Alfonso González Jerez

Relato o fistro duodenal

Ustedes deben entender a los columnistas. Sobre todo a los columnistas recipendiarios. Recuerdo un artículo de G.K.Chesterton – quien dirigió un semanario y fue un columnista excepcional – que se limitaba a narrar la breve caminata entre su sillón y el kiosco de prensa de la esquina – ida y vuelta – una mañana de nubes y claros, y transformaba el paseo en una vivísima odisea homérica, plagada de recompensas, peligros y amenazas. O aquel texto maravilloso de Ramón Gómez de la Serna que se limitaba a describir la Puerta del Sol en varias horas de una jornada cualquiera, construyendo un mosaico palpitante de universos urbanos siempre iguales y siempre distintos. Ocurre, sin embargo, que el columnista suele optar – nos urgen las prisas puñeteras – no por la sabiduría de las pequeñeces, sino por los gritos de las apariencias, no por resignarse a un caos diminuto, sino por encontrar un significado articulador que exige un testigo lúcido y sutil, es decir, él mismo. Siempre luce más fulgir como cronista de una versión local de Las Termópilas o de Waterloo que contar vulgares escaramuzas más o menos previsibles en pueblos y pedeanías Las negociaciones para formar un Gobierno – como ocurre ahora en Canarias –  deviene un terreno magnífico para explicarle al personal lo listo que eres y como no se te escapa nada. Por supuesto, lo principal es echar a andar un relato. Aunque empecinarse en sostener un relato en este asunto es como pretender introducir todas las tramas de Guerra y paz  en una actuación de Chiquito de la Calzada.

El relato cuenta ahora que lo que busca realmente Coalición Canaria es un pacto con el Partido Popular  — al que se sumarían los diputados de Casimiro Curbelo – y que si se entretiene negociando con el PSC-PSOE es porque…porque…bueno, porque les gusta perder el tiempo. Fernando Clavijo es un tipo frío y despiadado entre cuyos gustos estéticos está, por lo visto, condenar a Barragán y a Ruano a agotar las reservas de frutos secos de los hoteles. Es muy estúpido todo esto: los de CC optaron inicialmente a un pacto con el PSC-PSOE porque, echadas las cuentas, es el que mayor número de alcaldías y cogobiernos locales garantizaba en Tenerife y La Palma (sin descontar con que en Fuerteventura AM ya tenía cerrados acuerdos con los socialistas en la misma noche electoral). Lo que ha ocurrido es que en La Palma y, especialmente, en Tenerife, las resistencias socialistas llegaron al límite de lo permisible, a lo que se han sumado algunas rebeliones aisladas de coalicioneros inmunes a advertencias, ruegos o amenazas.  La traición de José Manuel Bermúdez, utilizada por los relatadores como prueba concluyente de las tendencias filoconservadoras de Clavijo y su equipo, es la única fórmula que encontró el alcalde chicharrero después de recabar inútilmente el apoyo de Ciudadanos y de Izquierda Unida – con llamadas a Barcelona y a Madrid — y de proponer a los tres partidos más votados un gobierno municipal tripartito, que rechazó el PSC. Porque un gobierno en minoría (una reedición del pacto entre Bermúdez y José Ángel Martín) estaría abocado a la presión sistemática de una oposición mayoritaria capaz de bloquear decisiones políticas y presupuestarias en cualquier momento. El relato, no digo que no, puede ser muy bonito, pero convendría tomarse en serio de vez en cuando a la realidad y menos al fistro duodenal.      

