Retiro lo escrito

Las reformas como único camino

Hay gente horrorizada por el fin de los tiempos. Creo que debemos desterrar semejante neurosis. Mejor descreer de cualquier épica embriagadora. “Le tocó, como a todos los hombres, malos tiempos en los que vivir”, comentaba Borges de un poeta bisabuelo suyo, y los más viejos y mejor instruidos del lugar saben que, no hace tanto, se vivieron tiempos aquí más oscuros, ásperos y menesterosos. Habría que huir de los que creen que todo se derrumbará en un ciclón de catástrofes o los que esperan que el asalto al cielo se consume por K.O democrático. Modestamente no creo en las revoluciones. Tampoco en las que se pretende realizar a través de las urnas. De lo que se trata en de desinfectar el debate político, precisamente, de cualquier fideísmo. La sentimentalización de la política es algo nauseabundo y representa la otra cara de la moneda de curso actual: el indescriptible cinismo de los ganadores de siempre y de los que se engalanan con representar a los que siempre han perdido. No crean a los que prometen acabar con la corrupción política cuando cada día uno de los suyos es imputado o ingresa en prisión; no crean a los que sostienen que finiquitar la corrupción política (o los desahucios, la deuda pública, el desempleo o la exclusión social) puede hacerse de un plumazo, firmando un decreto o frangollando unos presupuestos públicos tramposos. Simplemente es la hora de las reformas políticas y administrativas que garanticen el funcionamiento más o menos decente y eficiente de un Estado democrático como el definido en la Constitución de 1978, la apertura a una participación política más amplia y transparente y la adaptación de un Estado de Bienestar para el siglo XXI: educación, sanidad y servicios sociales. Nada más y nada menos que eso.

Y existen análisis, propuestas y experiencia política acumulada en Europa y en América. Uno de los ejes prioritarios de un plan de reformas pasa, por supuesto, por amputar la feroz politización – partidización — de organismos y administraciones públicas, que toda la literatura politológica asocia al crecimiento de la corrupción política. Algunos opinan, en fin, que esto se resuelve con presupuestos participativos y otras zarandajas democratoides, pero en los países con menos corrupción política (Suecia o Nueva Zelanda) tienen otras fórmulas. Por ejemplo, en las administraciones municipales, contratando a un equipo de gestión con objetivos concretos y presupuestos inamovibles que fiscalizan los concejales, a los que se reserva una función normativa y reglamentaria. En una ciudad sueca de la población como Santa Cruz o Las Palmas, el alcalde solo pude nombrar a tres o cuatro cargos públicos. Es francamente difícil corromperse así.

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Las disculpas del PP

Uno pide disculpas por pisar un callo, olvidar un cumpleaños, borrar una receta de acelgas de la memoria del ordenador o leer a Javier Marías, pero no se piden disculpas cuando la autoridad judicial detiene a un relevante ex dirigente, un presidente de diputación y media docena de alcaldes de tu partido por participar en una trama de corrupción política que se extiende por tres comunidades autonómicas, y que en los últimos tres años, solo en los últimos tres años, movió unos 250 millones de euros. Pedir disculpas por eso en nombre del partido que lo ha propiciado, tolerado o ignorado no es presentar sentidas excusas: es tratar como idiotas a los que te escuchan. Es, implícitamente, negarles la condición de ciudadanos y asimilarlos a un rebaño eclesiástico al que debe bastarle algunos golpes de pecho desde el púlpito del poder. Más vale no detenerse en la otra maniobra retórica que han utilizado desde el PP (ministros, dirigentes, cachorritos de Nuevas Generaciones) y que consiste en declararse muy indignados con lo que está ocurriendo. Saltan así por encima de su propia responsabilidad y se colocan entre nosotros, atormentadamente inocentes, furiosos por semejante escándalo, hasta dónde vamos a llegar, fijatetú. La imagen de mater dolorosa la ha sintetizado Esperanza Aguirre. Durante lustros ha presidido una cloaca mefítica cuya pestilencia quizás atribuía a las hormonas de los machos alfa  que trabajaban incansablemente –cuando no estaban robando – para su gloria y esplendor. Ahora, lógicamente, está desolada. Resulta que era un río de mierda cenagosa el que circulaba bajo la mesa de su despacho. Es muy triste y sonrojante y ustedes disculpen y, por supuesto, sigan votándonos.
Un partido político no es un conjunto de agregados de individuos que operan alegremente bajo unas siglas. Un partido político es una organización que presupone una responsabilidad compartida como principio fundamental de su razón de ser. Cuando se pilla aisladamente a un corrupto cabe argumentar que se ha tratado de una excepción capaz de burlar los controles internos. Cuando se acumulan los procedimientos judiciales, las imputaciones y las condenas, como ocurre desde hace años con el Partido Popular, no se puede pretextar inmundicias excepcionales que quepa estabular en un rincón maldito. Todos los datos disponibles apuntan, como hipótesis cada vez más verosímil, que el PP ha incluido en su gestión cotidiana una corrupción sistémica. Y de la misma manera que un juez no celebra ruedas de prensa, sino que habla a través de sus autos, un dirigente político, en esta tesitura, solo tiene una forma democráticamente respetable de pedir excusas: presentar su dimisión. Y convocar elecciones.

