Retiro lo escrito

Trampas al solitario

El Gobierno autonómico está empeñado en una partida al solitario en la que se engaña  –simula engañarse – a sí mismo. Hace unos días se festejaba la portentosa recuperación del sector turístico, corazón económico del país periódicamente infartado. Las estadísticas señalan que el pasado marzo se superó el 70% de los visitantes de marzo de 2020. A finales de año, si todo va bien, insisten los más optimistas, Canarias puede recuperarse plenamente, con la mejor temporada de invierno de su historia, muy cerca de quince millones de turistas. Por supuesto en el discurso oficial del Gobierno autonómico no se renuncia a mencionar riesgos y reservas. Esa molesta guerra de Ucrania. Sí, ciertamente ha subido mucho  el precio de los combustibles. La altísima y rampante inflación, por supuesto, es una lata. Pero los datos –se insisten – son objetivos. Es curioso, porque tanto el precio del barril de petróleo como la matanza en curso en Ucrania o una inflación de dos dígitos parece que no son datos.

Ese hacendoso y disciplinado optimismo es el que demostró el pasado jueves la consejera de Turismo e Industria, Yaiza Castilla, en el programa El debate de TVE en Canarias. Lo cierto es que este Gobierno necesita buenas noticias económicas casi desesperadamente.  ¿Cómo no va a afectar una inflación galopante a las familias británicas y alemanas, nuestros principales clientes? ¿Cómo las compañías aéreas no van a trasladar a sus clientes a medio plazo el incremento brutal de los combustibles? ¿Y quién puede asegurar – después de la salvajada rusa de ayer en la estación ferroviaria de Kramatorsk – que la guerra en Ucrania no se prolongará durante meses con un impacto desestabilizador terrible en lo económico, en lo comercial y quizás en lo político?

Canarias como destino-refugio es francamente cuestionable. Está más lejos de la guerra, por supuesto, pero también es más caro. Esta es la primera trampa. El regreso a las cifras millonarias de turistas que ahora aclaman los que anteayer alertaban sobre los riesgos y costes del satánico monocultivo  invasivo y destructor. El Gobierno autonómico ha repensado menos la actualización y modernización de Canarias como destino turístico  — menos visitantes pero que gasten mucho más – que los empresarios privados. La segunda trampa es más grotesca: intentar recuperar los quince millones de turistas y asumir unos objetivos ecológicos y medioambientales muy exigentes jurídica y económicamente. Y simplemente no es posible. Y cuando antes se entienda mejor. La huella de carbono no se borra con una normativa, una campaña turística o separando basura entre cuatro contenedores. Quince millones de turistas supone un avión aterrizando y otro despegando en Canarias cada cuarto de hora en los aeropuertos isleños. Y los aviones no se desplazan (al menos todavía) con hidrógeno verde. El consumo de agua de un turista en un establecimiento de cinco estrellas es de unos 700 litros diarios de media. Nuestra densidad de población ha llegado a los 300 habitantes por kilómetro cuadrado, sin contar con los turistas peninsulares y extranjeros. Y no se puede tener todo: un turismo de millones de visitantes al año y unas islas verdes, ecosostenibles, sin abusos en la fragilizada capacidad de carga de su territorio y con más de un 45% de su superficie bajo protección legal: parques nacionales, parajes protegidos, reservas de la bioesfera…

Lo más hilarante y a la vez angustioso de este tahúr que es el Gobierno consigo mismo reside en su interés en comercializar también nuestra cultura, sus símbolos más señeros y nuestro acervo patrimonial. En 2019 visitaron el Parque Nacional del Teide más de 4.300.000 personas.  Visitar el Teide un fin de semana cada vez se asemeja más a acudir a unos garndes almacenes. ¿De verdad pretenden –por poner un ejemplo – que millones de turistas se planten anualmente en el Parque Arqueológico de Cueva Pintada? ¿Olvidan nuestros graves problemas de movilidad? Bajo afeites buenistas y una prosa eco friendly se sigue soñando con un turismo sin límites ni limitaciones, infinitamente expansivo y persuasivo, nuestro cálido y bendito ogro filantrópico, nuestra única redención.       

