Retiro lo escrito

Una (otra) campaña electoral

¿Propuestas? No, no he escuchado ni leído nada semejante en los meses previos a las elecciones autonómicas y locales. Quizás estemos en los prolegómenos de un nuevo ciclo político y demás gaitas melodiosas entre la esperanza y el recelo, pero todo esto se parece sospechosamente a una campaña electoral. A una campaña electoral de las de toda la vida, vamos. Fernando Clavijo habla de simplificar las gestiones de las administraciones públicas y desburocratizar la creación de empresas como portentoso instrumento de crecimiento económico: retite usted  papeleos y baja impuestos y Canarias se llenará de gastrotascas y dulcerías, como La Laguna. A María Australia Navarro solo se le conoce la promesa, casi un grito en el último pleno parlamentario, de crear 100.000 puestos de trabajo en el Archipiélago, se ignora si en su totalidad a cargo de Corporación Dermoestética. Patricia Hernández se multiplica en micromítines donde expone sus microocurrencias. Y Podemos – con o sin el acompañamiento matrimonial de Sí se puede – se dedica, tampoco cabe esperar otra cosa, a afearle la conducta a la casta, ese malvado polimorfo, y a posicionarse contra el Mal y a favor del Bien. Eso es más o menos todos, si exceptuamos las faenas submarinas de Román Rodríguez y la soledad en el ángulo oscuro por sus votantes tal vez olvidada de Izquierda Unida.
Las circunstancias han hecho coincidir el hartazgo de las gentes – y la creciente e irritada desafección hacia el sistema institucional — con las crisis de los partidos instalados y las cuitas de los partidos que pretenden instalarse en el ecosistema político. Si Patricia Hernández, por ejemplo, no concreta análisis solventes y propuestas específicas no es únicamente porque no disponga de equipos y analistas en una organización desertizada de talentos y cada vez más desconectada con la sociedad civil, sino porque debe combatir con una dirección regional que la contempla, en los momentos más cariñosos, casi como un capítulo de eCarly. Hernández no vive únicamente para sortear las trastadas e indiferencias de José Miguel Pérez, Julio Cruz y compañía, sino que se exaspera por lo que puede ocurrir a partir del próximo junio. Sabe que su máxima aspiración solo puede ser repetir los muy mediocres resultados cosechados por Pérez en el año 2011, pero si a partir de los mismos no suma la Secretaría General del PSC-PSOE, está políticamente muerta, y con ella, probablemente,  cualquier posibilidad de supervivencia a medio plazo de la propia organización socialista. Por eso se opone a que Carolina Darias  –su oponente en las primarias a la candidatura presidencial –encabece la lista parlamentaria por Gran Canaria. Porque Darias puede ser la alternativa del capidisminuido aparato josemiguelista después de la hecatombe electoral. Entre un encuentro ciudadano y otro Hernández no se separa del móvil. Ferraz. Que se ponga Pedro. Que localicen a Pedro. Soy Patricia. ¿Dónde está Pedro? Soy Patricia Hernández. Pedro, llámame. Llámame ya.

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Román Rodríguez, no sin el PIL

Fabián Martín se desocupó ayer durante unas horas de su oficina de farmacia – la más moderna de Lanzarote gracias a la generosidad fundacional de su señor padre  — a fin de asistir a la enésima reunión con delegados de Nueva Canarias para cerrar el pacto electoral entre el PIL y NC o, para ser más precisos, entre el PIL y Román Rodríguez. Y de nuevo la cosa no prosperó. Y no únicamente por las diferencias nominales entre las partes (los Martín quieren que en los carteles, bajo el atractivo rostro del boticario, figuren las siglas PIL-NC, mientras Rodríguez y sus cuates insisten en que debe ser NC-PIL) sino porque Antonio Morales, alcalde de Agüimes y candidato de Nueva Canarias al Cabildo de Gran Canaria, se sigue oponiendo activamente a un acuerdo con los más vomitivo y despreciable de la política conejera, los restos del dimismo, artefacto que convirtió la corrupción política más que en un estilo de gobierno, en un orden cosmológico, gracias al cual, incluso ya enchironado, Dimas Martín siguió repartiendo instrucciones, mamandurrias, licencias y contratos desde la cárcel de Tahíche.

