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Exorcismo

El Gobierno de los Estados Unidos ha matado a Osama Ben Laden cuando pudo, no cuando quiso. Y pudo hacerlo en el momento en el que las autoridades pakistaníes – en su fascinante y canallesco doble juego entre el occidentalismo y el yihadismo – miraron durante un par de horas para otro lado. Ni siquiera Ben Laden, santo varón criminal y ex agente de la CIA que abominaba del crapuloso capitalismo de los perros infieles, escapó del sino de cualquier habitante del planeta: ser una mercancía con un valor cambiante según el mercado. Y el pasado fin de semana el mercado estaba maduro para su venta.
Leo en algunos comentarios que han conseguido descabezar a Al Qaeda. Por supuesto, se trata de una estupidez consuetudinaria: Al Qaeda no existe. No existe como la ha dibujado el imaginario del terror: una férrea organización piramidal, ubicua y omnisciente que opera bajo criterios unificados. En realidad Al Qaeda jamás ha sido una organización. En su propia dinámica operativa los grupos integristas musulmanes evidencian como características básicas su desconexión social, su desterritorialización, su carencia de relaciones de colaboración continua y sistemática con otros grupos, el aluvión generacional de sus plantillas. Al Qaeda ha sido, en el mejor y peor de los casos, un conjunto de redes grupales que funcionan con extraordinaria autonomía. En esa circunstancia han tenido su mayor ventaja (no existen centros operativos, estructuras logísticas ni dirigentes insustituibles que puedan eliminarse de un bombazo) y también su mayor debilidad. Con algunos detonadores, dinamita, tres o cuatro móviles y un ordenador personal se constituye en un instante una célula de tarados inmisericordes. Al Qaeda (El refugio) ha sido, sobre todo, un ectoplasma semántico. Para las variadas estirpes del integrismo musulmán un instrumento lúcido y milagroso de la ira de Dios. Para los gobiernos occidentales una entidad malévola que existe oportunamente a fin de otorgar sentido a todos los horrores del mundo.
No cabe duda de que Osama Ben Laden fue uno de los autores intelectuales de la masacre del 11 de septiembre de 2001. Pero su papel posterior tiene más que ver con los efectos de una figura iconográfica que con decisiones políticas o militares sobre un proceso foquista que de ninguna manera podía controlar. Más que un asesinato han realizado un exorcismo. El precio todavía no está muy claro.

Publicado el por Alfonso González Jerez en General ¿Qué opinas?

