no metieran sus narizotas (y sus carteras) donde no deben nada de esto ocurriría. En las deliciosas travesuras de suníes contra chiíes y viceversa no encontrarás ningún reclamo occidental.  Se odian, persiguen y torturan con una espléndida independencia de criterio a través de innumerables generaciones y paisajes.   Por otra parte,  desde hace años, cuanto escucho esto — la execrable responsabilidad de Occidente aquí y allá, anteayer y esta tarde mismo — siempre llego a la misma pregunta. Muy bien pero, ahora, ¿qué? Porque resulta realmente cómico que estos dechados de lucidez que denuncian las intromisiones de Occidente cuando se producen y cuando no se producen se queden satisfechos con su tremebunda denuncia, una habitación blanca e impoluta donde pueden descansar en pelotas.  Pero imaginemos la vida fuera de ese receptáculo autocomplaciente. Allá, en la esquina del parque, aparece un yihadista con una ametralladora que corre hacia tí gritando que Alá es grande mientras apunta a tu cabeza. Tú te incorporas del banco donde lees el periódico y le sonríes: “Comparto su indignación y…” El yihadista te vuela los sesos en pedacitos comprensivos. Ah, el desdichado asesino víctima de la alienación  armada: ese maldito Hollande es un hijo de puta.

2. ¿Por qué en Francia? Debe ser porque Francia bombardea bastiones del Estado Islámico en Siria. Vaya.  Francia ha sufrido ataques salafistas antes de la guerra de Siria, pero da lo mismo. Cuando bombardeas a hordas de fanáticos asesinos en vez de emprender otras políticas menos agresivas (no devolverles el saludo cuando te los tropiezas en la escalera, por ejemplo) corres estos riesgos. Te mereces lo que te pases. Lo que te pasa a ti, no a mí, que estoy por la paz y le tiendo la rama de olivo incluso al que ha jurado reventarme el cráneo y abonar los campos con las tripas de mis hijos. Mi superioridad moral debe quedar salvaguardada ante todo. Incluso ante el pellejo ajeno.  Ya se sabe, por lo demás, que la comprensión del terrorismo está en razón directa de la distancia donde se comenten las matanzas. A mayor distancia de la muerte y el pavor, mayor comprensión hacia las razones que llevan a los terroristas a ser terroristas. Cuanto más cerca te pilla más endebles parecen esas construcciones intelectuales cuyo fin primordial consiste en no encarar nada, pero en darte la razón ética en todo. «Cuidado con nuestra reacción», grita el imbécil meticuloso, «que si atacamos, ejem, demasiado fuerte, les damos un éxito propagandístico».  El meticuloso imbécil no repara en que sus palabras demuestran suficientemente el éxito propagandístico del EI.  Que 140 muertos — por el momento — ya son un éxito propagandístico del carajo.

3. Porque, por supuesto, no existen solo los que no quieren enterarse, sino los que, si más,  no se enteran. “La guerra solo causa destrucción, dolor y odio”. No, no se enteran que el Estado Islámico, la secta apocalíptica más letal que pueda recordarse en los últimos siglos, ha declarado la guerra a Occidente y tienen un programa político y militar: primero se adueñarán de todo el territorio del Islam – y pasan y pasarán a cuchillo a los musulmanes que se les opongan: los musulmanes son la primera y más desesperada víctima del EI – y luego la conquista del planeta. Oh, no lo lograrán, pero pueden implosionar toda una civilización en su chiflado intento. La nuestra. No puedes esconderte en tus laberintos onanistas de equidistancias y buenos sentimientos.  Pero lo haces. Hasta que la bola de fuego te queme las pestañas y comprendas, demasiado tarde, que aquí están en juego vidas como principios y principios por los que merece la pena vivir, comprender y luchar. ¿Belicismo testicular? Ninguno.  ¿Confianza en las armas como última ratio de la civilización? Tampoco.  Pero que no se diga que uno no descubrió que es imposible ser siempre el bueno.  Porque cabe sospechar que el que no lo descubra (como en cualquier guerra) terminará muerto.