 

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De la mentira a la charlatanería

A lo largo de dos años y medio al frente de la Consejería de Derechos Sociales Noemí Santana no consensuó con el tercer sector el catálogo de servicios y prestaciones del sistema público de servicios públicos, pero ha consensuado consigo mismo el catálogo de excusas que ha empleado para apantallar una gestión entre mediocre y desastrosa. En diversos ámbitos de actuación de su departamento ha acusado explícita o implícitamente a otras administraciones, a los sindicatos, a las rémoras del funcionariado, a la escasez de plantilla o de recursos económico-financieros, a un déficit de información sobre el que jamás reconoce responsabilidad alguna y, muy especialmente, a la siempre elástica herencia recibida, es decir, a los gobiernos de CC. Sobre esta última monserga Santana podría continuar peroratando durante toda la legislatura y lo más probable es que lo siga haciendo. Durante algún tiempo se rumoreó que la consejera sería candidata de Podemos – o lo que quede de la marca – al Cabildo o al ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria en el 2023. Pero tal vez tenga que resignarse a presentarse de nuevo como el rostro más conocido de su partido a  la Cámara regional el próximo año. Si consigue el escaño, esté en el poder o en la oposición, insistirá en el mantra de la herencia., porque además de una excusa, supone un pequeño consuelo personal.

Es obvio que la gestión de un gobierno (o de varios) condiciona la situación que deberá afrontar un nuevo equipo después de unas elecciones. Uno puede, en efecto, recibir una herencia gerencial mala, irregular o manifiestamente mejorable. Pero la inocencia la pierdes definitivamente al designar a tu equipo y diseñar tus primeros presupuestos. A partir de entonces no eres una víctima, sino un responsable. La herencia es un contexto sobre el que operar no un pretexto de tus errores o incapacidades. Es algo similar a llegar a la edad adulta. Un humorista comentó en una ocasión que a los cuarenta años uno ya es responsable de la cara que tiene. Cuando has atravesado la mitad de la legislatura eres responsable de las chirlas de tu rostro político y de las arrugas de tu gestión pero Noemí Santana se niegan a asumirlo. Se niegan a asumir la pérdida de la inocencia y el mandato de la responsabilidad propia, porque pertenece a esa izquierda que siempre se concede a sí misma un plus valorativo por sus buenas intenciones: exactamente el mismo que le niegan despectivamente al adversario político.

Lo que no había hecho nunca la consejera de Derechos Sociales es negar una realidad palmaria o mentir brutalmente. Pero decidió cruzar esa línea en el último pleno del Parlamento de Canarias, cuando repitió una y otra vez, con una sonrisa triunfal aunque algo crispada, que no existe el Plan de Infraestructuras Sociosanitarias que Fernando Clavijo y Cristina Valido “se sacaron de la manga” y “estuvieron presentando varias veces”. Aunque la mayoría de los diputados disfrutan de una envidiable memoria de pez, algunos de los más veteranos se quedaron ligeramente estupefactos. En ese instante la consejera dejó de ser una mentirosa y se convirtió en una charlatana.   Wittgenstein lo dejó clara la distinción. El mentiroso trata (mal) a la verdad. Al charlatán le es indiferente. «El charlatán no está al lado de lo verdadero ni al lado de lo falso. Sus ojos no se fijan para nada en los hechos, como sí lo hacen, en cambio, los ojos del hombre sincero y del mentiroso. No le importa si las cosas que dice describen correctamente la realidad. Simplemente las extrae de aquí y de allá o las manipula para que se adapten a sus fines».  Así queda definido el tránsito de Noemí Santana de la mentira a la charlatanería.                       

