Retiro lo escrito

Twitter y la educación democrática

Parte de mi familia es de La Palma y algunos viven en Los Llanos y El Paso. No lo han pasado bien. Angustia, miedo, dolor, zozobra durante días amargos y moches interminables. Como miles de palmeros. Como la inmensa mayoría de los habitantes de la Isla Bonita. Pero por fin los científicos certifican – después de las pruebas y análisis pertinentes –que se acabó la erupción. Es inimaginable el infinito alivio que se notó en los rostros, en los ademanes, en el mismo aire hasta ayer cargado de ceniza. Y en casa, desde Tenerife, hablamos por teléfono con los dañados por el volcán y brindamos por el fin de la pesadilla, y con todo lo renuente que soy con las manifestaciones sentimentales escribí un tuit irrelevante festejando la buena noticia.

Por supuesto, esto no podía quedar así. Hace dos o tres semanas, no lo recuerdo bien, el presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres, declaró terminantemente que el volcán que estalló en Cumbre Vieja quedaría inactivo antes de fin de año. No existía ninguna evidencia científica que avalase su vaticinio. Era probable. Otros científicos indicaban que el volcán podría seguir arrojando lava y fuero durante varias semanas más. A mí – y a otras muchas personas — se me antojó muy frívolo por parte del presidente crear expectativas. Escribí un tuit irónico sobre la obediencia del volcán a las decisiones presidenciales. Algún memo desocupado lo recordó para retuitearlo. Es fascinante lo que ocurrió entonces, porque habla mucho de la actitud de muchos votantes y simpatizantes socialistas. No tardaron en llegar varios tuits. Una señora, por ejemplo, me reprochaba “que intentara ridiculizar al presidente”. Al parecer una de las mayores bajezas que puede cometer un ser humano es ridiculizar presidentes, al menos, cuando son del PSOE. Es asombroso que gente que se consideran de izquierdas te afee la conducta por criticar, cuestionar o incluso vacilarte de un presidente, como si se tratase de un Caudillo elegido por dios y refrendado por el  Volksgeist.  Otro tipo, al parecer más joven, me reprochaba con un inocultable desprecio mi “campaña de intoxicación y manipulación” que empezaba y terminaba con el jodido tuit. Creo que le pedí alguna explicación, pero me dijo que si no lo entendía era peor. Luego atacó una dama llamándome ladrón y repitiendo insistentemente que no pretendía insultarme. Torres, simplemente, se había asesorado bien, y por eso me había dejado en ridículo. Otro mocoso saltó a la palestra y exigió que pidiera excusas al jefe del Gobierno. Toda esta cuerda de chalados y singuangos eran manifiestamente socialistas y algunos tenían plato de sopa boba puesto en administraciones gobernadas por el PSOE. ¿Esta es la militancia que está creando el PSOE, más similar –en su caudillismo arrastrado, su ceguera acrítica, su mezquina arrogancia, su entusiasta desprecio al disidente — al funcionariado del Movimiento Nacional que a un partido socialdemócrata europeo?

Peor suerte se puede tener si uno se tropieza en Twitter (¡y es tan fácil!) con algunos cargos públicos del Ejecutivo regional, como el ya celebérrimo director general de Dependencia, un discípulo de Juan Tamariz que ha dimitido y no ha dimitido a la vez, y que hace unos días se burlaba de un contribuyente que le había explicado cómo murió su padre, solo, en un pasillo de un hospital grancanario (borró el tuit pero, por desgracia, se le había hecho pantallazo previamente). O una directora general de Juventud que agrede día sí y día no a militantes, simpatizantes o votantes del PP o de CC, lo mismo que le ocurre  a un sexagenario voluptuosamente progresista en Presidencia del Gobierno. Cuando llegas a un cargo público debes soportar estoicamente la crítica y dejar de ondear tu bandera ideológica, sin apabullar con consignas que no son las de la mayoría, sino las tuyas. Porque trabajas en el cumplimiento de un programa, pero para todos los ciudadanos, al margen de sus opciones políticas o electorales. No cuesta entenderlo y debes practicarlo si tienes una mínima educación democrática. No es el caso, claro.  

