Alfonso González Jerez

Cerveza sin alcohol

En una esquina del centro de la ciudad un bullicioso grupito de pibes y pibas  uniformados con camisetas naranja y vaqueros intercambian bromas y hablan del trabajo electoral de los próximos días.  Ah, son de Ciudadanos. El viandante no puede evitar la pregunta: ¿de dónde sale estos ciudadanos (jóvenes) cargados de entusiasmo por un proyecto político que, hasta hace tres meses, parecía confinado a Cataluña? Sin embargo, la pregunta más central y sustancial es otra. ¿Cómo es posible que dicho proyecto registre en las encuestas demoscópicas que se realizan en Canarias apoyos electorales más que apreciables? Hasta cinco diputados en el parlamento regional. Varios concejales en las capitales de la Comunidad autonómica. Los encuestados, obviamente, no tienen ni puñetera idea de la oferta programática de Ciudadanos para las islas, si es que existe guardada en alguna gaveta o colgada como un cristo mudo en una página web. Es un fenómeno parecido al de Podemos, pero todavía más enigmático, porque Podemos tiene una genealogía más o menos clara – que se sitúa germinalmente en el 15-M – y desde un conjunto de convicciones y propuestas convencionalmente izquierdista ha desplegado su estrategia hacia el centro político, para deglutir a Izquierda Unida y desarbolar al PSOE, con el objetivo último de transformarse en la única referencia progresista sólida y ganar las elecciones. Pero, ¿y Ciudadanos?
Cuando en los prolegómenos de la campaña electoral de 1977 le preguntaban al valetudinario José María Gil Robles si conseguiría grupo parlamentario propio el exdirigente de la CEDA respondía impávido que por supuesto. “Piense en todos los farmacéuticos que hay en España y todos los farmacéuticos son democracristianos”. No obtuvo una miserable acta de diputado. Tan verosímil como los augurios de Gil Robles es suponer que cientos de miles de españoles (y canarios) han descubierto que son liberales, no unos falsos liberales como los truhanes del PP, sino buenamente liberales o liberalmente buenos, y todos entienden al profesor Luis Garicano y están a favor de un capitalismo sano y competitivo, una reforma institucional higienizante y un Estado de Bienestar redimensionado. No sé ustedes, pero no me creo ni lo de los boticarios democratacristianos ni lo de los liberales que felizmente se han reconocido como tales y brotan como hongos anaranjados en todas partes. Más bien pienso que la lógica del consumidor televisivo se ha convertido en el eje decisorio del votante español. Y más exactamente está triunfando la ideología posmoderna – un constructo de matriz televisiva – de comprar lo que se quiere sin sufrir las consecuencias: chocolates sin calorías, tabaco sin nicotina, cerveza sin alcohol, liberalismo sin desigualdad o renta básica semiuniversal sin incómodos corolario fiscales. Lo malo, por supuesto, es que los spots televisivos duran treinta segundos mientras los resultados electorales pueden tener efectos perversos durante bastante más de tres años.

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Errejón ya es de todos

En efecto, hace algunas horas varios centenares de ciudadanos corearon con Iñigo Errejón en Santa Cruz de Tenerife: “¡Sí-se- puede, sí-se-puede!”. Lo relevante estaba en el grito eucarístico, naturalmente, no en lo que pudiera o no pudiera hacerse. Para entender esto último, sin embargo, el discurso de Errejón estuvo lo suficientemente claro. Más de uno (y de una docena) de militantes de Podemos y de cuadros de Sí se Puede se quedaron ligeramente transpuestos cuando Errejón – un magnífico orador, por cierto, y no solo un brillante estratega electoral y un solvente politólogo – explicó que el Régimen Económico y Fiscal de Canarias estaba francamente bien pensando, aunque fue necesario, en su desarrollo, vincularlo más a la creación de puestos de trabajo y menos a la extracción de rentas. Pero, ¿cómo?  ¿La sabiduría tradicional de la izquierda canaria – la izquierda de verdad, no los jodidos socialdemócratas del PSOE — no había identificado siempre el REF con un maligno instrumento construido a imagen y semejanza de las muy chupópteras oligarquías locales? Más incomprensible para los corazones sisepuedinos resultó todavía que Errejón afirmara que Podemos está dispuesta a dialogar y pactar con cualquiera, incluso con Coalición Canaria, aunque desde el escepticismo más profundo sobre la fructificación de cualquier acuerdo. Me gustaría haber visto el rostro de Rubens Ascanio y otros mártires de la santa cruzada anticoalicionera.  Errejón ya no es de la revolución. Errejón –como cualquier rotonda para girar a derecha, a izquierda o en círculo– ya es de todos.
El secretario de Política y Estrategia de Podemos ofreció en Canarias, en definitiva, el nuevo rostro moderado, flexible y pactista del partido, esa transformación estratégica y programática que él mismo ha impulsado en el seno de la dirección con la anuencia de Pablo Iglesias y que, entre otros efectos, propició el abandono de José Carlos Monedero de cualquier cargo orgánico. Un Podemos más o menos socialdemocratizado que ha apartado definitivamente (¿definitivamente?) objetivos y pautas como la apertura de un proceso constituyente, la estatalización de bancos y medios de producción o la renta básica universal bajo la obsesión por el voto céntrico, centrista y centrado de las clases medias urbanas. Rodeado de banderas y pancartas reivindicativas de gentes que renunciaban a entender la nueva letra y se refugiaban en la fanfarria de la vieja música no sé si era Errejón o eran los militantes de Podemos y Sí se puede los que salían más desenfocados en la foto. Los abrazos, las palmaditas y las poses estaban perfumadas por ese incienso de las grandes ocasiones históricas que las izquierdas usan como si fuera Varón Dandy.  Los mítines de Errejón fueron un breve pero intenso festival de disonancia cognitiva, esperanza zahorí y buenas intenciones.