Los socialdemócratas sienten debilidad por las preposiciones adversativas

Encarna, la vecina, apareció por casa con la excusa de traerme un libro. En las últimas semanas la había descubierto en las tiendas del barrio, especialmente, la de los chinos, que frecuenta casi con pasión. Los chinos son auténticamente chinos y su tienda ofrece de todo: desde un variadísimo muestrario de chucherías hasta cervezas australianas, pasando por paragüas baratos que, cada vez que caen dos gotas, colocan en oferta en la misma puerta del establecimiento. Los paraguas se venden a tres euros y desaparecen a las pocas horas, justo antes de que escampe. Entonces el chino, siempre sonriente, acude al trastero que tiene como improvisado almacén y saca otros veinte paraguas. La capacidad del almacén de los chinos es infinita: un agujero negro que conecta con cualquier punto del mercado del capitalismo mundial. Encarna habla mucho con los chinos. Cree que la entienden mejor si utiliza verbos infinitivos. Los chinos están abiertos desde las nueve de la mañana hasta medianoche. El señor desaparece varias horas al día, pero se queda de guardia la señora, que atiende la tienda mientras alimenta, distrae o reprende dulcemente a un niño de año y medio y una media tonelada de peso. Ambos se asombran mucho de la cantidad de vacaciones y días libres que tienen los canarios:
–Vacaciones. Muchas vacaciones. ¿Otra vez vacaciones? Siempre vacaciones.
El chino es un penetrante aunque discreto observador. Solo una vez se tomó con su familia un día libre y recorrieron la isla en el coche de un amigo chino. No se le escapó nada.
–Dicen que aquí cosas muy mal. Poco trabajo. Pero todo el mundo vacaciones.
— Hombre, hombre, las cosas sí están mal…
–Pero fruta en el suelo. Mucha fruta en el campo. En el suelo, tirada en la tierra. Manzanas. Higos. Muchas por ahí y nadie recoge. Entonces mucho mal no está la gente. ¿Quiere un paraguas?
Encarna me ha acercado – aunque no lo ha comprado en los chinos – el opúsculo de Sthépane Hessel, Indignaos, porque estaba segura que no lo iba a comprar. Le tuve que dar la razón.
–¿Y por qué, si puede saberse?
–Es uno de esos libros que uno tiene la gentileza de dejar que te lo regalen los amigos. Entre otras razones, porque es muy barato.
–¿Lo ve usted? Ya estamos con sus apriorismos. Hay un fondo de desprecio en esa observación.
–Para nada. Si incluso veo el libro con simpatía. Claro que existen razones para indignarse…
–¿Pero? En usted siempre hay un pero…
–¿Por qué?
–Los socialdemócratas y socioliberales sienten debilidad por las preposiciones adversativas…
–Lo único que digo es que indignarse es condición necesaria, pero no condición suficiente para entender lo que pasa y reaccionar. Uno se indigna pero a condición de lograr un camino para dejar de estar indignado… Si no te da un infarto o te conviertes en epiléptico.
–¿Y qué? Eso es obvio. Periodísticamente obvio.
–Pues eso, simplemente. La indignación colectiva, por sí misma, no es revolucionaria. Ni siquiera reformista. Ya ve usted cómo muchos franceses indignados votan por el Frente Nacional… ¿Y ese grupo de finlandeses indignados que ha votado también por la extrema derecha?
–Se trata de proponer una indignación ilustrada…
–Ya…
–Una indignación contra la dictadura de los mercados financieros. Nunca antes la brecha entre pobres y ricos ha sido tan profunda y ahora mismo…
—Malditos sean los mercados y la confiscación de los sistemas democráticos y la propia deslegitimación de los sistemas democráticos y de los poderes públicos. Está bien. Pero mire, Encarna, cabe discutir lo de las diferencias entre pobres y ricos…
–¿Cómo? ¿Qué dice?
— Me refiero a esa brecha cada vez mayor. No es universal, ¿sabe usted? En 1989, un 41% de la población mundial vivía en condiciones de pobreza extrema (ingresos por debajo de 1,25 dólares al día). El año pasado, este porcentaje rondaba el 15% de la población mundial. Si en vez de mirar porcentajes observamos cifras absolutas, los resultados son aún más llamativos: en los últimos cinco años 500 millones de seres humanos han abandonado la pobreza más absoluta. Vamos, usted conoce algunos casos, seguro. En China el porcentaje de habitantes que viven por debajo del umbral de la pobreza ha caído del 85% en 1981 al 15% en 2005. En India del 60 al 40%. En Brasil del 17 al 8%. ¿Conoce el crecimiento de Perú en los últimos años? Su PIB creciendo a un ritmo superior al 7% anual y se está creando una nueva clase media, cada vez más pujante, en las grandes ciudades.
— ¿Y de dónde saca usted esos datos supuestamente maravillosos?
— De la revista Foreign Policy.
–Una publicación fuera de sospechas, por supuesto. Alzad los corazones. Pero, en serio…Está usted peor aun de lo que pensaba…Al parecer suscribe ahora el viejo cuento: el capitalismo nos hará ricos a todos…
— Por su propia naturaleza, querida vecina, el capitalismo no nos hará ricos a todos. Y esos crecimientos están preñados de desajustes, desequilibrios, zonas de marginalidad social, abusos, agresiones medioambientales y paisajísticas, agotamiento de recursos no renovables. Por supuesto que sí. La cuestión, sin embargo, es que en esos países, en esas comunidades cuyos sistemas políticos están agusanados por la corrupción, por cierto, no encontrará usted a mucha gente indignada por la dictadura de los mercados financieros del capitalismo global. Encontrará usted a gente obsesionada por salir de la pobreza, por aumentar sus ingresos, por comprar una buena casa, por mandar a sus hijos a la Universidad, por adquirir un automóvil cada cuatro o cinco años, por disfrutar de quince días de vacaciones, por ascender en la escala jerárquica de la empresa, por adornarse con todos los símbolos del éxito social. ¿Entiende usted? Como le oí el otro día en la cafetería de la plaza, no van de su rollo. Ni del mío. Pero lo cierto es que una propuesta política que se basa en el rechazo, y que se funda más o menos abstractamente en un principio ético universalista, tiene francas dificultades para materializarse en cualquier cosa cuando quienes deben suscribirla no comparten dicho principio en su praxis cotidiana, por no hablar de aquellos instalados en un sistema de valores distintos, que tiene su centro en el triunfo profesional, laboral o empresarial. El capitalismo globalizado, en efecto, es un sistema cada vez más universal. Pero no tiene enfrente algo ni remotamente parecido a una oposición organizada política e intelectualmente y que relacione en ambos planos problemas y adversidades locales y universales. La promesa de la riqueza y bienestar a través del trabajo, que era toda la promesa del capitalismo antes del Estado asistencial, se ha trasladado a otros países y regiones, y ahí goza de una espléndida salud, y lo hará durante bastantes años. La indignación está muy bien. Pero siempre corres el peligro de que se reduzca a un desahogo. Después se pone la gente, incluso la gente que ha leído a ese anciano magnífico, Hessel, a ver la boda de los principitos windsord en Londres. No me diga que usted no la ha visto…
— Yo..No, pero…Bueno, estuve viéndola diez minutos, en la tienda de los chinos…
–¿En la tienda de los chinos?
–La trasmitía en chino un canal chino, por internet…
— ¿Y les gustó a los chinos?
— No quitaban ojo. Les encantó.

