Alfonso González Jerez

La otra vida de Cervantes

Un amigo me cuenta (y aporta la prueba fotográfica al respecto) que cuando se repatriaron los restos de Manuel de Falla de Argentina (el compositor había muerto en el exilio después de rechazar varias veces las ofertas del régimen de Franco, que incluían una cátedra y una pensión vitalicia) el navío que trasladaba el féretro, el minador Marte, fondeó durante unas horas en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Ocurrió entonces algo astracanesco: se presentó en el buque el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento y ordenó – imagino que no fue una sugerencia – que les fuera cedido el ataúd para pasearlo por la capital. Y evidentemente así se hizo: se improvisó un cortejo – militares, curas, falangistas, alumnos del conservatorio, niños y niñas de Acción Católica – y los congregados se dieron un garbeo con el muerto por la Plaza de España y la Alameda del Duque de Santa Elena. Es imposible no fantasear con el asombro de los viandantes de esa tarde de septiembre en la miserable Santa Cruz de la posguerra sembrada de hambre, miedo y suciedad, observando el desfile de los restos de un genio exiliado del que no podían tener ni puñetera idea. Después de orearlo un par de horas el cadáver fue devuelto para su destino final en Cádiz. La necrofilia es una pasión nacional, una irreprimible vocación nacionalista, y basta para practicarla que el muerto esté bien muerto y que, una vez celebrados los fastos, se le olvide rotundamente.
En el antigua convento de las Trinitarias de Madrid un equipo de científicos creen que pueden haber encontrado parte de la osamenta de Miguel de Cervantes. Allí fue enterrado, en efecto, por propia voluntad, porque la orden trinitaria fue quien gestionó su rescate cuando estuvo preso en Argel. No voy a decir que, para los que queremos a Cervantes, el hallazgo no sea conmovedor; en cambio, la inevitable manipulación política y simbólica, con mefíticas alusiones a la marca España  y demás zarandajas estúpidamente publicitarias, resulta estomagante. Lo cierto es que jamás – y eso lo ha dejado establecido ya la investigación científica – encontraremos la tumba de Cervantes. Y no se encontrará porque murió casi en la indigencia – la familia solo pudo abonar dos miserables misas por el descanso de su alma – y rodeado por la más absoluta indiferencia de la Corte, de los aristócratas, de sus propios compañeros de su generación literaria. Cervantes fue pobre toda su vida, fracasó como autor teatral, la única vía por la que un escritor ganaba dinero en su época, se le negaron cargos, favores y honores, sufrió prisión por deudas, sus hijas amargaron sus últimos años con estúpidos devaneos.  Tan indiferentes fueron a su obra los que lo dejaron morir en la indigencia como lo son hoy los que pretenden vampirizar su figura para una ideología de poder y elevarlo para compartir hornacina con jugadores de fútbol, paellas canónicas o paradores nacionales. Y, sin embargo, aunque se permita en voz baja alguna queja, nunca perdió el humor, jamás cayó en el infecto pozo del resentimiento y supo perfectamente que había creado una novela inmortal que rompía todas las reglas y convenciones de su tiempo y simultáneamente provocaba las carcajadas de los taberneros y sus clientes. Los científicos ya pueden regresar a sus casas y sus laboratorios. Cervantes no necesita ni necrópolis, ni cortejos, ni marcas. En su lecho de muerte escribió a sus amigos: “Deseando veros presto contentos en la otra vida”. Y así ha ocurrido: contentos, maravillados y conmovidos nos encontramos con Cervantes cada vez que abrimos sus libros, cada vez que salimos de nuevo a recorrer el renovado juego del mundo, de la vida y la literatura con Don Quijote de la Mancha al frente de un ejercicio deslumbrante de libertad creativa.

