Retiro lo escrito

Pronósticos

Hace una eternidad y media los periodistas que seguían la actividad parlamentaria – una especia extinguida, como los mamuts — hacían apuestas sobre las elecciones. En el caso de las autonómicas las primeras solían improvisarse más o menos en estas fechas, cerca de las vísperas navideñas. Por supuesto eso ya es un divertimento que ha perdido cualquier sentido. Crean a este humilde meatintas: nadie puede asegurarles siquiera aproximadamente el resultado de las elecciones de la próxima primavera. Jamás se ha vivido una volatilidad electoral semejante en los últimos cuarenta años. Cualquier hipótesis puede ser desmentida por la realidad en cinco minutos. Si esta mañana, mientras lee esta columna, explota un artefacto nuclear sobre Kiev, por ejemplo, se abrirían un conjunto de acontecimientos perfectamente impredecibles y quizás la pregunta ya no sería quién ganará las elecciones, sino si llegarán a celebrarse. En realidad nos empecinamos en vivir como en el viejo mundo anterior a la catástrofe de 2008: un mundo que desapareció para siempre. Los nigromantes de la política profesionalizada y del sistema partidista trabajan para mantener el embeleco.

Quizás sea más comprensible hablar de un entorno profesional concreto: el periodismo. La generalización de una estabilidad profesional, un sueldo decente y cierta autonomía operativa fue una breve ventana temporal. Recuerdo que Gilberto Alemán me comentaba que, ya avanzados los años sesenta, casi todos los periodistas de La Tarde acumulaban dos o tres mensuales que les había adelantado la empresa editora. “Yo llegué a ver”, me contó, “a don Víctor Zurita pagándole de su bolsillo parte de una paga extra a un redactor, ahí mismo, en la puerta de su despacho”. Zurita le dedicaba diez horas diarias al periódico, pero no cobraba un verdadero salario: era el jefe de la Oficina de Correo y Telégrafos de La Laguna y ese era su medio de vida. Solo más tarde, en los años setenta, el oficio de periodista pudo ser más o menos homologable con otrosdesempeños , y los grandes medios llegaron a negociar convenios colectivos razonables y decentes. Pero todo eso duró poco más de treinta años. Actualmente solo los grandes medios – aparte de los de titularidad pública – pueden ofrecer esa consideración profesional y salarial a los periodistas en medio de condiciones comerciales singularmente complejas y difíciles. Lo demás es la jungla. Lo demás, en definitiva, es trabajar a cambio de una miseria. Algo particularmente execrable es la colaboración gratuita. Por ejemplo, asistir a tertulias en las que no se cobra un chavo y donde la inteligencia siempre pierde frente a la estupidez y los memes mentales ganan invariablemente a los argumentos racionales. Y debes ser rojo o azul, progresista o conservador, socialista o nacionalista: todos los burladeros en los que la más zafia ignorancia se esconde de sí misma.

Sí, existió un tiempo fabuloso en la que a un periodista se le concedía una hipoteca, por ejemplo. Un tiempo en que se celebraban comisiones de investigación en el Parlamento de Canarias: CC impulsó (y no solo toleró) una investigación sobre el proyecto de Montaña Tindaya. Pero ahora no encuentras a nadie de guardia en la izquierda que aguante una investigación en la Cámara sobre el caso Mascarilla. Tiene que venir un aristranco de Podemos a decir que tal comisión solo pretendería desgastar al Gobierno, un argumento que bastaría para abolir toda la democracia parlamentaria. No sabemos lo que ocurrirá en los próximos seis meses y precisamente por eso los que gobiernan ahora buscan tranquilizar a los sectores que más votan en Canarias: los funcionarios y los jubilados. No les ofrecen una vida mejor sino un incremento salarial seguro. No existen grandes reformas, solo una promesa de protección: no te dejaré caer en la miseria y la desesperación. ¿Y con eso se pueden ganar unas elecciones? Sí, se pueden ganar. Pero también se puede perder el poder. ¿Predicciones? El futuro nos va a sorprender porque no hemos sabido ni querido entender ni transformar el presente.

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Una historia de cuñados

Uno ha estado esperando en los últimos tres días una declaración, un comunicado, una aclaración del presidente del Gobierno canario sobre el desarrollo último del caso Mascarillas – las filtraciones de la Audiencia de Cuentas, la intervención de la Fiscalía de la UE – con una ingenuidad tan estúpida que me parece lastimosa. Pensé que el presidente había sido mal asesorado (como siempre) por su calamitoso equipo de Comunicación, o que entre viajes y agendas colmatadas no había podido  reflexionar sobre la que se venía encima. Pero no. El Gobierno está actuando en este pestilencial asunto con una combinación de sinvergüencería y estolidez tan notable como insistente. Parecen incapaces de advertir que el silencio tramposo y el avestrucismo político no les va a servir absolutamente para nada. Especialmente al presidente del Gobierno.

