Retiro lo escrito

Financiación autonómica

Si se emprendiera –cosa harto improbable – una reforma de la Carta Magna de 1978 durante los próximos años la conferencia de presidentes autonómicos debería ser constitucionalizada, como demanda la estructura cuasifederal del Estado español. Por el momento la insuficiencia mayoría parlamentaria del PP y la evolución de la hacienda española durante la interminable crisis económica – que ya no es una crisis, sino un cambio de paradigma político y una deconstrucción del Estado de Bienestar – han propiciado una reunión de esta conferencia territorial, con las excusas majaderas de los que gobiernan en Cataluña y el País Vasco, con el objetivo básico de avanzar hacia el consenso de un nuevo sistema de financiación autonómica. El último compromiso financiero del Gobierno central con las comunidades autonómicas se produjo durante la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero y ha resultado bastante desastrosa para Canarias. Cuando el Gobierno regional repite hasta la naúsea que cada canario recibe 1.570 euros anuales menos que lo que recibe de media cada español en los presupuestos generales del Estado olvida que Coalición Canaria bendijo el muy deficiente sistema de financiación que ha conducido a esta situación.
Lo cierto es que España está obligada a cumplir su compromiso de consolidación fiscal con Bruselas reduciendo su déficit al 3,1% del PIB antes de finalizar 2017. Hace un par de meses Cristóbal Montoro aseguró que la mejora de la recaudación – y la inercia de las medidas económicas y fiscales ya adoptadas – conseguirían que se llegue al 3,6%, y esas cinco décimas que se resisten significarán un recorte presupuestario de unos 5.500 millones de euros aproximadamente. Es difícil que Canarias – ni nadie –consiga mejorar su financiación, aunque se intente por la vía de que los recursos del REF no se computen como financiación general: ese es un criterio político y no contable. El Gobierno autonómico solo tendrá una oportunidad de mejorar ligeramente (o no) la financiación de la comunidad si deviene imposible un acuerdo presupuestario entre el PP y el PSOE y Mariano Rajoy y su equipo se ven obligados a pactar con Ciudadanos, en cuyo caso necesitarán el auxilio de los votos del PNV y de CC.
En todo caso vale la pena hacer una reflexión. Ciertamente a Canarias le urge una mejor financiación para que los sistemas públicos de educación y sanidad puedan respirar tras un largo y angustioso periodo de asfixia económica. Pero resulta realmente curioso que con mejor o peor financiación, con convenios generosos o con presupuestos ajustados, este pequeño país se enfrente a un desempleo estructural excepcional en Europa – actualmente superior al 28% de la población activa y nunca inferior al 10% desde los años noventa –, a salarios entre los más bajos de España, a una concentración de renta escandalosa y a una desigualdad galopante. Mientras este  doloroso escenario no cambie – y lleva un cuarto de siglo sin cambiar sustancialmente – Canarias verá aumentar cada vez más su dependencia financiera de los presupuestos generales del Estado para pagar sus servicios sociales y asistenciales. Es un curioso nacionalismo el que consigue aumentar más la dependencia financiera al Estado año tras año, legislatura tras legislatura. Pocos empleos, mal pagados y escasamente productivos se traducen en un consumo débil, en una recaudación fiscal misérrima, en unas asignaciones para la jubilación claramente insuficientes para garantizar las pensiones de pasado mañana. A un proyecto dizque nacionalista este horizonte le debería intranquilizar, tanto como debería entender que ganar una batallita en la financiación estatal no supone consolidar Canarias como una comunidad política y económicamente viable.