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Pacto zombi

El nonato acuerdo entre Coalición Canaria y el PSC-PSOE es ahora mismo un pacto zombi que camina dejándose cachos y haciendo muecas poco tranquilizadoras por los salones de hoteles de Gran Canaria y Tenerife. Los llamados pactos en cascada tienen una extensa hoja clínica ya en la crónica autonómica, pero en estos momentos se registra una novedad. En el pasado el problema radicaba en casos aislados de asorocamiento de alcaldes, concejales y consejeros de cabildos que se negaban vehementemente a seguir las directrices de sus direcciones regionales. Esta circunstancia ha sufrido una transformación cualitativa. Ahora mismo lo que ocurre es que un partido concreto (el PSC-PSOE) es absolutamente incapaz de controlar a sus agrupaciones y cargos electos en dos islas como La Palma y Tenerife. En la primera porque Anselmo Pestana y los suyos siguen dilatando los acuerdos – están convencidos de que otros cuatro años en la oposición en el cabildo y los principales ayuntamientos palmeros liquidaría definitivamente a CC – y en Tenerife porque, sencillamente, la gestora insular carece de capacidad política y operativa para mantener prietas las filas. Se los bacilan sin piedad: hasta los compañeros de La Guancha se permiten una interminable guachafita en las mismísimas papadas de Hernández Spínola y Julio Cruz.
Y sin acuerdos mínimos en Tenerife y La Palma cuando restan apenas 48 horas para la constitución de las corporaciones municipales el pacto es imposible. El PSC-PSOE está pagando – y probablemente le saldrá cara – la inverosímil desidia con la que José Miguel Pérez y su equipo de encallecidas mediocridades han gestionado los problemas y conflictos internos de la organización socialista en los últimos años. Ya que se le menciona, José Miguel Pérez es el gran y escandaloso ausente en esta negociación perniquebrada: ni una palabra sobre la orientación estratégica y programática de los socialistas por parte del vicepresidente del Gobierno autonómico. Ni una llamada telefónica a los centros de conflicto en Tenerife o La Palma. Nadie podrá decir que se lo dijo Pérez. Don José Miguel no está ni se le espera, al menos hasta la convocatoria de las elecciones generales, en las que intentará colarse como cabeza de la lista al Congreso de los Diputados. ¿Cómo se pacta con alguien incapacitado para mover sus propias fichas en el tablero municipal? Las fichas se mueven por sí solas y hace días han abandonado el tablero de juego mientras los negociadores socialistas, con sonrisas cada vez más nerviosas, insisten en señalar a los coalicioneros que siguen ahí, y que no verlas, señores, es un acto de mala fé. Mientras tanto José Manuel Soria, por supuesto, cuenta las fichas que se escurren hacia sus propios sumideros, pero Casimiro Curbelo no. Curbelo las silba.

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La alegría de Pedro Zerolo

Lo fascinante en Pedro Zerolo – porque disponía de un carisma envolvente, un carisma próximo y nada espectacular que se nutría del fuego de una alegría interior– fue siempre, junto a su empeño por ser todo lo libre que se pudiera, un empeño al que se atreven pocos hombres y mujeres, su innegable astucia política. Pedro Zerolo es una de las mejores cosas que le han ocurrido al PSOE en los últimos veinte años, pero hace veinte años el PSOE – como la sociedad española – no era exactamente el de hoy.  Hace veinte años en el PSOE Pedro Zerolo era una relativa rareza ocupada en un espacio con el que el partido se identificaba nominalmente, pero que apenas se atrevía a deletrear en los discursos oficiales y en los programas políticos: la lucha por la igualdad de derechos y por la tolerancia activa de gais, lesbianas, transexuales y bisexuales, de cuya coordinadora estatal fue presidente entre 1998 y 2004.