Como era de esperar la diputada y exconsejera Valido le relató a Santana los proyectos y obras que en el contexto del Plan de Estructuras Sociosanitarias han desarrollado cabildos como los de La Gomera o Lanzarote, cuyos presidentes estaban presentes en el pleno. Santana siguió riendo y negando con la cabeza, muy divertida. En realidad el Plan sigue actualmente en ejecución y Antonio Morales, presidente del Cabildo de Gran Canaria, ha mostrado su satisfacción por “una acción ambiciosa consensuada con el Gobierno de Canarias”.  Todo esto es irrelevante, mejor dicho, no existe. El Plan de Infraestructuras Sociosanitarias no ha existido ni existirá jamás. Santana parte de la nada, Santana en la partera de las políticas sociales en Canarias, Santana decide lo que ha ocurrido y no solo lo que ocurrirá, Santana es la consejera demiurga que partiendo de la nada dentro de un año y medio dejará una Canarias mejor dentro de su caja craneana.    

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Lengua bífida

Y Antonio Olivera se inclinó hacia el oído del Ángel Victorioso y le susurró con su aterciopelada lengua bífida: “Tenemos que entrar de una vez en las cúpulas de las patronales”. El Ángel, que tiene un corazón puro y no conoce las maldades e ignominias del mundo, replicó asustado: “Pero debemos respetar los procesos electorales internos de las organizaciones empresariales”. La lengua bífida lo tranquilizó. “Por supuesto. De esto me ocupo yo a título personal, por placer, como quien juega al dominó o hace macramé”. Y el Ángel se quedó mirando la lengua largo rato y encontró que era buena.

Ya resultaba suficientemente insatisfactorio que Pedro Ortega, consejero de Economía en el Gobierno presidido por Fernando Clavijo, vaya a suceder a Manrique de Lara al frente de la Confederación Canaria de Empresarios. En el entorno presidencial no se consideró una buena noticia. Pero Ortega es un profesional próximo y cordial al que Torres conoce hace muchos años: la factoría de Pastas La Isleña, donde Ortega comenzó su exitosa carrera como gestor empresarial, está instalada en Arucas, patria chica del presidente. Quizás fuera lo suficientemente cortés y comprensivo para entender las necesidades y anhelos del Gobierno. Pero, ¿y Tenerife? A efectos empresariales Tenerife le queda todavía muy lejos a Torres. Precisamente una de las hipotéticas funciones de Olivera era servir de introductor del  Ángel en la élite empresarial tinerfeña, pero no lo ha hecho, porque al viceconsejero le conviene una relativa ignorancia presidencial para preservar su valor político y su margen de acción. Y de repente surgió una oportunidad que se le antojó inmejorable y se puso a trabajar en ella.

José Carlos Francisco, presidente de la CEOE de Tenerife, no podía presentarse de nuevo a la reelección. Los comicios estaban previstos para el próximo otoño, pero Francisco decidió adelantarlos. Lo hizo – según se insiste en los alrededores de la CEOE – porque Olivera le ofreció generosamente la presidencia del Consejo Económico y Social de Canarias. El sucesor en la candidatura sería Pedro Alfonso, que ya había asegundado a Francisco como secretario general de la organización patronal. José Carlos Francisco y Antonio Olivera se conocen bien, por supuesto. Mucho más que bien. El joven Olivera – con un expediente académico esmaltado de matrículas y sobresalientes — incluso trabajó en una empresa de Francisco durante varios años. Todo parecía previsible hasta que a mediados de febrero se comenzaron a detectar movimientos anómalos. Si se escarbaba un poco desaparecía la sorpresa. Jorge Marichal, presidente de Ashotel, estaba impulsando una candidatura cuyo mascarón de proa era Victoria González, directora financiera del Grupo Chafiras. El hotelero anhelaba regresar a la CEOE, de la que había sido expulsado por sus problemillas millonarios con el Ministerio de Hacienda. Quería regresar, resarcirse, ser de nuevo reconocido, sacramentado y aplaudido. Y empezaron los telefonazos a los empresarios. Y no solo de Marichal. También de auriculares psocialistas. Una campaña en toda regla en la que la bendita socialdemocracia pedía el voto para la lista avalada por un progresista infatigable como el compañero Marichal.  Fue tal el estruendo telefónico que condujo a una reunión entre Torres, Olivera y Francisco, en la que el todavía directivo empresarial aclaró que prefería que se desactivara lo del Consejo Económico y Social y que se dejara a los empresarios votar en paz. Y los móviles, en efecto, dejaron de orinar presiones y promesas. Ayer se celebraron las elecciones y ganó Pedro Alfonso por un amplio margen. La candidatura alternativa anunció que recurrirá a los tribunales. No será un mandato fácil. Marichal respira furiosamente por su herida. Y el PSOE – ¿o solo una Viceconsejería del  Gobierno? – no abandona la idea de respirar por la herida de Marichal.  