Se afirma ahora que la Intervención General de la Consejería de Hacienda aclaró en un informe que no se utilizaron fondos europeos en la compra de mascarillas a la empresa RR7 United .  ¿De cuándo es ese informe?¿Quién lo solicitó? Ahora el caso está bajo secreto sumarial, pero ¿y antes? ¿Por qué se ocultó hasta ahora mismo? ¿Intervino o tuvo conocimiento la Intervención General de este procedimiento? ¿Quién ordenó a la interventora general esperar a ver si las cosas se arreglaban y al menos se recuperaba la pasta? Por supuesto Román Rodríguez –titular de Hacienda – no sabía nada. Su viceconsejero, Fermín Delgado, tampoco. La interventora general, tampoco. En toda la puñetera consejería nadie sabía nada y creen que repetir que no sabían nada los librará de todo mal. La voluntad de ocultamiento es grotesca. Ayer, en una entrevista radiofónica, el consejero de Administraciones Públicas, consejero de Sanidad en funciones cuando se le entrega la millonada a  los (presuntos) estafadores, hablaba del “proyecto de informe” de la Audiencia de Cuentas sobre las contrataciones sanitaria del Gobierno autónomo durante los meses más duros de pandemia. El informe de fiscalización fue rechazado por el pleno de la Audiencia de Cuentas. Es el primer informe rechazado en los últimos treinta años. Y se rechazó por el voto negativo de los consejeros-auditores designados por el PSOE. Al señor Pérez ni siquiera le gusta escuchar esto. “¿Y si yo dijera que ese informe es así porque lo han querido los consejeros propuestos por las fuerzas de la oposición?”. La pregunta mayéutica es solo una rastrera argucia leguleya. Los que redactan los informes no son los consejeros auditores, sino los muy solventes técnicos de la Audiencia de Cuentas. Y debe insistirse en que si se trata de un proyecto de informe no es porque el documento esté inacabado, no por ninguna imperfección denunciada, sino por un motivo meramente formal: porque no lo ha aprobado el pleno del organismo fiscalizador dependiente del Parlamento de Canarias.

Esta apuesta por la desinformación basada en la confianza de la idiotez de los ciudadanos tendrá un precio político y electoral para el PSOE. Porque evidentemente no tienen idea de cómo resolverlo a gusto de todos. Porque no puede resolverse, sencillamente, a gusto de todos los agentes potencialmente afectados por este escándalo. La huida de Conrado Domínguez no ha sido suficiente porque no es un malvado convincente. Porque en este asunto no podía intervenir solitariamente. Mientras tanto se inventan algo para salir intactos el presidente Torres debería explicar esa foto, que se ha reproducido de nuevo a lo largo de esta semana, donde aparece con el cuñado de Raico Rubén González, administrador único de RR/ United, y el asesor fiscal de la empresa que se levantó los cuatro millones de dinero público. El cuñado de una historia llena de cuñados. Una explicación señor presidente. Simplemente una explicación. ¿Por qué sonreía usted tanto?

 

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Fatiga democrática

Para muchos politólogos la democracia liberal está cayendo en una crisis  de la que es improbable que se recupere en un futuro próximo. “En el paso de la modernidad posindustrial a la modernidad digital se está extendiendo, en muchas de las democracias liberales más establecidas y supuestamente inmutables un síndrome de fatiga democrática”, ha escrito Ongolfur Blühdorn,  “y su importancia más mucho más allá de las crisis democráticas que se han estado debatiendo durante un tiempo considerable”. Aunque una parte sustancial de la población todavía suscriba los ideales y valores democráticos, lo cierto es que la desconfianza en la utilidad práctica de la democracia liberal y representativa se abre camino cada vez más rotundamente. Y la razón principal del cansancio democrático – causa y resultado del florecimiento de opciones y personalidades de una derecha extrema, populista e iliberal — es relativamente sencilla: porque la gente vive peor que hace veinte años, porque juventud y futuro son conceptos que se han enajenado, porque el horizonte profesional y económico de la mayoría es cada vez más incierto y oscuro, porque el mundo se ha vuelto culturalmente incomprensible para muchos que sienten su identidad amenazada.