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Candidatos

Que no se diga que la campaña electoral no va mejorando. Ahora toca lucirse en bikini saliendo de la playa como Venus Victrix. O sentada en el paseo de Las Canteras con un objeto raro, llamado libro, en la mano. O paseando en bicicleta, motocicleta o patinete. Soy incapaz de entender lo que pretende con exactitud esta gente. Las razones obvias, lo que señala cualquier manualito al uso de psicología electoral, es que los candidatos quieren mostrarse tan obvios e inmediatos como nosotros mismos pero, ¿qué cabe pensar de alguien que escenifica su supuesta cotidianidad o intenta elevarla a nivel de icono fugaz? A los electores estas exhibiciones más o menos impúdicas o pueriles les traen absolutamente sin cuidado. Pero es uno de los instrumentos de campaña más socorridos al que nadie parece dispuesto a renunciar. Ya Quinto Tulio Cicerón le recomendaba a su hermano que se mezclara con la plebe hasta ganar su aprecio, pero sin confundirse del todo con ella.
En este mecanismo tradicional hay algo ligeramente insultante, porque presupone que los ciudadanos no han advertido que los candidatos son seres humanos, corrientes y molientes, tan sencillos que compran en los supermercados, utilizan la bicicleta o incluso se pasean por la calle poniendo una patita y después otra y así sucesivamente. Es una expresión de condescendencia narcisista. Bajo su apariencia ligera, simpática y anodina oculta una altanería un pizco insoportable. Le contaré un pequeño secreto, si por azar algún candidato lee esta columna: somos perfectamente conscientes de su calidad de personas del montón. Y por lo general hemos dispuesto de cuatro años para corroborar que, en demasiados casos, no proceden del montón más airado o airoso, precisamente.
Las administraciones públicas cuentan en Canarias con unos 130.000 funcionarios y ahora, gracias a estadísticas oficiales, sabemos que más de 80.000 isleños trabajan en la economía informal, habitualmente dedicados a los cáncamos de pura supervivencia. El gigantismo funcionarial de las administraciones públicas, las añagazas de la economía sumergida, la deficiente articulación de la sociedad civil y la debilidad de los espacios públicos de información y debate son las razones que explican, precisamente, que aquí estemos instalados en una resignación milenarista y los candidatos sigan paseándose, remojándose y mandándose una papa en palcolor sin dejar de sonreír.

