Retiro lo escrito

Otras menudencias

No digo que cada día no tenga su afán y cada noche su duermevela, pero creo que nos agobian problemas más importantes que el incidente entre el barco de Greenpeace y la Armada Española en las aguas donde ya han comenzado las prospecciones indagatorias de Repsol, más graves incluso, y que caigan sobre mi cabeza todas las maldiciones del averno ecológico, que las prospecciones mismas. Si está claro (y lo está para Juan López de Uralde: leáse la entrada al respecto en el blog www.seguimosinformando.com) que varios tripulantes del Artic Sunrise, a bordo de lanchas rápidas, pretendieron abordar la plataforma, ya sea para plantar ahí una pancarta, ya sea para pintar algún eslogan de protesta, no cabía esperar otra actitud del buque de la Armada que la de una abierta oposición a fin de impedirlo. Algo muy distinto es que la reacción de la Armada haya sido brutalmente desproporcionada, embistiendo ferozmente contra los ecologistas y, al final, hiriendo de cierta gravedad a una de ellos. La guinda del despropósito – y evidencia de una pésima gestión política y operativa de esta crisis – se concentra en la multa impuesta a Greenpeace y la inmovilización de su barco en Arrecife hasta que abonen la sanción.
Uno sabe perfectamente que el atractivo épico de este asunto resulta casi irresistible, trufado de metáforas, imágenes, indignaciones y reclamos, y el Gobierno autonómico lo jalea con una habilidad retórica digna de Sautier Casaseca. El presidente Paulino Rivero ha llegado a afirmar enardecidamente que “esto es la mayor agresión de España a Canarias desde la conquista”, sin precisar luctuosos episodios anteriores. De creer a Rivero los sondeos en las proximidades de Lanzarote y Fuerteventura es lo peor que nos ha ocurrido en los últimos 500 años. Sin duda instalado en la frivolidad, se me ocurren otras cosas, pongamos, el franquismo: una dictadura criminal que asesinó a cientos de canarios, encarceló y torturó a varios miles y nos condenó a una autarquía de hambre, piojos, terror, ignorancia planificada y subdesarrollo.
El presidente Rivero sufre, como es notorio, una disonancia histórico-cognitiva que le ha llevado a asumir que la historia de Canarias comenzó en junio del año 2007. Aun así en estos siete años y medio podemos citar entre otras menudencias un desempleo que ha llegado al 33% de la población activa, unos servicios sociales a punto de colapsar, un empobrecimiento asfixiante de las clases medias, una estructura político-administrativa cuyo mal diseño y deficiente funcionamiento no ha llevado a reformas estructurales imprescindibles, un incremento portentoso de la desigualdad de rentas, problemas de malnutrición infantil, una paralización suicida en el desarrollo de energías alternativas. Igual el señor Rivero tiene razones para obsesionarse febrilmente con los sondeos y utilizar el petróleo como tinta de calamar. Los ciudadanos, no.

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Imputaciones y responsabilidad política

