Retiro lo escrito

Un fracaso de 900 millones

La respuesta de la ministra Fátima Báñez al diputado nacionalista  Pedro Quevedo, la réplica airada del también dirigente de NC, la irritación consiguiente, todo, en fin, sigue una pauta que consiste en obviar cuidadosamente la siempre puñetera realidad. Y por un motivo muy sencillo: en la crasa realidad intervienen todos, en la impertinente realidad se entrecruzan fraternalmente todas las responsabilidades. Si la ministra de Empleo fuera realmente una política, y no una desdichada figurante con un talento excepcional para cincelar estupideces, hubiera explicado que los compromisos contraídos por el Gobierno central en los distintos planes de empleo canarios (incluido el PIEC) fueron eliminados de un plumazo por la imperiosa necesidad de adelgazar los presupuestos generales del Estado. Pero la ministra no puede afirmar tal bestialidad. La ministra Báñez elige sus bestialidades libre y cuidadosamente y no está dispuesta a regalarle una a los diputados de CC-NC. Por lo tanto la  ministra opta cínicamente por mentir desde una altanería de charcutera displicente, acusando al Gobierno autonómico de incumplir la ley de Estabilidad Presupuestaria. Claro que si la Comunidad canaria ha incumplido la ley de Estabilidad Presupuestaria, ¿cómo el Ministerio de Hacienda ha certificado su cumplimiento de los objetivos de déficit público y le ha permitido un respiro sustanciado en un crédito extraordinario de 200 millones de euros? Lo cierto es que el Gobierno de Mariano Rajoy ha prescindido abiertamente de cualquier instrumento específico para la lucha contra el desempleo y la reinserción laboral. No forma parte de su programa político ni presupuestario: eso es todo.

El IV Plan Integral de Empleo de Canarias fue firmado en los últimos meses de la anterior legislatura entre la entonces consejera de Empleo, Margarita Ramos, y la secretaria de Estado de Empleo, Mari Luz Rodríguez, e incluía una primera anualidad de 42 millones de euros que jamás fue transferida a Canarias. Pero en sus tres anteriores ediciones significó una aportación de 900 millones de euros. Hay que repetir la cifra: 900 millones de euros en un plazo de doce años. Ese fenomenal esfuerzo financiero – al que deben añadirse, parcialmente, unos 5.800 millones para cobertura de desempleados – no ha impedido que la mejor cifra del paro en Canarias haya sido un escandaloso 10% (en 2007) y que actualmente estemos encallados en un preapocalíptico 33%. Casi 150.000 millones de las desaparecidas pesetas que se han desintegrado con un impacto prácticamente nulo en el tejido empresarial canario, en la dinámica de su mercado de trabajo y en la formación profesional y ocupacional de los isleños. Con Coalición, el PP y el PSOE participando en el Gobierno regional.

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Metáforas encadenadas

Pocas cosas más estomagantes que la admiración idolátrica que despierta en sectores nacionalistas (y de izquierdas) canarios las reivindicaciones independentistas en Cataluña. Esta babosa estimación la comparten desde dirigentes políticos momificados desde hace veinte años en despachos oficiales hasta pibitos con siete estrellas verdes tatutadas en el esternón, pasando por venerables, quejicosos izquierdistas para los que cualquier manifestación de más de 300 personas, si se realiza contra un Gobierno, sobre todo si es de derechas, queda inmediatamente bendecida por la razón democrática, aunque la apoye otro Gobierno cuyo principal partido esté enfangado hasta la barretina  en la corrupción política, un Gobierno, por cierto,  que se ha dedicado con adusta eficiencia a obviar políticas sociales y estrangular servicios públicos. La fascinación que despiertan los desafíos a lo establecido – en este caso, nada menos que a la integridad política y territorial de un Estado – deviene irresistible para cualquiera, y si se trata de un cualquiera que deplore lo establecido, mucho más.

Dudo mucho que en una Cataluña con un 10% de desempleo y un PIB que creciera anualmente un 2% la opción independentista se hubiera extendido tanto. La baja participación en el referéndum de la reforma del Estatuto de Autonomía, hace apenas unos años, no parecía señalar precisamente una inflamación nacionalista. La independencia ha devenido, para muchos miles de catalanes,  una suerte de prodigioso horizonte de superación de todos los problemas de su país. El procedimiento consiste en escapar del supuesto foco de tales problemas, que es el Estado español.  De la protesta más que razonable por el drenaje de sus finanzas públicas en la maquinaria de los sistemas de financiación autonómicos que se han sucedido durante lustros se ha transitado, en poquísimo tiempo, hacia una condensación de expectativas, irritaciones y malestares. La independencia es al mismo tiempo republicanismo, desprecio triunfal sobre una derecha casposa y cañí, ensueño de recursos propios disponibles, corte de mangas al capitalismo mesetario, la selección catalana de fútbol ganando todos los partidos en Europa y en el mundo. Es un objetivo político social e ideológicamente transversal y ahí reside su fuerza y su atractivo abismal.  La independencia es, casi literalmente, lo que tú quieras que sea, como ocurre con los niños la víspera de los Reyes Magos.