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Una fantasía emocionante

Aparece Greenpeace agitando un informe, como un feriante agita una piruleta en las fiestas del pueblo, y chopotocientos mil interesados se abalanzan sobre la golosina, es decir, sobre el milagroso papel. Greenpeace ha asegurado hace pocos días que dispone de un informe – supuestamente encargado tiempo ha a la Agencia Espacial Alemana — según el cual Canarias podría alcanzar a sustentarse a través de las energías renovables en el plazo de apenas 35  años sin pasar por el muy odioso gas como etapa intermedia.  No crean que es muy difícil acceder a este estudio prodigioso auspiciado por la organización ecologista: lo pueden encontrar ustedes, bajo el enternecedor título Revolución energética para las Islas Canarias en el enlace https://heroesporelclima.org/informacion/revolucion-energetica-para-las-islas-canarias.  Lástima que como dice un admirable amigo mío en el estudio (no llega a los 40 folios) se procede a bailar la yenka entre dos grandes paradigmas creativos: el que dice que el papel aguanta lo que le echen y el que compara a la abuela con una bicicleta. Se hacen sumas supuestamente probatorias, se suponen unas cosas, se olvidan convenientemente otras  y ya tenemos todos los problemas financieros y tecnológicos resueltos para siempre jamás para horror y desesperación de la casta.

Primero están esos cálculos adolescentes sobre los costes del experimento que propone Greenpeace: esos 20.000 millones de inversión (ahora) que supondría un ahorro de 42.000 millones (a partir de 2050) y que no van acompañados de ninguna explicación precisa sobre la estructura de costes y beneficios. Los problemas de un almacenamiento y de una distribución eficiente y eficaz que presentan en la actualidad las centrales fotovoltaicas, eólicas, termosolar y geotérmica no les merecen absolutamente atención, porque serán superados “por tecnologías ya confirmadas y que se implantarán en los próximos años”, tal y como se ha repetido con insistencia en los últimos años. Se supone – no sabe uno muy bien por qué – que los costes de la energía de origen eólico y fotovoltaico bajarán en las décadas que nos quedan hasta el mediar el siglo. Por supuesto, para una feliz electrificación del Archipiélago, independiente del petróleo y del gas, deberán desarrollarse medidas sociales complementarias, tal y como se subraya en la página 33 del documento: obligatoriedad de los automóviles eléctricos, modificación de infraestructuras para privilegiar el transporte público, camiones de hidrógeno para repostar circulando preventivamente por las carreteras, medidas persuasivas para no utilizar vehículos privados (sic) y nuevos criterios de localización de la industria y de la producción de bienes y servicios (sic, también) para que todo el mundo sepa donde debe poner una fábrica de chocolate, una granja avícola o un molino de gofio, no como ahora, que vamos como locos. Y el que quiera gofio que se lo pida a Greenpeace.

A las 48 horas ya estaban organizaciones ecologistas locales y fuerzas políticas como Podemos llorando de emoción, estremecidos de goce, proclamando adhesiones inquebrantables al cucurucho de desatinos, inexactitudes y buenos sentimientos de Greenpeace. No creo que sea una impertinencia demandarle a los podemistas en particular y a la izquierda canaria en general un poco más de comprensión lectora y espíritu crítico.

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Pobreza y dependencia en la raíz de la violencia machista