¿Qué hace la izquierda? En esta última crisis, la tercera en el último cuarto de siglo, se le ha permitido una expansión del gasto público, básicamente para mantener a salvo los servicios públicos (sanidad y educación) y desplegar apósitos asistenciales. Pero el ascensor social está roto, las clases medias se han pauperizado, no deja de aumentar la desigualdad y disponer de un título universitario hace tiempo que ya no es garantía de conseguir un buen trabajo. En Canarias, por ejemplo, las clases medias siempre han sido mayoritariamente funcionariales. Estas islas son un buen laboratorio para comprobar, en efecto, la profunda banalidad de las políticas de izquierda en los tiempos críticos poscovid, que han podido aliviar el malestar en algunos sectores y colectivos, pero que se han mostrado incapaces de contribuir significativamente a una diversificación y modernización del sistema económico;  en cambio vibran de entusiasmo por el regreso del turismo de masas. ¿De qué ha servido la democracia? ¿Qué utilidad instrumental ha tenido el régimen autonómico para Canarias si en este siglo la tasa de desempleo más baja ha sido del 10% de la población activa, si mantiene el mismo PIB per cápita desde hace veinte años, si todavía se debe discutir hasta la última migaja del REF frente al Gobierno central, si nuestras universidades continúan infradotadas financieramente y la mayoría de los adolescentes canarios no conocen bien ni su propia lengua? Y menos aún la neolengua de la élite política gubernamental, que vocifera su satisfacción por el número de contratos indefinidos que se firmen ahora en Canarias, como si indefinidos significara algo así como eternos. Por supuesto que han aumentado los contratos indefinidos en Canarias. Pero es que un contrato indefinido puede romperse legalmente en dos semanas o dos meses. Y con un coste bastante moderado para el contratador.

Y luego, por supuesto, está la  ejemplaridad burlada. Obviemos la crapulosa mamadera del caso mascarillas, cuatro millones que se roban frente a las narices del presidente del Gobierno autónomo. Elijamos al azar otro horror mucho más modesto. Jorge Miguel Peñas, compi de Podemos, es consejero de Vivienda, Empleo y Gobierno Abierto en el Cabildo de Lanzarote. El señor Peñas decidió asistir a la IV Asamblea de Cargos Electos de la Izquierda Canaria, una reunión obviamente partidista y completamente inútil, y la presidente Dolores Corujo le firmó los gastos en dietas, billetes de avión y taxis. Aunque lo que menos me asombra es que Corujo firme eso. Corujo es capaz de firmar el código de Hammurabi,  las obras completas de J.J. Benítez o el disco que lleva  la nave Voyager. Gobierno Abierto, dice. Pero qué gerola.   

 

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Podemos: solos y con prisas

Nadie entiende demasiado lo que está ocurriendo con las izquierdas a la izquierda del PSOE, por emplear la expresión favorita de varios de los toletes y toletas en liza. Como uno es un escribidor provinciano y provincial no me refiero ahora a las arremetidas entre Podemos y el nasciturus político de Yolanda Díaz que, en el fondo, no esconden diferencias estratégicas, programáticas o ideológicas, sino una lucha por el poder, las zonas de influencia y en definitiva el liderazgo efectivo y articulador en ese proyecto unitario que todos anhelan y todos son muy capaces de reventar. Lo que ha hecho Pablo Iglesias  es advertir a Díaz que Podemos no va a resignarse a ser su comparsa. Insiste en que la quiere como candidata presidencial, pero rechaza que sobre ese pedestal trate a Podemos como un adminículo  disponible para cualquier decorado. La ministra de Trabajo – una política taimada y capaz pero cuya figura ha sufrido un endiosamiento un pelín delirante – no parece muy preocupada y sigue susurrando sentidamente que Sumar somos todos, lo sepamos o no.  En el peor de los casos puede contar como red organizativa e instrumento de agitprop con el PCE y, sobre todo, con Comisiones Obreras. Se huele en el ambiente que no va a acabar bien.

Pero uno debe ocuparse de Canarias y aquí, en las ínsulas baratarias, las cosas  son más sencillas y a la vez más complejas. Más sencillas: Podemos pretende simplemente, y sin matices, comandar cualquier proyecto de convergencia electoral. Los dirigentes de Podemos Canarias están convencidos que un sumatorio electoral sería positivo, pero no determinante. Les basta con cerrar un acuerdo básico con Si se Puede e Izquierda Unida., aunque incluso existen lugares donde eso es difícil, como el municipio de Santa Cruz de Tenerife. Todo lo demás (Más País, la ristra de partiditos verdes, los del llamado Proyecto Drago, algunas plataformas y grupos vecinales) se les antoja redundante y muy poco rentable. Incluso en la triada Podemos no está dispuesto a concesiones importantes: veáse la rapidez con las que abrieron su proceso de primarias y decidieron ya candidaturas tan importantes como las de Noemi Santana –por tercera vez candidata a la Presidencia del Gobierno  — Lara Fuentes, al Parlamento de Canarias por Tenerife, Gemma Martínez al ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria o Manuel Marrero al Cabildo tinerfeño. Como es obvio en esta selección – santificada por unas primarias farsescas – se proyecta la muy acelerada cartelización que ha sufrido un partido que ya es una burocracia al servicio de dirigentes que se designan a sí mismos –previo reparto consensuado en la élite de la organización – para las candidaturas electorales. ¿Alguien se cree que Fuentes o Morales, ya candidatos, cederían el sitio, por ejemplo, a Alberto Rodríguez? El exdiputado hace bien en no fiarse de nadie, porque sus antiguos compañeros en Canarias apenas le mostraron apoyo frente a la dirección federal cuando perdió su escaño por una discutida y discutible sentencia judicial. El hecho de que Rodríguez cuente en su germinal proyecto de partido con gente próxima a Mery Pita no mejora precisamente las cosas.