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Una burocracia del consuelo

Los presupuestos generales de Canarias aprobados anteayer en el Parlamento son menos un instrumento para desarrollar políticas públicas bajo una orientación estratégica que un menú de subvenciones, subsidios, exenciones, socorros y ayudas. A estas alturas del milenio todavía se debe soportar a políticos (como a una diputada curbelista, Melodi Mendoza es su gracia) insistir en que “tres de cada cuatro euros que se invierten son para gasto social”, una afirmación estúpida porque, en primer lugar, mezcla gasto e inversión, y en segundo, porque solo con lo que cuestan las nóminas de los funcionarios y empleados públicos en educación y sanidad te explicas tan portentoso resultado. Porcentualmente el otro departamento más privilegiado desde un punto de vista financiero es la Consejería de Transición Ecológica, pero aunque la mayoría de sus programas son singularmente beneméritos y varios de los mismos tendrán un impacto positivo en la vida cotidiana de los isleños –calidad y vertido de las aguas, tratamiento de las basuras y residuos—lo cierto es que las políticas ecológicas, tal y como observó tempranamente Iván Ilich, no son jamás políticas populares, entre otros motivos, porque apenas generan puestos de trabajo. Nuestra nefanda –aunque pequeñita — contribución a la huella de carbón se reducirá en la próxima década, pero nos va a costar una pasta, y es un gasto que tiende a convertirse en estructural.  

Tal y como recordó la oposición parlamentaria en el debate presupuestario resulta imposible detectar en los presupuestos diseñados por el consejero de Hacienda, Román Rodríguez, y su equipo, una estrategia política ordenada, sistemática y jerarquizada de recuperación económica para la era poscovid. Eso irritó bastante a la mayoría parlamentaria, pero es una obviedad muy escasamente discutible. La situación económica del país es mala –la inmensa mayoría del empleo creado desde marzo es precario y barato — y las previsiones de crecimiento francamente mediocres pero no existe un consenso sobre los motores e instrumentos del crecimiento económico de Canarias, con un turismo bajo continua sospecha infecto-contagiosa. No existe en el seno del propio pacto de Gobierno, no se diga en el ámbito parlamentario. Las cosas empezaron prometedoramente con un Plan de Recuperación, Transformación  y Resilencia – el conocido como Plan Reactiva Canarias – firmado con gran pompa y circunstancia, pero muy pronto el Gobierno de Ángel Víctor Torres dejó de lado cualquier voluntad de diálogo, acuerdo y cumplimiento, aun en la coyuntura más grave vivida por las islas en las últimas décadas. En la práctica el Plan Reactiva Canarias sirvió al presidente para mantener en silencio a la oposición durante muchos meses, engatusada por el sortilegio de una unidad de acción que no existió jamás. Torres no deja de recordarnos que vivimos en una situación excepcional, pero gobierna exactamente igual que cualquier de sus predecesores aun en medio de “la peor pandemia soportada en el último siglo” y “una crisis económica que amenaza con destruir nuestro tejido productivo”.

Las acciones de estímulo a la actividad empresarial han sido modestas y pese a la cháchara de Rodríguez el supuesto keynesianismo del Gobierno ni está ni se le espera. Para ahora mismo el Ejecutivo podría haber emprendido un programa ampliado de obras públicas – viviendas, carreteras, autopistas, muelles, parque urbano – y para pasado mañana solucionar la miserable financiación de las universidades canarias –que recibirán apenas 4,5 de euros más que este año – e impulsado un nuevo sistema de I+D+i. Sin pistas de ninguna de estas iniciativas, ¿cómo se va a modernizar la economía canaria, crear empleo, fortalecer su músculo empresarial hacia organizaciones medianas y grandes y consolidar un mercado archipielágico y no cinco, aumentar la productividad y favorecer la innovación? Es así, y no con ingresos mínimos vitales como se lucha contra la desigualdad, la pobreza y la exclusión social. A mí el equipo de Torres me parece, más que un Gobierno, una lenta y autosatisfecha burocracia del consuelo.

 

 

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Democracia no es (solo) votar

Incumpliendo un mandato explícito del propio Estatuto de Autonomía, que fijaba en dos años el tiempo para sacar adelante una ley electoral, todos los grupos del Parlamento canario aprobaron anteayer la toma en consideración de una norma que regulará los comicios autonómicos en el futuro. Es sumamente improbable que se obtenga ningún resultado concreto en el año y medio que queda de legislatura. Lo que se pudo escuchar, en fin, es a la diputada psocialista por La Gomera, Ventura del Carmen Rodríguez, que presentó desde la tribuna una síntesis histórica realmente particular sobre el sistema electoral canario. A mí se me antojó divertido que la señora Rodríguez nos contara que en 1996 Coalición Canaria y el PP impusieran aumentar los topes porcentuales regionales e insulares, como si el PSOE se hubiera opuesto. El PSOE se abstuvo al votar este cambio que, ciertamente, no fue a mejor. Y se abstuvo porque lo beneficiaba. Aumentando los topes los tres grandes partidos de Canarias se convertían en los auténticos agentes políticos del sistema, sin que las fuerzas más pequeñas tuvieran ninguna influencia, aunque fuera al precio de tirar miles de votos a la basura y malbaratar la democracia representativa.