Pudibundamente los auspiciadores de la gran manifa prefieren hablar solo de libertad. Queremos ser libres en 2014, decían ayer en las calles y en las plazas los manifestantes.Ningún catalán es menos libre que un alemán, un francés o un británico. Pero es lo que tienen los movimientos nacionales en sus fragores épicos. La autonomía política de los ciudadanos no cuenta. Lo importante es la nación y el resto de las metáforas que encadenaron ayer fraternalmente a los catalanes bajo la sonrisa de Mas. Junquera y compañía. Un economista tan inequívocamente proindependentista  (y poco dado al laconismo) como Xavier Sala i Martín responde «no lo sé» cuando se le pregunta si los catalanes vivirán mejor en un Estado independiente, pero ni las matáforas, ni los mitos, ni la reducción de la política al sentimentalismo se ven afectados por dudas tan tontas como esta. Ni siquiera afecta al propio Sala i Martín.

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Vírgenes

Últimamente las vírgenes no paran. Me refiero a las tallas policromadas que son objeto de veneración por más o menos fieles católicos en ciudades, pueblos y pedanías. Las vírgenes suben y bajan, bajan y suben, son transportadas por mar entre gritos de náufragos de cariño o acompañadas por bailarines incansables que aparentan padecer el mal de San Vito, y escoltan su rumbo presidentes del Gobierno, alcaldes, vacas, burras, carromatos, bueyes babeantes, adolescentes colocados, familias sudorosas y sonrientes, concejales henchidos de orgullo y satisfacción, cabras, cerdos, palmas, barricas de vino, platos de carne fiesta y moscas, abuelas supervivientes de romerías neolíticas, bandas de músicos sordos,  soles inclementes, policías municipales y guardias civiles, pirotécnicos, cámaras de televisión, curas, más curas, todavía más curas. El fenómeno exige ya que los medios de comunicación (a ver cuando espabilamos) establezcan una sección propia. Algo así como Vírgenes: las esperamos en la bajadita. La televisión autonómica canaria está a punto de hacerlo. A sus servicios informativos no se les escapa una virgen (reléase la definición de la segunda línea) y son capaces de emitir durante horas mientras una voz nasal describe, con apasionada redundancia, lo que el espectador, si no se ha dormido, está viendo en esos momentos.
La creciente popularidad de expresiones mariolátricas tiene, desde luego,  un componente económico. Las autoridades herreñas han solicitado al Obispado que la bajada de la Virgen de los Reyes se repita frecuentemente, porque resultó un magnífico negocio para la Isla. Cuentan que Alpidio Armas, llevado por su patriotismo quesadillero, es muy capaz de encadenarse al santuario hasta que los monseñores consientan en que la imagen recorra la isla trimestralmente:
–Hombre, si la Virgen está ahí, tan bonita ella, y la Dehesa y Valverde no se van a mover, digo yo, y todos tenemos que arrimar el hombro, y si no habría que pensar si los herreños, siempre tan maltratados, no estarían más cómodos en otra confesión religiosa….
Con un cuarto de millón de parados para el próximo lustro las bajas y subidas de las vírgenes, tan emocionantes como el zigzagueo de la prima de riesgo, pueden convertirnos en una potencia internacional en materia de veneración religiosa. El objetivo último debiera ser fusionar superstición, deporte y parranda, con pruebas como carreras de obstáculos para los bailarines en El Hierro, waterpolo con el manto en el Puerto de la Cruz o lanzamiento de tronos en La Orotava. La cultura canaria será también sincrética en el siglo XXI o no será.