Román Rodríguez – que engalla la voz de un nacionalismo progresista en los plenos parlamentarios – ya firmó un acuerdo preelectoral con el PIL en el año 2011, gracias al cual el señor Fabián Martín obtuvo su acta de diputado. En los últimos cuatro años el expresidente del Gobierno ha desarrollado una desopilante política de fichajes en Lanzarote, toda vez que la potencia política de su antiguo amigo, Juan Carlos Becerra, ha quedado liquidada. Nueva Canarias ha acogido así a antiguos pilistas,  a sacrificadas insignificancias del CCN, a capitanes de yate como Pedro Armas  y hasta a episódicos exalcaldes del PP. Cualquier hipotético escrúpulo ha quedado supeditado al crecimiento artificioso de una Nueva Canarias ansiosa en comportarse como una alcantarilla con una capacidad de absorción ilimitada. Quizás todo fuera una mamarrachesca escenografía para simular una implantación territorial que naturalizara la renovación de un acuerdo con el PIL, es decir, con Dimas y Fabián Martín, porque a Rodríguez lo que le interesa es, única y exclusivamente, sumar un diputado para garantizarse de una vez la constitución de un grupo parlamentario propio, exactamente igual que ocurre con la circunscripción tinerfeña. Lo que ocurra o deje de ocurrir en la política lanzaroteña se la trae al pairo a Román Rodríguez. Lanzarote – es lo que le cuenta a  Antonio Morales –queda muy lejos del Cabildo de Gran Canaria y más lejos aun de la chicharrera calle Teobaldo Power. Y por eso es posible clamar por una regeneración política y una transformación progresista de Canarias desde el escaño y a la vez colaborar con la supervivencia del partido que ha sido la más destructiva maquinaria de corrupción del Archipiélago.

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La responsabilidad de Soria

José Manuel Soria es presidente del Partido Popular de Canarias desde 1999. Más de quince años de liderazgo ininterrumpido, marmolizado, cesáreo. Ningún dirigente político canario  puede presumir de semejante marca. Pero lo más notable es que a lo largo de ese periodo no ha coagulado ningún liderazgo en el PP del Archipiélago. Águeda Montelongo no es precisamente la imagen de una poderosa lideresa y si sobrevivió al envite de Domingo González Arroyo ha sido para terminar en los tribunales por las invitaciones rumbosas a sus correligionarios por cuenta (y a cuenta) del Patronato de Turismo de Fuerteventura. Asier Antona no dirige, inspira y estimula a los conservadores palmeros: se limita a telefonearlos para mantener la ficción de que cuenta con un partido. Y después de la defenestración de los ignaciogonzález la presidencia del PP de Tenerife ha vivido sucesivos inquilinos con derecho a cocina a los que se les ha formalizado y rescindido el contrato con mayores o menores aspavientos: Guillermo Guigou, Cristina Tavío, Manuel Domínguez. Todo cambia, pero Soria permanece. No es únicamente la aplicación irrestricta de un principio de autoridad y jerarquía. Es también un método de supervivencia política. Nada de sombras amenazadoras a su alrededor. No se admiten arteras promesas de carisma ni brillanteces impertinentes. Soria no tiene ni ha tenido nunca delfines. Ni siquiera tiene fulas. Soria dispone de un conjunto de peceras cuya única gestión le corresponde a él mismo. A veces las limpia y a veces no. Y de vez en cuando – si procede – coge al pez payaso y lo arroja, con un mohín de asco, por el sumidero más cercano.
Soria eligió a José Miguel Bravo de Laguna – quien se atrevió a posicionarse en su contra en el Congreso del PP de Canarias de otoño de 1999 – como candidato de emergencia al Cabildo de Gran Canaria. Bravo de Laguna no ha sido, precisamente, un presidente excepcional. Pero consiguió una pequeña hazaña literaria: se convirtió en lo que siempre quiso ser, un personaje. Ciertamente ha gobernado con tránsfugas purulentos, pero alcanzó al fin dibujar su huecograbado, y lo hizo con la tinta del insularismo más grosero y desvergonzado. Un proyecto vivo de patriarca de Gran Canaria. Una nueva encarnación de León y Castillo, un defensor de su isla desde la atalaya de su chaleco, un irredentista que citaba a Churchill y no se perdía una verbena. Bravo de Laguna, en fin, convirtió el Cabildo grancanario en una plataforma política personal con un discurso matizadamente (muy matizadamente) propio. Intolerable. La evolución (o extremaunción) política de Bravo reboza patetismo pero no conviene olvidar la responsabilidad política última de esta situación, que corresponde a José Manuel Soria y al cínico bonapartismo con el que ha dirigido el Partido Popular de Canarias.