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Escondiendo la perica

Pasmosa me ha parecido la decisión de don Paulino Rivero (presidente del Gobierno regional y presidente de Coalición Canaria) de no participar en el Conferencia Política que su organización celebraba este fin de semana en Las Palmas. Pero más estupefaciente resulta, todavía, que se admita eucarísticamente por todo dios mayor o menor (compañeros de partido, políticos de la oposición, medios de comunicación) que Rivero pretendía así ceder el protagonismo político a Fernando Clavijo, candidato presidencial de los coalicioneros para las elecciones autonómicas del próximo mayo. Cuando uno es presidente de un partido no deserta de una Conferencia Política que el propio Rivero impulsó junto a su secretario general, José Miguel Barragán.  Cuando uno es presidente de un partido asistir a una Conferencia Política del mismo – donde se diseña la estrategia política y programática de tu organización para los próximos años – no es un gracioso derecho, sino un deber formal. Y otra obviedad sustancial: un dirigente político no se ausenta para consolidar un liderazgo distinto al suyo. Se presenta y lo apoya inequívocamente. Y si no es así dimite de sus cargos y se queda en su casa jugando al envite o leyendo a Heidegger.

Gracias a una comodidad hermenéutica tan generosamente compartida, en cambio, Rivero puede posar como un hombre generoso sin haber mostrado un solo rasgo de generosidad política en todo el proceso que culminó con la elección de Clavijo, e incluso en las semanas siguientes. Al presidente del Gobierno le ha importado un higo pico blandir una reforma fiscal inexistente, insistir en lo de su consulta petrolera o lanzar a la estratosfera su concepto de soberanía compartida sin consultar ninguna de estas ocurrencias a la propia dirección de su partido (desde que lo leí en su blog por primera vez he sospechado que el presidente entiende por soberanía compartida algo a repartir entre Felipe VI y su augusta persona). Visto lo ocurrido este fin de semana, esa ausencia de amor que no se cura sino con la presencia y la figura, cabe colegir que Rivero continuará en la misma línea.  Y lo realmente interesante es si mientras la Conferencia Política ratifica la estrategia de CC el señor Rivero terminaba de perfilar la suya, que no pasa por resignarse a la jubilación pero tampoco por admitir el liderazgo emergente de Clavijo y su muy cauta voluntad de reforma del partido. Suenan telefonazos imperativos, se deslizan recados sinuosos, lloviznan de nuevo advertencias y admoniciones. Ahí esta, incansable, haciendo señas, organizando el cañazo, preparando el chico fuera, escondiendo una perica. No, definitivamente Heidegger no sirve para esto.

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Una victoria legal de todos

Por una vez cabe apartar un lado las tonterías. Bobadas inconsútiles como la penúltima, testaruda guanajada de Paulino Rivero, que agita su ocurrencia sobre la “soberanía compartida” como una solución estupenda para que el Gobierno español no privatice parcialmente Aena o evite presentar en las Cortes un proyecto de presupuestos generales para 2015 tan obviamente lesivo para Canarias como todas las cuentas presentadas por Cristóbal Montoro en los últimos años. Porque semejante nadería es tanto como afirmar que cuando dispongamos de reactores de fusión nuclear tendremos energía prácticamente gratuita hasta el fin de los tiempos. Consiste, simplemente, en confundir un objetivo estratégico – que el propio partido de Rivero, Coalición Canaria, no ha debatido seriamente – con un instrumento político actualmente operativo. “Ah, si mi partido, la Comunidad autonómica, el Gobierno español, la Constitución y el Tribunal Constitucional me dieran la razón en lo de la soberanía compartida, estas cosas tan desagradables no ocurrirían”, musita quizás el presidente del salón en el ángulo oscuro. Pues que entretenido.
A veces, sin embargo, hasta en el Parlamento de Canarias se puede registrar señales de vida inteligente y un benéfico interés por los asuntos que no transcurren necesariamente por sus despachos y pasillos alfombrados. La Cámara regional acaba de aprobar, por casi milagrosa unanimidad, la ley de no discriminación por motivo de identidad de género y de reconocimiento de los derechos de las personas transexuales,  un texto legal que garantiza “el derecho de las personas que adoptan socialmente el sexo contrario al de su nacimiento de recibir de las administraciones públicas canarias una atención adecuada a sus necesidades médicas, psicológicas, jurídicas y de cualquier otra índole”. Todos los grupos parlamentarios, incluido el PP, votaron favorablemente la nueva normativa, currada básicamente por los colectivos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales de las islas, hasta el punto de sus señorías apenas aportaron tres o cuatro enmiendas menores. Algunos amigos y amigas maliciosos me han contado que, satisfechos como están, no dudan que los grandes partidos han votado la ley sabiendo a la perfección que, por ejemplo, la atención médica, jurídica o psicológica de las administraciones públicas a los colectivos LGTBQ será negada de facto argumentando las actuales restricciones presupuestarias. Aun así es un paso jurídico importante que deben celebrar todos los ciudadanos, simplemente, porque los derechos de todos se ven reforzados cuando se reconocen los derechos de una minoría frente a cualquier ignominiosa forma de discriminación, opresión o persecución.