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Construir ciudad

No sería malo, tal vez no lo sería, leerse los libros de Mike Davis, historiador y sociólogo urbano, para comprender que nada se puede comprender sin un diagnóstico riguroso y, por supuesto, multidisciplinar. Ciudad de cuarzo, por ejemplo, o La ecología del miedo o Ciudades muertas. Entre la historiografía, la economía y la geografía urbana Davis explica la evolución de determinados espacios ciudadanos en ecosistemas urbanos degradados que terminan siendo, a la vez, la única vía de pertenecer a una ciudad que les es ajena – la ciudad como promesa de servicios, oportunidades y paz social está en un horizonte inalcanzable — y una cárcel para la autonomía de los individuos. Pero desconozco las tendencias lectoras en nuestras encantadoras Gerencias de Urbanismo, en  las que puede encontrarse cualquier cosa, salvo urbanistas. Nada más abrir el servicio de Urgencias del centro médico de Añaza ha debido cerrarse precipitadamente por  las salvajes agresiones que algunos desaprensivos infringieron al personal médico. Por supuesto la primera reacción de los vecinos de Añaza  –y de numerosos comentaristas – es que se trata de un grupito insignificante de malas bestias en un barrio en el que representan una aplastante mayoría los ciudadanos pacíficos y honrados. Se amplía la seguridad policial en el propio centro médico y los alrededores y aquí no ha pasado nada.
Me temo que se trata de un error. Añaza no es, por supuesto, una fabela brasileña, pero convertir problemas sociales y culturales de naturaleza estructural y conjuntiva en un surtido de anécdotas chungas deviene una forma de avestrucismo, una táctica para eludir momentáneamente el problema, pero no para afrontarlo. En el Distrito Suroeste de Santa Cruz se concentran las mayores tasas de desempleo y de absentismo escolar de la capital tinerfeña – muy por encima que las que se registran en el centro – y la delincuencia violenta no es precisamente insignificante. Delincuencia no es únicamente el robo y la amenaza, sino el amedrentamiento, la destrucción de mobiliario urbano, el tráfico o menudeo de drogas ilegales, el matonismo de grupúsculos gamberros. Las autoridades públicas en las grandes ciudades canarias parecen no entender que la solución para los ecosistemas urbanos degradados y golpeados con singular saña por la crisis económica y social no pasa  únicamente por abrir una ludoteca cuatro horas diarias, inaugurar una placita o poner en funcionamiento un servicio de urgencias – cuando finalmente lo hacen – ni mucho en desplegar un pequeño ejército de uniformados que garanticen una apariencia de seguridad, sino en intervenciones públicas globales, integrales y transversales, es decir, en construir y reconstruir la ciudad  como comunidad de intereses operativa y con una amplia participación de la sociedad civil. El imaginario canario todavía privilegia una simbolización del campo como una bucólica maravilla perdida y una metáfora  la ciudad como monstruo de hormigón y cristal desnaturalizante. Pero ya somos una isla-ciudad. Y deberíamos actuar en consecuencia. Construir ciudad no es solo preocuparse por una correcta dotación de servicios, sino articular un sistema de convivencia. Y, para empezar, es difícil material y emocionalmente convivir,  sobrevivir  incluso, en un hábitat con un 35% de desempleo

