Como casi todo el mundo estoy pegado a una pantalla para seguir los resultados de las elecciones presidenciales en Brasil. Cuando escribió esto ya ha sido escrutado más del 60% y sigue ganando Bolsonaro. Empiezo a escuchar los gritos y el crujir de dientes de las izquierdas. Si Lula da Silva consigue ganar finalmente será por un margen muy estrecho. Puede pasar casi cualquier cosa, pero decido no repartir natillas entre los progres, ejército horrorizado del que todavía formo parte. ¿Cómo es posible que un tipo con Bolsonaro – una ultraderecha que abomina de la democracia representativa y de los valores constitucionales de la República — tenga tanta fuerza en las urnas? Un secreto explicativo: la izquierda petista ha estado enfangada en una corrupción oceánica. Son muchas docenas de cargos y excargos públicos del PT sometidos a procesos judiciales a nivel local, estatal y federal. La decadencia político-electoral del PT – burocratismo, oportunismo, corrupción – ha llevado al propio Lula a tomar distancia, antes incluso de ser excarcelado, con su antigua organización política. Obviamente puede y debe contar con ella (y viceversa) pero el expresidente ha intentado construir una mayoría que sobrepase y, hasta cierto punto, camufle al PT. Porque sí, es cierto. Lula da Silva resulta todavía inmensamente popular entre millones de brasileños. Pero también (y desde hace tiempo) es entendido por otros tantos como una esperanza frustrada. Sería terrible que un sujeto como Bolsonaro continuara gobernando una potencia como Brasil, con todo el impacto de la influencia de su vocación reaccionaria y guerracivilista en Latinoamérica. Pero la izquierda brasileña –como la latinoamericana – tiene una responsabilidad directa y evidente en este estropicio y en la amenaza que representa el bolsonarismo para todo el subcontinente.
Aquí todavía somos más modestos. Con algo hay que distraerse mientras se sigue cayendo el mundo me encuentro con la Como casi todo el mundo estoy pegado a una pantalla para seguir los resultados de las elecciones presidenciales en Brasil. Cuando escribió esto ya ha sido escrutado más del 60% y sigue ganando Bolsonaro. Empiezo a escuchar los gritos y el crujir de dientes de las izquierdas. Si Lula da Silva consigue ganar finalmente será por un margen muy estrecho. Puede pasar casi cualquier cosa, pero decido no repartir natillas entre los progres, ejército horrorizado del que todavía formo parte. ¿Cómo es posible que un tipo con Bolsonaro – una ultraderecha que abomina de la democracia representativa y de los valores constitucionales de la República — tenga tanta fuerza en las urnas? Un secreto explicativo: la izquierda petista ha estado enfangada en una corrupción oceánica. Son muchas docenas de cargos y excargos públicos del PT sometidos a procesos judiciales a nivel local, estatal y federal. La decadencia político-electoral del PT – burocratismo, oportunismo, corrupción – ha llevado al propio Lula a tomar distancia, antes incluso de ser excarcelado, con su antigua organización política. Obviamente puede y debe contar con ella (y viceversa) pero el expresidente ha intentado construir una mayoría que sobrepase y, hasta cierto punto, camufle al PT. Porque sí, es cierto. Lula da Silva resulta todavía inmensamente popular entre millones de brasileños. Pero también (y desde hace tiempo) es entendido por otros tantos como una esperanza frustrada. Sería terrible que un sujeto como Bolsonaro continuara gobernando una potencia como Brasil, con todo el impacto de la influencia de su vocación reaccionaria y guerracivilista en Latinoamérica. Pero la izquierda brasileña –como la latinoamericana – tiene una responsabilidad directa y evidente en este estropicio y en la amenaza que representa el bolsonarismo para todo el subcontinente.
Aquí todavía somos más modestos. Como con algo hay que distraerse mientras se sigue cayendo el mundo me encuentro con la decisión del PP – perdón: de Manuel Domínguez – de colocar como cabeza de lista al Parlamento por Tenerife a Rebeca Paniagua. Leo por ahí que lo hace para contrarrestar el efecto Ana Oramas o algo por el estilo y empiezo a alarmarme por Rebeca, que es una buena periodista – como todos los buenos periodistas ha hecho lo que le han dejado en los distintos medios en los que se ha desenvuelto– y mejor persona. Me imagino que decir que alguien debiera advertirle a Domínguez que se equivoca es perfectamente inútil. Es un error porque supone básicamente una falta de respeto a sus compañeros con una rentabilidad ciertamente inapreciable. Luz Reverón, una de las mejores diputadas de la Cámara regional, no se merece esta afrenta. ¿Quién les ha garantizado a los líderes políticos recentales que los periodistas y presentadores de televisión son candidatos potentes capaces de arrastrar votos? Para que ocurra tal milagro debe reunir, al menos, dos condiciones. Primero que sea extraordinariamente conocidos y no simplemente reconocibles. El nivel mínimo es de Matías Prats. Segundo que su perfil profesional se haya caracterizado por la crítica, la polémica, el escándalo, una parcialidad incurable, cierto griterío cataclismático. Por supuesto tal actitud no define a Rebeca Paniagua, como no definía en absoluto a Vidina Espino, a la que Ciudadanos no solo puso en la lista al Parlamento por Gran Canaria, sino que designó nada menos que como candidata presidencial. ¿Qué audiencia tenía el programa que llevaba Espino en la casi extinta Antena 3 canaria? ¿Y Paniagua en la televisión autonómica? En vez de inventar nadas nadeantes Domínguez debería explicar lo que quiere hacer con Canarias en los próximos cuatro años además de bajar muchos, muchísimos o todos los impuestos. Lo que haría, por ejemplo, como la renta canaria, la reforma de la administración pública o la Formación Profesional.