Desde hace algún tiempo una alta autoridad política de Canarias (llamémosla así) mostraba su hondísima preocupación por escándalos judiciales que salpicarían a compañeros de su partido. Varios relevantes periodistas tinerfeños podrían certificar su estupefacción al escuchar a la muy alta autoridad repartiendo oscuras admoniciones y pringosos vaticinios. La pasada semana un juez de instrucción de La Laguna imputaba al alcalde de la ciudad y candidato presidencial de Coalición Canaria para las elecciones autonómicas del próximo mayo, Fernando Clavijo, por cuatro supuestos delitos. La canallesca, cuya intrínseca maldad no es discutible, ha potenciado los chascarrillos al respecto, pero resulta innecesario – y además inverosímil – relacionar causalmente  ambas circunstancias. O no.
Es absolutamente inútil advertir que un imputado no es un acusado. No todo detenido es imputado o procesado, no todo imputado o procesado es acusado, y que no todo acusado es condenado o culpable.  Pero en el tormentoso clima político y moral que está demoliendo este país las precisiones técnico-jurídicas devienen irrelevantes. No es que un imputado se situé automáticamente bajo la sombra de la sospecha: un imputado, en el mejor de los casos, es culpable si no se demuestra lo contrario. Hace pocas semanas los principales procesados el denominado caso Icfem (con Víctor Díaz, consejero de Empleo en el Gobierno de Manuel Hermoso, a la cabeza) fueron declarados inocentes de todos los cargos después de  dieciséis (16) años de pleitos judiciales. No son una excepción, ni en Canarias ni en España. Estos dieciséis (16) años de amarguras, sinsabores, humillaciones y nauseas supusieron, además, su extirpación sin contemplaciones de la vida política. Es curioso  —dolorosamente curioso para sus víctimas – el perverso dibujo del caso Icfem, por el que varias ciudadanos comprometidos en la lucha antifranquista terminan como apestados políticos en la democracia parlamentaria por la gestión de un organismo público en el que – tantos años después – quedó establecido que no cometieron ningún delito, ninguna irregularidad punible, ninguna estafa (1).
Es delicado fijar la línea roja judicial por la que un cargo público – o un candidato electoral –debe presentar su dimisión o renunciar a su candidatura. Encuentro que lo más razonable, entre todas las opciones, y salvo la imputación de delitos graves, es presentar o exigir la dimisión al minuto siguiente de que el magistrado dicte el procesamiento. Todavía no he encontrado un jurista capaz de afirmar que el auto de imputación que ha caído sobre Fernando Clavijo no presenta incongruencias sorprendentes, abuso de procedimientos inductivos y el relato de un comportamiento de gestión cogido con alfileres temblorosos. Clavijo ha decidido continuar adelante, ofrecer todo tipo de explicaciones a sus vecinos y a los medios de comunicación y confiar en la administración de justicia. Es una apuesta políticamente arriesgada pero que, a mi juicio, solo puede tomar un hombre, y un dirigente político, que sabe que ha actuado honradamente y sin haber conculcado la legalidad.

(1) Un ejemplo entre cientos de cargos públicos imputados es el de Cayo Lara, coordinador general de Izquierda Unida, que acaba de anunciar que no se presentará a las primarias para la candidatura presidencial de las elecciones generales de 2015. Durante su etapa como coordinador de IU de Castilla- La Mancha,  Cayo Lara, junto al alcalde de Seseña, estuvo imputado durante varios meses por los delitos de falsa denuncia y falsedad de documento público a raíz de una denuncia del constructor Francisco Hernando, alias el Pocero.  Casos como los de Demetrio Suárez –en Madrid — o Carmelo Padrón –en Canarias — son ejemplos perfectos de carreras políticas virtualmente pulverizadas, o paralizadas durante lustros, a causa de procesamientos de los que salieron como inocentes de todos los cargos, y existen fundadas razones para sostener que los denunciantes no pretendían otro objeto.   