Más complejas: Podemos dispone de una estructura organizativa muy débil en Canarias, su implantación municipal sigue siendo punto menos que discreta y ha jugado el papel de socio menor en un gobierno presidido por el PSOE y vicepresidido por Nueva Canarias. La experiencia política- electoral acumulada indica que los socios menores suelen ser engullidos en las urnas por los socios mayores. De hecho en Podemos saben perfectamente que sería una heroicidad superar los 60.000 votos – fueron 78.000 en 2019 — y/o mantener sus cuatro escaños en los comicios del próximo mayo. Y necesitan el grupo parlamentario como fortín para encarar un nuevo y cruel invierno. Aquí Yolanda sigue siendo solamente una canción de Pablo Milanés.

 

 

 

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Turismo año cero

Más tarde o más temprano los efectos destructivos de la masificación turística de Canarias (terminaremos este año con catorce millones y medio de visitantes entre vivas incesantes del Gobierno) comenzarían a contradecir (si no a destruir) sus indudables efectos positivos. Siempre ha sido el turismo nuestro Jano Bifronte: dios de los comienzos y los finales, de las entradas y las salidas, del amanecer y del  crepúsculo. Las externalidades negativas de la dinámica económica generada por el turismo se han multiplicado e intensificado mientras avanzaba el siglo, pero a las mismas nadie – ni los hoteleros, ni los agentes turísticos ni las administraciones públicas – le ha prestado la debida atención. Lo que intenta cada empresa que se integra en la cadena de valor es crecer cuanto más rápidamente mejor. La ceguera ha sido absoluta. La única política turística por parte del Gobierno ha consistido en gastar un potosí en promoción turística  — asombrosamente son los poderes públicos los que asumen económicamente y con un apoyo político jacarandoso la propaganda de los negocios privados — y en la mejora de la conectividad aérea de las islas.

Baleares cerró el año 2019 con casi dieciséis millones y medio de turistas y destinó en ese ejercicio poco más de seis millones de euros en promoción. Para el próximo año los presupuestos generales de Canarias reservan más de 21 millones de euros para la promoción turística del archipiélago. La consejera Yaiza Castilla ha salido a garrapiñar hasta la última raspa de turista vivo y ha lanzado una campaña delirante en pos de ese animal mitológico llamado nómada digital, capaz de crear con una veintena de colegas con los que se pueda encontrar casualmente en La Gomera o Fuerteventura todo un ecosistema de I+D+i en medio año. El principal partido del Gobierno – el PSOE –accedió al poder desprovisto de cualquier reflexión estratégica sobre el que la actividad que representa –junto a la administración autonómica – el principal motor económico del país. Nada de nada. La hecatombe del covid acabó con cualquier tentación de inteligencia crítica. Hoy ni en el PSOE ni en el Gobierno  se reflexiona ni se debate sobre los efectos perversos del turismo y los límites de la capacidad de carga de un territorio reducido, fragmentado y altamente ocupado. Pero la responsabilidad se extiende a todos los partidos políticos con responsabilidades de Gobierno en la Comunidad, los cabildos y los ayuntamientos.

Como han señalado los economistas, las externalidades dañinas del turismo “no se incluyen en el precio de los productos ni se capturan en las ganancias de la empresa turística”. Los costos de sus efectos perniciosos los sufre la población local.  Recientemente el presidente de la patronal hotelera, Jorge Marichal, mostraba su alarma porque sus asociados no conseguían cubrir cientos de puestos de trabajo en sus establecimientos. No es una elección voluntaria.  Simplemente ya es casi imposible marchar a los sures turísticos a trabajar y menos aún a construir un proyecto vital o profesional. La propia actividad turística ha estimulado directamente el incremento del precio de la vivienda (bastante) y de los alquilares (de manera delirante) y los costes de la alimentación y del transporte, empujando incluso procesos de gentrificación en varios núcleos turísticos.  La subida de la inflación exógena ha hecho el resto. Vivir ahora con mil euros mensuales es algo similar a un milagro en las zonas turísticas isleñas, cuyo estrepitoso crecimiento demográfico no ha sido suficiente criterio para diseñar un urbanismo soportable, construir viviendas públicas, levantar centros hospitalarios, prever centros sociosanitarios. Incluso una modesta ecotasa se toma como una herejía. La buena salud del turismo está empezando a dejar de ser la nuestra.

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