Retiro lo escrito

Un sucio y espeso aviso

Hace cerca de un año el Gobierno de Canarias remitió al Gobierno central un plan de contingencia contra vertidos de crudo en el mar redactado por la Dirección General de Emergencias para su obligatoria homologación por el Ministerio de Fomento; hasta donde me alcanza la memoria, jamás se produjo una respuesta positiva. Por supuesto, el diseño del plan estuvo estimulado por las prospecciones de Repsol en las proximidades de las costas de Fuerteventura y Lanzarote, a las que el Ejecutivo regional, varios cabildos, numerosas fuerzas políticas y asociaciones ecologistas se opusieron frontalmente. Sin duda cabe criticar agriamente la palmaria insensibilidad del Ministerio de Fomento, pero el plan de la Dirección General de Emergencia sigue siendo un misterio, porque no estuvo precedido de una evaluación concienzuda (y públicamente expuesta) de los medios profesionales, técnicos y financieros de los que dispone las administraciones públicas canarias para enfrentarse a la catástrofe potencial que una derrame de crudo o combustible puede significar tanto para los ecosistemas marinos como para las costas y habitantes del Archipiélago. Resulta francamente grotescos que nos obliguen a descalzarnos y transitar bajo arcos magnéticos para tomar un avión a Lanzarote o El Hierro, y en cambio, los peligros que supone  –pese a las mejoras en la seguridad marítima –el tránsito anual de 35.0000 buques mercantes entre los puertos canarios – sin contar con los petroleros — casi esté resignado a la buena fortuna.
Con el hundimiento del pesquero de bandera rusa Oleg Naydenov al sur de Gran Canaria esta ruleta se ha detenido en una casilla a más de 2.400 metros de profundidad. El riesgo es menor por un conjunto de circunstancias (profundidad del hundimiento, corrientes marinas, cantidad relativamente modesta del fuel en los tanques del buque) pero no despreciable. Más que una catástrofe habría que tomarlo como un aviso en toda regla de lo que podría no ocurrir hasta dentro de veinte años, pero también podría suceder pasado mañana. Articular normativa y técnicamente una zona marítima de especial protección para Canarias no es especialmente arduo. El único político isleño que se ha ocupado positivamente de este asunto es José Segura, quien desde varias responsabilidades y en numerosas intervenciones y propuestas en el Congreso de los Diputados ha ejecutado un análisis impecable de las exigencias y necesidades que, en materia de seguridad marítima, debe plantear y resolver Canarias. Dos buques de salvamento de nueva tecnología avecinados en las islas, una embarcación rápida de salvamento, dos bases de lucha contra la contaminación eficazmente dotadas en Tenerife y Gran Canaria, equipos de técnicos debidamente adiestrados y coordinados entre el Gobierno autónomo y cabildos, cobertura de seis estaciones de radares garantizadas y un Plan de Navegación reconocido internacionalmente para ordenar y discriminar el tráfico entre las islas son algunos de sus elementos. Lo que falta es interés de los gestores públicos, voluntad política, priorización de las actuaciones, conocimiento de la materia. Lo que sobra es soberbia ministerial y oportunismo aldeano.

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El destino de Podemos

Hace un par de días se publicó un artículo muy interesante sobre la situación en la que se encuentra Podemos bajo el título Regeneración o ruptura y firmado por Emmanuel Rodríguez. Su interés no radica en su brillantez analítica, sino en su capacidad de expresar las contradicciones básicas del proyecto que, por supuesto, el autor no asume y quizás no identifica. Emmanuel Rodríguez  apunta que debe darse por concluido el ensueño podemista de “llegar al poder de un solo golpe” (se refiere, como es obvio, a ganar las próximas elecciones autonómicas y generales) y obtener el poder “para aplicar no se sabe bien qué programa de transformación”. Denuncia el progresivo vacío y la ambigüedad crecientes de las propuestas de Pablo Iglesias y su dirección, su obsesión por la transversalidad socioelectoral, la asunción sin tapujos de su condición de catch-all party hasta el extremo de renegar el eje izquierda-derecha y engalanarse de entorchados patrióticos. Rodríguez insiste en que no se puede desembarcar en el poder sin una organización partidista potente y bien instalada social y territorialmente y parece añorar la firmeza rupturista de la campaña para las elecciones europeas de 2014, la concreción y agresividad de su discurso, la radicalidad de sus propuestas. Debe abandonarse la suposición de una “ventana de oportunidad” abierta por la crisis económica y la fragilización del sistema de partidos y prepararse para una “guerra de posiciones” en el ecosistema cuatripartito que se avizora para los próximos años.