 

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La guerra infinita

Yo entiendo a la gente que no entiende la guerra. De verdad. Esa gente que te dice, leí un artículo de ese estilo firmado por una señora en El País, que todos los esfuerzos deben centrarse en lograr un acuerdo entre la Federación Rusa y Ucrania. Un acuerdo en el que las dos partes ceden en lo suyo hasta resultar – obviamente –satisfactorio para ambas. Es un poco imbécil. Me recuerda el monólogo de Miguel Gila sobre la guerra. “¿Es el enemigo? Que se ponga. Oye. Sí. ¿Pueden no empezar a bombardear hasta las diez de la mañana?”. Putin y su régimen no están dispuestos a hacer concesiones y por eso, precisamente, han invadido Ucrania y matado a miles de personas. La masacre de Bucha no será la última. ¿Las hará ahora? Pues no. Va a reagrupar tropas y centrarse en el control de Donbás. Busca conquistas territoriales e imposiciones políticas y diplomáticas firmadas con sangre de inocentes, que son las que no se olvidan. Una pedagogía, íntima y general, de la muerte y el miedo. Como todas las guerras.

De veras que entiendo a los que se exasperan con los entusiastas de la resistencia ucraniana. Como les gusta el heroísmo de otros. Esta guerra es una prolongación simbólica, para los españoles que duermen caliente, de todas las guerras metafóricas de los últimos años. La guerra contra el régimen de 1978. La guerra contra la crisis y el desmantelamiento del Estado de Bienestar. La guerra contra el coronavirus. La guerra contra la destrucción económica producida por la pandemia.  Todo es guerra y todo es una invocación al combate. “La poderosísima seducción catártica de la guerra y la popularidad de quien promete sacrificios”, como escribía Sánchez Ferlosio. La guerra como una suerte de purificación y un relicario democrático. Mira, creíamos que la democracia representativa era una anciana arterioesclerótica,  poca cosa, una pesadez decepcionante provista de urnas electorales, y fíjate cómo la defienden en Ucrania. Qué bonita es la democracia cuando se puede oler el cuerpo descompuesto de sus mártires. La guerra como partera de la democracia: bien, no es la primera vez que ocurre. No es la primera vez que esta retórica espeluznante se utiliza por políticos, periodistas, académicos y otros grupos manifiestamente desconfiables. La guerra acabaría pronto, es decir, ganarían los ideales democráticos y la soberanía ucraniana, si no se le comprase un euro de gas a la Rusia putinesca. No es el caso. Alemania no está dispuesta a meterse en semejante fregado que puede condenarle a restricciones financieras y económicas imprevisibles o demasiado previsibles. Que Ucrania siga combatiendo bravamente por la democracia, que a mí me da frío. Incluso en abril.

También entiendo a los políticos que procuran no aludir  alas consecuencias de la guerra y que guerrean electoralmente inventando otras. Por ejemplo, los que responsabilizan a Putin de la inflación desbocada o explican que los precios de las materias primas no dejan de crecer. El político ha entrado en una nueva era crítica en la que no tiene ni admite tener responsabilidades. ¿Quién controla a Putin? ¿Quién gobierna las cadenas globales de distribución? ¿Quién se lucra con la subida de precios de las materias primas? El político explica que eso está lejos de su radio de acción. Él no tiene nada que ver, y si es así, ¿cómo se le pueden solicitar responsabilidades? “Pareciera que la guerra significa el momento máximo de la responsabilidad”, escribió Tolstoi, que fue oficial de caballería y participó en matanzas que entonces casi no lo eran, “y sin embargo toda responsabilidad queda atomizada y se quiebra y nadie es responsable indiscutible del horror que está ocurriendo en el campo de batalla, pero también en las calles y en las plazas y en las casas de los vencidos”.