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Adoptar al PSC-PSOE

Juan Fernando López Aguilar opina que el PSC-PSOE es un partido huérfano y ha adelantado su voluntad de adoptarlo, desdichado chiquitín pequeñito y desvalido. Las metáforas las carga al diablo y al eurodiputado socialista se ha disparado en el pie. En una de sus mejores películas Woody Allen escucha a un amigo que le anima aunque su exesposa se haya marchado a vivir con otra mujer. “Tu hijo, que todavía es pequeño, tendrá dos madres, y eso es bueno”. “¿Estás seguro?”, le responde Allen. “Porque yo creo que poquísimos seres humanos sobreviven a una madre”. Al PSC-PSOE le pasa lo mismo. Demasiadas madres empeñosas y demasiados padres ofertantes, y sobrinos mentirosos, cuñados mesiánicos y primos hartos de hacer el primo. Quizás convenga recordar que López Aguilar ya fue secretario general del PSC. Lo fue después de su éxito electoral de 2007 – era el momento más dulce del fugaz zapatarismo —  y no antes. Conviene recordarlo porque algunos se empecinan en que esa victoria fue un producto exclusivo del candidato presidencial, cuando a López Aguilar casi no se le conocía fuera de Gran Canaria. Tanto entonces como ahora los anhelos por asumir la dirección del PSC tienen más relación con las circunstancias personales y políticas de López Aguilar que con ninguna vocación por el liderazgo y la transformación de la organización socialista.
El brillante jurista – sin duda uno de los socialistas intelectual y académicamente más sólidos de su generación – se aburrió muy pronto de la cámara regional, que se le antojaba una ratonera provinciana, y logró encabezar la lista del PSOE en el Parlamento europeo. Aun así quiso mantener la secretaria general, dirigiendo el PSC desde Bruselas, aunque al final de impuso la cordura (y su hartazgo). Ahora la situación es muchísimo peor para López Aguilar, que ya no cuenta con ninguna protección, apoyo o connivencia en una dirección federal que todavía no existe. ¿Qué tiene él que ver con Susana Díaz, con Patxi López o con Pedro Sánchez. López Aguilar es un producto quintaesenciado – y ya ligeramente vintage — de la era Zapatero. En un par de años puede verse defenestrado en las listas europeas, en cualquier lista electoral, y por eso, simplemente, vuelve la vista al PSC y a una Secretaria General que significaría un refugio más o menos dorado. Pero durante su anterior y único mandato fue incapaz de redefinir el modelo organizativo del PSC, de perfilar una reforma estratégica y programática, de trazar apoyos y complicidades entre los diversos grupos e intereses del partido. No le interesó, conducido exclusivamente por su afán de supervivencia. Hoy parece muy improbable que ocurriera algo distinto. El PSC se enfrenta a un porvenir sombrío: como instrumento de acción política se ha osificado, la oligarquización de la dirección ha destruido su vitalidad política y su conexión con la sociedad,  las trifulcas internas han multiplicado las gestoras y los fulanismos.  Son patologías que no se curan con tutelas ni adopciones por padres ansiosos que no quieren ser retirados de la política.

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Algo pasa con Meri

El escándalo de los correos electrónicos falsificados con los que la corriente Claro que Podemos se habría impuesto en las elecciones primarias celebradas en marzo de 2015 no ha merecido el desmentido de la secretara general de Podemos en Canarias, Meri Pita, ni de la secretaria de Organización, Concepción Moreno, ni de la portavoz parlamentaria, Noemí Santana. Pita y sus fieles se han parapeteado tras un flatulento comunicado del Consejo Ciudadano de Podemos que parece escrito por un mal humorista con problemas de Alzheimer. El llamado Consejo Ciudadano de Podemos solo ha sido noticia por las expulsiones y dimisiones que han jalonado su mortecina crónica desde hace más de un año. Este órgano de representación interna está al borde de la disolución, porque a la decena de dimisiones en el pasado verano se sumaron otras siete en noviembre – algunas tan señaladas como las de Domingo Garí, José María Fernández-Palacios y Dailos González, consejero del Cabildo de La Palma al que la secretaria general persigue convertir en rapadura. Los Consejos de Gran Canaria y Tenerife fueron abandonados, entre el hastío y la indignación, por la mayoría de sus integrantes y han sido finiquitados de facto. Incluso la Comisión de Garantías fue disuelta al ser admitida a trámite una denuncia por falsificación documental –ya es casualidad –contra su presidenta, Isabel Suárez. La dirección de Podemos Canarias ha quedado reducida prácticamente a Meri Pita, a punto de expedientarse a sí misma por ser demasiado benévola, a Concepción Moreno, que le sirve diariamente su ración de disidente frito en salsa de improperios, y a los que no quieren enemistarse con la dirección nacional y miran para otro lado, como Noemí Santana, la alucinatoria Juana de Arco de esta izquierda alternativa que se ha puesto morada de expulsiones y excomuniones.
Lo peor del comunicado del semifantasmal Consejo Ciudadano es esa insistencia tan podemita —  un  rasgo que ya es más estilístico que argumental — en considerar idiota a todos los demás. De manera que el  narra seriamente lo que estipulan las normas y reglamentos de Podemos para las elecciones primarias como prueba indubitable que no se produjeron irregularidades en las elecciones primarias de 2015. Es algo parecido – permítase el símil – a que el principal argumento defensivo de alguien acusado de robo consistiera en recitar muy seriamente el código penal.  No obstante, esto resulta apenas comparable a imaginar la reunión de pitistas con decenas de inmigrates saharauis para convencerlos de las sutiles pero trascendentes diferencias estratégicas y programáticas entre Claro que Podemos y el resto de las candidaturas.  Tuvieron éxito porque nadie ignora que desde chiquititos los saharauis son más pablistas que errejonistas.
Y por supuesto se añade una amenaza final. Precisamente la amenaza de acudir a los tribunales para denunciar a los medios de comunicación y a los periodistas que se atrevan a seguir hablando sobre este asunto. La pincelaba que faltaba para terminar ese autorretrato políticos de quienes han hundido – a menudo en colaboración con sus adversarios – el nonato proyecto de Podemos en Canarias.

