Retiro lo escrito

Barra libre en El Aconcagua

La grima que producen algunos candidatos es superior a la que producen otros, por supuesto. Quizás tengo que hacérmelo mirar, porque se me antoja que son los dos candidatos presidenciales nacionalistas (Fernando Clavijo y Román Rodríguez), a los que quizás sumaría Ramón Trujillo, los que emiten menor número de memeces y muestran cierta resistencia al aullido buhonero y a invocar la lluvia de café en el campo.  A medida que se acercan los comicios las pujas aberrantes y fantasiosas de unos y otros alcanzan mayores niveles de delirio, como aquel montañero que cerca de la cima del Aconcagua creyó que podría volar, soltó el piolet y terminó empurrado en un glaciar poco acogedor. La crisis económica – y la todavía germinal crisis del sistema de partidos – no les ha enseñado nada: en lugar de optar por tratar a la ciudadanía como adultos justificadamente insatisfechos, se empeñan en la infantilización de las propuestas, en la multiplicación de los panes y los peces para pasado mañana a primera hora, en la barra libre para cubrir cualquier expectativa.
María Australia Navarro promete bajar los impuestos y simultáneamente mejorar la sanidad pública sin tomarse un respiro para explicar cómo hacerlo, es más, cómo no lo ha hecho el Gobierno de Mariano Rajoy en los últimos tres años y medio, en los que ha conseguido precisamente lo contrario: un incremento tributario notorio a las clases medias y a las pymes y un colapso de la sanidad pública. Lo más reciente en este bestiario chiripitiflaútico de ofertas electorales, sin embargo, se pudo escuchar en boca de Patricia Hernández, que ha dicho que los salarios en Canarias son muy bajos, y que no basta con equipararlos a la media española, sino que deben alcanzar la robustez de Suecia o Noruega. Ya se sabe que a Hernández la economía le importa un pimiento y pretende triturarla en sonrisas de dientes incontables. Su lema es que ningún dato, ninguna estructura, ninguna realidad le pude chafar un titular patéticamente triunfalista, una profecía que cumplirá ahí donde coinciden los desigmios de la Historia y Tweeter. Los salarios noruegos no se imponen por decreto, ni siquiera en Noruega. Si en las islas los salarios son menores es porque nuestros empleos son un asco y se crean en actividades que generan escasísimo o nulo valor añadido; porque nuestras empresas son pequeñas y escasamente profesionalizadas; porque nuestra productividad jamás ha sido relevante y cae en picado desde hace casi una década, porque el mercado laboral está pésimamente regulado, porque nuestro sistema educativo es muy deficiente y nuestra inversión en I+D+I es grotescamente insignificante. Los salarios, en Canarias, no son el maligno fruto  empresarios inescrupulosos – que abundan — sino de las condiciones económicas y sociolaborales de un modelo de desarrollo basado en la burbuja inmobiliaria y el turismo de masas. Transformar esta realidad lleva más tiempo, incluso, que convertirse en la candidata del PSC-PSOE a la Presidencia del Gobierno de Canarias.

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Una hoja de parra

En una nueva demostración de inteligencia táctica, el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, presentó ayer una suerte de “programa marco” para las elecciones autonómicas del próximo día 24. Puede que alguien se despiste, pero los dirigentes nacionales de los grandes partidos no se presentan tres semanas antes de las elecciones frente a las cámaras de televisión para ofrecer un programa generalista para gobernar en las distintas comunidades autonómicas. Si Podemos lo hace así es para establecer unos límites programáticos a sus organizaciones subestatales, dotar de coherencia las ofertas y, sobre todo, suplir las carencias propositivas –bastante escandalosas – evidenciadas en numerosos territorios como, por ejemplo, Canarias.
Lo más predecible, precisamente, es que en los lugares de menor madurez organizativa y política los candidatos de Podemos se aferren al programa marco de Iglesias y su dirección — que supone, por cierto, otra vuelta de tuerca moderantista — como a un salvavidas conceptual. Con toda seguridad lo hará Noemí Santana, la candidata de Podemos para la Presidencia del Gobierno de Canarias, a la que, hasta el momento, solo se le han escuchado salmodiar apotegmas pancarteros y eslóganes muy sentidos. ¿Quién está redactando y con qué metodología el programa autonómico de Podemos en Canarias? Vaya usted a saber.