El portavoz de CC, José Miguel Barragán, observó que el compromiso político real transado entre todos consistía en transformar en ley el sistema electoral ya ampliamente reformado y aplicado en 2019, y es rotundamente cierto. Tan cierto como que no existe ningún consenso entre los partidos que apoyan al Ejecutivo sobre el modelo electoral más deseable. En el fondo dilatar el proceso legislativo ni tuvo nada que ver con la pandemia ni tenía otro objeto que impedir, precisamente, disponer de tiempo para aprobar la ley. Casimiro Curbelo no quiere saber nada de una nueva normativa electoral antes de mayo de 2023. Y después, probablemente, tampoco. Fin del proceso. Así que se divagará mucho en una comisión verbalista sobre el sexo de las urnas, pero nada más, aunque doña Ventura del Carmen se lleve un disgusto traumático, lo que tampoco se me antoja demasiado probable.

Lo que me parecen realmente extraordinarios son aquellos que creen que el principal combate de la democracia representativa es la definición de su sistema electoral, buscando exhaustiva y heroicamente el elixir de la perfecta representatividad. Lo malo es que no existe. Y en Canarias, un país archipielágico donde cualquier fórmula está abocada a integrar representación popular y representación territorial – algo que no podría superarse plenamente ni siquiera con una segunda cámara — todavía es más difícil encontrarlo. Más aún: la representatividad casi perfecta puede conducir a gobiernos casi inoperantes. Una organización, Demócratas para el Cambio, que en realidad funciona como un lobby (perfectamente legítimo) de politólogos y juristas, ha insistido en la perentoria necesidad de “avanzar” en la democratización de Canarias con una norma electoral “más ambiciosa y completa”.  Es un entusiasmo un poco equívoco, por no decir equivocado. Democracia no es solo votar. Votar, por supuesto, es consustancial con la democracia, pero no agota sus exigencias y aspiraciones. La democracia es, con igual relevancia, un sistema institucional que se basa en la separación de poderes en un espacio público de controles y contrapesos. Para los caballeros de Demócratas para el Cambio la papeleta es el pasaporte hacia una sociedad libre y participativa, madura y responsable. Pero a Canarias le interesarían otros cambios de calado para aproximase a ese objetivo: la reforma y transparencia de las administraciones públicas, la persecución de la corrupción, un sistema judicial dotado financiera y tecnológicamente cuyos más altos tribunales no estén cooptados por los grandes partidos, un proceso más exigente de selección de élites, una educación pública menos segregada y segregadora socialmente, un urbanismo más humano y participativo, unos medios de comunicación menos débiles más independientes.

 

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Para siempre en los versos

Si quieren saberlo todavía me dura el frío. Aunque ya no siento ni padezco sí que conservo la memoria. Un muerto tiene memoria: la que deja en el alma de los vivos. El frío del agua al caer en el mar entre risas e insultos. El agua salada y fría entrando en los pulmones mientras pataleas. El frío de ahogarse, de que te maten y de saber que te van a matar, de que te están matando con miedo y con ganas, de que te han matado ya para siempre. Y la quietud luego. En el fondo esquelético de la rada la quietud llega siempre. A veces, entre las sombras oscuras y deshabitadas, cae lentamente algo, otra sombra, una leve vibración en el légamo oscuro, una perturbación fugaz, alguna fula que huye con un quiebro, y luego nada, nada durante años, durante lustros, y allá arriba los asesinos siguen su vida y los vencedores sus negocios, reciben sus ascensos y sus medallas, cierran acuerdos en el casino o en una mesa de Los Paragüitas, viajan a Madrid o a Londres, marchan los soldados en un orden perfecto bajo el inocente sol de todos los veranos, se tortura y se veja a cientos de personas y otros cientos son fusilados, toda la isla, en realidad, está bajo el agua, un agua rojiza de sangre y de pavor, hombres, mujeres y niños ahogados en el terror, en el hambre, en el espanto diario, en la humillación forzosa, en la desesperanza más cruel, porque sé perfectamente que no he estado solo durante todo este tiempo, un tiempo cuya duración ignoro pero en el que hemos naufragado como individuos y como pueblo, y ese instante en que todo pareció arrebatadoramente posible, una vida digna en un país libre, cabe ahora en una gota de agua sanguinolenta que salta en los paredones, serpentea por el suelo y se deshace aquí, en la rada, como se han deshecho mis huesos, aunque no mi memoria ni mis versos, lejos de la indiscreta mirada de los tontos, creciendo como la hierba en el camino pisoteado por el desfile de casi medio siglo de obispos, concejales, militares y curas, un espectáculo desconocido mi pudridera, salvo por el guerrero por supuesto, ese heroico genocida que es Él y no otro, en pie sobre las alas desplegadas de un ángel vigila la rada, custodia después de tantas noches miserables el fantasma de la prisión flotante y los aullidos de pavor que desgarraban la madrugada, el fondo donde quedé tendido con los ojos abiertos, allí está, vigilante y tranquilo, un símbolo de una dictadura ignominiosa, una vomitiva demostración de la estúpida insensibilidad y la arrogante ignorancia de los que mandan, exactamente lo que me ha llevado ceder mi voz en este torpe artificio verbal a un periodista del tres al cuarto, un  favor que le hago al pibe, porque lo noto inflamado de desprecio, el desprecio que siente por una ciudad, la ciudad de la que salió el golpista para arrasar todo un país, una ciudad que tolera cuarenta años después de la muerte de Franco, cuarenta años, cuarenta años, un puto adefesio de propaganda fascista, pues no han encontrado cinco minutos, cinco horas, cinco plenos para dedicarle una calle a Domingo López Torres, soy yo, al que mataron arrojando al mar con varios compañeros como masacraron a tantos otros en una planificada orgía de crímenes y abusos, con abyecta impunidad, aplaudiéndose a sí mismos y decretando un silencio indestructible, soy yo el poeta asesinado, para siempre en la rada, para siempre en la memoria, para siempre en los versos, Domingo López Torres.