Cada cinco o seis días muere una mujer víctima de la violencia doméstica en España.  ¿Saben por qué elegido esta frase? ¿Por qué, por ejemplo, no escribo asesinada por un hombre? Bueno, porque a los periodistas nos enseñaron (con peor o mejor fortuna) que hasta que no exista una sentencia, y salvo casos de una demoníaca obviedad,  no podemos hablar de asesinato o de homicidio. ¿Y violencia doméstica en lugar de violencia machista? Reconozco que es un diminuto pero inútil intento de aplacar la indignación moral – justificada – para pensar mejor. La indignación moral, tan elogiada y jaleada en los últimos años como incontrovertible valor cívico, no puede pretender ser un sistema ético, y menos aun un sistema ético con respuestas para todo amasadas con maximalismos inacabables. ¿Podríamos intentar indignarnos menos y a la vez pensar, analizar y proponer algo que mejore esta situación, que ponga dique y luego reduzca este río de sangre que no cesa de manar? ¿Es posible que deje de graznar esa colaboradora de la SER que ahora mismo escucho, a mi pesar, y que explica que mirarle el culo a una ciudadana en el metro es una agresión machista, cuando anteayer detallaba en antena como se comería a Rusell Crowe con papas fritas empezando, hummm,  por sus bíceps y sus tetillas? Es imposible avanzar en este pantano humeante de exasperación, juicios morales, condenas fulminantes, generalizaciones sobre el género masculino y antropología recreativa que acaba con un coro sulfúrico dispuesto a dejar bien claro que nada tiene remedio y que las mujeres viven en un infierno cotidiano. No los viejos mal atendidos, los enfermos crónicos o los niños desescolarizados, sino las mujeres. Las mujeres en general. Todas y cada una de las mujeres. Pero no es así. El sexo, aisladamente,  no deviene en el principal factor de origen del maltrato: es el sexo en un contexto de valores masculinos y masculinizados y, sobre todo, en un ámbito socioeconómico de desigualdad, pobreza y exclusión. Más del 85% de los asesinatos anuales se producen en esos espacios sociales de conflictividad y pauperismo. Es muy raro que maridos, compañeros o novios asesinen a catedráticas universitarias, odontólogas, físicas nucleares, consejeras delegadas de grandes empresas o diputadas.

Se deberían estudiar con mayor detenimiento – y proyectar y debatir esos estudios – las raíces económicas de la violencia de género. La expulsión del mercado laboral como ejército de reserva para la contratación temporal, la precarización del empleo, la diferencia de salarios entre mujeres de hombres y en definitiva la feminización de la pobreza en el último lustro, con el regreso o el reforzamiento de la dependencia económico y social respecto al varón, probablemente facilite el incremento de la violencia asesina y los malos tratos. La disminución de más de un 60% de los fondos públicos a políticas y programas de prevención y de ataque contra la violencia de género desde 2012 por el Gobierno español  –reproducida más o menos en todas las comunidades autonómicas – no puede haber sido irrelevante. Algunas particularidades de la ley 1/2004 de Protección Integral contra la Violencia de Género o en general de nuestro derecho procesal tampoco. Estas muertes no son una maldición bíblica ni forman parte de un orden biológico aterrador o un dominio simbólico inmanejable por una sociedad democrática, Pueden y deben evitarse con voluntad política, diagnósticos sociales y económicos apropiados, propuestas claras y abandono (también)  de las cursiladas y los tremendismos de   lo  políticamente correcto.

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Baifos homeopáticos

Hace unos días, en una llamativa entrevista periodística, una señora que era presentada como presidenta de la Sociedad Médico-Homeopática de Tenerife revelaba que “hay ganaderos en Fuerteventura que están tratando a baifos con homeopatía”. Sinceramente yo comencé a sospechar algo cuando José Miguel Barragán llegó a ser secretario general de Coalición Canaria, pero no me imaginaba que la cosa fuera tan grave. Esta señora, doña Pilar Casaseca, cursó al parecer estudios de Medicina, pero en un momento dado se cayó del caballo (o del baifo) y comenzó a matricularse en un curso de homeopatía tras otro con creciente pasión y deslumbramiento. Que los principios básicos de la homeopatía – esa necedad referida a la memoria del agua y otras pueriles insensateces de la protomedicina del siglo XVIII– sean capaces de alimentar más de un cursillo de diez minutos avalan que, en efecto, los homeópatas son extremadamente capaces de cualquier cosa.
La señora Casaseca explica que la homeopatía ha avanzado mucho y rápido en Canarias gracias a la acción civilizadora de extranjeros y turistas. Ya se sabe que si los alemanes, los daneses o los suecos han conseguido aumentar su esperanza de vida o disminuir la mortalidad infantil es gracias a tomar botellines de agua ligeramente azucarada donde se diluye 100.000 veces un resto de corteza de abedul. Por supuesto, para no sentirse desprotegidos, los extranjeros han exigido en nuestras islas que se les apliquen los tratamientos aguachirlescos de los que gozan en sus países de origen y gracias a ello las ciencias homeopáticas avanzan en el Archipiélago que es una barbaridad. Todavía se puede contemplar, lamentablemente, gente protestando por las listas de espera quirúrgica o ciudadanos empecinados en recibir carísimos tratamientos para enfermedades graves o patologías crónicas, pero chorrito a chorrito de agua debidamente certificada por los laboratorios y prescrita por homeópatas diplomados y las cosas van mejorando. Fíjense sin ir más lejos en los baifos, que ya ni mamar quieren. Solo admiten pastillitas de colores y homeópatas de pecho plano.
La señora Casaseca advierte, con un punto de gravedad, que los que critican la homeopatía y le niegan su carácter científico –por no hablar de sus virtudes terapeúticas – son simplemente unos ignorantes. Es lo más brutal que le he leído a un homeópata en los últimos años y me recuerda la aseveración de un gran científico y divulgador español: “Los que desde el campo de la medicina defienden a la homeopatía no son simplemente unos magufos: tienden, más bien,  a ser unos sinvergüenzas”.

