Un diputado de Vox llamó ayer bruja a una diputada socialista en un debate sobre la reforma del Código Penal. El presidente accidental del Congreso de los Diputados llamó al orden al diputado ultraderechista y le pidió en dos ocasiones que retirase la expresión. El jabalí se negó y fue expulsado del hemiciclo, mientras sus compañeros de bancada protestaban airadamente. Si una roja se ponía a expectorar mentiras, ¿por qué no se le podría llamar bruja? Después he podido escuchar a lo largo de la tarde diversas excusas que pretendían no serlo. Yo estoy de acuerdo en que está mal insultar a los señores y señoras de Vox, aunque curiosamente no recuerdo que ningún diputado voxista haya exigido que no les llamaran franquista. Vox es un caso extraño de extrema derecha moderada si se me permite la contradictio in adjecto. Para Vox el franquismo, más que un referente ideológico, es una suerte de nostalgia benemérita. El régimen de Franco –piensan — básicamente estaba bien, aunque bajo el Caudillo se produjeran algunos excesos criticables, vaya, eso dicen, quién sabe. Pero ahora mismo su modelo no es la España franquista. En realidad carecen de modelo político-ideológico. Les va muy bien, simplemente, apelando a la patria irredenta, ciscándose en el actual orden constitucional y anunciando un apocalipsis zombi si continua en el poder el Gobierno socialcomunista. Sus valores se obtienen invirtiendo el de sus adversarios: feminismo, ecologismo, multiculturalismo, democratismo. Les basta con negarlos. Sus votos están en las clases medias bajas y cada vez más las clases trabajadoras urbanas presas del miedo, del hartazgo de una crisis interminable, de la desazón frente a cambios culturales que deben enfrentar en un estado de permanente zozobra. Son muchos cientos de miles de personas que la izquierda ha dejado de lado y a las que la derecha tradicional no supone un horizonte de cambio, sino más de lo mismo, es decir, los ricos cada vez más ricos gracias al lubricante de la retórica. Vox ni siquiera practica un populismo económico, presupuestario o fiscal, porque Iván Espinosa de los Monteros – un prominente promotor inmobiliario — y su grupito de acólitos mantienen una adscripción liberal –menos impuestos, servicios sociales reducidos, contención del gasto – frente a cualquier tentación extraña. Por eso mismo –porque no tienen un proyecto político definido y congruente para España — la ridiculización de los valores progresistas y la humillación de aquellos que los defienden resultan cruciales para Vox. No es que hayan apostado por la guerra cultural y los encontronazos axiológicos. Es que son fundamentalmente – publicitariamente — una guerra de guerrillas en el campo de los valores políticos y sobre todo morales, y muy poco más.
Se entiende, entonces, que una mujer que defienda el derecho al aborto, y que reafirme que una ciudadana que haya decidido abortar no puede ser acosada pública o privadamente, deba ser tildada de bruja. Seguro que algunos de los ancianos que pueden estar leyendo esta columna recordarán al antropólogo Marvin Harris, el creador del muy discutido y discutible materialismo cultural. En uno de sus libros más populares, Harris se refería a lo que denominó la locura de las brujas. Entre los siglos XIII Y XV fueron asesinadas – a menudo en la hoguera – decanas de miles de mujeres en toda Europa acusadas de practicar la brujería. El antropólogo argumenta que buena parte de esta chifladura estaba relacionada con movimientos milenaristas de carácter más o menos revolucionarios que amedrentaron a príncipes, obispos y señores feudales. Si todo iba mal, efectivamente, había que buscar un responsable que no pusiera en cuestión el orden social, que era al mismo tiempo el orden económico, religioso y simbólico. Alguien responsable del hambre, las malas cosechas, la peste, los abusos tributarios. Las brujas jugaron ese papel: lascivas, ingeniosas, malignas, independientes, sin ningún miedo a los poderes del mundo. Cuando el diputado de Vox grita: “¡Bruja¡” repite esta ceremonia secular de horrorizada purificación. Porque está asustado. Realmente asustado.