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Fuera de lugar

En sus maravillosas memorias, Fuera de lugar, Edward Said escribió alertando sobre un nuevo chauvinismo africano: “Los peligros del chauvinismo y la xenofobia son reales. Es mejor la opción en que Caliban ve su propia historia como aspecto parcial de la historia de todos los hombres y las mujeres sometidos del mundo y comprende la verdad compleja de su propia situación histórica y social”. En realidad la lúcida reflexión de Said sirve simultáneamente para los pueblos africanos y europeos. Loa africanos que intentan llegar a Europa a través de la emigración clandestina no empiezan a sentirse fuera de lugar en Berlín, en París o en Barcelona, sino en su propio país, donde son casi literalmente invisibles para los poderes públicos. Destruidos o sometidos a mercados controlados desde Europa los cultivos agrícolas, desbaratadas las administraciones públicas que a menudo son instrumentos de explotación de una minoría, privatizadas explotaciones mineras y empresas en manos de compañías multinacionales, los africanos huyen por el hambre y la insalubridad. No por la guerra, sino generalmente por su miseria y la de todos los suyos. Decenas de miles de senagaleses y malienses  intentan huir todos los años y Senegal y Malí son países tranquilos y dotados de instituciones semidemocráticas.  Tal y como recuerda Boubacar Boris Diop la sociedad civil africana también permanece callada ante las masacres de jóvenes somalíes, liberianos o marroquíes frente a las costas europeas. Incluso en sus países las élites políticas e intelectuales no quieren oír hablar de ellos.

Ante las miles de personas ahogadas en el Mediterráneo se escuchan voces redentoras que señalan el dedo acusador hacia los propios europeos. La prosperidad europea no es ajena al caos político africano, a su saqueo infame, a la pobreza creciente de la mayoría, a sus brutales desigualdades de renta. No mienten los acusadores, pero es más que dudoso que las clases medias y trabajadoras de Europa se sientan corresponsables de esta catástrofe indescriptible. No se reconocen como un aspecto parcial de la historia de todos los hombres y mujeres, sino como parte de una colectividad agredida cuya cohesión social está en peligro y  entienden al emigrante como un enemigo: las elecciones y sondeos electorales en todo el continente, desde Finlandia hasta Francia, así lo demuestran. Y sin embargo el aumento de medidas administrativas y medios militares – la fortificación del balneario europeo – no podrán evitar que el Mediterráneo se transforme en una fosa común para miles de jóvenes. Lo seguirán intentando una y otra vez y el mar se teñirá de rojo incesantemente. El éxito de Europa como fortín blindado será el fracaso de Europa como proyecto político. Seremos cada vez más viejos, cada vez más ineficientes, cada vez más solitarios, cada vez menos ciudadanos en democracias que se degradan alimentadas por nuestro propios miedos e impotencias y quizás una mañana, antes de emprender ese trabajo por 400 euros mensuales, descubramos nuestro propio rostro en el espejo de África. El siglo XXI amenaza con dejarnos a todos fuera de lugar.