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La lengua sacrificada

De vez en cuando, desde que tengo (mala) memoria, se publica algún curioso estudio o una estadística tremolante que insiste en la pobreza de lenguaje de los adolescentes o los jóvenes. En los últimos años lo más frecuente es relacionarla con el voraz consumo de televisión, el fracaso escolar o el uso de las videoconsolas. Más recientemente se insiste en la malvada influencia de la telefonía móvil e Internet. No sé. Es posible. Un amigo me insiste en que gracias a las redes sociales, particularmente a facebook y a twitter, la gente escribe más que nunca. Expreso mi escepticismo de guardia. El twitter es una falsa conversación entre aforistas frustrados. Un señor que sabe mucho de esto, don José Luis Orihuela, el responsable de una bitácora de referencia, e.cuaderno.com, seleccionó hace algún tiempo sus “favoritos en twitter”, una suerte de antología de mensajes memorables en 140 caracteres. Entre los más brillantes figuran los siguientes:
“Cuando el título del cargo del funcionario (sic) ocupa más de una línea ese tipo está puesto para complicarlo todo”
“¿Y tu media naranja? Por ahí, rodando con las mandarinas equivocadas”
“Haciéndome demasiadas preguntas que nadie podrá contestar…Relax, estamos a lunes”
“La mujer maravilla, el hombre araña”
“Que no te preocupe la muerte, sino poner algo importante entre tú y la muerte”
“Qué difícil es decir no y hacerlo bien”
“Conozco a una chica tan fashion que en ligar de nachos pide Ignacios”
“Trabajar es la manera más rentable de perder el tiempo”
“No quiero comodines, sino bazas firmes. Si no llegan, continuaré haciendo solitarios”.
“En el descanso, Internet sigue 2.0”
Ejem. Maese Orihuela debió leerse muchos miles de mensajitos durante un año para espigar este florilegio de prodigios, en los que es difícil encontrar influencias de Canetti o de Óscar Wilde, precisamente. La mayoría de los twitter seleccionado se me antojan greguerías frustradas, como las que sus seguidores le remitían inmisericordemente en cartas o postales al pobre Ramón Gómez de la Serna, cuando no chistecillos del tres al cuarto. Por supuesto, en cualquier momento puede llegar Agustín Fernández Mallo y convertir esto en un subgénero posliterario. Creo que la más prudente es no lanzar análisis precipitados (como los del propio Orihuela: “twitter es el sistema nervioso de la nueva sociedad de la información”) ni confundir las redes sociales con una explosión de participación en lo público o una salutífera recuperación de la palabra y sus valores éticos y estéticos. A mi amigo le contesté que, en el plazo de una década, sería posible eludir la escritura en facebook o en el twitter: emitirías oralmente tu mensaje o tu apunte y el dispositivo técnico en cuestión se encargaría de convertirlo en letra impresa o imprimible. Quizás puedas igualmente, a golpe de voz, colgar fotografías, gráficos o vídeos. Veamos entonces lo que queda de excipiente literario en las redes sociales.
La habitual jeremiada del empobrecimiento lingüístico entre los adolescentes es más una expresión de hipocresía que la constatación de una obviedad. Basta con un somero análisis de las retóricas y los mensajes de candidatos y partidos políticos en la actual campaña electoral para comprobar que su uso del lenguaje no desdice el de un adolescente con problemas para superar el bachillerato. De hecho, después de leer tres intervenciones públicas, espigadas al azar, de Paulino Rivero, José Miguel Pérez y José Manuel Soria puede asegurarse que ninguna de las mismas utiliza más de un millar de palabras, poco más de las 700 que puede manejar con cierta soltura un quinceañero escolarizado. Lo peor, con todo, no es la pobreza léxica y la expulsión del matiz a los infiernos, sino la momificación de una sintaxis misérrima que a veces linda con el agramatismo. No se trata de una torpeza compartida que tenga como precio la insignificancia: es la insignificancia mantenida como objetivo comunicativo central. La insignificancia del mensaje político (sea nacionalista, conservador o socialdemócrata) busca la desidentificación frente al electorado para no perder un solo voto: los coalicioneros buscan no parecer demasiado nacionalistas para no extraviar sufragios que ni siquiera merecen ser llamados regionalistas, los conservadores persiguen no ahuyentar a ningún segmento del electorado centrista y moderado, los socialdemócratas, atraer a quienes no son socialdemócratas. La simplificación y la rutinización de la banalidad resultan, igualmente, el soporte de la crítica y descalificación del adversario político-electoral, que viene a ser la principal actividad retórica de los partidos mayoritarios y de muchos que no lo son: el adversario ni siquiera es descalificado por lo que hace y propone sino, especialmente, por lo que es: un nacionalista, un derechista, un socialdemócrata, un ecologista o hasta un antisistema.
En un espacio público fuertemente intervenido por los intereses partidistas y por la ideología de status quo, este miserabilismo lingüístico y cultural se convierte en el sistema gramatical de legitimación de las estructuras de poder. A través de un conjunto de técnicas y recursos lingüísticos (circunloquios, elìpsis, frases-titulares, adjetivos de distracción, falacias esculpidas en el mármol de la estupidez propia y ajena) la realidad queda debidamente amaestrada y a cualquier intromisión en este enjuague se le aplica la disonancia cognitiva. Los medios de comunicación tradicionales tienen una responsabilidad ineludible en esta catástrofe cotidiana que convierte cualquier proclamación de pluralismo, en el mejor de los casos, en un propósito hilarante y al cabo frustrado. Y eso es lo peor, porque como nos enseñó Karl Kraus, la degradación de la lengua es equivalente a la degradación del pensamiento, de la cultura y de la participación política. “El poder no solo no es separable de las víctimas, sino también de la lengua. Lengua y poder se nutren”. Gracias a eso, a la destrucción del lenguaje como instrumento de reflexión y crítica, Paulino Rivero puede afirmar que Canarias tiene el mejor sistema educativo de Europa, José Manuel Soria criticar acerbamente la política económica de un Gobierno en el que fue consejero de Economía y Hacienda durante tres años y medio, José Miguel Pérez aseverar que su objetivo principal será la mayoría social cuando sus compañeros en el Gobierno español están aplicando una política de ajustes presupuestarios brutales y recorte de derechos sociales, los dirigentes socialistas andaluces proclamar su honestidad incólume o Francisco Camps presentarse de nuevo a la Presidencia de la Generalitat valenciana rodeado de una docena de imputados en las listas del Partido Popular. Un carrusel de insignificancias verbales adorna y pretende justificar esta descarada putrefacción moral cuya descomposición comienza a heder en los adjetivos y circunloquios empleados en cada caso. Nadie respeta la lengua porque nadie respeta ya los principios y exigencias del sistema democrático y viceversa. En el altar de los parlamentos, las cúpulas empresariales y los grandes medios de comunicación la lengua es burlada, martirizada y reducida a un guiñapo e ignoramos que lo que se está sacrificando no es otra cosa que nosotros mismos. “Enseñar a ver abismos allí donde aparecen lugares comunes: eso sería una tarea pedagógica para una nación crecida en pecado (…) Ninguna imaginación es más grande que la posibilidad de pensar dentro de ella. La imaginación consigue figurarse un afuera que abarca la plétora de felicidades de las que uno ha carecido: es una recompensa para el alma y para los sentidos y aun así abrevia. La lengua, en cambio, es la única quimera cuya capacidad de engaño no acaba nunca: es lo inagotable que no empobrece la vida. ¡Que el ser humano aprenda a servirle!” (Karl Kraus, La Antorcha).