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Periodismo y ciudadanía

Leo la enésima admonición dirigida a los periodistas, en esta ocasión con metáfora incluida y expuesta por Reyhan  Harmanci, directora de First Look Media: «Además de observar los incendios y de informar sobre ellos, los periodistas deberán ayudar a apagarlos… No basta con ser testigos».  No sé si llamarlo un viejo debate o una sobada martingala.  La profesión vive desde hace una década una masacre laboral feroz y las condiciones salariales han empeorado sustancialmente, pero, muchacho, no te limites a informar sobre el incendio, apágalo  con secos golpes de ese bocadillo de choped  que constituye tu almuerzo. Te quedarás sin bocata pero, como decía Kipling, serán un hombre – o una mujer – hijo mío. Desde que existe periodismo se ha querido convertir a los periodistas en otra cosa, y en la teorización de ese intento no han faltado periodistas tampoco. Ya saben, entintados héroes que luchan contra el poder, novios de la muerte de élites y oligarquías, solapados lectores que citan a George Orwell – quizás el mejor de toda nuestra impresentable tribu – para decir periodismo es publicar lo que alguien no quieres que publiques. Es lo malo de leer los libros y los artículos como leyendas impresas en bolsitas de azúcar para el café: que no los has leído. Porque ese alguien no es necesariamente un banquero, un ministro o un presidente. Ese alguien – recórranse, y no solo, sus artículos en The Observer en los años cuarenta – podía y solía ser la oposición parlamentaria, los sindicatos de izquierda o los dirigentes y estrategas soviéticos en Inglaterra, en la España incendiada por la Guerra Civil o en el resto de Europa. Que yo sepa Orwell nunca fue procesado judicialmente por ninguna de los análisis políticos que vertía en la BBC o en la prensa escrita. No le hizo falta para transformarse en una referencia de calidad profesional y probidad ética que sigue iluminando el oficio en este siglo de grandes esperanzas colapsadas y ominosos terrores crepusculares.
El periodismo es contar lo que ocurre con la máxima precisión y respeto a los hechos. Periodismo es la búsqueda de la objetividad militante– no de la imparcialidad insostenible – a partir de la magnífica definición de Arcadi Espada:  ser objetivo es narrar los hechos con independencia de las convicciones. Es un trabajo interesante, aunque a veces fatigoso, y en el que un día descubre que ningún texto, absolutamente ninguno, deviene la verdad. Ocurre esa tarde empapada en café y rincones oscuros en la que reparas, finalmente, en que el periodismo significa un fracaso cotidiano en el que se trata  –como siempre – de fracasar un poco mejor cada vez. Y respecto a la responsabilidad,  nuestro menester es una intersección curiosa y atrabiliaria entre lo profesional y lo ciudadano. Como mejor contribuye un periodista a apagar un incendio es contando que se ha producido un incendio, con laconismo y precisión, inequívoca y velozmente. Al periodista hay que exigirle que se queme las pestañas, no que se carbonice en el monte. La noticia es al mismo tiempo información y compromiso, pero no con la libertad del periodista, sino con la de libertad de todos.