A finales de los años setenta y principios de los ochenta muchos activistas sociales se incorporaron al PSOE. A mediados de los noventa ese trasvase era ya casi excepcional. Zerolo fue cocinero antes que fraile, activista social antes que político más o menos profesionalizado, y conocía perfectamente no solo el mundo asociativo del que provenía, sino las inercias, parsimonias y bloqueos propios de las estructuras de los grandes partidos políticos. Tuvo ocasión para cabrearse y renunciar a la militancia partidista. Por ejemplo, cuando Miguel Sebastián fue el elegido como candidato a la Alcaldía de Madrid para las elecciones municipales de 2007. Pero no lo hizo, aunque no ignorara que su orientación sexual era un handicap electoral según los sesudos varones (heterosexuales) de su organización. Dudo que fuera por comodidad. No lo hizo porque sabía que podía seguir siendo útil. Solo había que perseverar y seguir luchando. Tenía muy reciente su victoria: la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo en 2005. Una victoria de las libertades civiles que quizás hubiera llegado sin Zerolo y su poder de convicción y hasta engatusamiento frente a José Luis Rodríguez Zapatero. Pero sin duda hubiera llegado mucho más tarde. Supo aprovechar el momento y rentabilizar al máximo una coyuntura saltando por encima de las dudas y vacilaciones de muchos de entre sus propios compañeros. Fue una batalla fulminante y valiente en la que Pedro Zerolo se batió el cobre. Lo que supuso para la visibilización de los derechos de gays y lesbianas, para la recuperación de la dignidad de cientos de miles de personas, para la normalización de miles de parejas, para la ampliación y fortalecimiento de la tolerancia y el civismo en este país, se debe en una parte muy sustancial a Zerolo y a sus compañeros de la FELGTB  y el COGAN.

Pocas personas afortunadas consiguen en su quehacer vocacional fusionar su deseo de libertad y tolerancia personal con el derecho a la libertad y a la tolerancia de millones de sus conciudadanos. Una de las que consiguió resolver esa ecuación prodigiosa fue Pedro Zerolo. Así un hombre dedicado a la felicidad e insobornable en su dignidad consiguió la felicidad y el derecho a la dignidad de muchos otros. Cuando Pedro Zerolo afirmaba, grave y obviamente enfermo, que era profundamente feliz no mentía. Ni siquiera exageraba. Solo era – como siempre fue – irrenunciablemente él mismo.

 

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Los límites de la transparencia

La transparencia es un elemento indispensable para la operatividad democrática en la sociedad civil, en la gobernabilidad y en la gobernanza (ejercicio melancólico: encontrar un consejero del Gobierno autonómico capaz de distinguir entre gobernabilidad y gobernanza en quince minutos o en quince días). Pero si algo excita el occipucio del común de los mortales hipotecados, cuando no desempleados, es esa zona oscura en la que se desenvuelven los dirigentes políticos a la hora de pactar gobiernos y coaliciones gubernamentales. Los nuevos partidos (y singularmente Podemos) se han afanado en urdir metáforas truculentas para denunciar el reparto del poder en oscuros despachos y reservados de restaurantes postinudos. Algunas plataformas (Unidos se Puede, por ejemplo) se han apresurado en celebrar asambleas para explicarle a la gente lo que están haciendo, lo que quieren hacer y lo que no van a hacer en ningún caso, pero no es ocioso recordar que un vocero bien entrenado puede gestionar una asamblea no organizada interiormente a su antojo. Otros exigen que en toda reunión se planten cámaras de televisión y magnetófonos para registrar hasta los suspiros de los negociadores (se entiende: de los que están negociando con los suyos). No me extrañaría demasiado que terminara sugiriéndose la implantación de sensores en el corazón y el bulbo raquídeo de los participantes para medir algún conato de falsedad, mentira o culposa exageración.