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Viaje a la infancia

¿Queda alguien ahí entre los restos de escaldón y ropa vieja? La última vez que miré entre las persianas me pareció ver en la esquina a una pareja de luchadores bailando un sorondongo. Quizás se trataba de una pesadilla. No lo sé. En general en estas fechas es difícil comprender algo. Por ejemplo, que la expresión de la canariedad – si se presupone que existe tal señora –solo tiene cabida en el folklore. Siempre, en este día feriado, aparecen varios tipos, cuidadosamente seleccionados por el gabinete del Doctor Caligari del Gobierno autonómico, que te explican que tenemos el deber ineludible de conservar nuestras raíces, y la raíces de nuestra identidad son un traje de mago, el gofio, la carne fiesta, cientos de tipos tocando el timple, una vaca cagándose por la calle y un vino azufrado empapándolo todo. Este año han completado la encuesta preguntando a otras desconocidas eminencias sobre la impresión que causan los canarios dentro y fuera de las islas. Les sorprenderá a usted saber, estimado lector, que jamás pasamos desapercibidos. Que si usted y yo paseáramos por Nairobi, Nueva York o Albacete se nos identificaría como gente de genio inmediata, irremediablemente.
–Son ustedes impresionantes. No nos han pasado desapercibidos.
–Muchas gracias. Es que somos así.
–¿Canarios, no?
–Por supuesto.
–Ya lo sabíamos.
–Y yo sé que usted lo sabía.
–Impresionante.
–No. Simplemente canarios.
El folklore institucionalizado funciona para el poder — y el poder no es exclusivamente un Gobierno o un sistema político — como una máscara ideológica. Queremos y nos quieren identificarnos así – asumiendo como  propios fragmentos dispersos y a menudo ficcionalizados  de peculiaridades y rituales propios de sociedad agrícolas y ganaderas –porque desactiva cualquier conflicto identitario –y al cabo social — propio de sociedades más complejas. Lo que arrastra el ganado es un cuento chino. Se trata de una suerte de viaje a una infancia –un pasado entre bucólico y gargantuélico– que jamás existió. Un viaje bastante idiotizante en su pretensión de representar cultural o espiritualmente a toda una colectividad. Una excusión intrauterina en la que todos los mandamases y aspirantes sin excepción nos explican desde la izquierda a la derecha, desde el centralismo al nacionalismo, las innumerables razones de sentirnos orgullosos por sentir en las venas el salitroso orgullo que orgullosamente debemos disfrutar, recuperar o conquistar. Cualquier autocrítica es considerada como una actitud ya no antipatriótica, sino incluso antihigiénica, tal vez inmoral, en todo caso, insolidaria. No es admisible ejercer de canarios tocando jazz, creando una pintura de paisajes interiores, montando una propuesta teatral sobre un texto de Ionesco, escribiendo novelas de zombies que, en este país, serían puro costumbrismo. Pero ánimo. Faltan solo unas horas para volver a ser lo que somos a diario. Esa partida de envite que perdemos siempre contra  nosotros mismos y –lo que es peor –solo sabemos jugar contra nosotros.

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