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Una amnesia desvergonzada

En un ensayo breve y delicioso Roland Barthes llamó a Voltaire el último escritor feliz, porque jamás sufrió ni la hiperconciencia del lenguaje ni conflictos ideológicos internos ni las ambigüedades morales de quienes le sucedieron. El último (y quizás el único) presidente del Gobierno de Canarias feliz, indescriptiblemente feliz de ser presidente, fue Román Rodríguez.  Su gorja naturaleza, su buen humor casi inalterable, su ciega confianza en sí mismo lo convertían en una excepción, porque los presidentes, aunque anhelen mucho su condición (“se puede llegar a presidente por casualidad, pero no sin desearlo mucho”, como dijo Abraham Lincoln) suelen  mostrarse como esclavos de un ideal, estrictos servidores de los intereses públicos, monjes trapenses de la gestión institucional,  víctimas de su propia entrega acogotadas por una responsabilidad  que devoraba sus días y sus noches. Rodríguez jamás pisó semejantes pantanos. Dormía a pierna suelta sin perdonar breves y reparadoras siestas, bebía bien y comía mejor, bromeaba con unos y con otros, proyectaba una imagen entre deportiva y hedonista del poder en época de presupuestos gordos y mantecosos. Pero, por supuesto, era un presidente, un presidente bastante común y corriente, y quería seguir siéndolo.
Ahora Román Rodríguez le pide a otro presidente, Fernando Clavijo, que presente una cuestión de confianza en el Parlamento. Todo el mundo tiene derecho a cambiar. Rodríguez cambió cuando los restantes dirigentes de CC incumplieron tramposamente el acuerdo en virtud del cual le correspondería la Vicepresidencia y la Consejería de Economía y Hacienda a partir de la victoria electoral de 2003. Fue entonces cuando decidió marcharse y fundar con la mayoría de los cargos públicos (y los militantes) de la CC grancanaria un partido, Nueva Canarias. Cambió entonces, no antes. Pero no se trata de afear los cambios de posición política, sino de subrayar esa amnesia empapada en cinismo con el que Román Rodríguez, reverdecido izquierdista, se desenvuelve hace años. Reclama conocer los apoyos de Clavijo y olvida la espectacular y follonera inestabilidad que presidió buena parta de su mandato. Al parecer no lo recuerda. No recuerda cuando destituyó a Guillermo Guigou, secretario general del PP de Canarias, como consejero de Agricultura y Pesca. No recuerda tampoco que el PP decidió abandonar el Gobierno autonómico, pero sus tres consejeros – Lorenzo Suárez, Tomás van de Valle y Rafael de León – se negaron a dejar el gabinete: los tres se negaban a reconocer el liderazgo de José Manuel Soria. Es difícil imaginar una inestabilidad más circense: gobernar con tres consejeros que no reconocen la autoridad de tu socio parlamentario y que se niegan a seguir las instrucciones de su propio partido. Esta grotesca situación duró más de cinco meses. La oposición socialista le solicitaba casi a diario una cuestión de confianza, pero a Rodríguez el infecto vodevil que copaba la información política le importaba un rábano. Finalmente el PSOE de Juan Carlos Alemán presentó una moción de censura pero ya por entonces se había recuperado la confianza entre Coalición y el PP, y los votos de la derecha acudieron prestos a salvarle el pescuezo a Rodríguez.
Como ejemplo de inestabilidad – incluso de inestabilidad en el seno de CC – podría citarse también esa monstruosa comisión de investigación sobre Tindaya: montaña sagrada y violentada que parió un ratón parlamentario. Que un político con estos antecedentes describa ahora mismo un escenario cuasiapocalíptico y siempre dudas sobre la legitimidad del Ejecutivo regional – cuya gestión, sin duda, reclama duras críticas – no es más que una lección de desmemoriada sinvergüencería.

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