Por el momento la señora Santana ha insistido perentoriamente en dos ocurrencias. La primera, eliminar gasto público, que para la candidata de Podemos es una labor muy sencilla: basta con deshacerse de políticos, de cargos públicos, de asesores, de ruin, superflua y chupóptera casta. Este tierno infantilismo olvida convenientemente que más del 70% de los 6.195 millones de euros del presupuesto general de la Comunidad autonómica se destina a abonar los sueldos, materiales y tecnología de las consejerías de Educación y Sanidad. La otra obsesión tartamuda de Santana consiste en una renta básica para las 50.000 familias canarias que se encuentran bajo el umbral de la pobreza. Si fijamos 600 euros mensuales para cada unidad familiar el coste de esta medida se dispara a unos 360 millones de euros al año. Admitiendo un desempleo ligeramente decreciente en la próxima legislatura podrían aventurarse unos 1.100 millones de euros para los próximos cuatro años; aproximadamente, un 2,1% del PIB del Archipiélago en 2014. Obviamente Noemí Santana no especifica ni de broma de dónde sacará esta pasta para una renta básica que además promete comenzar a aplicar en sus primeros cien días de mandato. La comunidad autonómica tiene una deuda de más de 7.900 millones de euros y ahora mismo representa el 14,5 de su PIB anual. Globalmente es de las más bajas del Estado, pero si se mide la deuda per cápita, mientras a cada isleño le correspondían 638 euros en 2004, ahora te tocan nada menos que 2.839. Santana y sus compañeros no encontrarán estas cifras en el documento presentado ayer por Pablo Iglesias y que pretende cubrir su desnudez vocinglera. Pero seguro que no les intranquilizará.

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Puro cuento

Durante los últimos ocho años (y muy en particular durante esta legislatura que agoniza) la política de comunicación del Gobierno de Canarias ha sido, en realidad, la política de comunicación de la Presidencia del Gobierno de Canarias. Como demuestran hasta el bostezo hemerotecas y videotecas el objetivo básico de la misma fue una vibrante e inacabable exaltación de la figura del presidente del Gobierno, omnisciente y omnipresente, quien igual improvisaba un análisis de la crisis financiera estadounidense que explicaba la importancia de creer en un Ser Superior creador del cielo y de la tierra. Paulino Rivero estaba presente en todas las reuniones de las RUP, en todas las romerías, en congregaciones de cristianos evangélicos, en congresos de ornitólogos y asambleas de homeópatas, en los partidos del CD Tenerife y la UD Las Palmas, en torneos de bolas y petancas, discurseando cantinflescamente y sin desmayo, repartiendo premios y medallas, ordeñando vacas, cargando espuertas de uvas, arando campos, besando niños y corriendo atléticamente por todos los andurriales archipielágicos. El núcleo inicial del imaginario aliñado en las retortas de Presidencia del Gobierno era un líder cercano, sencillo, inmediato, incansable, un self made man cuyos modestísimos orígenes sociales demostraban sus virtudes de esfuerzo, disciplina, pundonor y afán de superación, volcados ahora generosamente en el bienestar de Canarias. Pero en los últimos cuatro años eso no bastaba. La crisis económica y social se endurecía y cientos de miles de isleños la sufrían en sus carnes y los servicios sociales y asistenciales crujían al borde del colapso. El responsable, por supuesto, era Madrid, es decir, el PP, y Rivero se convirtió así en un progresista que intentaba heroicamente salvar el Estado de Bienestar en un Gobierno con los compañeros del PSOE. El relato se renovó porque, además, tenía una afilada utilidad contra los que discutían a Rivero en CC una nueva candidatura presidencial: eran los representantes de la derecha insularista contra un progresista que defendía una Canarias desde un nacionalismo de izquierdas, equilibrado,  integrador,
Paulino Rivero jamás ha sido un político progresista. Pactó con el PSOE en 2011 – como lo hubiera hecho cualquier dirigente coalicionero — porque era la única fórmula para conservar la Presidencia del Gobierno, de la misma manera que en 2007 pacto con el PP, pese a la abultada mayoría que obtuvieron entonces los socialistas encabezados por Juan Fernando López Aguilar, cuyo éxito no reconoció públicamente jamás. Durante quince años, como secretario general de ATI, su labor consistió en desplazar al PSOE en las alcaldías tinerfeñas y no lo hizo nada mal. Se ha negado a apoyar al candidato presidencial de CC en campaña electoral y ahora solo espera un fracaso de su partido para tener un pretexto e incorporarse a otro, por ejemplo, a Nueva Canarias. Por eso ese cuidadoso relato político – siempre en clave personal, nunca en relación realista y contrastable con su gestión – no es un relato. Es un cuento. Es puro cuento.