Rodríguez – y quienes comparten este diagnóstico en Podemos, cada vez más numerosos – prefiere no reparar en que su opción no significa otra cosa que Podemos se resigne a un papel minoritario en la política española. Simplemente porque las clases medias urbanas – aunque castigadas y empobrecidas por la crisis – no están dispuestas a apoyar mayoritariamente a proyectos políticos rupturistas que incluyan la apertura procesos constituyentes, la estatatalización de sectores económicos y demás fuegos artificiales que acompañaron a Podemos en el pasado verano. Si Iglesias, Errejón y compañía diluyeron tales ofrendas fue, precisamente, porque con semejante perfil programático jamás superarían los márgenes electorales tradicionales de la izquierda no socialdemócrata en España: ese intervalo que, en condiciones óptimas,  oscila entre el 10 y el 12% de los votos. Podemos se transformaría, en definitiva, en la Izquierda Unida de los lustros venideros, lo que no parece un viaje ni un viraje muy promisorio a la utopía. La construcción (instantánea o demorada) de una hegemonía política, electoral e ideológica es una ilusión – algunos creemos que democráticamente perversa – destinada a estrellarse una y otra vez en una sociedad (y un conjunto de instituciones públicas) tan compleja y pluralmente articulada como la de España. Y también la de Canarias. Y aquí – ni en ningún sitio – se supera esta situación farfullando consignas y eslóganes al estilo insuperable de Noemí Santana, transmutada ahora en entusiasta periquita del proletariado.

 

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Eduardo Galeano

Sí, ya sé. El propio Eduardo Galeano lo sabía y al final, en uno de sus penúltimos cansancios, lo dijo. Las venas abiertas de América Latina es un mosaico de verdades incontrovertibles y espeluznantes sostenidas no por una teoría interpretativa válida, sino por una espléndida retórica maniquea. Que un panfleto vibrante haya sido tomado por un insuperable estudio de historia económica no es exactamente culpa del autor, aunque él tampoco resulte del todo inocente. Galeano jamás admitió ser inocente. Ser inocente deviene ser un patán, es una forma de ausencia, y si Galeano no compartió una actitud no fue la de ausentarse, precisamente.
No, no lo ignoro, por supuesto, y si ustedes insisten, me adhiero al repelús que puede provocar el tono invariablemente aireado, la ironía siempre unidireccional, el terco reduccionismo de la historia y la política, los peligros funerarios de la utopía, las apuestas equivocadas por fórmulas de redención que terminan en fracasos indignos, la testarudez de mantener esas apuestas más allá de toda prudencia intelectual y moral, el convencimiento estrábico de que si las derechas oligárquicas y armadas hasta los dientes son el infierno las izquierdas siempre merecerán la amnistía, la comprensión y hasta la solidaridad en el cielo de nuestras bocas, los pactos de silencio sobre lo que no debía ocurrir y sin embargo ocurre en el vientre putrefacto de las revoluciones, el desprecio paradójico hacia una cultura bajo cuyo prisma (precisamente) se intenta rescatar las arrasadas culturas indígenas, porque los guaraníes jamás entenderían – ni querrían entender — la cultura de los zapotecos ni viceversa.
En la hora de la muerte de Eduardo Galeano todas esas contradicciones, insuficiencias, errores o vicios pueden y quizás deban formar parte de un juicio literario, pero no del agradecimiento vivo de un lector. Porque la principal ética de un escritor no está en el compromiso con una posición ideológica, sino en un hermanamiento a sangre y fuego con la palabra, hasta el punto de jugarse la vida literalmente por no callar, por no callarse, por no cederle a los sicarios hasta esa última palabra de libertad que los refuta aunque sigan matando. No la tienen, no la tendrán, y aunque los amigos y compañeros de Galeano fueran tan discutibles, y a veces tan detestables, los enemigos son enemigos de todos. Para admirar a un gran fabulista – que unió los talentos del escritor y del periodista en descubrir la grandeza en lo pequeño, en encontrar una cosmología en una anécdota – no hace falta, se los puede asegurar, compartir todas y cada una de sus moralejas.

