Como norma general cuando un partido o plataforma política se agarra furiosamente a la campaña electoral es porque algo o mucho le va a mal. Las campañas electorales tienen una influencia tenue –cada vez más tenue – en el sentido del voto. En etapas de grave crisis – y la actual es algo más que una crisis grave – esa influencia deviene todavía menor. Si un partido se aferra con desesperación a la campaña es que sus datos son malos, y en Canarias eso ocurre con el PSC-PSOE y CC, ahora en coalición con Nueva Canarias. Por supuesto, el partido mejor situado no baja la guardia, pero sabe que el trabajo básicamente está hecho. Es el caso del PP, por supuesto, al que probablemente espera una mayoría absoluta superior a la obtenida por José María Aznar en el año 2000. Aquí se apuntan tres factores fundamentales que han influido en los últimos meses y que influirán, sin duda, en los próximos quince días, con sus correspondientes efectos en las urnas y con posterioridad al cierre de las mismas.
1. La irritación, la inestabilidad y el miedo guardan la viña electoral del PP. Cinco millones de parados son un lastre electoral insuperable, ciertamente, y Alfredo Pérez Rubalcaba no se los puede echar a espaldas y seguir impartiendo pedagogía política socialdemócrata cuando el Gobierno del que ha formado parte ha sido incapaz –como todos los partidos socialdemócratas europeos – de diferenciar sus diagnósticos y políticas presupuestarias de lo que ha marcado la ortodoxia de Bruselas, codificada por el Gobierno alemán y el Banco Central Europeo. Simplemente no puede hacerlo: carece de credibilidad, por muy bien que imite a José Mota. Con mayor o menor conocimiento técnico los ciudadanos españoles (y canarios) escuchan las campanas funerarias dela Unión Europea, ese Apocalipsis tan sesudamente concertado, y el miedo, la incertidumbre, la oscuridad del futuro aumentan. Si la inestabilidad política en Europa crece (si, por ejemplo, Grecia sorprende con otra pirueta o Italia se ve intervenida) el PSOE se desangrará todavía un poco más. Al PP, como al director de una película de catástrofes, todo lo que se derrumbe le viene bien. Sus propuestas de cambio son generalmente vagas, inconsistentes, autocontradictorias o inverosímiles: es la fiereza del elector por castigar al PSOE, por ejercer un acto catártico a pie de urna, lo que hincha las alforjas de las papeletas de Mariano Rajoy. Debe rechazarse el tópico de que los electores progresistas se quedan en casa y esa actitud desafecta y gandula proporciona la victoria de los conservadores. Nada de eso. Se trata de un traspase de voto que los analistas vienen registrando en España desde hace más de una década y a la que Canarias no es inmune: de la mayoría absoluta del socialista Jerónimo Saavedra en el ayuntamiento de Las Palmas se pasó a la mayoría absoluta del conservador Juan José Cardona. Cabe pronosticar sin errar demasiado que el trasvase de votos será, sobre todo, del PSOE al PP en la provincia oriental y, mayoritariamente, de Coalición al Partido Popular en la provincia occidental.
2. Las viejas y nuevas izquierdas a la izquierda se llevarán un palo, y de nuevo, en beneficio del PP. El éxito (relativo: sobre todo periodístico) del movimiento del 15-M, de los indignados, ha llevado a una constelación de partidos de izquierda a la convicción de que podrán trasladar ese descontento a la representación parlamentaria. En Canarias esta convicción se ha visto reforzada por el éxito (moderado) de opciones como Sí se puede o por los resultados (más moderados aun) de la coalición entre Izquierda Unida, Socialistas por Tenerife y Los Verdes. IU también cree que llega la hora de su recuperación. Es difícil sostener argumentalmente esta convicción: el escaño sale muy caro, en término de votos, capacidad económica e implantación social y mediática, en unas elecciones generales. Es simplemente una fantasía considerar que la nueva coalición encabezada por Alternativa Sí se puede y matrimoniada con Equo obtendrá diputados el próximo día 20. Sin cuestionar un ápice su legitimidad – y su condición de punto de partida para articular una colaboración política futura entre opciones ecosocialistas – su existencia beneficia objetivamente a la victoria inapelable del Partido Popular. Lo mismo ocurrirá con las manifestaciones y concentraciones que, a buen seguro, convocará Democracia Real Ya en el último tramo de la campaña electoral. La deslegitimación del papel de intermediación política de los partidos en las democracias representativas es claramente creciente, pero no tendrá efectos demasiado apreciables en los resultados electorales, por la obvia razón de que el vigente sistema político no tiene cauces ni espacios para la manifestación y el rechazo críticos al propio sistema, salvo el voto nulo o la asbtención. La crisis de legitimación de la democracia representativa seguirá aumentando en los próximos años y tendrá un nuevo estímulo político e ideológico: un partido, el PP, que gobernará en España y en la inmensa mayoría de las comunidades autónomas y capitales de provincia. La mayor concentración de poder político e institucional desde la aprobación dela Constitución de 1978. Quien tiene (casi) todo el poder tiene asimismo (casi) toda la responsabilidad en las decisiones políticas. Será el adversario más fácilmente identificable y más unificador.
3. Una victoria arrolladora del Partido Popular tendría consecuencias inevitables en las organizaciones políticas de los derrotados. No es probable, pero el PSOE puede quedarse con apenas un centenar de diputados. La crisis que se abriría entre los socialdemócratas españoles sería inmediata y de proporciones difícilmente imaginables ahora mismo, con un secretario general, Rodríguez Zapatero, huérfano de cualquier autoridad, y un candidato presidencial, Pérez Rubalcaba, hundido en el descrédito. El PSOE estaría abocado a una refundación, desarmado y hasta destartalado durante los próximos cuatro años, o podría optar, por la olivización al estilo italiano: encabezar una coalición de izquierdas para dentro de tres años y para ganar visibilidad e iniciativa política mientras tanto. Para Coalición Canaria, verse reducida a un par de escaños (y eso gracias a NC) representaría, asimismo, un golpe muy duro, porque arruinaría buena parte de su discurso – y su propia razón de ser – como interlocutora con el Gobierno español. El grupo parlamentario – perdido ya hace ocho años – es un instrumento básico en la praxis política y en la legitimidad funcional de Coalición Canaria, tengan PP p PSOE mayoría absoluta o no la tengan. La debilitación de Coalición, por lo demás, sería una invitación del PP para constatar que el nacionalismo en el poder autonómico desde 1993 puede ser batido fácilmente, ¿y por qué no hacerlo planteando una oferta de moción de censura contra Paulino Rivero? Un triunfo amplio, aplastante, demoledor del PP, con CC reducida a la mínima expresión representativa en las Cortes, podría llevarles a ser desusadamente generoso con los socialistas en la comunidad autonómica canaria. Muchos dirigentes y alcaldes coalicioneros parecen no advertirlo, pero es una posibilidad latente, que Soria no dejará morir en Madrid, sino que, en todo caso, reactivará. Y cuanto antes, porque la catastrófica evolución económica y el paro auguran para el Gobierno de Mariano Rajoy un invierno muy duro y una primavera ardiente de conflictos laborales, manifestaciones y desórdenes sociales de ciudadanos hastiados por una crisis impuesta como un modo de vivir. De mal vivir. De sobrevivir malamente, sin tregua ni esperanza.