Note bene:
“La lucha contra la homofobia no puede darse aisladamente haciendo abstracción del resto de injusticias sociales y de discriminaciones, sino que la lucha contra la homofobia sólo es posible y realmente eficaz dentro de una constelación de luchas conjuntas solidarias en contra de cualquier forma de opresión, marginación, persecución y discriminación. Repito. No por caridad. No porque se nos exija ser más buena gente que nadie. No porque tengamos que ser Supermaricas. Sino porque la homofobia, como forma sistémica de opresión, forma un entramado muy tupido con el resto de formas de opresión, está imbricado con ellas, articulado con ellas de tal modo que, si tiras de un extremo, el nudo se aprieta por el otro, y si aflojas un cabo, tensas otro. Si una mujer es maltratada, ello repercute en la homofobia de la sociedad. Si una marica es apedreada, ello repercute en el racismo de la sociedad. Si un obrero es explotado por su patrón, ello repercute en la misoginia de la sociedad. Si un negro es agredido por unos nazis, ello repercute en la transfobia de la sociedad. Si un niño es bautizado, ello repercute en la lesbofobia de la sociedad”. (Paco Vidarte, Ética marica)

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La casta de Podemos

A la pregunta de si Podemos tiene futuro como fuerza política la única respuesta que no se me antoja pura nigromancia es sencilla: Podemos durará lo que la gente quiera. Y la gente (muchos cientos de miles de ciudadanos) quiere marcha. El equipo fundador del invento, encabezado por Pablo Iglesias, ha tenido el pasado fin de semana en Vista Alegre un paseo militar (con perdón) entre aplausos enfervorizados y un conato de oposición interna ha quedado sumergido –aunque no asfixiado — en el entusiasmo general. No creo que Iglesias, Monedero y Errejón tengan mayores dificultades en implantar como modelo político- organizativo ese centralismo democrático, de matriz indisimulablemente leninista, que supuestamente sacrifica la participación en la toma de decisiones a favor de la eficacia. Un leninismo 3.0 que, como es obvio, no se extiende a la oferta programática de Podemos, que se mantiene en un nivel de abstracción lo suficientemente vago para no espantar a ningún elector potencial céntrico, centrista o centrado. Los círculos, por sí mismos, no pueden acceder a una lúcida conciencia democrático-revolucionaria, que solo se articula y cristaliza estratégicamente en el seno de la dirección del partido. Slavoj  Zizek defendió el argumento de Matrix como una acertada metáfora de la civilización del capitalismo tardío; pues bien, la selva de círculos de Podemos podría considerarse un matrix de asambleas, reuniones, propuestas y críticas que transcurren en una realidad esencialmente simbólica, ficcional, desiderativa. Lo real, es decir, las verdaderas decisiones políticas, como no presentarse a las próximas elecciones municipales, quedarán en manos de un reducido grupo de dirigentes más o menos profesionalizados.
Más vale no concretar demasiado en asuntos como el aborto, o la reforma de la estructura del Estado o las relaciones con la UE – aunque tengas cinco eurodiputados – para no intranquilizar a nadie. Más vale no citar demasiado la palabra izquierda y en cambio referirse más de una vez a la patria (mancillada). Más vale no decirle a los círculos que sus propuestas son respetables, pero que no pueden ser aprobadas e incorporadas a ningún acervo en virtud de su propia convicción. Más vale insistir en que el liderazgo es una pesada carga que se asume por razones de eficiencia política y no por un pecaminoso exceso de testosterona. La incongruencia de eludir concreciones programáticas y simultáneamente estigmatizar cualquier tentación de pacto y consenso se disuelve en la retórica del asalto al cielo, una pedantería pueril de profesor asociado que se aplaude y jalea desde una minoría de edad que se concede el público para disfrutar de diez minutos de catarsis peatonal.
Más vale, en definitiva, que los seguidores, afiliados y simpatizantes de Podemos no se den demasiada cuenta de que se está constituyendo un partido político. Uno de esos odiosos partidos que representan el más sórdido obstáculo para que la gente no se empodere hasta independizarse de su propio subconsciente, donde también habita el Estado y las complejas trampas del deseo urdidas por el capital.
El triunvirato que dirige y controla la más reciente experiencia política española quedará ungido como la verdadera casta de Podemos durante esta semana. Su principal objetivo es mantener la ficción de un movimiento político plural, autónomo y autogestionado hasta alcanzar el poder.

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