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Imputaciones y dimisiones

Hace unos días mantuve en las redes sociales una conversación con varios amigos sobre la imputación de Pedro Fernández Arcila por varios delitos, decidida por un juzgado de Granadilla. Lo que más me alarmó, por parte de mis interlocutores de Alternativa Sí Se Puede, fue la combinación entre patriotismo de partido y una ignorancia judicial y procesal que demostraban apasionada, tercamente. Según su relato – el que se ha mantenido en intervenciones y comunicados públicos – la imputación de Fernández Arcila es el podrido fruto de una conspiración grotesca que pretende destruirlo política y electoralmente. Fue inútil advertirles que ningún partido político ha imputado a Fernández Arcila, sino la autoridad judicial. Tan inútil como recordarles que, jurídicamente hablando, no existen imputados verosímiles o inverosímiles, sino imputados sin más. En definitiva, a su compañero le estaba ocurriendo lo que ellos habían decidido y no lo que había decidido un juez.
A Fernández Arcila le avala un comportamiento público de muchos años – en la política y en la abogacía  — caracterizado por la honradez y la honorabilidad, por la generosidad, la bonhomía y la transparencia. Estoy razonablemente convencido de que podrá demostrar en el juzgado de instrucción que su asesoramiento al anterior gobierno municipal de Granadilla de Abona se ajustó en todo momento a la legalidad y que este asunto será archivado. Lo que servidor le pedía en todo caso a Alternativa Sí Se Puede es una reflexión – quizás necesaria para todos – sobre las relaciones entre actitudes políticas y decisiones judiciales. ¿Es razonable elevar a norma universal que un político –o un candidato electoral –imputado por un juez deba dimitir inmediatamente? ¿Debería hacerlo acaso Fernández Arcila? En mi opinión no. Desgraciadamente Alternativa Sí Se Puede, como el resto de los partidos tradicionales o emergentes, no está dispuesta e embarcarse en este debate, y opta, como todos los demás, por los aspavientos dramáticos, la indignación polifónica, la rumurología espesa, las versiones conspiranoicas –tengan o no un poso de verdad – y la defensa numantina de sus cargos y dirigentes. Y la mayor prueba de este porfiado error es la decisión tomada ayer por SSP de recurrir el archivo provisional de las imputaciones del alcalde de La Laguna y candidato presidencial de CC, Fernando Clavijo. En un comunicado de prosa superferolítica y argumentación punto menos que neurótica, Francisco Déniz concluye en que resulta “totalmente inexplicable” el archivo de las imputaciones de Clavijo, quien “no ha demostrado nada”. No es al señor Déniz ni al respetable público al que Clavijo debía demostrar nada. Han sido la fiscal del caso, la Fiscalía Anticorrupción y, finalmente, la juez competente, quienes no han visto indicios de delito en los comportamientos de Clavijo investigados durante varios meses. Claro que esto se le pueden antojar simples tecniquerías al señor Déniz. Tecniquerías que se llaman Estado de Derecho, Derecho Procesal y demás fruslerías diseñadas malignamente para evitar que la justa ira del pueblo caiga sobre los apriorísticamente culpables. No logro deshacerme de la incómoda sensación de que lo que intenta la dirección SSP es  mantener una imputación viva para que la suya no se quede sin compañía en los medios de comunicación.

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Un sucio y espeso aviso

Hace cerca de un año el Gobierno de Canarias remitió al Gobierno central un plan de contingencia contra vertidos de crudo en el mar redactado por la Dirección General de Emergencias para su obligatoria homologación por el Ministerio de Fomento; hasta donde me alcanza la memoria, jamás se produjo una respuesta positiva. Por supuesto, el diseño del plan estuvo estimulado por las prospecciones de Repsol en las proximidades de las costas de Fuerteventura y Lanzarote, a las que el Ejecutivo regional, varios cabildos, numerosas fuerzas políticas y asociaciones ecologistas se opusieron frontalmente. Sin duda cabe criticar agriamente la palmaria insensibilidad del Ministerio de Fomento, pero el plan de la Dirección General de Emergencia sigue siendo un misterio, porque no estuvo precedido de una evaluación concienzuda (y públicamente expuesta) de los medios profesionales, técnicos y financieros de los que dispone las administraciones públicas canarias para enfrentarse a la catástrofe potencial que una derrame de crudo o combustible puede significar tanto para los ecosistemas marinos como para las costas y habitantes del Archipiélago. Resulta francamente grotescos que nos obliguen a descalzarnos y transitar bajo arcos magnéticos para tomar un avión a Lanzarote o El Hierro, y en cambio, los peligros que supone  –pese a las mejoras en la seguridad marítima –el tránsito anual de 35.0000 buques mercantes entre los puertos canarios – sin contar con los petroleros — casi esté resignado a la buena fortuna.
Con el hundimiento del pesquero de bandera rusa Oleg Naydenov al sur de Gran Canaria esta ruleta se ha detenido en una casilla a más de 2.400 metros de profundidad. El riesgo es menor por un conjunto de circunstancias (profundidad del hundimiento, corrientes marinas, cantidad relativamente modesta del fuel en los tanques del buque) pero no despreciable. Más que una catástrofe habría que tomarlo como un aviso en toda regla de lo que podría no ocurrir hasta dentro de veinte años, pero también podría suceder pasado mañana. Articular normativa y técnicamente una zona marítima de especial protección para Canarias no es especialmente arduo. El único político isleño que se ha ocupado positivamente de este asunto es José Segura, quien desde varias responsabilidades y en numerosas intervenciones y propuestas en el Congreso de los Diputados ha ejecutado un análisis impecable de las exigencias y necesidades que, en materia de seguridad marítima, debe plantear y resolver Canarias. Dos buques de salvamento de nueva tecnología avecinados en las islas, una embarcación rápida de salvamento, dos bases de lucha contra la contaminación eficazmente dotadas en Tenerife y Gran Canaria, equipos de técnicos debidamente adiestrados y coordinados entre el Gobierno autónomo y cabildos, cobertura de seis estaciones de radares garantizadas y un Plan de Navegación reconocido internacionalmente para ordenar y discriminar el tráfico entre las islas son algunos de sus elementos. Lo que falta es interés de los gestores públicos, voluntad política, priorización de las actuaciones, conocimiento de la materia. Lo que sobra es soberbia ministerial y oportunismo aldeano.