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Escepticismo palcolor

Los hermosos tiempos en los que los lectores no sabían localizar al articulista han desaparecido para siempre. Unos y otros participamos en las redes sociales y ahí terminamos por encontrarnos más allá (o más acá) del artículo del día. Sólo la mayoría de los venerables ancianos de la profesión – los que siguen labrando con su verbo florido, irónico y siempre desinteresado las ondas radiofónicas y los diarios de papel – no se asoman por las redes. No les interesan: están demasiado ocupados en las pequeñas o supremas conspiraciones, de las que las columnas son meras excrecencias, para ser o lucir como los artríticos reyes del mambo interminable. Que les aproveche, aunque el precio a pagar por todos es que sigan pudriendo esta profesión. Algún día alguien estudiará a esta primorosa generación que transformó el periodismo isleño en un ingenioso muladar donde instalaron su cinismo de garrafón o su sórdida hipocresía egomaníaca. En fin, lo que me han preguntado algunos lectores es si no me interesan los cambios en la RTVC, la marcha de Willy García, el nombramiento de Santiago Negrín. “¿Usted no escribe nada de eso?”, me apunta incluso algún indignado, porque ya se sabe que actualmente solo mereces existir si estás indignado.
Pues no, no me interesa mucho.
Mi desinterés parte de un profundo escepticismo. La nueva ley que regula la RTVC se hizo aprisa y corriendo en el último tramo de legislatura porque el presidente Paulino Rivero – magnífico ajedrecista del poder, aunque lo suyo sea el envido y la petanca – no quería correr el riesgo de perder a su mejor escudero político – el propio Willy García – antes de tiempo si no conseguía que CC lo designase por tercera vez candidato a la Presidencia del Gobierno autonómico. A finales del pasado año dos diputados – porque fueron solo dos – zurcieron el texto legal tomando básicamente como bienaventurado modelo la derogada ley de Televisión Española en vigor durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero. Ha sido un disparate: la ley de Rodríguez Zapatero estaba diseñada para una televisión pública, mientras que la televisión autonómica responde a un modelo mixto con participación privada, en la que una productora proporciona bajo contrato contenidos no informativos. Todas las cautelas de la normativa para impedir la presencia de intereses y simpatías privadas en el denominado Consejo Rector se han burlado más o menos delicadamente: ya resulta un tanto raruno que algunos de los consejeros prefieran vender sus acciones o romper contratos a cambio de un cargo sin remuneración. Y a las tensiones entre los entrecruzados intereses políticos y empresariales se sumará la denuncia de los nuevos partidos en la Cámara regional, que no dejarán de observar, justificadamente, que tanto el Consejo Rector como su presidente han sido nombrados en una legislatura finiquitada que apuraba sus últimas semanas de vida. Desear mucha suerte a los nuevos responsables de la RTVC es un tanto ambigüo, sinceramente. ¿Mucha suerte, para qué?

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Vacío perfecto

 

A estas alturas de democracia homeopática – unas gotas de voluntad popular en un barreño cada vez más turbio — ya debería estar uno curado de los espantos que provoca la vaciedad argumental, la puerilización de las propuestas y la nadería impostada, pero ahí está la supuesta izquierda supuestamente emergente para desmentirlo.  Una entrevista con la candidata de Podemos a la Presidencia del Gobierno de Canarias, Noemí Santana,  pone a prueba de nuevo cualquier capacidad de asombro. Se la resumo a ustedes para que no corran gratuitamente el riesgo de un ictus y no puedan acudir a su colegio electoral el próximo día 24 con el objetivo de votar a este prodigio.

–¿Qué propone usted para el transporte público en las grades ciudades?

–Nosotros vamos a apostar (sic) sobre todo por el transporte público y que esto no suponga un gran coste para los ciudadano (sic). Actualmente las guaguas no funcionan en tiempo y hora.

–¿Promoverá la cultura canaria?

–Totalmente, tengo una especial sensibilidad por Canarias (sic) y conozco su cultura (sic). Tenemos una propuesta de modificar el modelo de Televisión pública que haga una puesta mayor de dar a conocer la cultura de esta tierra y que los canarios conozcan la historia de esta tierra como la apuesta por el deporte autóctono, folklore, y demás (sic). En un primer momento se hizo pero se ha perdido esto convirtiéndose en el panfleto político de una determinada formación. Hoy presentamos nuestro panfleto de cultura en Lanzarote (sic).

–¿Modificaría la ley electoral canaria y que cada voto tenga el mismo valor en todas las islas?

Por supuesto, lo llevamos en nuestro programa, vamos a recuperar la democracia, porque los índices democráticos de Canarias son más bajos que los de Tanzania (sic).

–¿Mantendría el proyecto de tren en Gran Canaria, contra el cuál se han pronunciado algunos de sus compañeros?

Creo que ese es un tema lo suficientemente importante para que los decidan los ciudadanos, les preguntaremos (sic).

–¿Qué hará Podemos con las familias que no tienen recursos?

Prioridad: una renta mínima para las 58.000 familias que padecen pobreza severa en Canarias.

¿Para qué seguir? Todo es más o menos igual, entre terribles denuncias y admoniciones contra los políticos que se han llenado los bolsillos y partidos miserables – aquellos que han representado como media el 85% de los votos emitidos en el último cuarto de siglo – que han transformado Canarias en un infierno sin comparación imaginable con el hermoso vergel dotado de espléndidos servicios sociales que relucía en el Atlántico en 1980. Esos canallas que la han convertido en Tanzania, mismamente. Si estas estupideces superficiales y ramplonas, enhebradas en un discurso moralista y campanudo, es todo lo que nos ofrece la izquierda que se pretende alternativa, entiendo que gente como Bravo de Laguna, Ignacio González o Fabián Martín consideren que aún tienen una oportunidad: no dicen cosas mucho más inconsistentes, vaporosas y oportunistas.

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