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Cólicos y vertederos

El asombro no debiera estar en que Manuel Fumero haya dimitido como secretario general del PSOE de Tenerife, sino en que lo haya sido. Es más sintomático de la actual situación de la organización socialista lo primero que lo segundo. Un síntoma, sobre todo, de un proceso de consunción política que se arrastra hace lustros. El señor Fumero – que tiene una causa judicial abierta desde hace meses – no encuentra el mejor momento para dimitir como secretario general del PSOE tinerfeño que un mes antes de las elecciones. El señor Fumero decide abandonar la lista electoral al Parlamento de Canarias diez o doce días antes de que expire el plazo legal para su presentación, porque al parecer antes no había encontrado tiempo para pensar sobre su delicada situación procesal.  Hay quien dice – aaah, lenguas de trapo – que el señor Fumero aspiraba a convertirse en diputado para que su expediente judicial se trasladara al Tribunal Superior de Justicia de Canarias. Los mismos maldicientes señalan que Patricia Hernández estaba dispuesta a tolerar semejante ambición, y que fueron otros compañeros, entre los cuales se encuentra Javier Abreu, quienes se opusieron en redondo. En realidad la candidatura parlamentaria de Fumero se desinfló – y con ella las ganas de batalla del todavía alcalde de Vilaflor – cuando desde la dirección federal fue desplazado del segundo puesto hasta el cuarto, porque todo el mundo sabe en el PSC-PSOE que sería un auténtico milagro que obtuvieran cuatro diputados por la circunscripción tinerfeña.
Los socialistas siguen en lucha final contra sí mismos, pero la dimisión de Fumero no es un detonante de cabreos y quebrantos internos, sino un resultado casi lateral de los mismos. El silvestre Fumero representaba el gestor de los intereses estratégicos y sobre todo tácticos del psocialismo del sur de Tenerife, donde el partido – con la excepción histórica de La Laguna, cada vez más debilitada en los últimos años – tiene su principal granero de votos. Sin la solícita ayuda de los alcaldes socialistas de la zona, y en especial de José Miguel Rodríguez Fraga, Patricia Hernández jamás hubiera conseguido la candidatura presidencial del PSOE al Gobierno regional. Si Rodríguez Fraga ha sido su padre político en la aventura autonómica, Fumero ha actuado cual José Luis López Vázquez como padrino en La gran familia. Nadie lo tomaba demasiado en serio, pero todos se divertían un ratito con él. Mientras tanto el PSOE sigue sin ofrecer un atisbo de sus propuestas políticas para Canarias más allá de eslóganes que podrían pasar por titulares de Ragazza (mi preferido: Un REF que piense en tí) y la lista del Cabildo es tan difícil de cerrar como las desconfianzas de Aurelio Abreu a todo lo que se mueva por tierra, mar, aire y especialmente autopistas. Ya lo dijo el propio Fumero tras anunciar su dimisión: “Me voy con la sensación del deber cumplido”.  No la satisfacción, sino la sensación. Una sensación vaga y molesta, cabe imaginar. Algo así como cuando te asalta un cólico en un vertedero.

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Solo palabras

¿Qué es lo que ha ocurrido realmente? ¿Qué recuerdo de tí encuentras en tí mismo mientras el mundo parece aullarte en los oídos y todo lo que te daba significado, lo que te reafirmaba como un bruñido espejo, se desploma en una sórdida caída interminable? No lo recuerdas. No consigues recordarlo porque, repentinamente, tú interfieres en todo, tú eres únicamente el otro, tú te estás diluyendo y ese tinte oscuro perturba cualquier visión comprensiva. Recuerdas fugazmente una cita de Freud de las cientos de lecturas de la adolescencia: “Allí donde eso estaba yo debo ser”, pero no te sirve para nada. Las palabras, que siempre te han salvado, se han convertido en una cháchara irrelevante, en un lamento inútil y despreciable, en una pista sospechosa, en una ridícula cáscara de plátano donde resbala tu dignidad sangrante una y otra vez. Por primera y quizás (te estremeces de nuevo) última vez las palabras solo te atrapan a tí mismo como una telaraña pegajosa. Los demás no te escuchan. Sí, simulan escuchar, pero ni siquiera te oyen.  Asisten a tu discurso (tus explicaciones, tus puntualizaciones, tus recordatorios, tu dolor y tus advertencias) como el público en una previsible sesión de guiñol. La indecencia. La indecencia. Cuando fuiste un niño solitario y sin fortuna, que solo dependía de sí mismo para refutar el menosprecio ajeno y conquistar un lugar luminoso en la vida, te aferraste a las palabras como a una frágil boya en una tormenta perfecta. No querías ser uno más y lo conseguiste venciendo soledades, desdenes y asperezas. Dominar las palabras era dominar el mundo. Descifrar los libros era abrir un camino por el que marchar erguido, y honesto, y triunfal. Es una historia de redención, de sacrificio, de valor, de superación. Pero, entonces, ¿qué es lo que ha ocurrido realmente? ¿Cómo puede estar pasando lo que en ningún instante del día o de la noche deja de ocurrir? ¿Lo que ocurre sin cesar aunque no te muevas, aunque cierres los ojos, aunque pretendas haberlo aclarado todo? ¿Lo que tal vez nunca más deje de ocurrir y reduzca todo lo demás a tibia ceniza y esa ceniza te marque la frente ardiente el resto de tus días? ¿Cómo ha ocurrido esto? Y en un momento cualquiera del espanto angustioso reparas en todo o admites ya una confusión definitiva que será una celda irrespirable en ese futuro ponzoñoso que avizoras. Porque si todo es cierto jamás has sido quien con tanta dificultad y orgullo creíste que habías llegado a ser. Porque si todo es falso nunca creíste en aquello que habías llegado a ser. Te equivocaste contigo mismo o te equivocaste con el mundo. Te engañaste a ti mismo o has engañado a todos. Pero, a pesar de eso, a pesar de eso, ¿qué es lo que ha ocurrido realmente? ¿Cómo puede estar pasando lo que en ningún instante del día o de la noche deja de ocurrir?

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