La guerra es un fracaso infinito que nada soluciona y puede destruirlo todo. Pero nadie puede ni sabe renunciar a su hedionda bendición.    

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Sudapollismo

Los datos de empleo son muy mediocres en España, pero francamente buenos en Canarias. El paro bajó en las islas en 3.381 personas el pasado mes de marzo. Se sigue así con una tendencia de recuperación de la actividad laboral que ya cumple un año. Más de 78.000 canarios han conseguido un puesto de trabajo en los últimos doce meses, aunque todavía 200.000 no han logrado salir de la lista del desempleo. Por supuesto, la reciente reforma laboral ha tenido un impacto menor en la mejoría del indicador. La feliz causa ha estado, como suele ocurrir, en el turismo, y más concretamente, en el turismo extranjero. El pasado febrero visitaron el archipiélago 968.000 turistas más que el mismo mes del año 2021, lo que supone  un aumento de nada menos que un 1.203%.  La industria turística ya ha recuperado el 83% del turismo extranjero  que tenían en febrero de 2020, inmediatamente antes de la pandemia, cuando se alcanzaron 1.170.238 visitantes. No se trata de despreciar como irrelevante la acción del Gobierno de Canarias, pero este fuerte incremento turístico, y su efecto directo en el comercio local, es el responsable principal del descenso del desempleo.

Es muy razonable que el presidente Ángel Víctor Torres se congratule por las buenas noticias en materia laboral. A lo largo de su duro y complejo mandato no ha podido dar muchas. Pero confieso que me preocupa que no se contextualice no solo lo muy malo, sino también lo relativamente bueno que está ocurriendo. Uno de los trucos retóricos más desafortunados pero más practicados desde el poder en los últimos tiempos es esa pregunta sobre si estamos mejor ahora o no que hace dos años. Es bastante tramposo. La pandemia es, al parecer, una excusa para argumentar frustraciones, torpezas y límites, pero se la puede utilizar para comparativas exaltantes. Por favor, no me compare la recuperación del empleo respecto al año pasado,  todavía en la coyuntura más crítica de una pandemia universal. Canarias ha mejorado muy ligeramente sus niveles de desempleo respecto a 2019 y no ha aumentado perceptiblemente su cohesión social. Las ayudas públicas – tanto las dependientes del Gobierno central como la del Gobierno autonómico – no han conseguido potenciar la cohesión, pero es que su objetivo no es ese. La cohesión social es fruto de una enseñanza pública de calidad en un marco de igualdad de oportunidades, de una sanidad que funcione razonablemente, de un conjunto de servicios sociales competente, de unas administraciones públicas ágiles, flexibles y muy profesionalizadas,  de una inversión sistemática en investigación y desarrollo y hasta de un sistema de transporte público eficiente y eficaz. En resumen, el prerrequisito de la cohesión social es una sociedad civil fuerte, articulada, con instrumentos de protección social pero también con una sólida autonomía respecto al poder político. La cohesión social no se juega, en ningún caso, sobre una figura como el ingreso mínimo vital o una renta ciudadana que amenaza con convertirse en otra trampa burocrática.

Canarias no ha ganado un fisco de cohesión social en los últimos tres años, aunque sería injusto (y hasta disparatado) acusar al Gobierno de ser el único responsable, cuando ha debido lidiar (con desigual fortuna) con sucesivas crisis. Pero siempre ha sido un equipo gubernamental ajeno a cualquier estrategia de política económica, retraído en política fiscal y retóricamente obsesionado con políticas sociales y medioambientales. Torres y su entourage han renunciado a veces a gobernar – por ejemplo, frente a Madrid—pero nunca a mandar sobre esa sociedad civil débil y empobrecida. Ahora exaltan los nuevos empleos pero no advierten a los ciudadanos sobre los efectos de la espiral inflacionista y los precios de los combustibles, que pueden frenar en seco la recuperación turística (y económica) de Canarias. Como si no ocurriera nada cuando la economía mundial está al borde del abismo de una recesión. Algún columnista carpetovetónico ha resumido brutalmente en una palabra la actitud del Gobierno español pero se ajusta perfectamente al Gobierno canario: sudapollismo.

 

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