Me temo que la transparencia tiene sus límites. Si una puerta de cristal es demasiado transparente no te servirá para salir al exterior, sino para romperte las narices al tropezar con ella. La transparencia es un medio, no un fin en sí misma, y puede ser prostituida por el habitual procedimiento de la descontextualización, entre otras mendacidades. Se ha acusado a Pablo Iglesias (y a Pedro Sánchez) de no comentar el sospechoso (huuum) contenido de su reciente cena en Madrid. Es una estupidez. Con toda seguridad hablaron de todo, pero resulta sumamente improbable que concretasen nada práctico. Y aunque lo hubieran hecho, ¿preferirían los militantes de Podemos o el PSOE que se descubriera una estrategia política frente al PP en el ayuntamiento de Madrid o en la Generalitat valenciana? ¿De veras que admitiríamos una grabación en vivo y en directo con nuestros jefes en las empresas, con nuestros compañeros en el bar del whisky vespertino, con la dirección de nuestros sindicatos, con nuestros propios hijos? Hay zonas de la verdad de un ser humano, una organización política o un orfeón que solo puede sobrevivir en la sombra. Una cosa es exigir con la mayor claridad los compromisos de un acuerdo programático para dirigir una corporación y otra muy distinta transmitir on line una negociación política que, por su propia naturaleza, está trufada de dudas, trampas, anfibologías, mezquindades, oportunismos, acusaciones, argumentos torticeros, tiras y aflojas donde nadie puede resplandecer como heraldo de la bondad universal. Personalmente imaginarme las peroratas de José Miguel Ruano o los juramentos ensanguinados de Julio Cruz televisados en directo me produce un pavor incontrolable. No, presenten ustedes su puñetero programa de gobierno y luego ya veremos, es decir, ya los padeceremos.

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Tarbak Haddi

El cónsul de Marruecos en Las Palmas de Gran Canaria no se ha dignado a bajar una docena de metros de escalara, y a atravesar cinco o seis metros más de acera, para dirigirse a Tarbak Haddi, una saharaui que mantiene una huelga de hambre que ya amenaza su vida. Ni ha bajado él, ni ha mandado a ningún subordinado para interesarse por la situación. Si la propaganda política marroquí contuviera un ápice de verdad – según esa misma propaganda obscena Tarbark Haddi es una ciudadana del reino de Marruecos, porque el Sáhara no existe – el señor cónsul debería demostrar una mínima diligencia. Pero Tarbark Haddi recibe la misma atención que un perro callejero. Es una estampa vomitiva que ilustra, precisamente, lo que el discurso oficial del Gobierno marroquí insiste en negar: que los servidores de Mohamed VI – autoridades políticas, funcionarios, policías y militares — tratan a los saharauis como bestias que no merecen ni una palabra, ni una mirada, ni un remoto rastro de humanidad y reconocimiento.
La exigencia de Tarbak Haddi, por supuesto, supone un escándalo. Ni siquiera pide la vida de su hijo; solicita que le sea entregada su muerte.  Que le entregan su cadáver, para ser enterrado dignamente, y que una autopsia neutral certifique las razones por las que se apagó su vida. Mohamed Lamine Haidala, apenas veinte años, fue herido en una reyerta entre saharauis y colonos marroquíes. La policía lo detuvo y pasó 48 horas en un calabozo, y de esa macabra ratonera salió directamente a un centro hospitalario, donde murió a causa de una septicemia el pasado mes de febrero. Hasta ahí lo que amablemente han comunicado las autoridades de Rabat. Pero nadie sabe dónde se encuentra el cadáver de Mohamed Lanime Haidala.  Nadie, realmente, es capaz de relatar las circunstancias de sus últimas horas. El dolor por la pérdida de un hijo es un infierno indescriptible, pura llaga viva y supurante que enciende el aire y te quema en cada suspiro, y no acaba jamás. Cuando además ignoras sus últimos momentos y no sabes cómo o quién te lo arrebató para siempre ya no eres apenas un ser humano, sino una máquina de sufrimiento incesante en medio de una oscuridad completa, irredimible. Las persianas del Consulado General de Marruecos en Las Palmas permanecen echadas.
Todo el mundo celebra (y yo el primero) que la pasión política haya regresado a este país y millones de ciudadanos reclamen en las calles y en las urnas honradez, dignidad, buen gobierno, el apuntalamiento de los servicios sociales, transparencia en la gestión, lucha contra el empobrecimiento y la desigualdad. Pero no deberíamos olvidar que la recuperación de la política no es solo una exigencia que incumbe a nuestras vidas cotidianas y a nuestras propias injusticias. Tarbak Haddi sigue esperando y deberíamos hacerla saber que, en su desolación y en su dignidad, no está sola.

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