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Padrinos

Entre los reproches litúrgicos al Gobierno autónomo y las lágrimas de conmiseración por su propia universidad, el rector Eduardo Doménech ha tenido una idea. En realidad la ha leído, lo cual es casi tan milagroso como lo anterior. La ocurrencia consiste en que, visto que la Universidad de La Laguna – como ocurre con el resto de las universidades españolas – se encuentra prácticamente en bancarrota, y apenas puede abrir sus aulas para que se cuele el olor a café con leche y a sobacos de desempleados que procede del exterior, resulta una magnífica iniciativa implantar la figura del padrino académico. Un padrino académico, en fin, sería un señor de alma munificente que adoptaría a un alumno y le sufragaría las tasas y matrículas de su carrera universitaria, porque ante la buena voluntad de un rico nada pueden las restricciones presupuestarias impuestas a este país manirroto para su salvación material y espiritual.
En países como Estados Unidos o el Reino Unido las universidades actúan como intermediarias entre alumnos y bancos para obtener créditos a largo plazo (Obama terminó de pagar su crédito para poder cursar Derecho después de llegar a la Casa Blanca) y las grandes corporaciones privadas suelen disponer de programas de becas para alumnos aventajados. Se trata de una cultura del patronazgo desconocida en España y que a los banqueros y grandes empresarios carpetovetónicos les sonará a un chino hilarante. En una administración pública exangüe y en un patrocinio privado inverosímil la Universidad — como ocurre con los servicios sociales o la industria cultural –no encuentra ni encontrará recursos para la docencia y la investigación. Los grandes empresarios canarios, vinculados por lo general a la construcción y a la obra civil, han limitado tradicionalmente su contribución al bienestar público a jardineras, parterres, rotondas apocalípticas y bancos en los que suele ser imposible que un ser humano normalmente constituido tome asiento. Imaginarlos ahora abonando matrículas de Filología Francesa o Química Inorgánica es un ejercicio fantasioso destinado a una inmediata y bastante estúpida melancolía y una suerte de rendición incondicional y pordiosera de la exigencia de unos derechos individuales a la educación superior impropios de una democracia digna de ese nombre. La élite empresarial isleña ya apadrina demasiado. Lo más sorprendente – por decir algo – es el inmenso silencio que está interpretando, en esta hora encanallada y ruinosa, toda la comunidad universitaria. Ni una manifa, ni un manifiesto, ni una queja, ni un diagnóstico por parte de alumnos y profesores mientras la Universidad se cae a pedazos y al rector no se le ocurre otra cosa que tocar con dedos temblorosos el corazón hipotecado de los que más y peor tienen.

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Guerra y parranda

Con Mariano Rajoy ya embarcado hacia Buenos Aires para participar en el esperpento cañí de la candidatura olímpica española, una nota informativa de la Casa Blanca informaba de que el Gobierno estadounidense había tenido el apoyo de su homólogo español para el ataque militar a Siria. Ni una puñetera palabra a pronunciado Rajoy públicamente al respecto y las declaraciones de sus ministros de Asuntos Exteriores habían sido limitadas, lacónicas, ligeramente abstractas. Mientras Obama y Cameron defendían la intervención ante sus respectivos países e intentaban, con disímil suerte, un apoyo de sus cámaras parlamentarias, Rajoy callaba y su silencio, como siempre, resumía un desprecio brutal y acobardado a la vez hacia los hábitos políticos mínimamente exigibles en una democracia parlamentaria. Quizás Rajoy considere esta decisión, como su entrevista con Artur Mas, como un asunto privado. Después de año y medio de gobierno creo que Rajoy ha demostrado ya suficientemente lo que es: un desolador mediocre obsesionado por su supervivencia y que asombrosamente ha conseguido dirigir un Gobierno como quien maneja un casino de pueblo. Incluso como mentiroso Rajoy supura mediocridad: no es un embustero creativo y diligente, sino un torpe charlatán que se mira los zapatos mientras desgrana solemnemente necedades a las que solo acude cuando se siente acorralado.
Por supuesto, antes de brindar una explicación a su país a la hora de entrar en una guerra, Rajoy tenía que volar hasta la capital argentina para no perderse la foto si, milagrosamente, Madrid resulta elegida como sede de los Juegos Olímpicos del año 2020. No conozco un solo economista sensato, a derecha o izquierda, que defienda una sede olímpica como garantía de beneficio económico a corto o largo plazo. Al contrario: el olimpismo económico está gravemente contraindicado en países desarrollados porque exige o promueve un conjunto de actividades cargadas de externalidades negativas. Pero allá van por tercera vez con una alcadesa enchufada que habla el español apenas algo mejor que el inglés y 300 palmeros soplapollas viajando gratis total y una retórica patriotera profundamente estúpida, casposa y falsaria. El mejor autorretrato que este Gobierno se ha hecho a sí mismo. Un Gobierno que nos mete en una guerra sin debate público, sin ofrecer un diagnóstico, sin musitar una palabra justificativa, y al mismo tiempo, organiza una parranda en busca de un icono propagandístico que salve a una alcaldesa lobotómica y alimente una ficción ruinosa de poderío, competitividad y futuro.

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