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Aisha Hernández

Pasado mañana, jueves, deberá ingresar en prisión una joven militante de Intersindical Canaria, Aisha Hernández Rodríguez, cuyo atroz delito ha consistido en ondear una pancarta y grafitear una pintada en una calle grancanaria que rezaba pornográficamente: “75% de paro juvenil”. Comprenderán ustedes que una brutalidad de este calibre no se puede pasar por alto. Por suerte, en el mismo momento en el que dibujaba en la pared semejante obscenidad apareció una pareja de policías de paisano (sic) que le exigieron que les entregara el bote de spray y que se identificara de inmediato. La joven pidió que se identificaran los agentes. La discusión subió de tono y los policías llamaron a un coche patrulla, donde fue introducida a viva fuerza. Después de pasar una noche en el calabozo, Aisha Hernández se enteró de que la policía la había denunciado por atentado contra la autoridad. En el juicio que se celebró poco después, el fiscal rebajó los cargos: cuatro meses de cárcel por “resistencia a la autoridad” para la joven y el pago de una indemnización a cargo de los agentes de policía. Hernández, al carecer de antecedentes penales, no fue a la cárcel.
Un año más tarde, no obstante, una sanción de tráfico le ha impuesto una pena de prisión menor. La inmensa mayoría de los condenados no la cumple. Pero Aisha Hernández, al contar ya con antecedentes penales, debe enfrentarse a la misma. Peor aun. En el año 2012 Hernández, junto a varios compañeros, desplegó una pancarta de protesta en una ventana del inmueble de la Confederación Canaria de Empresarios de Las Palmas y, finalmente, la Audiencia Provincial la ha condenado a seis meses de cárcel y  a una multa de mil euros. Si este fallo le es comunicado mientras está en prisión Hernández puede  pasar cerca de un año entalegada en la prisión de Salto del Negro.
Tal vez Aisha Hernández se resistió a la autoridad. Quizás podría haber agitado la pancarta en la calle y frente a la puerta de la CEE. Pero que una joven vaya a parar a la cárcel y se vea privada de su libertad por eso es un desafuero tan repugnante como inadmisible. Dudo mucho que, pese a la justificada indignación que este atropello haya causado estemos frente a un caso de criminalización de la disidencia, pero la oscura y cierta amenaza  que pende sobre la libertad de Aisha Hernández no puede ser entendida (y obviada) como un trámite judicial ordinario en una sociedad democráticamente presentable y así lo han entendido una treintena de organizaciones sindicales y plataformas ciudadanas. Si finalmente entra en prisión, y aunque la mayoría no lo note, aquí fuera, en plena primavera, todo será aun más oscuro y ominoso.

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El penúltimo regalo

En el debate sobre el estado de Canarias – no se debate sobre un término jurídico como es nacionalidad, sino sobre la situación de un país – Paulino Rivero decidió regalarse algo: su discurso. Un discurso solitario de serena exaltación a su evidente estatura como estadista. En realidad el presidente del Gobierno autonómico lleva ya tiempo regalándose todas sus intervenciones públicas ante pequeños y grandes auditorios. Allá por donde va se regala a sí mismo por dos razones básicas: no le queda otra cosa ni le queda nadie capaz de regalarle nada. Rivero se regala su asombroso relato (en Canarias, y pese a los recortes presupuestarios impuestos por el PP, su Gobierno ha mantenido el Estado de Bienestar y salvaguardado la cohesión social y territorial del Archipiélago) y se lo acepta a sí mismo con una sonrisa de humildad y satisfacción por el trabajo bien hecho. La realidad  — un desempleo superior al 30% de la población activa, unos servicios sanitarios al borde del colapso, un crecimiento desbordante de la pobreza, la catástrofe de las políticas asistenciales, la parálisis de cualquier reforma político-administrativa, el fracaso de la reforma estatutaria, la sangrante situación de los dependientes, la mediocre renovación del REF, la desertización de la política cultural – no puede manchar este regalo, este legado. Sospecho que los últimos lustros nos han endurecido las legañas porque, de no ser así, nos quedaríamos estupefactos por el espectáculo patético de una huida tan deleznable de la realidad, atravesado de estomagantes ráfagas de suficiencia altanera y hasta de chulería, por quien ha atravesado la peor crisis desde la posguerra saltando de titular victorioso en titular victimista. Porque el Paulinato ha significado también –aunque la resonsabilidad no recaiga únicamente sobre su caudillo — un mezquino empobrecimiento del discurso político y del debate democrático, un desprecio reiterado al diálogo más allá de lo estrictamente protocolario, una devaluación desoladora de la práctica parlamentaria, un experimento de autoritarismo presidencial inédito en esta Comunidad autonómica, una concepción mendaz y garbancera de la responsabilidad política y de las relaciones con la sociedad civil.
Al término del debate parlamentario Rivero afirmó que no descartaba volver al colegio para dar clases como maestro en su hermoso pueblo, El Sauzal. Es su penúltimo regalo, la penúltima pincelada del autorretrato de un hombre modesto, sencillo, sin ambiciones terrenales. Lo cierto es que Paulino Rivero acumula como funcionario (casi toda su vida en excedencia por servicios especiales) treinta y cinco años de antigüedad y puede jubilarse si así lo desea mañana mismo, con el máximo nivel retributivo consolidado, es decir, unos 2.500 euros líquidos mensuales. Cabe desear que lo haga así: los niños son inocentes. Ni siquiera le votaron.

 

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