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El destino de Podemos

Hace un par de días se publicó un artículo muy interesante sobre la situación en la que se encuentra Podemos bajo el título Regeneración o ruptura y firmado por Emmanuel Rodríguez. Su interés no radica en su brillantez analítica, sino en su capacidad de expresar las contradicciones básicas del proyecto que, por supuesto, el autor no asume y quizás no identifica. Emmanuel Rodríguez  apunta que debe darse por concluido el ensueño podemista de “llegar al poder de un solo golpe” (se refiere, como es obvio, a ganar las próximas elecciones autonómicas y generales) y obtener el poder “para aplicar no se sabe bien qué programa de transformación”. Denuncia el progresivo vacío y la ambigüedad crecientes de las propuestas de Pablo Iglesias y su dirección, su obsesión por la transversalidad socioelectoral, la asunción sin tapujos de su condición de catch-all party hasta el extremo de renegar el eje izquierda-derecha y engalanarse de entorchados patrióticos. Rodríguez insiste en que no se puede desembarcar en el poder sin una organización partidista potente y bien instalada social y territorialmente y parece añorar la firmeza rupturista de la campaña para las elecciones europeas de 2014, la concreción y agresividad de su discurso, la radicalidad de sus propuestas. Debe abandonarse la suposición de una “ventana de oportunidad” abierta por la crisis económica y la fragilización del sistema de partidos y prepararse para una “guerra de posiciones” en el ecosistema cuatripartito que se avizora para los próximos años.

Rodríguez – y quienes comparten este diagnóstico en Podemos, cada vez más numerosos – prefiere no reparar en que su opción no significa otra cosa que Podemos se resigne a un papel minoritario en la política española. Simplemente porque las clases medias urbanas – aunque castigadas y empobrecidas por la crisis – no están dispuestas a apoyar mayoritariamente a proyectos políticos rupturistas que incluyan la apertura procesos constituyentes, la estatatalización de sectores económicos y demás fuegos artificiales que acompañaron a Podemos en el pasado verano. Si Iglesias, Errejón y compañía diluyeron tales ofrendas fue, precisamente, porque con semejante perfil programático jamás superarían los márgenes electorales tradicionales de la izquierda no socialdemócrata en España: ese intervalo que, en condiciones óptimas,  oscila entre el 10 y el 12% de los votos. Podemos se transformaría, en definitiva, en la Izquierda Unida de los lustros venideros, lo que no parece un viaje ni un viraje muy promisorio a la utopía. La construcción (instantánea o demorada) de una hegemonía política, electoral e ideológica es una ilusión – algunos creemos que democráticamente perversa – destinada a estrellarse una y otra vez en una sociedad (y un conjunto de instituciones públicas) tan compleja y pluralmente articulada como la de España. Y también la de Canarias. Y aquí – ni en ningún sitio – se supera esta situación farfullando consignas y eslóganes al estilo insuperable de Noemí Santana, transmutada ahora en entusiasta periquita del proletariado.

 

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