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Hallazgos

Gracias a un artículo de Carmelo Rivero me entero de que en los sótanos del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife han sido encontradas dos cajas que contenían a) ropas y zapatos con los que se ataviaron los participantes en los actos conmemorativos del primer centenario de la derrota de Nelson en 1897 y b) los estandartes de todos los municipios tinerfeños que participaron en esa lejana efemérides. Sin duda, tal y como señala Carmelo Rivero, material de gran interés etnográfico y vexilológico, si es que la vexilología, en fin, tiene algún interés fuera de círculos monomaníacos. Pero lo más sorprendente – y con un gran interés informativo también – no es lo que se ha encontrado, sino que se haya encontrado ahora.
Como el Museo Municipal de Bellas Artes no se levanta sobre una gruta de los reinos de Sauron, donde podrían cenar los comensales de todos los restaurantes chinos del planeta, cabe la razonable pregunta de cómo es posible que todavía se encuentre material desconocido en sus entrañas. Han disfrutado de más de un siglo para un inventario más o menos apañado, pero, por lo visto, todavía no han tenido tiempo de completarlo. Solo conozco un inventario del Museo Municipal de Bellas Artes, publicado incluso en un folletito a principios de los años noventa, pero que se refería exclusivamente a los cuadros que pueden disfrutarse (es un decir) en su pinacoteca. Al parecer nos esperan todavía sorpresas portentosas en los ilimitados sótanos del establecimiento. No descarto que aparezca parte del brazo de Nelson cuidadosamente envuelto en papel satinado o un pedazo del queso que le ofreció el general Antonio Gutiérrez en un tapergüer. O el sostén de la Tetuda del parque García Sanabria. O el primer bocadillo de pollo de El Imperial conservado en una urna de cristal, un cacho de la escultura mutilada de Chirino, el esqueleto de un concejal republicano y masón y en un rincón del ángulo oscuro, por su dueño tal vez olvidadas, las zapatillas que solía calzarse José Emilio García Gómez en su mandato municipal, cuyo valor etnográfico está igualmente fuera de toda duda. Cualquier cosa puede encontrarse en los sótanos del Museo Municipal de Santa Cruz. Un museo que no se encarga de catalogar y exhibir rigurosa y debidamente todos sus fondos, sino que muestra una porfiada originalidad que lo distingue entre todos: podría encontrar cada día, si así se lo propusiese, nuevo material en su interior para pasmo y maravilla de propios y extraños. Un museo donde no se entra para conocer y comprender la herencia del pasado, sino para comprobar las inepcias del presente.

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