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Elecciones universitarias

Cuando se habla de un sillón chesterfield se debe aludir inevitablemente a su rígida comodidad, a sus paneles con capas de relleno de alta calidad envueltos en crin de caballo, al espléndido cuero gratamente frío y a los pies redondos hechos de madera de caoba. De la misma manera, para referirse a Antonio Martinón, exdirigente socialista y catedrático de Matemáticas de la Universidad de La Laguna, se debe subrayar invariablemente su insaciable honestidad política y personal. La honestidad puede también ser un apetito y Martinón lo demostró a lo largo de treinta años de servicio público ocupando numerosos e importantes cargos. Una anécdota (quizás apócrifa) lo ilustra perfectamente. El profesor Martinón ocupaba una alta responsabilidad política y a su despacho acudió un viejo amigo – y compañero del partido – que le solicitó un favor para uno de sus hijos. Para concedérselo Martinón no necesitaba en absoluto conculcar, directa o indirectamente, ninguna ley ni reglamento, pero puso a su amigo en la puerta de la calle en menos de un minuto. Esta acendrada actitud, entre la virtud insondable y la manía circunspecta quizás explique que, en efecto,  Antonio Martinón haya desempeñado múltiples responsabilidades públicas, pero nunca tuviera propiamente una carrera política.
Después de ganar la primera vuelta de las elecciones a rector de la Universidad lagunera, el profesor Antonio Martinón probablemente obtendrá la mayoría necesaria en los próximos días. Con toda seguridad encabezará una gestión activa, pulcra y honesta de la administración universitaria. Desgraciadamente eso no basta. Ni el rector más honorable, puntilloso y batallador será capaz de reflotar financiera, académica y científicamente la Universidad de La Laguna, y lo mismo ocurre con el resto de los centros universitarios españoles. El viejo modelo universitario español está quebrado: conservadores y socialistas han jugueteado con su cadáver durante el último cuarto de siglo y la puntilla necrofágica ha sido la implantación del plan Bolonia (a la española, por supuesto)  que en combinación con la asfixia presupuestaria bajo el pretexto de la crisis económica ha acentuado todos los males del gatuperio universitario sin mejorar un ápice sus expectativas de crecimiento y calidad en la docencia y la investigación. Probablemente seguir eligiendo rectores sea una mala e inercial idea. La reforma de las universidades, para empezar a ser una vía verosímil, debería empezar por el compromiso de la propia comunidad universitaria, y casi dos tercios de los alumnos ni se han preocupado en votar en estas últimas elecciones. El chesterfield es realmente elegante y cómodo. El profesor Martinón es apabullantemente honesto. Eso es todo.

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No pervivirá este hermoso paraíso

El rito tradicional marca que uno debe sentirse decepcionado por las campañas electorales, monótonas cacofonías intercambiables y espectacularización de una política que ya es puro espectáculo en todos sus formatos, desde el mimo – María Australia Navarro, sonrisa de Joker y estilismo de adolescente sin causa, prometiendo 100.00 puestos de trabajo – hasta la ópera de cuatro perras – Noemí Santana explicando que gracias a Podemos en Canarias no ha estallado una revuelta popular, es decir, reivindicando lo que no ha ocurrido –. Pero estas elecciones autonómicas y locales no se merecen esto. Este pequeño país está en un brete de cuya salida dependerá su viabilidad como proyecto de convivencia con garantías de futuro. O no. Porque ningún país resulta viable con unas tasas de desempleo superiores al 20% durante lustros y con casi una generación completa resignada a los baretos y a la televisión. Podemos engañarnos – las élites políticas y empresariales pueden hacerlo, los deudos de la revolución pendiente pueden hacerlo– pero no lo es. Mientras aquí nos estancamos contando turistas y esperando una recuperación parcial de la construcción (con o sin Cotmac) allá afuera la economía mundial sigue su camino a través de procesos y ajustes de cambio y transformación cada vez más complejos y acelerados. Pasan los años, se cronifican los problemas, la crisis muta de coyuntura a vencer a estructura de comportamiento y Canarias parece haberse arrancado los ojos, como Edipo, y camina a trompicones por el escenario, carente de cualquier inteligencia prospectiva. Ninguna atención geoestratégica. Una calidad institucional (pública y privada) entre mediocre y pésima que se contenta con mantener en lo posible el status quo hasta el punto que a veces dibuja una voluntad suicida. No pervivirá este hermoso paraíso de turistas munificentes, constructores y operadores rapaces, salarios miserables, productividad en picado, rentas de la UE y un famélico ejército laboral de reserva.
Canarias necesita un agenda reformista que admita como obviedades la necesidad de una reforma de las administraciones públicas y el desarrollo de nuevos modelos e iniciativas de crecimiento económico porque, sencillamente, ni un turismo floreciente ni una construcción necesariamente limitada pueden absorber cerca de 350.000 desempleados. La única alternativa en un sistema económico globalizado es lo que Rodríguez Martín ha llamado territorialización activa: nuevos diseños funcionales, superación de economías de escala, proyectos de glocalización en el tejido empresarial isleño vinculados a energías alternativas, por ejemplo, y en todo caso, apuntalados por inversiones importantes en educación y en I+D+I.  Pero en esta algarabía previa a las urnas no se escuchan proyectos, sino discursos, no se perciben programas integrales, sino sugerencias, no se aportan herramientas, sino nuevas y ya ancianas promesas inverosímiles.

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