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Sermoneando

Cuando arreciaron los motines en Madrid contra el marqués Esquilache, su ministro, Su Majestad Carlos III, quizás esbozando una sonrisa indulgente, no pudo menos que decir: “Mis súbditos son como los niños, que lloran cuando se les lava”. Esta severa benevolencia desde el poder sigue practicándose hoy, ahora mismo incluso, en este centelleante lodazal que está a punto de convertirse en una crisis de Estado. En un sistema democrático lo que cabe exigir a los gestores públicos son diagnósticos precisos de los problemas políticos, económicos y sociales que nos acucian y propuestas concretas para resolverlos. Pero sobrevive el concepto y la praxis del poder como tribuna moral desde la cual impartir enseñanzas y decálogos: un préstamo retórico, a buen seguro, de los felices días de la alianza entre el Trono y el Altar. Y los relatos que vertebran discursos e intervenciones de los responsables políticos se infectan así de advocaciones al espíritu de sacrificio, al imperativo de la innovación, a las virtudes de la disciplina, el servicio y el esfuerzo, que se verán recompensados en un futuro promisorio y feraz, porque si todos somos honrados, ¿qué nos puede ocurrir?
Hace unos días leí en la prensa tinerfeña un artículo que llevaba al delirio este viejo hábito del sermoneo porque yo lo valgo. Bajo el título de Juego limpio, el presidente del Cabildo de  Tenerife, Carlos Alonso, encontraba a través de una prosa escolar la clave fundamental de un problema tan grave como la corrupción política: lo mal que educamos a nuestros hijos. Sí, como lo leen: “¿Hemos educado -o lo estamos haciendo- a nuestros hijos en los valores de la austeridad y la rectitud? No. ¿Les estamos dando los ejemplos adecuados para que sean el día de mañana ciudadanos responsables? No” A partir de esta dramática constatación, el señor Alonso extrae lo que, a su juicio, resulta un inevitable corolario: si los niños ven a sus padres gritándose, si los descubren saltándose malévolamente un semáforo, si disfrutan de programas violentos en televisión, si se llevan los bolígrafos desde el colegio, estamos creando un corrupto en potencia. Luego lo nombras, con la mejor intención, director financiero de Simpromi, o gerente de Bodegas Insulares, y pasa lo que pasa. Afortunadamente el consejero de Agricultura y la gerente de Simpromi disfrutaron de una espléndida educación que hace totalmente innecesaria la ordinariez de sus ceses.
Alguien debería explicarle a Alonso que no se le paga por enseñarnos a educar a nuestros hijos ni por lanzarnos filípicas infantiloides. Ya que evidentemente no está dotado ni para el articulismo legible ni para el análisis político o sociológico, que se dedique a gobernar. Si no es molestia.

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Ese señor

Recuerdo a Rodríguez Zapatero (ustedes disculpen) pronunciándose sobre Rajoy en una entrevista cualquiera: “Es que parece un señor muy mayor, ¿no? Un señor de los que te encuentras leyendo el periódico del día anterior en el casino del pueblo”. Pues sí. Rajoy era una reliquia, pero lo ha sido siempre. Rajoy sintetiza el espíritu vintage de la política española. El señor Rajoy, nos dicen, es un superviviente, pero eso es una tontería escasamente interesante. Todo político que cubra más de dos ciclos electorales es un superviviente. Lo interesante es el contexto que le ha permitido sobrevivir tan estupendamente que ha llegado a ser presidente del Gobierno. Un Rajoy triunfal es inconcebible entre los republicanos estadounidenses, los conservadores británicos postatcheristas o la derecha francesa. Un Rajoy triunfal exige casinos de cafeconleche, intrincadas maquinarias burocráticas que articulan partidos fieramente verticales, largos pasillos iluminados y despachos en la sombra, un cursus honorum que premia la lealtad perruna,  la mediocridad quintaesenciada y su interminable sordidez, la carencia de ideas propias, consideradas siempre como una actitud antihigiénica. No se fabrica un Rajoy así como así, pero un Rajoy así solo puede pasar por la Presidencia del Gobierno y salir incólume, ya que no enmedallado, en épocas de gestión pancista y prosperidad en los parterres. Ahora mismo don Mariano Rajoy es el hombre equivocado en el lugar incorrecto y en el peor momento.
Todo esto le viene grande, muy grande, a este individuo afásico, condotiero oficinesco, remedo ministerial de los tiempos de don Antonio Cánovas del Castillo. Y la crisis de su partido, agusanado por una corrupción enlaberintada, ya lo aplasta. Este festival diario de detenciones, imputaciones, declaraciones en los juzgados, autos y procesamientos no puede ser obviado con cuatro frases tartamudeantes, ni siquiera en el altar intocable de una televisión de plasma. Desde el primer minuto de su gobierno renunció a cualquier programa de reformas políticas y jurídicas que necesitaba el país hace más de una década. Creyó que estrangulando el gasto y la inversión – a las comunidades autónomas y los ayuntamientos –  podría continuar este machihembrado de capitalismo de amiguetes y administraciones públicas colonizadas por los partidos políticos, y sobre todo por el suyo, hasta la exasperación, hasta la infamia, hasta Suiza y Luxemburgo. Y ya no le queda tiempo en el muy improbable caso de que se decidiera a hacerla. Ocurre con el PP que es irreformable. El mismo Rajoy es uno de los responsables de su arquitectura organizativa, sus criterios de selección de personal político, su cultural funcional. El PP no puede ser purificado sin destrucción.  El suicidio no suele ser un nuen incentivo. La  tempestad va a arreciar, pero lo negarán todo numantinamente, y un día no lejano Rajoy terminará refiriéndose a sí mismo como a ese señor por el que le están preguntando.