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Una cultura del cochambeo y la impunidad

Cuando comenzaron aflorar nombres, cifras y metodologías en el caso Willy García un comentario machacón no tardó en florecer en conversas cafeteras y tertulias de bareto: “¿cómo se atrevió a llegar tan lejos?”.  No es mala pregunta. ¿Cómo te arriesgas así para –sin entrar en otras consideraciones éticas – arriesgar prestigio profesional, imagen personal y quizás libertad bajo fianza? Y la respuesta no es muy difícil. Consiste en la impunidad. En una sensación de impunidad tranquilizadora, y hasta estimulante, porque te crees protegido por el Número Uno, y el Número Uno no te dejará caer. Además se trata de una cultura profesional donde periodismo, negocios y amistades políticas fulgían como prótesis dentales de oro macizo en esta incomparable capital del Atlántico. En Tenerife resulta perfectamente detectable una arraigada cultura del cochambeo y la impunidad entre ciertos medios y periodistas y ciertos políticos y empresarios. Ah, esas terrazas de verano chicharreras de principios de los años noventa. Era un descubrimiento salir y encontrarte a periodistas y locutores casi imberbes que habían montado su pequeño garito estival a través (por supuesto) de concursos públicos irreprochables. Desde entonces esta gente, gente como Willy García por ejemplo, siempre estuvo un poco confundida, como los cuervos que vuelven una y otra vez a los campos de trigo convencidos de que los plantaron para ellos. ¿Y qué vas a pensar si el espantapájaros es un colega, te deja vía libre a las mazorcas y te permite montar una terraza de verano en el viejo cobertizo con una mano en el corazón y otra en una botella de bourbon?
El largo mandato electoral de Paulino Rivero no tuvo como eslogan Canarias un solo pueblo  ni Canarias por encima de todo, no. Si hubiera que elegir un auténtico eslogan debía ser algo así como Por mis gónadas peludas. Los que por convencimiento sincero o porque les viene bien la hilarante leyenda de un Rivero por encima de crasos intereses insularistas, cuasiheroico caudillo frente al Partido Popular e incansable defensor del Estado de Bienestar – no he visto una farsa tan grotesca en los últimos 25 años – deberían pensar en lo que supone conceder una subvención multimillonaria al Club Deportivo Tenerife  — a costa de esquilmar los apoyos a pequeños equipos y al deporte infantil y juvenil – para pretender convertirse en el presidente de la entidad blanquiazul apenas año y medio después. El cuajo, el inmenso cuajo que hay que gastar para diseñar esta operación, y el desprecio punto menos que demencial que demuestra hacia el ordenamiento jurídico y, en último término, a la Presidencia del Gobierno como institución pública. Reflexionen un momento al respecto y dejen de comprar la hedionda burra de cinco patas que este individuo pretendió venderles mientras ejercía el poder como si no hubiera mañana. Y no me refiero estrictamente a la acción de gobierno. A Rivero le interesó más el ejercicio del poder para conservar el poder que casi para cualquier otra cosa.

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