Cuando, en las elecciones del pasado 22 de mayo, Coalición Canaria obtuvo 21 diputados – los mismos escaños que el Partido Popular, pero con 63.000 votos menos – los más escépticos entre los dirigentes nacionalinsularistas se hicieron cruces con la sabiduría presidencial de Paulino Rivero, que insistió en Lanzarote, una y otra vez, como una plaza electoral decisiva, hasta el punto de cerrar ahí personalmente la campaña. Una vez más CC logró encabezar el Gobierno autonómico y controlar la mayor parte de las áreas del Ejecutivo aunque, por segunda vez consecutiva, pasan a ser la segunda fuerza parlamentaria. Pero observada con cierta distancia la situación política de Coalición dista de ser tranquilizadora para sus dirigentes. El nacionalismo canario vive una crisis estructural de la que, sorprendentemente, muchos de sus responsables no parecen ser conscientes. Las elecciones generales previstas para noviembre la agudizarán. Las razones son básicamente tres y en ellas se interrelacionan cada vez más agónicamente objetivos, medios y circunstancias.
1.El desgaste del proyecto político de CC y la difuminación de su discurso. ¿Qué utilidad tiene hoy CC como instrumento político? La agudísima y prolongada crisis económica – con un impacto social y laboral especialmente intenso en Canarias – amenaza con la obsolescencia al discurso coalicionero. A menudo se ha ironizado señalando que el nacionalismo de CC es, fundamentalmente, nacionalismo presupuestario, y aunque se trata de una exageración un tanto caricaturesca, no es una afirmación ajena a la realidad. El nacionalismo necesita mostrar y demostrar que sin su acción política el secular abandono del centro erosiona o erosionaría el bienestar de los ciudadanos, la cohesión social, la integración territorial: hospitales, escuelas, carreteras, puertos, subvenciones empresariales. Desde el momento en que, simplemente, no hay un duro, el nacionalismo solo le queda gestionar restricciones de todo orden y su supuesto plus político y simbólico –su alardeada capacidad para obtener recursos y medios frente a los poderes del centro político –desaparece. Se difumina rápidamente. Coalición se ve reducida a intentar mensajes cada vez más inverosímiles, como eso de que los tijeretazos presupuestarios no influirán en los sistemas públicos de sanidad, educación o asistencia social.
2. La voz Canaria en Madrid: cuatro años de afonía. Como ocurre con el nacionalismo vasco del PNV y, sobre todo, con el nacionalismo catalán de CiU, los instrumentos políticos básicos de cualquier gobierno nacionalista son el control del poder ejecutivo autonómico y sus representantes en las Cortes. En el caso de Coalición Canaria los diputados y senadores han jugado un papel fundamental. Pero las cosas pintan mal. Primero, Coalición no ha dejado de perder votos en las elecciones generales desde el año 2000. Los cuatro diputados que comandaba José Carlos Mauricio en el Congreso se han reducido a dos. Merced a la alianza con Nueva Canarias Coalición espera no seguir desagrándose, pero es difícil imaginar que un candidato como Pedro Quevedo obtenga 58.000 votos en la provincia de Las Palmas. En todo caso no hay encuesta medianamente seria que no conceda al Partido Popular de Mariano Rajoy una mayoría absoluta que puede llegar a ser atronadora. En ese océano entusiasta solo sobrevolado por gaviotas azules los dos o tres diputados de la coalición electoral entre CC y NC serán, muy probablemente, náufragos de piedra. El hecho de que los coalicioneros estén gobernando con el PSOE en Canarias no mejora precisamente las cosas para el proyecto nacionalista y sus relaciones con el inminente gobierno conservador español.
3. La pérdida de la centralidad en el espacio político canario. Gobernamos con quien nos convenga, solían salmodiar los gerifaltes de Coalición Canaria. Bien, ya no pueden hacerlo. La condición imprescindible para permitirse ese lujo – la condición de centralidad en el espacio político canario – solo se puede disfrutar, a medio plazo, si mantienes, o recuperas inmediatamente en caso de perderla, la condición de primera fuerza parlamentaria, mientras conservas un alto grado de implantación municipal. No es el caso, claro. José Manuel Soria, líder del PP canario desde 1999, lo ha entendido perfectamente. Ha entendido, hace tiempo, que el principal adversario electoral en las islas en las que el PP debe crecer – Tenerife yLa Palma – es Coalición Canaria; en absoluto el PSC-PSOE. Después de intentar reventar la unidad interna de CC y hacerse con la investidura presidencial, Soria intenta ahora desplazar a los coalicioneros de corporaciones que controlan desde hace muchos lustros: lo ha conseguido en diversos ayuntamientos y, recientemente, en el Cabildo de El Hierro. Sin duda insistirá para organizar el abordaje del gobierno en el Cabildo palmero. Se trata de una señal inequívoca dirigida a los mandamases de Coalición:la Presidencia de Paulino Rivero les va a salir cara. Muy cara. En este capítulo se han producido errores y gansadas que solo pueden explicarse por el apoltronamiento en el poder durante demasiados años o por avestrucismos personalistas y a menudo mezquinos. El abandono de Tomás Padrón de la política institucional, y su, sin embargo, imposición de Belén Allende como candidata al Cabildo de El Hierro es un ejemplo. Y otro todavía más asombroso esLa Palma: Antonio Castro en la presidencia del Parlamento, José Luis Perestelo marchando al Congreso de los Diputados para luego salir a escape hacia el Parlamento regional, las plazas de Santa Cruz y Los Llanos afrontadas con candidaturas débiles y Guadalupe González Taño (excelente técnica pero política muy en agraz) como cabeza política al Cabildo. En amplios espacios y territorios políticos e institucionales a CC le conviene una significativa renovación de su personal político. Llevan 18 años al frente del Gobierno autonómico ininterrumpidamente; en algunas corporaciones locales e insulares, más de veinte. Coalición Canaria necesita reinventarse, resimbolizarse, reanimarse, y eso no pasa por la infinitamente hastiante llamada a la unificación del nacionalismo, que, por cierto, ni siquiera a todos los nacionalistas interesa. Pasa por ver lo que ocurre a su alrededor y asumir que solo una porción minoritaria de su propio electorado se define ideológicamente como nacionalista. En cierto sentido CC no necesita ahora más nacionalismo, sino menos: centrarse más en los problemas vecinales y sociales, en los cortocircuitos de la sociedad civil y en los ataques a la cohesión social, que en los desafíos políticos, jurídicos o fiscales al Estado (que, por otra parte, nunca ha practicado).