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La fanfarria triunfal

Habrá que conservar en formol algunos tuits emitidos ayer por egregios cargos y excargos públicos de Coalición Canaria a propósito de la votación celebrada en Cataluña, mensajes cargados de admiración, arrobamiento e incluso sana envidia por el formidable valor cívico de los descendientes de Gifré el Pilós (en español imperial, Wifredo el Peludo) en una jornada histórica. Habrá que conservarlos, digo, para una historia universal de la estupidez política, porque expresarse casi literalmente embrujado ante la patochada organizada por entidades inequívocamente proindependentistas, una convocatoria que careció de cualquier garantía política, jurídica y administrativa, resulta una insuperable señal de oligofrenia e irresponsabilidad. Toda esa nauseabunda estupidez de un pueblo reclamando su derecho a decidir en una caricatura de referéndum debería repugnar a cualquier ciudadano que se respetara democráticamente — ¿desde cuándo son tolerables un Gobierno y unos partidos que burlan la ley y se dedican a semejantes mascaradas? – pero no pueden resistirse al encantamiento de la épica de metacrilato y subvención de un pueblo en marcha. Por la noche Oriol Junqueras – el caballero más estólido que ha presidido jamás ERC, y tiene su mérito – sonreía, mofletudo y feliz, y repetía por enésima vez esa indecencia de que la ley no podía oponerse a los deseos de toda una sociedad. Estoy harto de esta gemebunda y autosatisfecha histeria. De este fanfarria infantil y victimista, de sus putas banderas –  las banderas y las lenguas son putas por naturaleza – y de la arrasadora sentimentalización de la política. Claro que la ley puede oponerse a los deseos. Las leyes son un mecanismo de mediación gracias al cual no nos matamos. Si en una pequeña ciudad como esta en la que escribo 10.000 sujetos se empecinan en palpar todos los culos femeninos que se encuentren por la calle no cabe respetar sus deseos, sino arrastrarlos a comisaría. Y lo mismo ocurre si son 10 o 100.000. La mayoría de los independentistas catalanes, y en especial los que controlan los presupuestos públicos en su comunidad, viven en un país con unas cotas de autogobierno con poco parangón en el resto de Europa, pero quieren seguir magreando como si no hubiera mañana. El máximo nivel de magreo consiste en tener su propio Estado.
En Canarias Paulino Rivero hará una encuesta. Rivero es otro demócrata incomprendido y hasta sojuzgado por España. Quiere preguntarnos nuestra opinión  y mientras tanto deja a los hospitales del Norte y el Sur de Tenerife sin una perra e incrementa en cuatro millones el presupuesto para la televisión autonómica para 2015. Cuatro millones más. Para la televisión autonómica. En año electoral. Con la que está cayendo por las contrataciones estratosferícas de Willy García. Es que ha perdido la última partícula de vergüenza.

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